martes, 29 de mayo de 2018

PÁRATE UN MOMENTO: El Evangelio del dia 30 DE MAYO – MIÉRCOLES – 8ª – SEMANA DEL T. O. – B – SAN FERNANDO


30  DE MAYO  – MIÉRCOLES –
8ª – SEMANA  DEL T. O. – B –

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,18-25):
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza. Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos.
Palabra de Dios

Salmo:147,12-13.14-15.19-20

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,32-45):
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que seguían iban asustados.
Él tomó aparte otra vez a los Doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
Se le acercaron los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»
Les preguntó:
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron:
«Lo somos.»
Jesús les dijo:
 «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
Palabra del Señor

1.  Lo más fuerte que queda patente en este relato, es el contraste entre la conducta de Jesús y la conducta de los discípulos. Jesús va deprisa al fracaso y a la muerte. A los discípulos, mientras tanto, y estando, así las cosas, lo que les interesa y les preocupa es subir, asegurarse que ellos van a estar los primeros, que serán   los más importantes, para tener poder y mandar sobre los demás.
No puede ser mera casualidad que Marcos haya   organizado así el relato, uniendo la prisa de Jesús por llegar a la pasión, que le espera en Jerusalén, y la prisa de los discípulos por tener seguro un futuro de honor, poder y mando.
Este contraste brutal, indignante, escandaloso, está en el centro del Evangelio. Es el centro del Evangelio.
Este Evangelio en el que conocemos, por medio de
relatos breves, la "ontología" de Dios en la "ética" de Jesús.

2.  En la lectura y estudio de los evangelios, tenemos el peligro de que el árbol nos tape el bosque.    Analizamos cada palabra, cada frase, cada giro gramatical. Discutimos cada detalle, le damos la razón a un autor, se la quitamos a otro. Y, al final, nos quedamos sin saber dónde y en qué está el fondo del asunto y la enseñanza capital que Jesús nos dejó en cada relato y, sobre todo, en el conjunto del Evangelio.
Aquí, la cosa está clara: si Jesús es el que nos revela a Dios, el que nos da a conocer quién es Dios y cómo es Dios, lo que este relato nos dice es que Dios no es ni está en el poder y la gloria, sino en aquello y aquellos
que el orden de este mundo excluye: en lo débil, lo pobre, lo injustamente tratado, lo simplemente     humano. Ahí y así es dónde y cómo encontramos a
Dios, el Dios que nos reveló Jesús.

3.  Pues bien, siendo esto tan central y decisivo, la Iglesia -en muchos de sus dirigentes- ha tomado el camino de los Apóstoles y ha abandonado el camino que llevó a Jesús a la Pasión y a la muerte. Así las cosas, quienes leemos y queremos creer en el Evangelio no podemos seguir con los brazos cruzados. Si nos callamos o nos quedamos como estamos, nos hacemos cómplices del sufrimiento de las víctimas.

SAN  FERNANDO

Rey de Castilla y de León

 Santo seglar, que "no conoció el vicio ni el ocio", Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de san Luis IX, rey de Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran parte de España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.
En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más temo las maldiciones de una viejecita pobre de mí reino que a todos los moros del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta fuera llamada tierra de María Santísima.
La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad. Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos después de haberles dado sabios consejos.
Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de 1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la paz".
Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.
Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre de Alfonso el Sabio.

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