4 DE MAYO
- VIERNES –
5ª – SEMANA
DE PASCUA – B
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (15,22-31):
En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia
acordaron elegir algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y
Bernabé. Eligieron a Judas, llamado Barsabá, y a Silas, miembros eminentes
entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta:
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de
Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado
de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus
palabras, desconcertando vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad,
elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres
que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos,
pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos
decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las
indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre,
de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de
todo esto. Saludos».
Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la
comunidad y entregaron la carta. Al leerla, se alegraron mucho por aquellas
palabras alentadoras.
Palabra de Dios
Salmo: 56,8-9.10-12
R/. Te daré gracias ante los pueblos, Señor
Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón
está firme.
Voy a cantar
y a tocar:
despierta,
gloria mía;
despertad,
cítara y arpa;
despertaré a
la aurora. R/.
Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para
ti ante las naciones:
por tu bondad,
que es más grande que los cielos;
por tu
fidelidad, que alcanza las nubes.
Elévate sobre
el cielo, Dios mío,
y llene la
tierra tu gloria. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,12-17):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he
amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo
he dado a conocer.
No sois
vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os
mando: que os améis unos a otros».
Palabra del Señor
1. Para
decirlo de la forma más sencilla, el amor se puede vivir como decisión o como
atracción.
El amor como decisión puede ser más
universal, hasta el extremo de amar incluso al enemigo.
Cuando el amor se vive así, gana en extensión,
pero no se vive como pasión o deseo. En todo caso, querer así a los demás
manifiesta grandeza de espíritu, nobleza y bondad. Este amor solo se puede vivir cuando para
ello hay una motivación que trasciende a la persona a quien queremos.
El amor como atracción es limitado y se vive
en la relación con personas concretas a las que nos sentimos vinculados por
razones de familia, amistad, simpatía o, sobre todo, deseo erótico.
2. El
mandamiento del amor, del que habla Jesús, se refiere al amor como
decisión. Pero es importante recordar
que la fidelidad al amor de atracción no
es
posible, a lo largo de la vida, si muchas veces no se superan los problemas de
convivencia por la fuerza y la firmeza de una decisión que quiere siempre el
bien del otro y, por tanto, quiere a la otra persona de forma que la relación
no degenere jamás en un amor posesivo o impositivo.
El amor es amor cuando se traduce en respeto,
aceptación, estima y libertad.
3. Así
fue el amor de Jesús. Nunca pretendió
poseer, ni dominar, ni aprovecharse.
Tuvo libertad para decirles a los discípulos los fallos en que caían.
Pero nunca les echó en cara nada. Ni les
pasó facturas. Y tuvo la delicadeza de tratarlos de tal forma que la noche de
la despedida, cuando dijo que uno le iba a traicionar, ninguno sospechó de
Judas. Y pasó por encima de los miedos y abandonos en que le dejaron al final.
Jesús quiso mucho a las mujeres: a mujeres que
eran bien vistas y a otras que tenían
mala fama. No sabemos que jamás fuese
posesivo con ninguna. Porque supo unir
el cariño al respeto y a la libertad.
Jesús, en fin, amó a los que nadie quiere, a
los lisiados, a los mendigos y vagabundos, a gentes de mala vida. Esto es lo
que nos mandó hacer a todos.
San José María Rubio Peralta
José María
Rubio y Peralta nació en Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, el mayor
de doce hermanos del matrimonio compuesto por don Francisco y doña Mercedes,
campesinos. De él dijo su abuelo materno, don Eugenio: “Yo me moriré, pero el
que viva verá que este niño será un hombre importante y que valdrá mucho para
Dios”. En su pueblo natal acudió a la escuela y después de las clases le
gustaba leer las vidas de santos. Con diez años un canónigo, José María, tío
suyo, le hizo estudiar en un Instituto de Bachillerato en la capital, pero,
viendo que tenía vocación sacerdotal, lo envió al seminario diocesano de
Almería. En 1879 se trasladó al seminario de San Cecilio en Granada, donde
terminó los estudios filosóficos, los cuatro de teología y dos de derecho
canónico, siendo alumno aventajado de otro canónigo, don Joaquín Torres, quien
al pasar a Madrid, se llevó consigo a José María. En 1887 lo inscribió en el
Seminario diocesano de la Inmaculada y de San Dámaso, de Madrid, que entonces
estaba en la calle de La Pasa, y el 24 de septiembre de este mismo año fue
ordenado sacerdote incardinado en esta diócesis. Celebró su primera Misa el 8
de octubre siguiente en la entonces catedral de San Isidro, en la capilla de la
Virgen del Buen Consejo.
El 1 de
noviembre de 1887 fue nombrado coadjutor de la parroquia de Chinchón (Madrid),
donde en tan solo nueve meses ya empezó a tener fama de santo, mientras
continuaba con dos cursos facultativos de Teología en el Seminario para obtener
en 1888 la Licenciatura en Teología en Toledo. También allí obtuvo la Licenciatura
en Derecho Canónico en 1897. Antes del amanecer ya estaba en la Iglesia orando
y dedicaba largas horas a la catequesis de niños. Impresionaba a todos por su
austeridad y pobreza y por su caridad con los más pobres.
El 24 de
septiembre de 1889 fue trasladado de administrador parroquial a Estremera
(Madrid) caracterizándose en su apostolado parroquial por compaginar su vida de
oración con la atención a los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los
demás. Se dejó convencer para presentarse a unas oposiciones de canónigo en
Madrid, que perdió, y a consecuencia de eso fue nombrado profesor de Latín,
Filosofía y Teología pastoral en el Seminario madrileño y por ello tuvo que
trasladarse a la capital de España.
