martes, 18 de abril de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 19 DE ABRIL – MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA



19 DE ABRIL –
MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA

Evangelio según san Lucas 24, 13-35

    Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
"¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:
    "¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?"
Él les preguntó:
"¿Q u é?"
Ellos le contestaron:
"Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo.
Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron”.
Entonces Jesús les dijo:
"¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!
¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?"
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
    Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo:
"Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída"
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.
A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?"
    Y, levantándose al momento se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
"Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón".
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

1.  La teología enseña que Jesús "resucitado" fue, por eso mismo, "divinizado", en cuanto que, según el testimonio de san Pablo, "fue constituido Hijo de Dios en plena fuerza a partir de la resurrección" (Rom 1, 4).
Esto es verdad. Pero no es toda la verdad. Porque lo cierto es que Jesús, precisamente porque mediante la resurrección "fue divinizado", por eso mismo "se hizo aún más humano". 
Esto no quiere decir que Dios quedó modificado, lo que sería un enorme disparate. Decir que "lo divino" se realiza en "lo humano" es una afirmación que se comprende si tenemos en cuenta que "lo humano", "químicamente puro", no existe.
Lo humano se da siempre mezclado con lo inhumano. De ahí que la plenitud de lo humano o lo que podríamos denominar "lo humano perfecto" podría considerarse como una buena expresión de la presencia de "lo divino" entre los humanos.

2.  Leyendo los relatos de las apariciones, se palpa enseguida que Jesús resucitado se muestra aún más humano que antes de morir. Su relación inmediata y tan acogedora con las mujeres, su búsqueda de los que se van desalentados y se alejan, su insistencia en darse a conocer en los momentos de las comidas, precisamente "al partir el pan", de forma que Pedro lo recuerda resucitado cuando "ha comido y bebido con él" (Hech 10, 41).
El Resucitado que lo primero que desea es la paz (Lc 24, 36); que al ser visto produce una inmensa alegría (in 20, 20), que no reprocha nada (el apéndice final de Mc 16 9-12 no es auténtico), que pregunta a Pedro si lo quiere más que nadie (in 21, 15-17) y que se muestra, así como necesitado de cariño.

3. ¿Qué significa todo esto? Significa que el Dios, que se nos ha revelado en Jesús, es el Dios encarnado, es decir, el "Dios humanizado".
A Dios no lo encontramos en "lo divino", sino en "lo humano".
Es decir, humanizándonos, haciéndonos cada vez más profundamente humanos. Lo que pasa es que el proceso de humanización es un proceso sin límites. Porque es el proceso de la bondad y del amor, del respeto, la estima y la tolerancia. Pero nada de eso tiene fin posible. Nunca seremos lo suficientemente humanos. Por eso, Jesús tuvo que ser "tan divino", para poder ser "tan humano".



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