28 de agosto - Domingo
22º del Tiempo Ordinario - Ciclo C
San Agustín
Lectura del libro del
Eclesiástico (3,17-18.20.28-29):
Hijo mío, en tus asuntos procede
con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las
grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la
misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes. No corras a curar
la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala planta. El sabio
aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se
alegrará.
Sal 67,4-5ac.6-7ab.10-11
R/. Preparaste, oh
Dios, casa para los
pobres
· Los
justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor;
su nombre es el Señor. R/.
·
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los
desvalidos,
libera a los cautivos y los
enriquece. R/.
·
Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia
copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, oh Dios, preparó
para los pobres. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(12,18-19.22-24a):
Vosotros no os habéis acercado a
un monte tangible, a un fuego encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al
sonido de la trompeta; ni habéis oído aquella voz que el pueblo, al oírla,
pidió que no les siguiera hablando. Vosotros os habéis acercado al monte de
Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en
fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez
de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador
de la nueva alianza, Jesús.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (14,1.7-14):
Un sábado, entró Jesús en casa
de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando.
Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta
parábola:
«Cuando te conviden
a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a
otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te
dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último
puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube
más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque
todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Y dijo al que lo
había invitado:
«Cuando des una
comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los
justos.»
Banquete, enseñanza y consejo.
Cuenta Lucas que Jesús,
invitado a comer por un jefe de los fariseos, ve que la gente corre a ocupar
los primeros puestos en la mesa, y aprovecha la ocasión para dar una enseñanza
a los asistentes y un consejo al que lo ha invitado.
Primera
parte: una enseñanza
Cuando te conviden a una boda, no te
sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más
categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te
dirá: "Cédele el puesto a éste. "Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último
puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo,
sube más arriba."
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Estas palabras resultan desconcertantes en boca de Jesús: aconseja un
comportamiento puramente humano, una forma casi hipócrita de tener éxito
social. Por otra parte, la historieta no encaja en nuestra cultura, ya que
cuando nos invitan a una boda nos dicen desde el primer momento en qué mesa
debemos sentarnos. Pero hace veinte siglos, conseguir uno de los primeros
puestos era importante, no sólo por el prestigio social, sino también porque se
comía mejor. Marcial, el poeta satírico nacido en Calatayud el año 40, que
vivió parte de su vida en Roma, ironizó sobre esas tremendas diferencias.
Por consiguiente, lo que a nosotros puede parecer una historieta anticuada y
poco digna en boca de Jesús, reflejaba para los lectores antiguos una realidad
cotidiana divertida, que los llevaba, casi sin darse cuenta, a la gran
enseñanza final: Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que
se humilla será enaltecido. El uso de la voz pasiva (“será
humillado, será enaltecido”) es un modo de evitar nombrar a Dios, pero los
oyentes sabían muy bien el sentido de la frase: “Al que se enaltece, Dios los
humillará, al que se humille, Dios lo enaltecerá”. Naturalmente, ya no se trata
de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino una
actitud continua en la vida y ante Dios. Pocos capítulos más adelante, Lucas
propondrá en la parábola del fariseo y del publicano un ejemplo concreto, que
termina con la misma enseñanza.
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era
fariseo, el otro recaudador. El fariseo, en pie, oraba así en voz baja: Oh
Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones,
injustos, adúlteros, o como ese recaudador. Ayuno dos veces por semana y pago
diezmos de cuanto poseo. El recaudador, de pie y a distancia, ni siquiera
alzaba los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten
piedad de este pecador. Os digo que éste volvió a casa absuelto y el otro
no. Porque quien se enaltece será humillado,
quien se humilla será enaltecido” (Lucas 18,10-14).
En el Nuevo Testamento hay otros textos interesantes sobre la humildad. Me
limito a recordar un texto de san Pablo que propone a Jesús como modelo:
“No hagáis nada por ambición o
vanagloria, antes con humildad tened a los otros por mejores. Nadie busque su
interés, sino el de los demás. Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús,
el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios;
sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a
los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta
la muerte, una muerte en cruz” (Carta a los Filipenses 2,3-8).
Segunda
parte: un consejo
A continuación, dirigiéndose al que lo ha invitado, le dice:
‒ Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un
banquete, invita a pobres, lisiados,
cojos y ciegos; dichoso tú, porque no
pueden pagarte; te pagarán cuando
resuciten los justos.
Esta segunda intervención de Jesús resulta también atrevida y desconcertante.
Después de escucharla, no sería raro que el dueño de la casa le dijese: “Ya te
puedes estar yendo, que voy a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos”. Por
otra parte, el fariseo no tiene intención de cobrarle la comida.
