7 de
Diciembre - LUNES –
IIª – Semana
de Adviento
“
SAN AMBROSIO”, obispo
Evangelio: Lc 5, 17-26
Sucedió que un
día estaba Jesús enseñando y estaban sentados unos fariseos y maestros de la
ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del
Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a
un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de él. No
encontrando por dónde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y,
separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante
de Jesús. Él, viendo la fe que tenían, dijo: “Hombre, tus pecados están
perdonados”. Los letrados y los fariseos
se pusieron a pensar: “¿ Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede
perdonar pecados más que Dios?” Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les
replicó: “¿ Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil: decir, “tus
pecados quedan perdonados” o decir: levántate y anda?” Pues para que veáis que
el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados... —dijo al
paralítico— a ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”
Él, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba
tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. Todos quedaron asombrados, y
daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor: “Hoy hemos visto cosas admirables”.
1. Este relato es (y será siempre) un quebradero
de cabeza, mientras no tengamos claro lo que es el “perdón de los pecados”. Cómo
nos representamos el pecado quienes creemos en él. El pecado es el mal que hacemos.
Pero ese mal nos lo podemos “representar” de tres maneras: 1) Como mancha. Y
eso es “magia”. 2) Como culpa. Y eso es un “sentimiento humano” que brota en nosotros
desde que nacemos, antes de conocer la moral o la religión, y es fruto del
amor, el odio y los consiguientes mecanismos de reparación (S. Freud, Melanie
Klein, Carlos Domínguez). 3) Como ofensa (Paul Ricoeur). ¿Qué decir de esto?
2. La magia no tiene nada que ver en nuestra
relación con Dios. La culpa es un sentimiento humano, que se produce en todo
ser humano normal. La ofensa del ser humano al Trascendente es imposible. Dice
santo Tomás de Aquino: “Dios no se siente ofendido por nosotros, si no es
porque actuamos contra nuestro propio bien” (Sum. cont. Gent., III, 122). 0
sea: solo puede ser pecado hacerle mal a alguien, ya sea uno mismo, ya sea otra
persona.
3. Por tanto, el pecado se perdona solamente
remediando (anulando) el mal que se le ha hecho al ofendido. No tiene sentido hacerle
mal a la mujer, al vecino, al trabajador..., y luego ir a pedir perdón a un sacerdote
del que pensamos que representa a Dios. Pero Jesús dijo: “para que veáis que
(yo) tengo poder para perdonar pecados, digo al paralítico... (estás curado)
(cf. Lc 5, 24). Jesús tenía poder para perdonar pecados porque remediaba el
sufrimiento humano. Esto es lo que más se parece al que alivia el mal o
sufrimiento que padece otro.
“
SAN AMBROSIO”, obispo
San
Ambrosio, (Tréveris, c. 340 - Milán, 397) fue un destacado arzobispo de Milán,
y un importante teólogo y orador. Es uno de los Padres de la Iglesia y uno de
los 33 doctores de la Iglesia Católica.
Hijo de un prefecto romano (Simmaco) de las Galias, Ambrosio
estudió letras y jurisprudencia en Roma y fue después secretario del prefecto
de la ciudad, Petronio Probo. A los 31 años de edad era ya él, a su vez,
prefecto de las provincias de Emilia y Liguria, con residencia en Milán. A
inicios de su carrera política fue elegido obispo de la diócesis milanesa, que
rigió hasta su muerte, acaecida en el año 397.
La leyenda cuenta que un día, cuando aún no sabía hablar,
estando en el jardín de la residencia de su padre en Tréveris, acudió un
enjambre de abejas a revolotear por su rostro, y que varias de ellas se
deslizaron, sin picarle, en el interior de su boca. Al verlo, exclamó el
prefecto: "Este niño va a ser algo grande". Con algo más de edad, el
niño veía que todos besaban cuando del obispo cuando éste visitaba su casa y él
presentaba también la suya a los criados y a su hermana, para que se la
besaran, diciendo: "¿No sabéis que también yo voy a ser obispo?". Y
cuando Petronio Probo le despedía al partir para tomar posesión de su cargo de
prefecto en Milán —nombramiento para el cual le había propuesto al emperador—,
le dijo: "Ve, hijo mío, y pórtate, no como juez, sino como obispo".
A los dos años de su prefectura en Milán, cuando apenas había
empezado a desarrollar su programa de gobierno, falleció el obispo y se planteó
el problema de la elección de sucesor, la cual, según la costumbre establecida,
debían hacer el clero y el pueblo. Hubo disputas y un día, mientras el clero
deliberaba en la parte superior de la basílica catedral, y el pueblo aguardaba
abajo la decisión con una actitud que fácilmente podían degenerar en motín, el
gobernador creyó deber suyo presentarse en medio de los fieles para hablarles y
tranquilizarles.
Apenas había terminado su exhortación, cuando se oyó una voz
infantil, que decía: "Ambrosio, obispo". "¡Ambrosio,
obispo!", empezó a gritar la muchedumbre. Y el clero se unió a la
aclamación general. El único que protestaba era el elegido y podía alegar una
razón magnífica. El Concilio de Nicea, en 325, había prohibido que los no
bautizados fuesen escogidos para el episcopado, y Ambrosio no estaba bautizado
todavía.
Los electores no cedieron. Se consultó al Papa, quien aprobó la
elección, suspendiendo la disposición de Nicea. Pero cuando los obispos
designados fueron en busca de Ambrosio, con el propósito de disponerlo y
consagrarlo, no lo encontraron en la ciudad; se había evadido al campo y sólo
por la traición de un amigo pudieron dar con su paradero.
