23 DE ABRIL - DOMINGO –
2ª – SEMANA DE PASCUA - A
Lectura del
libro de los Hechos de los apóstoles (2,42-47):
Los hermanos perseveraban en la enseñanza de
los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado, y los
apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y
tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos,
según la necesidad de cada uno.
Con perseverancia acudían a diario al templo
con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con
alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el
pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.
Salmo
117,2-4.13-15.22-24
R/. Dad
gracias al Señor porque es bueno,
porque es
eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pedro (1,3-9):
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor,
Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva;
para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo
a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para
una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.
Por ello os alegráis, aunque ahora sea
preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe,
más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego,
merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo
visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con
un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación
de vuestras almas.
Lectura del
santo evangelio según san Juan (20,19-31):
Al anochecer de aquel día, el primero de la
semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo
a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo,
no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los
clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su
costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los
discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se
puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae
tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído?
Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos
en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos
para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo,
tengáis vida en su nombre.
Una aparición muy peculiar.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son
peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren:
mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena,
María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María
Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y
en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde
lo han puesto»).
En Mc ven a un muchacho vestido de blanco
sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a
la tumba; en Lc, al cabo de un rato,
se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc
y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias
en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que
no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más
interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan 20,19-31).
Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: –Paz a vosotros…. para que creáis
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en
su nombre.
Las peculiaridades de este relato de
Juan
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que
se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada.
Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra
Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos
son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los
defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la
referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda
raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús
«paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom
alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es
tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también
en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que
Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a
los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el
lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta:
«alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen
a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os
dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis»
(Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús
les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y
especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas
y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la
realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos.
Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn);
los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas,
cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece
la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come
delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos
y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el
argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección.
Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las
pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se
hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo:
«Dichosos los que crean sin haber visto».
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste
con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los
discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más
tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En
cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante
la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os
llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros
sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas,
todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los
discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha
enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo
que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el
perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo
reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este
momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo
debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión
sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la
misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece
que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no
admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo
solicita.
Dos lecturas contra Tomás
Las dos primeras lecturas le quitan la razón a Tomás
cuando piensa que para creer hace falta una demostración personal y científica.
Las dos hablan de personas que creen en Jesús resucitado y viven de acuerdo con
esta fe sin pruebas de ningún tipo. La primera, de Hechos, ofrece un cuadro
espléndido, quizá demasiado idílico, de la primitiva comunidad cristiana. Que
en medio de numerosas críticas y persecuciones un grupo de gente sencilla desee
formarse en la enseñanza de los apóstoles, comparta la oración, los
sentimientos y los bienes, es algo que supera todo expectativa. Estas personas
creen, sin necesidad de prueba alguna, que Jesús ha resucitado y las salva.
Los hermanos
eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en
la fracción del pan y en las oraciones…
Los creyentes
vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y
lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno…
La segunda lectura ofrece en sus palabras
finales, las que indico en rojo, el mejor comentario a lo que dice Jesús a
Tomas:
Bendito sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza
viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está
reservada en el cielo….
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