3 de
Noviembre - JUEVES –
1ª Semana de
Adviento
SAN
FRANCISCO JAVIER, presbítero.
Evangelio: Mt 7, 21. 24-27
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “No todo el que me dice: “¡Señor, Señor!”
entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre
que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica
se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la
lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron sobre la casa;
pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas
palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que
edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia1 se salieron los ríos, soplaron los
vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente”.
1. Según el evangelio de Mateo,
estas palabras de Jesús son la conclusión final del sermón del monte. O sea,
así terminó el discurso (quizá) más importante de Jesús. Ahora bien, el eje de este texto está en la expresión
“poner en práctica” (Mt 7, 24) o, por el contrario, “no poner en práctica” (Mt
7, 26). 0 sea, lo decisivo, para Jesús, no es “lo que se cree”, sino “lo que se
hace”. En otras palabras, lo que más interesa no es la fe, sino la ética.
2. La supremacía de la conducta
sobre las creencias suele resultar intolerable o, al menos, parece escandalosa,
sospechosa o peligrosa para no pocos teólogos, hombres de Iglesia y personas
piadosas. Y no faltan quienes preguntan indignados: “Pero, ¿es que vamos a reducir
el cristianismo a una ética? A lo que habría que responder: “Entonces, ¿a qué
lo reducimos? ¿A la observancia de unos rituales y a la fidelidad a unas
devociones? Si la fe se entiende y se vive como mera “afirmación de unas
verdades” y no como “memoria peligrosa y subversiva” (J. B. Metz) que cuestiona
y rechaza un sistema de vida
y de sociedad plagado de injusticias y de corrupción, ¿para qué nos
sirve la fe a quienes vivimos en un mundo de sufrimientos y humillaciones que
aplastan a los débiles?
3. En los evangelios hay dos
palabras clave: 1) En los sinópticos, el término “karpos” = “fruto”. “Por sus
frutos los conoceréis” (Mt 7, 16). Como el árbol que no da fruto. Hay que
cortarlo, había dicho Juan Bautista (Mt 3, 10). Esto es poner la conducta como
señal que identifica al que acepta o rechaza a Jesús. 2) En el IV evangelio, el
término “erga” = “obras”. “Si no creéis en mí, creed en mis obras” (Jn. 10, 37-38).
Los “frutos” y las “obras” indican lo que vamos haciendo por la vida. Teniendo
muy presente que, tanto los “frutos” como las “obras”, se refieren siempre a
conductas y hechos en favor y en bien de otras personas. Nunca se refiere el
Evangelio, al utilizar esos términos, a observancias sagradas o devociones
piadosas. Lo que cambia el mundo no son los rituales, sino las conductas.
SAN
FRANCISCO JAVIER, presbítero.
(Francisco de Jasso y Azpilicueta; Castillo de
Javier, Navarra, 1506 - Isla de Sancián, China, 1552) Misionero español.
Mientras estudiaba filosofía y teología en París conoció a Ignacio de Loyola,
quien le reclutó para su proyecto de fundar una nueva orden: Francisco hizo sus
primeros votos en París (1534), se ordenó sacerdote en Venecia (1537) y
participó en la fundación de la Compañía de Jesús en Roma (1539). Desde
entonces se consagró a la actividad misionera: en 1541 fue enviado a la India
como legado pontificio, con la misión de evangelizar las tierras situadas al
este del cabo de Buena Esperanza, respondiendo a una petición de Juan III de
Portugal. Instalado en 1542 en Goa (capital de la India portuguesa), desplegó
una intensa actividad cuidando enfermos, visitando presos, predicando el
cristianismo, convirtiendo nativos, negociando con las autoridades locales y
defendiendo la justicia frente a los abusos de los colonos. Su apostolado se
extendió por el sur de la India, Ceilán, Malaca, las Islas Molucas y Japón.
Cuando se disponía a entrar en China para continuar su labor, murió de pulmonía
a las puertas de Cantón. Fue canonizado en 1622 y declarado patrono de las
misiones de la Iglesia católica.
Francisco
de Jasso era el hijo menor de Juan de Jasso y Atondo, presidente del Real
Consejo de Navarra, y de María de Azpilicueta y Aznárez, titular del señorío de
Javier, defensores de la causa de Juan de Albret frente a Fernando el Católico
en la guerra que determinó la anexión de Navarra a la Corona de Castilla
(1512-1515). Tras la muerte de su padre (1515) y la demolición de las torres y
murallas del castillo de Javier por orden del Cardenal Cisneros (1516) como
consecuencia del apoyo prestado por sus hermanos Juan y Miguel a la sublevación
en favor del rey navarro destronado, Francisco Javier se orientó hacia la
carrera eclesiástica y el cultivo de las humanidades, que estudió en Leyre y
Pamplona.
En
1525, probablemente ya adquirida la tonsura, se trasladó a París para completar
su formación; ingresó como interno en el Colegio de Santa Bárbara, donde trabó
amistad con Pedro Fabro e Ignacio de Loyola. En 1530 se graduó como maestro en
artes y pasó a ejercer la enseñanza de la filosofía con el cargo de catedrático
regente en el Colegio Dormans-Beauvais, a la vez que cursaba estudios de
teología. Con el propósito de adquirir prebendas eclesiásticas, solicitó en
1531 del cabildo de Pamplona la concesión de una canonjía, alegando su
condición de clérigo navarro y su titulación en artes.
