9 de Diciembre
– MIÉRCOLES –
IIª – Semana de
Adviento
San Juan Diego Cuachtlatoatzin,
confesor
Evangelio: Mt 11, 28-30
En aquel tiempo exclamó Jesús y dijo:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad
con mi yugo y aprended de mi; que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
1. Jesús expresa su proyecto, su preocupación y
su tarea en forma de un llamamiento a todos los que van por la vida “cansados y
agobiados”. Y nos pide “a todos” que nos acerquemos a él. ¿Para qué? Para quitarnos
de encima el “yugo” (“zygos”) que pueda ser el motivo, la causa, de nuestro cansancio
o de nuestro agotamiento.
Jesús no viene
a imponer más cargas que las que ya nos impone la condición de este mundo, los
poderes del sistema dominante, las relaciones de unos con otros, la sociedad y
sus instituciones, las limitaciones y los avatares de la vida.
2. Así entendían lo del “yugo” (en sentido figurado)
en las culturas antiguas. El yugo iba asociado a la situación de los esclavos
(1 Tim 6, 1), en el sentido de personas privadas de libertad. Y es que el yugo
estaba asociado a la esclavitud (Sófocles, Ai 944; Platón, Ep. 8. 354 d; 1 Mac
8, 17 s. 31; Gal 5, 1) (W. Schenk). El Evangelio de Tomás (90. K. Aland, 527)
une el “yugo” a la “dominación”. Jesús llama a todos los esclavos del sistema
que nos han impuesto. Y los llama para liberarlos, el medio indispensable para
que puedan ser felices y personas con dignidad y derechos.
3. Lo que importa, en este momento, es que seamos
lúcidos. Y nos demos cuenta de que, en la sociedad actual, el poder ya no se
ejerce como se ejercía en las sociedades antiguas y medievales. Antiguamente,
los que mandaban ejercían un poder soberano, que era un poder de espada y
muerte. En las sociedades modernas, el poder que se ejerce es un poder
disciplinario, que no mata, sino que se impone por completo sobre la vida (M. Foucault).
Pero, tanto el poder soberano como el poder disciplinario tienen como finalidad
crear el “sujeto obediente”. Es el sujeto sometido al yugo del poder. Por eso,
lo que este evangelio nos enseña es que Jesús no vino a crear “sujetos
obedientes”, sino “sujetos solidarios”, sensibles al sufrimiento de los cargados
y agobiados. Para devolverles la dignidad, la libertad y la felicidad que se
les ha robado. Esto es lo esencial de la tarea que nos marca Jesús.
San Juan Diego Cuachtlatoatzin,
confesor
Según
la tradición católica, el santo Juan Diego
Cuauhtlatoatzin nació en 1474
en Cuauhtitlán, entonces reino de Texcoco,
perteneciente a la etnia de los chichimecas.
Su nombre era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua materna significaba
‘águila que habla’, o ‘el que habla con un águila’.
Ya
adulto y padre de familia, atraído por la doctrina de los padres franciscanos ―llegados
a México en 1524―, recibió el bautismo, donde recibió el nombre de Juan Diego,
y su esposa se llamó María Lucía. Se celebró también el matrimonio cristiano.
Su esposa falleció en 1529.
El
sábado 9 de diciembre de 1531, mientras se dirigía a pie a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac,
tuvo lugar la primera aparición de la Virgen María, que se le presentó como «la perfecta siempre virgen
santa María, madre del verdadero Dios». La Virgen le encargó que en su nombre
pidiese al obispo capitalino ―el franciscano Juan de Zumárraga― la construcción de una iglesia en el lugar de la
aparición. Como el obispo no aceptó la idea, Cuauhtlatoatzin volvió a ver a la
Virgen ese mismo día y ella le pidió que insistiese (segunda aparición).
Al
día siguiente, domingo 10, Cuauhtlatoatzin volvió a encontrar al prelado, quien
lo examinó en la doctrina cristiana y le pidió pruebas objetivas en
confirmación del prodigio. Ese mismo día tuvo lugar la tercera aparición en la
cual la Virgen María mandó entonces a Juan Diego que al día siguiente, lunes 11,
fuera a verla para que le diera la señal que haría que le creyera.
El
día lunes 11 Cuauhtlatoatzin no fue al Tepeyac porque halló a su tío Juan
Bernardino enfermo, su tío le pidió a Juan Diego que al día siguiente fuera a
Tlaltelolco en busca de un confesor, pues estaba seguro de que iba a morir.
Juan Diego obedeció y salió muy de mañana el día martes 12 de diciembre de
1931, pero recordando que la Virgen lo tenía citado y temeroso de que lo
entretuviera y no lo dejara ir en busca del confesor, quiso evitar su encuentro
y así, en vez de seguir, derecho su camino, subió por entre el Tepeyac y el
cerro al que estaba unido antes de que en estos últimos años se abriera la
carretera que pasa ahora en ese lugar, pensando rodear el Tepeyac por la ladera
que mira al oriente hasta llegar a donde ahora queda el frente de la Basílica y
tomar ahí el camino de Tlaltelolco.
