31 DE MAYO – JUEVES –
8ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Lectura de la profecía de Sofonías (3,14-18):
Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo,
Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena,
ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y
ya no temerás. Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan
tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se
goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.»
Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.
Palabra de Dios
Salmo: Is 12,2-3.4bcd.5-6
R/. Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel
El Señor es mi Dios y salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R/.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R/.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.» R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,39-56):
En aquellos días, María se puso en camino
y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en
su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo
a voz en grito:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito
el fruto de tu vientre!
- ¿Quién soy yo para que me visite la
madre de mi Señor?
En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de
su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a
los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide
vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose
de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después
volvió a su casa.
Palabra del Señor
1.- Hoy,
al celebrar la fiesta de la Visitación de María, la liturgia nos propone meditar
el relato del evangelio de Lucas de la Visitación. En el pasaje podemos
destacar tres detalles: el viaje, el diálogo y la bendición.
La
espiritualidad del viaje.
María sale de su casa y emprende un viaje,
metáfora de todos los viajes del alma y de la vida misma. Contemplemos la
libertad de María. Tiene libertad para no aferrarse a su éxtasis contemplativo
de Nazaret y marchar deprisa a Ain-Karem para ayudar y servir. En su viaje
lleva consigo a Jesús en su corazón y en su seno.
Orígenes designó este andar, grávida de Dios
por los caminos del mundo, como imagen suprema de todo creyente: “Portare
Verbum” (In Exodium 10,3).
Es la misión de todo bautizado: Llevar a Aquel
que nos lleva a la humanidad entera, siendo uno con Él. María, con su hijo en
el seno, es al mismo tiempo una y también dos. Dos vidas distintas y al mismo
tiempo inseparables. Unidad y distinción. “Quiero ser uno contigo” es la
fórmula de extrema sobriedad y sugerencia con la que algunos monjes se entregan
a Dios. Es también nuestro anhelo. En su última expresión, vida cristiana es
ser una sola cosa con Él.
El
Espíritu de la comunicación.
Al encontrarse, María e Isabel se comprenden
antes de hablar. Las dos mujeres entraron en sintonía perfecta, en resonancia
recíproca, como las dos cuerdas de un laúd. - ¿Qué ocurrió allí? - ¿Cómo pudieron entenderse antes de que las
palabras se hicieran narración?
Tal es el milagro de la comunión: Los otros nos
permiten cruzar el umbral de sus secretos sólo si los miramos con ojos que
renuncian a competir o a seducir, si nos hemos sacudido el polvo del orgullo y
ofrecemos ternura sazonada. Así ocurrió con María e Isabel. El Espíritu de fecundidad que ambas reconocen
como gracia en su carne, se volvió en aquel momento Espíritu de comunicación, y
el prolongado silencio de dos mujeres estalló en doble canto.
La casa
de la bendición.
En el evangelio de Lucas las primeras palabras
que se dicen mutuamente dos seres humanos son las que se intercambiaron María e
Isabel.
En este primer diálogo entre personas, la
primera palabra de Isabel es una bendición: “Bendita tú entre las mujeres”.
La bendición de Isabel se extiende a todas las
hijas de Eva, a todas las madres del mundo, a toda la humanidad en femenino, a
todos los fragmentos de María esparcidos por el mundo y que se llaman
“mujer”. Eso fue profecía.
El primer paso para el encuentro con el
misterio y con el corazón del otro es bendecir, poder decirle: “Tú eres una
bendición de Dios para mí, tú eres un don de Dios”. Una casa donde no se
bendicen unos a otros está destinada a la tristeza,… porque sus inquilinos
tratarán de evitarse en lugar de sostenerse.
En este día somos invitados a la casa de María,
a “re-cordarla”, a llevarla a lo más nuestro de nosotros, corazón con Corazón.
Sea Ella siempre madre, maestra y modelo nuestro.
LA VISITACION DE LA VIRGEN MARIA
La Virgen María (después de la encarnación del Verbo en su seno,
visita a su prima Isabel que esperaba un niño (San Juan Bautista). Isabel
reconoce a la Virgen como "la madre de mi Señor".
Catequesis mariana Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996
En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia
de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría
a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre,
derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al
mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa
el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento.
Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la
resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones
materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20),
podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso
vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al
mundo el Salvador.
El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje
"con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región
montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple
indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva
descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los
pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia
salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de
este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así
también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que
difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente
significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf.
Lc 9, 51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de
la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la
obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se
ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de
todos los lugares y de todos los tiempos.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso
acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía
familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el
mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible:
"Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).
San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María,
saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita
en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de
Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el
Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría
mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz,
dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1,
41¬42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de
María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo
Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el
Mesías.
La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un
verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo
resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia
por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres"
indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el
hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor
constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor
venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel
reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en
el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1,
13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de
Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,
32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más
tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que
entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch
2, 34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a
apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada
creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo,
que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este
papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo
saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María
produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés,
confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está
destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.
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