17 DE ABRIL –
LUNES DE LA OCTAVA DE
PASCUA
Evangelio según san Mateo
28, 8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a
toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a
anunciarlo a sus discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les
dijo:
"Alegraos".
Ellas se acercaron,
se postraron ante él y le abrazaron los pies.
Jesús les dijo:
"No tengáis
miedo: ida comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.
Mientras las mujeres
iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los
sumos sacerdotes lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un
acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:
"Decid que sus
discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si
eso llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de
apuros".
Ellos tomaron el dinero
y obraron conforme a las instrucciones. Y esa historia se ha ido difundiendo
entre los judíos hasta hoy".
1. Una de
las cosas que más llaman la atención, en los relatos de las apariciones del
Resucitado, es la presencia destacada que en estos relatos tienen las mujeres.
Ellas fueron las primeras para ir en busca de Jesús. Y a ellas fue
a quienes primero se apareció.
El Jesús resucitado se nos muestra aún más
humano que el Jesús terreno. En este relato hay
que distinguir dos cosas:
1) La experiencia fundamental, que tuvieron
aquellas mujeres, al constatar que Jesús no había sido derrotado y aniquilado
por la muerte, sino que, por el contrario, la había vencido.
2) La "historia" del soborno de los
guardias y la simplicidad del robo del cuerpo que supuestamente hicieron los
discípulos.
Lo primero es lo que interesa y en lo que el evangelio
de Mateo pone el acento. Lo del soborno de los guardias es seguramente una
vulgar leyenda que se difundió en aquellos años en algunas comunidades
cristianas.
2. Los
primeros testigos de la resurrección fueron mujeres. En este dato insisten los
evangelios (Mt 28, 1.5-10; Mc 16, 1-8; Lc 24, 10-11; Jn 20, 1-2). Señal clara
de que, entre las primeras comunidades de cristianos, se difundió la
noticia de que, efectivamente, la resurrección
de Jesús había puesto en evidencia la especial cercanía que las mujeres
tuvieron con él. Y la acogida que Jesús les dio siempre a las mujeres. Y aquí
es importante destacar que, si hoy esto nos llama la atención, en aquella
sociedad tenía que resultar mucho más chocante. Porque entonces, y concretamente
entre los judíos de entonces, la
mujer estaba especialmente marginada y, en no pocas
cosas, enteramente excluida.
3. Todo
esto nos indica, entre otras cosas, una que profundiza lo ya dicho:
Jesús, después de su resurrección, se
comportaba (o era experimentado) como un ser "más humano" que antes de
su muerte.
Precisamente cuando Jesús trasciende lo humano
y accede a la condición divina, entonces es cuando se muestra más humano, más
cercano, más entrañable.
¿Por qué?
Porque, en los criterios básicos del Evangelio,
está el principio según el cual "lo más
divino" se encuentra y se palpa en
"lo más humano".
Porque, en Jesús, Dios se ha humanizado. De
forma que en "lo humano" es donde vemos, tocamos y palpamos "lo
divino" (Jn 1, 18; 14, 9; 8, 56-58).
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