Sin embargo, estas palabras, que parecen desentonar en el contexto, recuerdan
mucho a otras pronunciadas por Jesús a propósito de la limosna, la oración y el
ayuno (Mateo 6,1-18). El principio general es el mismo que en el evangelio de
Lucas: el que busca su recompensa en la tierra, no tendrá la recompensa de
Dios.
Guardaos de hacer las obras buenas en público para ser contemplados. De lo
contrariono
os recompensará vuestro Padre del cielo.
Cuando hagas limosna, no
hagas tocar la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas
y en las calles, para que los alabe la gente. Os aseguro que ya han recibido su
paga. Cuando tú hagas limosna, no sepa la izquierda lo que hace la derecha. De
ese modo tu limosna quedará oculta, y tu
Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
Cuando oréis, no
hagáis como los hipócritas, que aman rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas
para exhibirse a la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú
vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre en
secreto. Y tu Padre, que ve lo
escondido, te lo pagará.
Cuando ayunéis, no
pongáis mala cara como los hipócritas, que desfiguran la cara para hacer ver a
la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Cuando tú ayunes,
perfúmate la cabeza, y lávate la cara, de modo que tu ayuno no lo observen los
hombres, sino tu Padre, que está escondido; y tu Padre, que ve lo escondido, te lo pagará.
Primera
lectura (Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29)
Contiene cuatro consejos; los dos primeros empalman directamente con el tema
del evangelio.
- Hijo mío, en tus asuntos procede con
humildad y te querrán más que al hombre generoso.
- Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios; porque
es grande la misericordia de Dios, y revela sus secretos a los humildes.
- No corras a curar la herida del cínico, pues no tiene cura, es brote de mala
planta.
- El sabio
aprecia las sentencias de los sabios, el oído atento a la sabiduría se
alegrará.
San Agustín
San
Agustín nació en África del Norte en 354, hijo de Patricio y Santa Mónica. Él
tuvo un hermano y una hermana, y todos ellos recibieron una educación
cristiana. Su hermana llegó a ser abadesa de un convento y poco después de su
muerte San Agustín escribió una carta dirigida a su sucesora incluyendo
consejos acerca de la futura dirección de la congregación. Esta carta llego a
ser posteriormente la base para la “Regla de San Agustín”, en la cual San
Agustín es uno de los grandes fundadores de la vida religiosa.
Patricio, el padre de San Agustín
fue pagano hasta poco antes de su muerte, lo cual fue una respuesta a las
fervientes oraciones de su esposa, Santa Mónica, por su conversión. Ella
también oró mucho por la conversión de su entonces caprichoso hijo, San
Agustín. San Agustín dejó la escuela cuando tenía diez y seis años, y mientras
se encontraba en esta situación se sumergió en ideas paganas, en el teatro, en
su propio orgullo y en varios pecados de impureza. Cuando tenía diez y siete
años inició una relación con una joven con quien vivió fuera del matrimonio
durante aproximadamente catorce años. Aunque no estaban casados, ellos se
guardaban mutua fidelidad. Un niño
llamado Adeodatus nació de su unión, quien falleció cuando estaba próximo a los
veinte años. San Agustín enseñaba gramática y retórica en ese entonces, y era
muy admirado y exitoso. Desde los 19 hasta los 28 años, para el profundo pesar
de su madre, San Agustín perteneció a la secta herética de los Maniqueos. Entre
otras cosas, ellos creían en un Dios del bien y en un Dios del mal, y que solo
el espíritu del hombre era bueno, no el cuerpo, ni nada proveniente del mundo
material.
La conversión de San
Agustín
A
través de la poderosa intercesión de su madre Santa Mónica, la gracia triunfó
en la vida de San Agustín. El mismo comenzó a asistir y a ser profundamente
impactado por los sermones de San Ambrosio en el cristianismo. Asimismo, leyó
la historia de la conversión de un gran orador pagano, además de leer las
epístolas de San Pablo, lo cual tuvo un gran efecto en el para orientar su
corazón hacia la verdad de la fe Católica. Durante un largo tiempo, San Agustín
deseó ser puro, pero el mismo le manifestó a Dios, “Hazme puro … pero aún no”
(Confesiones, Capítulo 8). Un día cuando
San Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que lo ayudara con la
pureza, escuchó la voz de un niño cantándole: “Toma y lee; toma y lee”
(Confesiones, Capítulo 8). Con ello, el se sintió inspirado a abrir su Biblia
al azar, y leyó lo primero que llego a su vista. San Agustín leyó las palabras
de la carta de San Pablo a los Romanos capítulo 13:13-14: “nada de comilonas y borracheras; nada de
lujurias y desenfrenos … revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.” Este
acontecimiento marcó su vida, y a partir de ese momento en adelante el estuvo
firme en su resolución y pudo permanecer casto por el resto de su vida. Esto
sucedió en el año 386. Al año siguiente, 387, San Agustín fue bautizado en la
fe Católica. Poco después de su bautismo, su madre cayó muy enferma y falleció
poco después de cumplir 56 años, cuando San Agustín tenía 33. Ella le manifestó
a su hijo que no se preocupara acerca del lugar en donde sería enterrada, sino
que solo la recordara siempre que acudiera al altar de Dios. Estas fueron unas
palabras preciosas evocadas desde el corazón de una madre que tenía una
profunda fe y convicción.
