10 DE ABRIL
LUNES SANTO
Evangelio
según san Juan 12,1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía
Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una
cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él en la mesa. María
tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los
pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del
perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos,
el que lo iba a entregar, dice: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por
trescientos denarios para dárselo a los pobres?"
(Esto lo dijo no
porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la
bolsa llevaba lo que iban echando).
Entonces Jesús dijo:
"Déjala: lo tenía guardado para el
día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero
a mí no siempre me tenéis".
1. Hay dos
maneras de relacionarse con la religión y, en general, con las experiencias
religiosas:
1) Para expresar, mediante gestos simbólicos y poéticos,
los sentimientos más hondos y más nobles del ser humano.
2) Para utilizar la religión (y las experiencias que
conlleva) en provecho propio.
La primera manera manifiesta la belleza de lo más
noble que hay en nosotros. La segunda pone en evidencia lo más detestable que tenemos
(y ocultamos) los mortales.
2. María,
perfumando los pies de Jesús con esencia de nardo, del bueno y del caro,
expresaba el amor más bello y más noble, el sentimiento más sublime, del que se
habla en la Biblia: los encantos del esposo y de la esposa (Cant 1, 12.
14;
5, 1. 5).
Judas, invocando la ayuda a los pobres, para disimular
su ambición por el dinero, pone al descubierto la bajeza vergonzosa del que se
sirve del sufrimiento humano para enriquecerse sin pudor.
3. Da pena
pensar cómo y hasta qué punto estas dos maneras de relacionarse con la religión
siguen teniendo actualidad.
La primera, la más noble y la más hermosa, la hemos
mezclado y hasta la hemos confundido con la relación puramente erótica. Y hemos
olvidado, no solo el Cantar de los Cantares y la espléndida experiencia mística
que en él se dibuja, sino hasta lo que ya intuyeron los griegos cuando, en las
Bacanales de Eurípides, el coro entona un himno al dios Dioniso en el que
"la felicidad de la bacanal" conduce a "poner las almas en
común" (M. Daraki).
La belleza y el goce nos unen a los humanos. Por el contrario, la seducción del dinero se disfraza
de ideas sociales (saqueando, por ejemplo, a cualquier ONG) o atesorando joyas
y vanidades en la ornamentación de sagrarios, altares y capillas, por poner
otro ejemplo.
¡Qué peligrosa es la religión!
El Evangelio, sin embargo, hace brotar en nosotros los
sentimientos de mayor humanidad. Lo que,
entre otras cosas, representa que el Evangelio hecho vida nos humaniza. Nos
hace profundamente humanos.
SAN MIGUEL DE LOS SANTOS
Nació en Vic (Cataluña), no lejos de
Barcelona, el 29 de septiembre de 1591, de Enrique Argemir y Margarita
Monserrada. Quedó huérfano de padre a la edad de once años. Sintiéndose llamado
a la vida religiosa, debió superar mucha oposición familiar antes de poder
realizar sus aspiraciones, y en agosto de 1603 es recibido en el convento de
los Trinitarios de Barcelona, donde tuvo de maestro al venerable Pablo Aznar.
Emitió la profesión religiosa el 30 de septiembre de 1607. Poco tiempo despùés
conocía la reforma realizada en la Orden de la Santísima Trinidad por san Juan
Bautista de la Concepción, y aprobada por el papa Clemente VIII en el año 1599,
y obtiene permiso de transferirse; repetido el noviciado, hizo la nueva
profesión entre los Trinitarios Descalzos.
En seguida se manifiestan en el joven
religioso fenómenos místicos. En la iglesia, en el coro, e incluso en el
refectorio, Miguel era preso imprevistamente del Espíritu del Señor y caía en
éxtasis. Una sola palabra, una simple mirada al crucifijo bastaba para
enajenarlo. Los superiores lo enviaron a Sevilla para hacerlo examinar por
sacerdotes, expertos conocedores de almas, y su juicio fue de lo más favorable.
Los superiores creían justamente que un religioso así, lleno de amor de Dios,
podría hacer un óptimo apostolado, tanto dentro como fuera del convento. Fue
primero elegido vicario del convento de Baeza y después superior de Valladolid,
donde en ese momento se encontraba la corte del Rey de España.
En Baeza Miguel consiguió muchas
conversiones. Su vida santa y los éxtasis daban a las palabras que él dirigía a
los estudiantes de la universidad, a los caballeros, y a los pecadores públicos
en el confesionario y el púlpito, el valor de un mensaje de Dios. En la corte
de Valladolid fue muy estimado, y favorito del rey Felipe III, el cual, con
toda su familia, lo consultaba ante problemas espirituales.
Murió el 10 de abril de 1625, a la edad de
treinta y tres años. El 8 de junio de 1862 -fiesta de Pentecostés aquel año-
fue canonizado por Pío IX junto con el grupo de mártires japoneses. Había realizado
los estudios en las célebres universidades de Baeza y Salamanca, bajo la
dirección de los más grandes teólogos; escribió también un tratado titulado «La
tranquilidad del alma», y un cántico espiritual en verso sobre la vía unitiva,
juzgados muy positivamente por maestros de espiritualidad y letras.
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