jueves, 17 de diciembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 18 de Diciembre - VIERNES – IIIª – Semana de Adviento Ntra. Sra. de la ESPERANZA


18 de Diciembre  - VIERNES –
IIIª – Semana de Adviento
Ntra.  Sra. de la ESPERANZA

EVANGELIO
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
Evangelio: Mateo 1, 18-24

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
- «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

 Hoy es día de esperanza.  Lejos de ser oscura araña de amanecer, es motivo de alegría, de certidumbre y seguridad.  La esperanza cristiana se fundamenta en Dios.  En su presencia entre nosotros. En su nacimiento.  Su nacimiento es precioso. Todo lo que rodea la llegada de Cristo al mundo es aleccionador. Nace de una mujer, María.  Desposada con José, nos muestra la importancia del cuidado de la familia.  Aceptado todo por José, nos enseña que los reparos que ponemos ante la voluntad de Dios es recomendable que sean desplazados, destruidos o silenciados si la razón procede de la confianza en el Señor.  La Virgen dará a luz para todos.  Para cada día.  Para cada circunstancia.


Ntra.  Sra. de la ESPERANZA

MARÍA, MODELO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD

María es modelo de las virtudes teologales, a lo largo de los evangelios podemos constatarlo.
Mujer de fe, María nunca dudo o desconfió de Dios; cuando el ángel le comunica la propuesta de ser la madre del Hijo de Dios, una situación bastante traumática,  la joven nazarena responde: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”(Cf. Lc  1, 38); cuando va a visitar a su prima Isabel, el saludo que escucha es: “¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!” ( Lc 1, 45); de esta manera se sitúa como sierva, iniciando un camino de fidelidad a Dios que luego se transparenta en diversos acontecimientos: el nacimiento de su Hijo en Belén, la salida a Egipto y el posterior regreso a Nazaret; la fe de María, cimentada en el amor al Padre, llega al punto crucial después de haber permanecido en silencio durante la vida pública de Jesús, cuando se encuentra con su muy amado Hijo en el camino al Calvario, ahí donde los discípulos lo han abandonado María permanece fiel.

Leemos entre los textos del Concilio Vaticano II: “la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (Lumen gentium, 58).

María sin duda estaba llena de esperanza, no solo de una forma personal-individual, sino que buscaba la esperanza para todos los hijos de Dios, por eso en el magníficat, canto de alabanza, adoración y confianza en Dios, inmersa en el Espíritu Santo, dice: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre” (Lc 1, 46-55).
María madre de Dios y madre nuestra, es sin duda, la mujer que espera solo en su Señor, a quien ha abierto su corazón en plenitud, en una entrega total con Aquel que la amó primero; el magníficat expresa una conexión íntima con Dios, pues ¿qué otra creatura puede entonar sin titubear un cántico de fe, esperanza y amor como María?

Es en este punto donde quisiera resaltar la figura de María como mujer de caridad. Toda su vida fue eso, amor, a Dios primeramente y después con su prójimo. En las bodas de Caná, atenta se percata de la escasez de los demás y pide a su Hijo que le ayude. Para ver en el otro su necesidad y socorrer es necesario primero amar, salir de nosotros mismos, dejar de pensar solo en mí, vaciarme de mis egoísmos y llenarme del amor Dios, abriéndole las puertas de mi corazón de par en par.

María, es por lo tanto ejemplo de virtud. Pidamos por su intercesión que cada día podamos acrecentar en nosotros estas tres virtudes, pero sobre todo la caridad, que de todas es la mayor. M. Esperanza nos lo recuerda diciendo: Yo quisiera que fuera este nuestro distintivo  entre todas las demás religiosas, amor, amor de unas con otras.

María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:


Santa María, Madre de Dios,
Tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
(Deus Caritas Est, 42)


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