14 de Diciembre – LUNES –
San Juan de la Cruz,
presbítero y doctor de la Iglesia
Evangelio: Mateo 21, 23-27
En aquel tiempo, Jesús
llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y
los ancianos del pueblo para preguntarle:
- «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les replicó:
-«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?»
Ellos se pusieron a deliberar:
-«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído?" Si le decimos "de los hombres". tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.»
Y respondieron a Jesús:
- «No sabemos.»
Él, por su parte, les dijo:
- «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
- «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les replicó:
-«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?»
Ellos se pusieron a deliberar:
-«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído?" Si le decimos "de los hombres". tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.»
Y respondieron a Jesús:
- «No sabemos.»
Él, por su parte, les dijo:
- «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
Cristo enseña con autoridad.
Aunque haya quien la cuestione. La cuestionaron y se sigue cuestionando. La
respuesta inteligente de Jesús, el maestro de Nazaret, evidencia la pretensión
del cuestionamiento de su autoridad. Hoy
ocurre como ayer. Los cristianos, cuando
en nuestro modo de proceder actuamos como el Nazareno, tenemos la posibilidad
de neutralizar, de callar o evidenciar la intencionalidad de quienes cuestionan
el mensaje liberador del Evangelio. El mensaje del evangelio que dignifica la
condición humana y nos hace ser más plenos.
Cuando no reaccionamos con inteligencia y mansedumbre damos pie a que
otros muestren sus tesis tenebrosas.
San Juan de la Cruz,
presbítero y doctor de la Iglesia
Por el 1529 se casa
Gonzalo de Yepes con Catalina Alvarez. Fueron bendecidos con tres hijos:
Francisco, Luis y nuestro protagonista, el ínclito y dulce San Juan de la Cruz.
Nace en Fontiveros el 1542. Luis muere muy pronto. Francisco será terciario
carmelita y llevará una vida ejemplar.
Jugando de muy niño cae en
un pozo y «vio estando dentro, a una Señora muy hermosa, que le pedía la mano
alargándole la suya, y él no se la quería dar por no ensuciarla y estando en
esta ocasión llegó un labrador con una hijada que llevaba, la lanzó y sacó
fuera». Esta Señora, sabrá después este niño, era la Virgen María del Carmen
que cuidaba ya de su persona porque el día de mañana será carmelita y
perfeccionará su Orden del Carmen.
Queda huérfano de padre y
se ve obligado a emigrar con su madre y hermano por tierras de Medina. Asiste
al Colegio. Dice su hermano Francisco de él: «Juan diose tan buena maña a su
estudio, ayudándole en él nuestro Señor, que aprovechó mucho en poco tiempo».
Su madre para que gane
algo para la marcha de la casa, pues las cosas van muy escasas, le coloca en
varios trabajos manuales. Pero en todos fracasa. Se distrae. Está absorto. Le
pusieron como monaguillo y lo hacía a las mil maravillas. Los que le siguen de
cerca ya han descubierto su futuro: Vale mucho para los estudios que se le dan
muy bien, goza de una gran inteligencia y preciosa memoria y también sirve para
las cosas de la Iglesia... «Será un buen clérigo o fraile» dicen. Y no se
engañaron.
Un día, ni corto ni
perezoso, se dirige al Convento de los Carmelitas de aquella villa de Medina y
ruega al P. Prior, Ildefonso Ruiz, que lo acepte en su orden porque «quiere
consagrarse a Dios en la vida religiosa en la Orden de los Hermanos de la
Virgen María del Monte Carmelo». Así empieza su noviciado con el nombre de Fray
Juan de Santo Matía. El 1564 el P. Provincial, Ángel de Salazar, le recibe los
votos religiosos y pasa a estudiar al célebre Colegio de San Andrés de
Salamanca. Aquí se entrega de lleno a la vida de oración, de observancia y de
estudio. Es la admiración de todos. Si alguien habla algo menos correcto, o
está faltando, al verle llegar, dicen: «Callad, que viene Fray Juan».
A sus 25 años celebra, con
gran fervor, su Primera Misa. Con esta ocasión va a Medina y tiene un
providencial encuentro con la santa Madre Teresa de Jesús que acaba de fundar
allí su segundo palomarcito de la Virgen María. Ésta le habla de su reforma y
Juan de su deseo de mayor perfección. Quedan encantados. Después la santa Madre
dice a sus monjas: «Ya tengo fraile y medio para la Reforma». El entero era él,
el medio, el P. Antonio de Jesús Heredia.
Aquí empieza la nueva
etapa de la vida del P. Juan de la Cruz, como se llamará ya para siempre. Entra
a formar parte de la Reforma Descalza. Trabaja con ahínco para que el Carmelo
sea lo que debiera ser y ahora se halla un tanto alejado en algunos conventos.
Es nombrado Maestro de Novicios, Confesor de monjas, fundador de nuevos
conventos, consejero provincial... Por no cumplir con lo que dicen las Leyes de
entonces lo meten en la cárcel de Toledo. Hubo de sufrir mucho por parte de los
que no quieren la reforma y por los mismos hijos que él ha formado, porque les
llamó la atención cuando eran sus novicios. Los PP. Diego Evangelista y
Francisco Crisóstomo, entre otros, le harán cargar con la cruz que un día pidió
al Señor. Escribió obras inmortales: Cántico espiritual, Subida al
Monte Carmelo, Noche Obscura, Llama de amor, Avisos, Poesías, Cautelas,
Cartas... Es el «Místico Doctor». Lleno de méritos muere en Úbeda el
14 de diciembre de 1591.
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