miércoles, 23 de diciembre de 2015





24 de Diciembre – JUEVES –
IVª – Semana de Adviento
Santos Ascendientes de Jesús


      Evangelio: Lc. 1,67-79

      En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.»

1.- Este himno, en boca de un sacerdote judío y en vísperas del nacimiento de Jesús, expresa sin duda alguna un sentimiento que, en su contenido central, tendríamos que hacer nuestro, si es que de verdad queremos salir de la crisis tan profunda que estamos viviendo. Porque el sentimiento, del que aquí hablamos, representa la fuerza que se transforma, en cada uno de nosotros, en la “convicción” que más necesitamos en el momento histórico que estamos viviendo. Un momento de transformación histórica, que esta cambiando la historia, la sociedad y la vida entera.

2.- ¿Qué significa todo esto? ¿Qué nos viene a decir? Está claro que ni la economía, ni la política, ni la ciencia, ni la tecnología, es decir, los saberes humanos por sí mismos y por sí solos, no nos van a sacar de esta situación. Al contrario, la impresión que tenemos es que estamos metidos en una pendiente, cuesta abajo, que nos lleva a un precipicio sin fondo. ¿Dónde y cómo encontrar una “solución” (“salvación”)?

3.- Hay un hecho patente: ante grandes sectores de la población, lo de Dios y de la Religión cada día pinta menos y representa menos en nuestras vidas. Pues bien, estando así las cosas, lo que más necesitamos en este momento es “la fuerza de salvación” Lc.1,69. Es decir, una fuerza que sea capaz de reordenar la economía, la política, la administración de justicia, la cultura, la sanidad, las instituciones en genera. Está visto que, con el sistema que tenemos, no salimos adelante. La fuerza de Jesús, tal como se nos muestra y la palpamos en el Evangelio, es lo que nos podrá sacar adelante. A nosotros y, sobre todo, a los que se ven peor tratados por este sistema canalla.

Santos Ascendientes de Jesús

Conmemoración de todos los santos antepasados de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán, hijo de Adán, es decir, los padres que agradaron a Dios y fueron hallados justos, los cuales murieron en la fe sin haber recibido las promesas, pero percibiéndolas y saludándolas, y de los que nació Cristo según la carne, que es Dios bendito sobre todas las cosas y por todos los siglos.
Aunque en la noticia breve del Martirologio se mencionan a Adán, a Abraham y a David, la celebración de hoy no debe individualizar a ninguno de ellos; de hecho, Abraham tiene su conmemoración (el 9 de octubre), y David la propia (el 29 de diciembre). De lo que trata la memoria de hoy, más que de nombres individuales es de la pertenencia de Jesús a una tradición concreta, a una humanidad que no existe de otro modo más que en la forma de pueblos particulares, con costumbres particulares. Jesús nació en el seno del pueblo judío, y eso -nos dice el Evangelio y lo refresca la conmemoración de hoy- no es fruto de una casualidad histórica, sino un hecho de Providencia: la humanidad de Jesús viene preparada desde los primeros padres de la humanidad, desde los primeros padres del pueblo elegido, desde los primeros representantes del reinado de Dios en Israel.
Es verdad que las dos listas genealógicas de Jesús que nos muestra el Nuevo Testamento, la de San Mateo (1,1-17) y la de San Lucas (3,23-38), no concuerdan entre sí; mucho se ha escrito sobre ello -cosas atinadas y cosas que no- pero lo que no debemos perder de vista es que esas genealogías, más que pretender informarnos de una cadena genealógica en muchos aspectos imposible de rastrear, nos quieren enseñar, como evangelio que son, a dirigir nuestra mirada a la historia como «plan» de Dios, a que acostumbremos nuestra mirada a que incluso lo aparentemente casual, en realidad despliega en el mundo de manera inexorable una «intención de Dios», y que esa intención es siempre intención de salvación.


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