29 DE ABRIL - SÁBADO
2ª - SEMANA DE PASCUA – A
Evangelio según san Juan 6, 16-21
Al oscurecer, los
discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia
Cafarnaúm. Era ya noche cerrada y todavía Jesús no los había alcanzado; soplaba
un viento fuerte y el lago se iba encrespando.
Habían remado unos cinco o
seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando
sobre el lago, y se asustaron. Pero él les dijo:
"Soy yo, no
temáis".
Querían recogerlo a bordo, pero la barca
tocó tierra enseguida, en el sitio a donde iban.
1. A primera vista, se tiene la impresión de que este
episodio, que pone a Jesús andando sobre el mar, es un incidente extraño que nada
tiene que ver ni con la multiplicación de los panes, que ha precedido, ni con
el discurso de la eucaristía, que viene a continuación. Sin embargo, se trata
de un hecho central para entender la profundidad del relato de los panes y de
la explicación de la eucaristía.
Este relato se ha conservado en dos versiones: Mc 6,
45-52 y Jn 6, 16-21. ¿Dónde está la clave para comprender este episodio y lo
que el IV evangelio quiere decir?
2. En ambas redacciones del mismo episodio, se repite
un dato: el "miedo" de los discípulos y la respuesta de Jesús a ese
miedo: "Soy yo, no temáis".
En ambos casos se utiliza el verbo "phobéomai",
que significa "tener miedo".
Se
trata del verbo que se utiliza para expresar el temor reverencial ante las manifestaciones
del poder, concretamente del poder divino, el "Mysterium tremendum"
(R. Otto).
Se pone así de manifiesto el anhelo de protección y auto-conservación
frente a los poderes superiores (H. Balz). Cosa que se repite en los evangelios
como reacción ante los hechos prodigiosos de Jesús (Mc 4,41; Lc 8, 25; Mt 8,27;
Jn 6, 19; Mc 14, 26; Lc 8, 35; Mt 9,8; Lc 5, 26...).
3. Ahora se comprende todo. La multiplicación de los
panes expresa que en Jesús se hace presente un poder que supera lo humano, lo
que lógicamente suscita el "miedo reverencial" ante la cercanía de un
poder que nos impresiona, nos inspira reverencia, quizá temor, ya que supera
todo lo humano.
Pero, al mismo tiempo, la afirmación de Jesús:
"Soy yo", se traduce en un mandato:
"No
tengáis miedo".
Jesús es la manifestación de "lo divino" en
"lo humano".
Cuando somos tan humanos, que nos comportamos en la
perfección de lo humano, se palpa entonces un poder que sobrepasa lo
humano. Eso fue la vida de Jesús. Pero,
al mismo tiempo, se encuentra una humanidad que nos tranquiliza, nos sosiega y
nos da paz.
Era necesario dejar constancia de este hecho, tan
profundo, para poder comprender cómo y por qué en la Eucaristía se funde lo más
humano (comer y beber) con lo más
divino (la cercanía de
Dios
que, en el lugar del miedo ante el Misterio, produce el sosiego y la paz que
nos une a los seres humanos).
SANTA CATALINA DE SIENA
Virgen y doctora de
la Iglesia
Santa Catalina de
Siena Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa "Pura") era la
menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en
entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la
primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una
calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le
sonreía, impartiéndole la bendición.
Su padre, tintorero
de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había
prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la
sometió a los servicios más humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente
en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.
Finalmente,
derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera
orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años.
Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los
menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En
la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de "la gran
mortandad", pereció más de la tercera parte de la población de Siena.
A su alrededor muchas
personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad
comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y
aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede
de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella
como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con
prudencia, inteligencia y eficacia.
Aunque analfabeta,
como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un
maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge las
experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para
hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas
una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con
vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más
ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua italiana.
Santa Catalina de
Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad
de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo
XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de
Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la
ciudad; es, además, patrona de Italia y protectora del pontificado.
El papa Pablo VI, en
1970, la proclamó doctora de la Iglesia.
Ella, Santa Teresa de
Ávila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este
título.
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