30 DE MAYO
– MIÉRCOLES –
8ª
– SEMANA DEL T. O. – B –
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (1,18-25):
Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil
recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a
precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes
de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por vuestro
bien. Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos
y le dio gloria, y así habéis puesto en Dios vuestra fe y vuestra esperanza.
Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis
llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e
intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino
de una inmortal, por medio de la palabra de Dios viva y duradera, porque «toda
carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor
se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre.» Y esa palabra es el
Evangelio que os anunciamos.
Palabra de Dios
Salmo:147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,32-45):
En aquel tiempo, los discípulos iban subiendo camino de
Jerusalén, y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban, y los que
seguían iban asustados.
Él tomó aparte otra vez a los Doce y se
puso a decirles lo que le iba a suceder:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y
el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas,
lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le
escupirán, lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará.»
Se le acercaron los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, y le dijeron:
«Maestro, queremos que hagas lo que te
vamos a pedir.»
Les preguntó:
Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a
tu derecha y otro a tu izquierda.»
Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de
beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo
me voy a bautizar?»
Contestaron:
«Lo somos.»
Jesús les dijo:
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os
bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.»
Los otros diez, al oír aquello, se
indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús, reuniéndolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como
jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros,
nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para
que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»
Palabra del Señor
1. Lo más fuerte que queda patente en este
relato, es el contraste entre la conducta de Jesús y la conducta de los
discípulos. Jesús va deprisa al fracaso y a la muerte. A los discípulos,
mientras tanto, y estando, así las cosas, lo que les interesa y les preocupa es
subir, asegurarse que ellos van a estar los primeros, que serán los más importantes, para tener poder y
mandar sobre los demás.
No puede ser mera casualidad que Marcos
haya organizado así el relato, uniendo
la prisa de Jesús por llegar a la pasión, que le espera en Jerusalén, y la
prisa de los discípulos por tener seguro un futuro de honor, poder y mando.
Este
contraste brutal, indignante, escandaloso, está en el centro del Evangelio. Es
el centro del Evangelio.
Este Evangelio en el que conocemos, por medio
de
relatos
breves, la "ontología" de Dios en la "ética" de Jesús.
2. En la
lectura y estudio de los evangelios, tenemos el peligro de que el árbol nos
tape el bosque. Analizamos cada
palabra, cada frase, cada giro gramatical. Discutimos cada detalle, le damos la
razón a un autor, se la quitamos a otro. Y, al final, nos quedamos sin saber
dónde y en qué está el fondo del asunto y la enseñanza capital que Jesús nos
dejó en cada relato y, sobre todo, en el conjunto del Evangelio.
Aquí, la cosa está clara: si Jesús es el que
nos revela a Dios, el que nos da a conocer quién es Dios y cómo es Dios, lo que
este relato nos dice es que Dios no es ni está en el poder y la gloria, sino en
aquello y aquellos
que
el orden de este mundo excluye: en lo débil, lo pobre, lo injustamente tratado,
lo simplemente humano. Ahí y así es
dónde y cómo encontramos a
Dios,
el Dios que nos reveló Jesús.
3. Pues
bien, siendo esto tan central y decisivo, la Iglesia -en muchos de sus
dirigentes- ha tomado el camino de los Apóstoles y ha abandonado el camino que
llevó a Jesús a la Pasión y a la muerte. Así las cosas, quienes leemos y
queremos creer en el Evangelio no podemos seguir con los brazos cruzados. Si
nos callamos o nos quedamos como estamos, nos hacemos cómplices del sufrimiento
de las víctimas.
SAN FERNANDO
Rey de Castilla y de León
Santo seglar, que "no conoció el vicio ni el
ocio", Fernando III -el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez
y Pelayo- nació en 1198; fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de
san Luis IX, rey de Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran parte de
España, unió las coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de
Úbeda, Córdoba, Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.
En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No
buscó su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino
verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y
elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de
Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones
divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de
las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más
temo las maldiciones de una viejecita pobre de mí reino que a todos los moros
del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la
que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta
fuera llamada tierra de María Santísima.
La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y
humildad. Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de
cenizas, recibió los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se
despidió de ellos después de haberles dado sabios consejos.
Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen
por alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que
sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió
luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de
1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo
afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los
hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la
paz".
Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a
nuestra Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.
Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo
sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el nombre
de Alfonso el Sabio.
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