Sin
embargo, su relación con Ignacio de Loyola, quien pretendía atraerle para el
proyecto de fundación de una nueva orden religiosa, así como su desagrado por
el ambiente universitario y la impresión que le causó la muerte de su madre y
de su hermana, acaecida por aquellas fechas, determinaron a Francisco Javier a
abandonar sus pretensiones de promoción dentro del estamento eclesiástico.
Junto con Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros, reunidos en la capilla
parisina de Montmartre, el 15 de agosto de 1534 hizo votos de castidad y
pobreza, de vida consagrada al apostolado y de peregrinar a Tierra Santa, o
bien, en el caso de que esto último no fuese posible, de ponerse a disposición
del papa.
En
1537 se trasladó a Venecia, donde se reunió con sus compañeros con el objeto de
viajar a Roma para obtener la bendición papal antes de iniciar su
peregrinación; durante su estancia en Venecia recibió noticia de la concesión
de la canonjía solicitada, a la que renunció, y del inicio de la guerra entre
Constantinopla y Venecia, lo que significaba el retraso indefinido del viaje a
Tierra Santa. Ordenado sacerdote el 24 de junio de ese año, se dedicó a la
predicación en Bolonia hasta su marcha a Roma (1538), donde Francisco Javier y
sus compañeros se entrevistaron con Paulo III y abandonaron definitivamente sus
propósitos de peregrinación.
Durante
su estancia en la Santa Sede gestionaron la fundación de una nueva orden
religiosa, la Compañía de Jesús, a la que el Papa concedió su aprobación verbal
en septiembre de 1539. Ese año Ignacio de
Loyola tuvo
noticia de que Juan III de Portugal solicitaba misioneros que marchasen a
evangelizar sus posesiones en las Indias Orientales y encomendó la tarea a
Francisco Javier, quien en marzo de 1540 partió a la corte portuguesa para
organizar la expedición, con el título de legado pontificio para todas las
tierras situadas al este del Cabo de Buena Esperanza.
Iniciado
el viaje en abril de 1541, arribó a Goa, capital de las posesiones portuguesas
en la India, trece meses después. Ejerció en esta ciudad una activa labor
evangelizadora, especialmente a partir de la fundación del colegio-seminario de
Santa Fe para sacerdotes nativos, y de dedicación a los enfermos y presos. En
septiembre de 1542 organizó una expedición misionera a la costa de Pesquería,
en el sureste de la India, para predicar la doctrina cristiana entre los
poblados parabas; estableció una comunidad cristiana y la dotó de un catecismo
en lengua indígena. Tras ello inició la evangelización de Travancor y Ceilán
(1544), Madras y Malaca (1545) y las Islas Molucas (1546-1547). Francisco
Javier administró el bautismo a miles de nativos, superó la oposición de los
brahmanes y estableció una asidua correspondencia con los miembros de la Compañía
de Jesús en Roma, cuyas noticias, a las que se unió su fama de taumaturgo,
dieron origen a numerosas vocaciones misioneras entre sus compañeros.
Tras
una nueva estancia en la India y en Malaca, dedicada a reorganizar las misiones
establecidas y a proveerlas de unas normas de funcionamiento, marchó a
evangelizar a Japón, adonde llegó en 1549; predicó durante dos años en
Kagoshima, Hirado, Yamaguchi y Bungo, estableciendo favorables contactos para
su labor con los daymios o gobernadores feudales japoneses, aunque la oposición
de los monjes budistas dificultó enormemente su actividad. Ante las escasas
conversiones logradas en Japón, se persuadió de que para obtener éxito en su
empresa era necesario evangelizar previamente China, puesto que consideraba que
los japoneses habían asimilado la cultura de este imperio y que, por tanto, el
ejemplo de la cristianización en China ejercería una influencia decisiva sobre
Japón.
Reclamado
por las comunidades misioneras de la India, regresó a Goa en 1551, donde inició
los trámites necesarios para organizar su pretendido viaje a China,
dificultados por la prohibición existente en este imperio sobre la entrada de
extranjeros en su territorio. Tras su nombramiento como provincial de la India,
que había sido constituida como provincia jesuítica independiente de Portugal,
partió rumbo a China con una embajada portuguesa en abril de 1552, pero tuvo
que detenerse en Malaca, donde permaneció dos meses intentando vencer la
resistencia que el gobernador Álvaro de Ataide opuso al proyecto.
Finalmente
reemprendió el viaje hasta llegar a la isla de Sancián, donde le sobrevino la
muerte antes de que llegara el junco chino que debía transportarlo a Cantón.
Sus restos fueron trasladados a Goa en 1554, donde su culto se extendió rápidamente.
A comienzos del siglo XVII se inició el proceso de su beatificación, proclamada
por Paulo V el 25 de octubre de 1619; nombrado patrón de Navarra en 1621, el 12
de marzo del año siguiente fue canonizado por Gregorio XV, juntamente con
Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola. Pío X le declaró patrono de la Sagrada
Congregación de Propaganda Fide en 1904, y Pío XI patrón de todas las misiones
en 1927. Su fiesta se celebra el 3 de diciembre.
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