24 DE AGOSTO - MIÉRCOLES
21~ SEMANA DEL T.O.-C
San Bartolomé, apóstol
Evangelio
según san Mateo 23, 27-32
En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:
“¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que os
parecéis a los sepulcros encalados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por
dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera
parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crímenes.
¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas! que edificáis
sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos, diciendo:
“Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices
suyos en el asesinato de los profetas”.
Con esto atestiguáis en contra vuestra, que sois hijos de los
que asesinaron a los profetas.
¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!”.
1. Al
intentar conocer el alcance de estas acusaciones de Jesús, lo que interesa es
lo que quiso decir, no las expresiones que el redactor utilizó.
Por ejemplo, en la cultura judía no se
blanqueaba jamás un sepulcro. Para los judíos, blanquear una losa es una
impureza ritual (J. Abrahams, J. D. M. Derret).
Lo que Jesús quiso decir, sin duda es que
los escribas y fariseos eran hombres con buena apariencia externa, pero en su
interior eran en realidad malas personas.
El sistema eclesiástico fomenta que, a
veces, incluso personas de una gran bondad se vean obligadas a tener que llevar
alguna forma de “doble vida”.
Cuando se conocen los ambientes
religiosos y clericales por dentro”, puede uno quedarse asombrado.
2. El
hecho de recurrir a la imagen de los sepulcros da a entender que Jesús asocia estos
comportamientos religiosos con la muerte, con la descomposición de la muerte y
la podredumbre repugnante de la muerte.
Es posible que el redactor definitivo del
texto evangélico llegara a cargar las tintas de lo negativo. Pero eso mismo
está indicando el rechazo tan fuerte que el recuerdo de Jesús provocaba hacia
este tipo de conductas, que, con apariencia de religiosidad, en realidad
entrañaban —y siguen entrañando— una profunda descomposición humana.
3. Esta
descomposición supera todo límite cuando el hombre religioso, con mentalidad
farisaica, está tan ciego, que ni se conoce a sí mismo. Hasta el extremo de pensar
que él no hace mal a nadie, cuando en realidad es herencia de los asesinos que
mataron a los profetas de Dios.
El que vive ocultando su realidad a los
demás, termina ocultándosela a sí mismo. Seguramente esto explica el hecho de
que haya tanta gente de Iglesia, que está incapacitada para darse cuenta del
mal que hace.
El Evangelio, en este discurso, llega al
límite de las denuncias. Un límite que, a veces, supera todo lo imaginable.
Porque es el límite que marca el territorio de “la ciudad sin ley”. En Mt 7, 23 y en 13, 41, se utiliza el
término “anomia” que es el compendio de toda perversidad (J. E. DavisOfl). Si
en Mt 5, 20 se dice que la justicia de letrados y fariseos no es suficiente,
aquí se da un paso más, hasta llegar a la afirmación de que son “los verdaderos
portadores del mal” (Ulrich Luz).
San Bartolomé, apóstol
Bartolomé, también llamado
Nathanael, fue uno de los Apóstoles de Jesús. Su nombre (en griego
Βαρθολομαίος) procede del patronímico arameo bar-Tôlmay, "hijo de
Tôlmay" o "hijo de Ptolomeo". Es mencionado en los tres
evangelios sinópticos, siempre en compañía de Felipe (Mateo 10:3; Marcos 3:18;
Lucas 6:14).
En el Evangelio de Juan, donde no aparece con el nombre
de Bartolomé, se le ha identificado con Nathanael, que también es relacionado
siempre con Felipe. Louis Réau considera que su nombre procede de la unión de
bar (hijo) y Ptolomeo, siendo, por tanto, descendiente de la Dinastía
Ptolemaica, aunque esto no tiene ninguna base en el Nuevo Testamento; en todo
caso, hay que tener en cuenta que no era extraño para los galileos del siglo I
tomar nombres griegos, o bien asimilarlos a ellos. Santiago de la Vorágine añade acerca de su
figura que “se mantuvo ajeno al amor de las cosas en este mundo, vivió
pendiente de los amores celestiales y toda su vida permaneció apoyado en la
gracia y auxilio divino, no sosteniéndose en sus propios méritos sino sobre la
ayuda de Dios”.
Según
el Evangelio de Juan, Natanael fue uno de los discípulos a los que Jesús se
apareció en el Mar de Tiberiades después de su resurrección (Juan 21:2). A él
lo había llamado Jesús por mediación de Felipe (Juan 1:45). Juan es el único
evangelista que menciona a Natanael, y como en las listas de los evangelios
sinópticos el nombre de Felipe es seguido por el de Bartolomé, la tradición
asimiló a Bartolomé y a Natanael como uno solo.
Según los Hechos de los Apóstoles, Bartolomé fue uno de
los Doce, según (Mateo 10:3), (Marcos 3:18), (Lucas 6:14). Fue también testigo
de la ascensión de Jesús (Hechos 1:13).
Según una tradición recogida por Eusebio de Cesarea,
Bartolomé marchó a predicar el evangelio a la India, donde dejó una copia del
Evangelio de Mateo en arameo. La tradición armenia le atribuye también la
predicación del cristianismo en el país caucásico, junto a San Judas Tadeo.
Ambos son considerados santos patrones de la Iglesia Apostólica Armenia puesto
que fueron los primeros en fundar el cristianismo en Armenia.
Su martirio y muerte se atribuyen a Astiages, rey de
Armenia y hermano del rey Polimio a quien San Bartolomé había convertido al
cristianismo. Como los sacerdotes de los templos paganos, que se estaban
quedando sin seguidores, protestaron ante Astiages de la labor evangelizadora
de Bartolomé, Astiages mandó llamarlo y le ordenó que adorara a sus ídolos, tal
como había hecho con su hermano. Ante la negativa de Bartolomé, el rey ordenó
que fuera desollado vivo en su presencia hasta que renunciase a su Dios o
muriese.
En la Capilla Sixtina, pintada por Miguel Ángel, la piel
que tiene San Bartolomé en sus manos contiene un autorretrato del mismo autor,
detalle que no se descubrió hasta bien entrado el siglo XIX. En el colgajo de
piel se pueden distinguir con total nitidez las facciones del pintoɾ. Se dice
que Miguel Ángel pintó su cara en la piel despellejada del mártir como signo de
que él creía no merecer el Cielo, pues estaba atormentado.
Sus reliquias reposan en la iglesia de San Bartolomé en
la Isla Tiberina de la ciudad de Roma.
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