12 DE MAYO – SÁBADO
6ª – SEMANA DE
PASCUA – B
Santos PANCRACIO, NEREO Y
AQUILES
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (18,23-28):
Pasado algún tiempo en Antioquía, Pablo marchó y recorrió
sucesivamente Galacia y Frigia, animando a los discípulos.
Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre
elocuente y muy versado en las Escrituras. Lo habían instruido en el camino del
Señor y exponía con entusiasmo y exactitud lo referente a Jesús, aunque no
conocía más que el bautismo de Juan.
Apolo, pues,
se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y
Áquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de
Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los
discípulos de allí que lo recibieran bien. Una vez llegado, con la ayuda de la
gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía
vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús
es el Mesías.
Palabra de Dios
Salmo: 46,2-18-9.10
R/. Dios es el rey del mundo
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a
Dios con gritos de júbilo;
porque el
Señor altísimo es terrible,
emperador de
toda la tierra. R/.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con
maestría.
Dios reina
sobre las naciones,
Dios se
sienta en su trono sagrado. R/.
Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo
del Dios de Abrahán;
porque de
Dios son los grandes de la tierra,
y él es
excelso. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (16,23b-28):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: si pedís algo al Padre en mi nombre,
os lo dará.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis,
para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones;
viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del
Padre claramente.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre
por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y
creéis que yo salí de Dios.
Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy
al Padre».
Palabra del Señor
1.
Cuando se pide algo a alguien, si se tiene seguridad de que lo va a
conceder, es porque se tiene también una confianza que rebasa todos los
límites.
Por lo que dice Jesús, la confianza se basa en
dos cosas:
1) La petición va dirigida al Padre.
2) La petición se hace en nombre de Jesús.
Seguramente nunca hemos pensado en estas dos
condiciones que definen cómo tiene que ser la petición del cristiano.
2. Ante
todo, se le pide al Padre. Se sabe que los griegos, a Zeus le llamaban
"rey" por su poder, pero le
llamaban "padre" por su solicitud (Dión Crisóstomo,
Or.,
1, 40).
Pues bien, según Jesús, Dios ejerce su
soberanía, pero no como Rey, sino como Padre (G. Theyssen).
Jesús viene a decir que el Dios que él revela,
al
que
deja de llamarle "Dios" y le llama "Padre", no tiene más
soberanía que la que brota de su solicitud amorosa. El poder del Padre es su
amor. Porque "Dios es amor"
(1 Jn 4, 8. 16). Y en el Nuevo Testamento no hay más definición de Dios que
esa.
3. En
segundo lugar, la petición se hace en nombre de Jesús. "En nombre de
Jesús" solo se puede pedir lo que está de acuerdo con lo que vivió y
enseñó Jesús. Pedir, "en nombre de Jesús", éxitos, ganancias, poderes
y otros intereses semejantes,
- ¿no es un despropósito sin pies ni cabeza?
- ¿Por qué no pedimos, "en nombre de
Jesús", con insistencia y fe, que vivamos, individual y socialmente, según
el espíritu y la letra del Sermón del Monte?
Santos PANCRACIO, NEREO Y
AQUILES
San Nereo y Aquineo. Siglo I.
Estos dos
militares estaban al servicio de Flavia Domitila una de las primeras señoras de
Roma. El historiador Eusebio dice que esta noble dama era sobrina del Emperador
Domiciano y que el tal mandatario la envió al destierro, porque ella se había
declarado seguidora de Jesucristo. Con Domitila fueron enviados también al
destierro San Nereo y San Aquileo, porque proclamaban su fe en el Divino
Redentor.
Afirma San
Jerónimo que el destierro fue tan cruel y tan largo que les sirvió de martirio.
Después otro emperador mandó que les cortaran la cabeza y así tuvieron el honor
de derramar su sangre por proclamar su fe. El Papa San Dámaso escribió en el
año 400 la siguiente inscripción en la tumba de estos dos mártires: "Nereo
y Aquileo pertenecían al ejército del emperador. Pero se negaron a cumplir
ciertas órdenes que a ellos les parecían crueles. Al convertirse al
cristianismo abandonaron toda violencia y prefirieron tener que abandonar el
ejército antes que ser crueles con los demás. Proclamaron su amor a Cristo en
esta tierra y ahora gozan de la amistad de Cristo en la eternidad".
San Pancracio. Año 304.
El doce de
mayo se celebra también la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano de sólo
14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de Nuestro
Señor Jesucristo.
Dicen que
su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco de
la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño:
"Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres
tan valiente como lo fue tu padre".
Un día
Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le
preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el
jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de
Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión.
Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los
apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir
humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).
Al oír
esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre
martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy
bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre".
Como
Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que
deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a
la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo
llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de
Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y
muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente
joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta
el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus
creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar
donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente
proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar
este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo.
Al llegar
al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le
permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el
cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a
pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena
voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el
hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su
sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en
Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres
han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso
muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe
en Dios y su amor por Jesucristo.
San
Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de
perder su fe y sus buenas costumbres.
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