4 de
Diciembre - VIERNES –
Iª – Semana de
Adviento
San
Juan Damasceno, presbítero
Evangelio: Mt 9, 35-10, 1.6-8
En
aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en las
sinagogas, anunciando el evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y
todas las dolencias. Al ver las gentes se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas y abandonadas, “como ovejas que no tienen pastor”. Entonces dijo a
sus discípulos: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad,
pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. Llamó a sus doce discípulos y les dio
autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
A estos doce los envió con estas instrucciones: “Id a las ovejas descarriadas de
Israel. Id y proclamad diciendo que el Reino de los Cielos está cerca. Curad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis
recibido gratis, dad/o gratis”.
1. Lo más claro que hay en este
relato es que la actividad de Jesús, y la misión que encomendó a sus
discípulos, tuvo (y debe seguir teniendo) un eje indiscutible: la preocupación
central en la vida por el sufrimiento de enfermos y personas que sufren porque
se ven privadas de su dignidad y sus derechos. El relato hace mención de
“enfermedades y dolencias” (o equivalentes) tres veces (Mt 9, 35. 36; 10, 1).
2. Para comprender lo que esto
representa, hay que tener muy claro, ante todo, que una cosa es el hecho del
milagro; y otra cosa es el significado de ese relato (A. SuhI, U. Luz...).
Jesús no quebrantó la “ley natural”. Lo que quebrantó fue el “sufrimiento
humano” (H. G. Fritzsche, G. Ebeling). El error de la teología ha sido poner estos
relatos al servicio de la cristología y no al servicio de los que sufren en
este mundo. Y la Iglesia, fiel a semejante teología, ha llenado bibliotecas con
interminables discusiones sobre si los milagros son o no son históricos. Pero,
haciendo eso, no se ha centrado en lo que se centró Jesús: en remediar el
sufrimiento humano.
3. Lo más espantoso, que nos
apremia en este momento es: 1) La inseguridad en que vivimos. 2) La desigualdad
que nos va distanciando más y más a unos de otros. La seguridad social se
debilita. Crece la inseguridad social. La clase media se achica. Los ricos son
cada día más ricos. Como cada día hay más pobres. Los medicamentos, los
hospitales, la atención a los enfermos y personas limitadas está pasando,
rápidamente, de ser un “servicio” a ser un “negocio”. Que se lo pregunten a las empresas farmacéuticas
y los que se enriquecen a costa del sector de la salud. La Iglesia no es una ONG. Pero su “acción
caritativa” no remedia estos problemas. Si creemos en Jesús, en lo que hizo y
dijo, ¿por qué nos mantenemos al margen de estos problemas que dan tanto miedo?
San
Juan Damasceno, presbítero
(675-749)
Teólogo griego; Presbítero y
Doctor de la IglesiaFiesta: 4 de diciembre.
sobre la Natividad de la Virgen María,
de sus sermones.
Me llamaste,
Señor, para servir a tus hijos, oración, de su declaración de fe.
Nació en Damasco, en la segunda mitad
del siglo VII, en el seno de una familia cristiana. Gran conocedor de la
filosofía ingresó en el monasterio de San Sabas, próximo a Jerusalén, fue
ordenado sacerdote. Escribió numerosas obras teológicas sobre todo contra los
iconoclastas. Murió a mediados del siglo VIII.
Llamado Damasceno por ser de Damasco,
capital de Siria.
Llamado "Orador de Oro" por su
elocuencia. Gran poeta de la Iglesia del Este.
Nació de familia acomodada, su padre era
ministro en Damasco, pero Juan renunció a esa vida, repartió sus posesiones
entre los pobres y entro en el monasterio de San Sabas, cerca de
Jerusalén. Se dedicó al estudio y a escribir. Quería hacer llegar
los profundos tesoros de la fe a todo el mundo.
Cuando León el Isáurico, emperador de
Constantinopla, prohibió el culto a las imágenes, haciéndose eco de los
iconoclastas que acusaban a los católicos de adorar imágenes, San Juan
Damasceno se hizo portavoz de la ortodoxia enseñando la doctrina católica. No
adoramos imágenes sino que las veneramos.
Lo que es un libro para los que saben
leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al
oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que
no leen. -San Juan Damasceno
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