Obispo de Hipona
Luego de la muerte de su madre, San
Agustín regresó al África. El no deseaba otra cosa sino la vida de un monje –
vivir un estilo de vida silencioso y monástico. Sin embargo, el Señor tenía otros
planes para el. Un día San Agustín fue a la ciudad de Hipona en Africa, y
asistió a una misa. El Obispo, Valerio, quien vio a San Agustín allí y tuvo
conocimiento de su reputación por su santidad, habló fervientemente sobre la
necesidad de un sacerdote que lo asistiera. La congregación comenzó de esa
manera a clamar por la ordenación de San Agustín. Sus plegarias pronto fueron
escuchadas. A pesar de las lágrimas de San Agustín, de su resistencia y de sus
ruegos en oposición a dicho pedido, el vio en todo esto la voluntad de Dios.
Luego dio lugar a su ordenación. Cinco años después fue nombrado Obispo, y
durante 34 años dirigió esta diócesis.
San Agustín brindó generosamente su tiempo y su talento para las
necesidades espirituales y temporales de su rebaño, muchos de los cuales eran
gente sencilla e ignorante. El mismo escribió constantemente para refutar las
enseñanzas de ese entonces, acudió a varios consejos de obispos en Africa y
viajó mucho a fin de predicar el Evangelio. Pronto surgió como una figura
destacada del cristianismo.
El
amor de San Agustín hacia la verdad a menudo lo llevo a controversias con
diversas herejías. Por ejemplo, las principales herejías contra las cuales
habló y escribió fueron las de los Maniqueos, de cuya secta había pertenecido
anteriormente; de los cismáticos Donatistas que se habían apartado de la
iglesia; y, durante los veinte años restantes de su vida, contra los
Pelagianos, que exageraban la función del libre albedrío para hacer caso omiso
a la función de la gracia en la salvación de la humanidad. San Agustín escribió
mucho acerca de la función de la gracia en nuestra salvación, y más adelante
obtuvo el título de doctor de la Iglesia especialmente debido a sus
intervenciones con los Pelagianos. En esta línea, el mismo escribió mucho
también acerca del pecado original y sus efectos, del bautismo de niños
pequeños y de la predestinación.
Escritos
San Agustín fue un escritor
prolífico, que escribió más de cien títulos separados. Según lo mencionado
anteriormente, San Agustín escribió su famosa autobiografía titulada
Confesiones. El mismo escribió además un
gran tratado durante un período de 16 años titulado Sobre la Trinidad,
meditando sobre este gran misterio de Dios casi diariamente. San Agustín
escribió además la Ciudad de Dios, que comenzaba como una simple y breve
respuesta a la acusación de los paganos de que el cristianismo era el
responsable de la caída de Roma.
Dicha obra fue escrita entre los años 413-426, y es una de las
mejores obras de apologética con respecto a las verdades de la fe Católica. En
ella, la ‘ciudad de Dios’ es la Iglesia Católica. La premisa es que los planes
de Dios tendrán resultado en la historia en la medida en que las fuerzas
organizadas del bien en esta ciudad derroten gradualmente a las fuerzas del
orden temporal que hacen la guerra a la voluntad de Dios. Una línea de este
libro se puede apreciar a continuación: “Por tanto dos ciudades han sido
construidas por dos amores: la ciudad terrenal por el amor del ego hasta la
exclusión de Dios; la ciudad celestial por el amor de Dios hasta la exclusión
del ego. Una se vanagloria en si mismo, la otra se gloría en el Señor. Una
busca la gloria del hombre, la otra encuentra su mayor gloria en el testimonio
de la conciencia de Dios” (Ciudad de Dios, Libro 14).
Conclusión de su vida
En
430 San Agustín se enfermó y falleció el 28 de agosto de ese mismo año. Su
cuerpo fue enterrado en Hipona, y fue trasladado posteriormente a Pavia,
Italia. San Agustín ha sido uno de los más grandes colaboradores de las nuevas
ideas en la historia de la Iglesia Católica. El es un ejemplo para todos
nosotros – un pecador que se hizo santo y que nos da esperanza a todos. San
Agustín es actualmente uno de los treinta y tres doctores de la Iglesia. Su
fiesta se celebra el 28 de agosto.