Pero
no logró su propósito, porque al llegar al sitio donde se levanta ahora la
Capilla del Pocito, vio a la Señora del Cielo bajar de donde solía verla y
salirle al encuentro (cuarta aparición).
Juan
Diego al verla no se mostró admirado, ni trató de huirla, sino que con toda
sencillez le hizo saber que su tío estaba gravemente enfermo e iba en busca de
un confesor, después de lo cual iría con gusto a llevar el mensaje y la señal
que le dieron para el Señor Obispo.
A
esto respondió la Virgen María con estas palabras que debemos grabar muy
hondamente en nuestra memoria y en nuestro corazón:
"Oye
y ten entendido, hijo mío, el más pequeño, que es nada lo que te asusta y
aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad ni otra alguna
enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi
sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? No te apene,
ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá
de ella: está seguro de que ya sanó".
Estas
palabras produjeron en Juan Diego un gran consuelo, quedó contento y convencido
y sin ocuparse más en buscar un confesor para su tío, que en ese mismo punto y
hora quedó sanado de su enfermedad, le pidió le diera la señal y el mensaje
para llevarlos al Señor Obispo.
La
Virgen entonces le dijo que subiera a la cumbre del cerrito donde solía verlo y
que cortara las flores que allí encontraría, invitándole a subir hasta la cima
de la colina de Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. No obstante la
fría estación invernal y la aridez del lugar, Cuauhtlatoatzin encontró unas
flores muy hermosas. Una vez recogidas las colocó en su «tilma» y se las llevó
a la Virgen, que le mandó presentarlas al obispo como prueba de veracidad. Una
vez ante el obispo el santo abrió su «tilma» y dejó caer las flores mientras
que en el tejido apareció, inexplicablemente impresa, la imagen de laVirgen de
Guadalupe, que desde aquel momento se
convirtió en el corazón espiritual de la Iglesia en México.
Juan
Diego no volvió a su casa sino hasta el día siguiente, pues el Señor Obispo lo
detuvo un día más. Aquella mañana le dijo: "Ve a mostrarnos dónde es la
voluntad de la Señora del Cielo que se le erija su Templo".
Juan
Diego condujo a las personas que el Señor Obispo dispuso que lo acompañaran al
lugar en que se había aparecido la Virgen y en el que debería erigirse su
Santuario y pidió permiso de irse, pero no lo dejaron ir solo, sino que lo
acompañaron a su casa, al llegar a la cual vieron que su tío estaba
perfectamente sano; Juan Diego explicó a su tío el motivo por el que él llegaba
tan bien acompañado y le refirió las apariciones y que la Virgen le había dicho
que él estaba curado. El tío al oír el relato de su sobrino Juan Diego,
manifestó que ciertamente la misma Señora lo había sanado, puesto que a él
mismo se le había aparecido (quinta aparición) y añadió que le habla dicho que
dijera al Señor Obispo que era su voluntad se le llamara "La Siempre
Virgen Santa María de Guadalupe".
Con
el tiempo, Juan Diego, movido por una tierna y profunda devoción a la Madre de
Dios, dejó a los suyos, la casa, los bienes y su tierra y, con el permiso del
obispo, pasó a vivir en una pobre casa junto al templo de la «Señora del
Cielo». Su preocupación era la limpieza de la capilla y la acogida de los
peregrinos que visitaban el pequeño oratorio, hoy transformado en basílica,
símbolo elocuente de la devoción mariana de los mexicanos a la Virgen de
Guadalupe.
Juan
Diego Cuauhtlatoatzin, laico fiel a la gracia divina, gozó de tan alta estima
entre sus contemporáneos que estos acostumbraban decir a sus hijos: «Que Dios
os haga como Juan Diego».3
Cuauhtlatoatzin
murió en 1548, con fama de santidad. Su memoria, siempre unida al hecho de la
aparición de la Virgen de Guadalupe, atravesó los siglos, alcanzando la entera
América, Europa y Asia.
El
9 de abril de 1990, en Roma, ante el papa Juan Pablo II fue
promulgado el decreto De vitae sanctitate et de cultu ab immemorabili
tempore Servo Dei Ioanni Didaco praestito.
El
6 de mayo de 1990, en la Basílica de Guadalupe (México), Juan Pablo II presidió
la solemne beatificación de Cuauhtlatoatzin. En la homilía, el papa indicó cómo
«las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe
simple [...], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia
moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de
eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad».3 Juan Pablo II tituló
a Juan Diego Cuauhtlatoatzin «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac»―3
El
miércoles 31 de julio de 2002, Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue canonizado por el
propio Juan Pablo II en una celebración realizada en la ciudad de México,
durante uno de sus viajes apostólicos.
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