Recibió el bautismo, la ordenación y la consagración en 374 y
seguidamente tomó posesión de su Sede.
El nuevo prelado demostró muy pronto que estaba a la altura de
su dignidad. Su vida, ya siempre sobria, se hizo ahora austera y penitente. Distribuyó
a los pobres todo su dinero y se trazó un programa pastoral vastísimo, al cual
se adaptó con gran actividad durante todo su pontificado. Uno de los rasgos más
característicos de su actuación fue siempre la caridad para con los pobres,
enfermos, moribundos, cautivos, viudas y huérfanos. Fundó hospitales y
albergues.
Más guerrero que intelectual fue el primer cristiano en
conseguir que se reconociera el poder de la iglesia por encima de la del
estado. Y desterró definitivamente en sucesivas confrontaciones a los paganos
de la vida política romana.
En el orden espiritual, lo primero que hizo fue perfeccionar su
cultura teológica y bíblica, bajo la guía personal o los escritos de maestros
como San Basilio, San Cirilo de Alejandría, San Gregorio Nacianceno, y otros eclesiásticos de su tiempo,
vivientes o ya difuntos, aparte del famoso sacerdote Simpliciano, que le
aleccionaba directamente y que había de ser su sucesor como Prelado de Milán.
Desde su juventud había sido Ambrosio hombre de relaciones
escogidas. Con San Basilio tuvo una especial comunicación y amistad. Desde su
juventud había sido Ambrosio hombre de relaciones escogidas. Ya en sus tiempos
de Roma frecuentó seguramente con San Jerónimo, con San Paulino de Nola, con
Santa Paula y sus hijas.
Como escritor, su obra más voluminosa es el comentario al
evangelio de San Lucas; otras obras son tratados sobre los sacramentos y sobre
la virginidad. Dejó también escritos contra los arrianos. Finalmente, compuso
para el rezo una serie de himnos solemnes, que se utilizan todavía en la
liturgia actual.
La situación de Ambrosio en Milán, su conocimiento de los
asuntos políticos y su autoridad de jurista, hacían de él un consejero técnico
para los emperadores en materia religiosa, en la cual éstos necesariamente
debían intervenir, pues desde que Constantino se había hecho protector de la
Iglesia, -y, con tal pretexto, una especie de obispo externo a la Jerarquía- no
podían desinteresarse de los conflictos que incesantemente se provocaban entre
cristianos y paganos, entre ortodoxos y arrianos.
Fallecido Valentiniano I en 375, quedaba heredero del Imperio su
hijo Graciano, de veinte años de edad. El otro hijo era un niño de cuatro, que
fue educado en Sirmio por su madre Justina. Ambrosio fue para ambos más que un
consejero político, un tutor, un confidente, un padre. Graciano se formó a su
lado, y favoreció la caída del paganismo como religión del Estado.
Al principio el reparto de poder entre cristianos y paganos
estaba más o menos en equilibrio con Graciano, emperador romano y cristiano
católico. A la muerte de Graciano (383), víctima de una sedición cantonal en
las Galias capitaneada por un usurpador llamado Máximo, Ambrosio, a súplicas de
Justina, se encaminó a Tréveris para parlamentar con él y calmar sus iras. Así
ganaba tiempo en favor del pequeño Valentiniano II cuyo trono se veía
amenazado. Gracias a la habilidad del Prelado obtuvo una especie de tregua que
podría resultar muy provechosa.
Al regresar de la embajada suponía que la emperatriz le estaría
agradecida. Pero ella sentía verdadera simpatía por los arrianos, y pidió al
obispo una basílica de la ciudad para ellos. La actitud de Ambrosio y su
creciente popularidad la hicieron desistir. Él se había encerrado con el pueblo
católico en la basílica, y contestó a los emisarios de Justina: "Mis bienes
son de la patria, pero lo que es de Dios no tengo derecho a entregarlo".
El pueblo se apiñó en torno a Ambrosio y le defendió. Y Justina
tuvo que doblegarse. No mucho tiempo más tarde la emperatriz falleció, pero la
lucha entre paganos, herejes y católicos se acentuó definitivamente.
La llamada guerra de las estatuas enfrentaba desde Constantino a
las diversas religiones con representación en el senado. En el 384, el partido
pagano aprovechó la debilidad de Valentiniano II para devolver la Estatua de la
Victoria al senado, lo que provocó la ira de Ambrosio.
Finalmente Ambrosio hizo declarar a Valentino II que los
emperadores tenían que estar a las órdenes de Dios al igual que los ciudadanos
tenían que estar a las órdenes del emperador como soldados.
A partir de aquí, Ambrosio consigue hacer efectiva una demanda
por la que la Iglesia ostenta un poder superior no solo al Estado Romano sino a
todos los estados. Estas ideas de la Iglesia como institución universal e
internacional por una parte y de control sobre los estados por otra permitiría
a la iglesia sobrevivir a la caída del Imperio.
Durante el reinado de Teodosio, éste habría ordenado a un obispo
local que sufragara los daños de la destrucción de una sinagoga a manos de los
cristianos. El emperador estaba dispuesto a acabar con esas prácticas
intimidatorias.
Ambrosio se opuso de nuevo, y consiguió del emperador que
declarara libre a la iglesia de tener que responder por tales cuestiones. Algo
que resulto muy pernicioso ya que dio vía libre para la persecución cristiana
de miles de paganos.
En el 393 el emperador Teodosio I prohibió los Juegos Olímpicos
por influencia de San Ambrosio, al considerarlos paganos.
Convirtió y bautizó a san
Agustín.
Creó nuevas formas litúrgicas y promovió el culto a las reliquias en Occidente.
Su fiesta se celebra el 7 de diciembre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario