27 DE MAYO – DOMINGO –
LA SANTISIMA TRINIDAD
Lectura del libro del Deuteronomio 4,32-34.39-40
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido,
desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: - ¿hubo jamás, desde
un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; - ¿se oyó cosa
semejante?; - ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; - ¿algún Dios intentó
jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos,
prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores,
como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante
vuestros ojos?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único
Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda
los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y
tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu
Dios, te da para siempre.
Palabra de Dios
Salmo: 32
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus
acciones son leales;
él ama la
justicia y el derecho,
y su
misericordia llena la tierra. //R
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de
su boca, sus ejércitos,
porque él lo
dijo, y existió,
él lo mandó,
y surgió. //R
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que
esperan en su misericordia,
para librar
sus vidas de la muerte
y reanimarlos
en tiempo de hambre. //R
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro
auxilio y escudo;
que tu
misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo
esperamos de ti. //R
Lectura de la carta a los Romanos 8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de
Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el
temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!»
(Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que
somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él
glorificados.
Palabra de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte
que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor
FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
El año litúrgico comienza
con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al
mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de
Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el
domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos
preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad. Esta
fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la
instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a
grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo.
Cambiando el orden de las lecturas subrayo la relación especial de cada una de
ellas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios Padre
(Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)
Como es lógico, un texto
del Deuteronomio, escrito varios siglos antes de Jesús, no puede hablar de la
Trinidad, se limita a hablar de Dios. Su autor pretende inculcar en los
israelitas tres actitudes:
1) Admiración ante lo que
el Señor ha hecho por ellos, revelándose en el Sinaí y liberándolos previamente
de la esclavitud egipcia.
2) Reconocimiento de que
Yahvé es el único Dios, no hay otro; cosa que parece normal en un mundo como el
nuestro, con tres grandes religiones monoteístas, pero que suponía una gran
novedad en aquel tiempo. Este mensaje sigue siendo de enorme actualidad, ya que
todos corremos el peligro de crearnos falsos dioses (poder, dinero, etc.).
3) Fidelidad a sus
preceptos, que no son una carga insoportable, sino el único modo de conseguir
la felicidad.
Dios Hijo (Mateo
28, 16-20)
El texto del evangelio, el
más claro de todo el Nuevo Testamento en la formulación de la Trinidad, pero al
mismo tiempo pone de especial relieve la importancia de Jesús.
A lo largo de su evangelio,
Mateo ha presentado a Jesús como el nuevo Moisés, muy superior a él. El
contraste más fuerte se advierte comparando el final de Moisés y el de Jesús.
Moisés muere solo, en lo alto del monte, y el autor del Deuteronomio entona su
elogio fúnebre: no ha habido otro profeta como Moisés, «con quien el Señor
trataba cara a cara, ni semejante a él en los signos y prodigios…» Pero ha
muerto, y lo único que pueden hacer los israelitas es llorarlo durante treinta
días.
Jesús, en cambio,
precisamente después de su muerte es cuando adquiere pleno poder en cielo y
tierra, y puede garantizar a los discípulos que estará con ellos hasta el fin
del mundo. A diferencia de los israelitas, los discípulos no tienen que llorar
a Jesús sino lanzarse a la misión para hacer nuevos discípulos de todo el
mundo. ¿Cómo se lleva a cabo esta tarea? Bautizando y enseñando. Bautizar en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo equivale a consagrar a esa
persona a la Trinidad. Igual que al poner nuestro nombre en un libro indicamos
que es nuestro, al bautizar en el nombre de la Trinidad indicamos que esa
persona le pertenece por completo.
En la primera lectura, Dios
exigía a los israelitas: «guarda los preceptos y mandamientos que yo te
prescribo»; en el evangelio, Jesús subraya la importancia de «guardar todo
lo que os he mandado».
Dios Espíritu
Santo (Romanos 8, 14-17)
La formulación no
es tan clara como en el evangelio, pero Pablo menciona expresamente al Espíritu
de Dios, al Padre, y a Cristo. No lo hace de forma abstracta, como la teología
posterior, sino poniendo de relieve la relación de cada una de las tres
personas con nosotros.
Lo que se subraya del Padre
no es que sea Padre de Jesús, sino Padre de cada uno de nosotros, porque nos
adopta como hijos.
Lo que se dice del Espíritu
Santo no es que «procede del Padre y del Hijo por generación intelectual», sino
que nos libra del miedo a Dios, de sentirnos ante él como esclavos, y nos hace
gritarle con entusiasmo: «Abba» (papá).
Y del Hijo no se exalta su
relación con el Padre y el Espíritu, sino su relación con nosotros: «coherederos
con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados».
Reflexión
final
La fiesta de la Trinidad
provoca en muchos cristianos la sensación de enfrentarse a un misterio
insoluble, no es la que más atrae del calendario litúrgico. Sin embargo, cuando
se escuchan estas tres lecturas la perspectiva cambia.
El Deuteronomio nos invita
a recordar los beneficios de Dios, empezando por el más grande de todos: su
revelación como único Dios. (Esto no debemos interpretarlo como una condena o
infravaloración de otras religiones).
El evangelio nos
recuerda el bautismo, por el que pasamos a pertenecer a Dios.
La carta a los Romanos nos
ofrece una visión mucho más personal y humana de la Trinidad.
Finalmente, las tres
lecturas insisten en el compromiso personal con estas verdades. La Trinidad no
es solo un misterio que se estudia en el catecismo o la Facultad de Teología.
Implica observar lo que Jesús nos ha enseñado, y unirnos a él en el sufrimiento
y la gloria.
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