10 de Diciembre – JUEVES –
IIª – Semana de Adviento
Sta. Eulalia de Mérida, virgen y
mártir
Evangelio: Mt 11, 11-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a la
gente: “Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que
él. Desde los días de Juan, el Bautista,
hasta ahora se hace violencia contra el Reino de Dios y gente violenta quiere
arrebatárselo. Los profetas y la ley han
profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal
que queráis admitirlo. El que tenga oídos que escuche”.
1. Sabemos que el Adviento es el tiempo que la
Iglesia dedica para que los cristianos nos preparemos ante la próxima e
inminente venida de Jesús. Concretamente, es el comienzo de su actividad,
que, desde el primer momento se centró en anunciar y explicar la llegada del Reinado
de Dios (Mc 1, 15; Mt 4, 17). Esto supuesto,
nos encontramos con un hecho: Juan Bautista es el punto final de una etapa, que
Jesús define como el tiempo de “la Ley y los Profetas” (Mr 11, 13; Lc 16, 16),
mientras que la del tiempo nuevo, que inicia el mismo Jesús, se define como la
etapa del “Reinado de Dios”.
2. Por tanto, hasta Juan Bautista, la gente encontraba
a Dios acudiendo al templo, observando la Ley y aceptando lo que mandaban los
Profetas. A partir de Juan Bautista, a
Dios se le encuentra viviendo de forma que sea Dios —el Dios que se revela en
Jesús y al que conocemos viviendo como vivió Jesús— el que reine y esté
presente en nuestras vidas. Dicho de
forma más sencilla: hasta Juan Bautista, a Dios se le encontraba en la “religión”.
A partir de Jesús, a Dios se le encuentra en la “vida”. En la forma de vida que el Evangelio de Jesús
nos indica y nos explica.
3. Pero ocurre que a este cambio, al paso de la
“religión” a la “vida”, se “le hace violencia” (Mt 11, 12; Lc 16, 16). Empezando por el propio Juan, que ya estaba en
la cárcel de Herodes esperando el degüello. Y siguiendo por los continuos conflictos que
llevaron a Jesús a la condena y al final más trágico. La gente prefiere religión a tener que vivir
siguiendo la forma de vida que nos trazó Jesús al explicar en qué consiste el
reinado de Dios. Si Dios reinara ahora mismo
en el mundo, el mundo no estaría como está. Por supuesto, no habría en la tierra tanto
sufrimiento, tanta desigualdad, tanta injusticia, tanta violencia. ¡Padre...,
venga a nosotros tu Reino!”.
Sta. Eulalia de Mérida, virgen y
mártir
Eulalia nació en Augusta Emerita (Mérida)
aproximadamente en el año 292. Algunas fuentes datan su vida más tarde, y ponen su martirio en el tiempo del emperador Traiano Decio (249-251). Era hija del senador romano Liberio y tanto ella como toda su familia eran cristianos.
aproximadamente en el año 292. Algunas fuentes datan su vida más tarde, y ponen su martirio en el tiempo del emperador Traiano Decio (249-251). Era hija del senador romano Liberio y tanto ella como toda su familia eran cristianos.
Cuando Eulalia cumplió los doce años apareció el
decreto del emperador Diocleciano
prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo y
mandándoles adorar a los ídolos paganos. La niña sintió un gran disgusto por
estas leyes tan injustas y se propuso protestar ante los delegados del
gobierno.
Viendo su madre y su padre que la joven podía correr
algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los
gobernantes, se la llevaron a vivir al campo, en una casa situada en las
orillas del arroyo Albarregas, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de
Mérida, según la tradición, el 10 de diciembre del año 304, tras una travesía
que, según sus biógrafos, estuvo llena de intercesiones milagrosas.
Eulalia se presentó ante el gobernador Daciano y le
protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y
prohibían a Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los
cristianos.
Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer
promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella
seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los
instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si
no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar
a Jesucristo. Y le dijo: "De todos estos sufrimientos te vas a librar si
le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los
altares de ellos". La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el
incienso y le dijo valientemente: "Al sólo Dios del cielo adoro; a Él
únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más".
Entonces el juez pagano mandó que la destrozaran
golpeándola con varillas de hierro y que sobre sus heridas colocaran antorchas
encendidas. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió
quemada y ahogada por el humo.
Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente
vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos
salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una
criatura inocente. La nieve cubrió el cadáver y el suelo de los alrededores,
hasta que varios días después llegaron unos cristianos y le dieron honrosa
sepultura al cuerpo de la joven mártir. Allí en el sitio de su sepultura se
levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio
que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan
valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.
El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que san
Agustín hizo sermones en honor de esta joven santa. Y en la muy antigua lista
de mártires de la Iglesia Católica, llamada "Martirologio romano",
hay esta frase: "el 10 de diciembre, se conmemora a Santa Eulalia, mártir
de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo".
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