Fue
nombrado notario del obispado y más tarde encargado del registro. Se le designó
también capellán de las religiosas Bernardas y como tal permaneció durante
trece años; este cargo le facilitaba entregarse a un intenso apostolado que
sería la característica principal de toda su vida: atendía a muchísimas
personas en el sacramento de la penitencia como excelente confesor, daba
catequesis a niñas pobres, en las “escuelas dominicales”, se dedicaba a los
“traperos”, “parados” y a los llamados “golfos” y a la vez dirigía
continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba muchas noches en
oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que habla con
alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron para
siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y las tumbas de
Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.
Siendo
sacerdote diocesano secular, tenía una gran admiración por la Compañía de
Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de afición”. Toda su vida se centraba en
“cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de octubre de 1906 entró en el noviciado
de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo sus primeros votos el 12 de octubre de
1908 y permaneció otro año en Granada para profundizar en sus estudios
teológicos mientras a la vez predicaba misiones populares y daba tandas de
ejercicios espirituales. Seguidamente trabajó en obras apostólicas en la
residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo la Congregación mariana de jóvenes,
la Comunión reparadora de los militares, el Apostolado de la Oración, las Conferencias
de San Vicente de Paúl y una escuela vespertina para obreros. Atendía también
el confesionario de la iglesia y la predicación a los miembros de la Adoración
nocturna. Era exigente pero siempre con dulzura. “Se cazan más moscas con una
gota de miel que con un barril de vinagre”, decía con gracia. En septiembre de
ese año se trasladó a Manresa (Barcelona) para su “tercer año de probación”
desde donde fue destinado a Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus
votos perpetuos.
Desde
entonces Madrid fue el campo de su intenso apostolado. Vivía en la residencia
jesuítica de la calle de La Flor y era buscado y requerido por todo el mundo.
Con sotana y roquete, la cabeza ligeramente inclinada, destellaba tal bondad
que atraída sobrenaturalmente. Aunque no hablaba retóricamente como otros
oradores, sin embargo, sus sermones atraían a la gente y convencía porque vivía
lo que predicaba. Repetía como lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que
Dios hace”. Organizó, predicó y atendió personalmente a distintas misiones
populares en pueblos pequeños de Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos,
pero eso no le impidió dedicarse a promover obras de apostolado que hicieran
bien a cuanta más gente pudiera, por eso su fama de santidad era extraordinaria
en todo el Madrid de su tiempo. Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e
incluso fue sometido a un registro policial acusado de crear un nuevo instituto
religioso. Cuando los superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de
tan buena forma diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de
Dios”. Cuando le removieron de su cargo de director de las Marías de los
Sagrarios y de un Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No
me cuesta obedecer”.
Mientras
tanto, había que permanecer más de tres horas en la fila para confesarse con
él. Atendía a todos por igual y por orden, lo mismo a marquesas que a pobres.
Gozaba de dones místicos e incluso de gracias especiales sobrenaturales, como
el don de profecía y de videncia. Comprobaron estar a la vez y a la misma hora
en el confesionario y visitando a un enfermo.
Escuchaba
íntimamente llamadas de socorro a distancia y hasta el aviso de una madre
fallecida para ir a atender a su hijo incrédulo. Un día de carnaval, un grupo
de comparsa le había preparado una trampa, llamándolo a una casa de citas para
administrar los últimos sacramentos a un enfermo. Uno de ellos, en la cama se
hacía pasar por moribundo para que se rieran los demás y dar ocasión de
fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión “ridícula”. Al entrar él en el
prostíbulo con intención de atender al enfermo, descubrió que estaba realmente
muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel grupo se hicieron religiosos poco
después.
La
Ventilla. Ejerció su ministerio pastoral con una dimensión social en los
suburbios más pobres de Madrid, singularmente en el de La Ventilla, donde los
movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera. Fundó escuelas,
predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos cristianos que morirían
mártires durante la persecución religiosa en España.
Su
testamento, en una charla a las “Marías de los Sagrarios”, fue el de exhortar a
realizar una “liga secreta” de personas que vivieran la perfección en medio del
mundo, promoviendo así una forma de consagración que más tarde se concretaría
en los institutos seculares. Presintió su propia muerte y hasta llegó a
despedirse de sus amigos. A finales de abril de 1929, viéndolo debilitado por
su intenso trabajo y por su dolorosa enfermedad, los superiores lo
transfirieron al noviciado de Aranjuez para que reposara. Allí, después de
haber roto por humildad sus apuntes espirituales, decía:
“Señor, si quieres llevarme ahora, estoy preparado”. “Abandono,
abandono”.
A los tres días después de su llegada, el 2 de mayo de 1929, en
una butaca dijo:
“Ahora me voy” y expiró por una angina de pecho. En todo Madrid
no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un santo!”. Miles de personas
asistieron a su funeral y entierro. Sus restos fueron inhumados en el
cementerio del mismo noviciado, pero en 1953 fueron trasladados a la nueva Casa
Profesa de Madrid.
Fue
beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985, sus
reliquias están en una Casa de la Compañía, en el claustro junto a la iglesia
parroquial del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja, Maldonado, nº 1, y su
memoria litúrgica se viene celebrando el 4 de mayo.
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