3 de agosto – miércoles –
18ª – Semana del T. O. – C
San Martin eremita.
En aquel tiempo Jesús salió y se retira al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
“Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija
tiene un demonio muy malo”.
Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
“Atiende la,
que viene detrás gritando”.
Él les contestó:
“Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”.
Ella lo alcanzó y se postró ante él, y le pidió de
rodillas:
“Señor, socórreme”.
Él le contestó:
“No está bien echar a los perros el pan de los
hijos”.
Pero ella respondió:
“Tienes razón, Señor, pero también los perros se
comen las migajas que caen de la mesa de los amos”.
Jesús le respondió:
“Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”.
En aquel momento quedó curada la hija.
1. Cualquiera comprende que este episodio, tal
como aquí se relata, deja a Jesús
en mal lugar. Por el trato despectivo que le da a la
mujer que pide la curación de su hija.
Eso mismo avala la veracidad del episodio. No se
iban a inventar los cristianos una historia humillante para Jesús.
2. Esto supuesto hay que tener en cuenta que:
1°) No sería
honesto quitar importancia a la dureza del comportamiento de Jesús cuando
encontró a la mujer. Los echos son los hechos.
2°) El episodio
sucedió, para un judío, en tierra de “infieles”.
3°) Jesús era un
israelita. Y los israelitas estaban convencidos de ser los “elegidos”
por Dios, lo que les hacía pensar que los favores
divinos eran, ante todo, para ellos.
4°) Probablemente
Jesús pensaba de la misma manera.
5°) Esto explicaría
la resistencia inicial de Jesús y sus duras palabras a la mujer “pagana”.
6°) Jesús era
humano y con las limitaciones que son consecuencias de la condición humana.
3. Dicho esto, el relato no rebaja la grandeza
de Jesús. Lo que aquí vemos es la
asombrosa humanidad de Jesús. Porque la mujer
cananea, que le pide la curación de su hija, es una madre que sufre mucho
porque mucho quiere a su hija.
Para aquella mujer,
lo más importante en la vida no era ni su patria, ni su religión, sino su
hija. Y en eso fue en lo que coincidió totalmente
con Jesús.
No podemos saber
con seguridad por qué Jesús le contestó a aquella mujer como relata este
evangelio. Lo que sabemos con certeza es que, para Jesús, el amor de una madre
es la fe de esa madre.
Ocurre aquí algo parecido a lo que
ocurrió con el criado del centurión (Mt 8, 5-13; Lc
7, 2-10; cf. Jn 4, 43-54), un pagano que tuvo tanta fe porque fue mucho lo que
amó al chico enfermo.
La conclusión es
clara: lo decisivo, para Jesús, no es la religión, sino la humanidad.
No “el ser humano”,
sino “ser humano”.
Es evidente que la
humanidad de aquella madre era enorme.
Martirologio Romano: En el monte Másico, de la Campania, san Martín,
que, llevando una vida solitaria, permaneció muchísimos años encerrado en una
estrechísima cueva. (500-580).
Su vida nos la relata san
Gregorio Magno. Nació en Roma (Italia) en el seno de una familia de la nobleza.
Muy joven se retiró a vivir como eremita a la montaña de Cassino. Allí estaba
cuando en el 529 lo encontró san Benito. Juntos ayunaron y oraron durante un
tiempo, pero su sistema de vida no era la misma. Mientras san Benito quería
unir a la oración y la penitencia también el apostolado entre los pastores y la
pobre gente que habitaban aquellos lares, Martín quería una vida solitaria,
eremita, dedicándola solamente a Dios. Así que de mutuo acuerdo se separaron.
Benito se quedó en Montecassino y san Martín se marchó a Monte Másico,
en Falerno, entre los condados de Carinola y Mondragón. Allí encontró un lugar
rocoso, donde construyó su celda, y todo el día lo pasaba en oración,
penitencia y contemplación, permaneciendo en contacto con san Benito. Para
vivir en mayor penitencia, se ató una cadena a un pie al que también puso un
cepo de piedra y así vivió durante tres años. San Benito le pidió que se deshiciera
de aquella penitencia, pues le bastaba estar encadenado a Cristo por amor,
Martín obedeció, aunque continuó con una vida de extrema mortificación.
Nuestro santo realizó varios milagros y su fama de santidad fue cada
vez mayor entre las gentes de los pueblos de los alrededores, que acudían a su
encuentro para pedirle oraciones y ser bendecidos por él. Esta admiración
popular conlleva el deseo de imitación que lleva a muchos jóvenes el deseo de
seguirlo. De este modo se forma una pequeña comunidad, para los cuales Martín
construye celdas y una iglesia para la oración común. Martín es nombrado Padre.
Abad de esta nueva comunidad que florece junto a él, en el Monte
Másico. Serán los monjes quienes los sostendrán en periodos de debilidad física
que lo llevarán a la muerte. Su cuerpo reposa en la catedral de Carinola. Es
patrono de la ciudad y diócesis de Carinola.
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