12 DE AGOSTO - MIÉRCOLES –
19ª – SEMANA DEL T. O. – A –
Stª. Juana Francisca de Chantal
Lectura
de la profecía de Ezequiel (9,1-7;10,18-22):
Oí al Señor llamar en voz alta:
«Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal.»
Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la
que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre vestido de lino,
con los avios de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron junto al
altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín
en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo.
Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y
le dijo el Señor:
«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se
lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.»
A los otros les dijo en mi presencia:
«Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin compasión y sin piedad. A
viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero
a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario.» Y empezaron
por los ancianos que estaban frente al templo.
Luego les dijo:
«Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por
la ciudad.»
Luego la gloria del Señor salió, levantándose del umbral del templo, y se
colocó sobre los querubines. Vi a los querubines levantar las alas, remontarse
del suelo, sin separarse de las ruedas, y salir. Y se detuvieron junto a la
puerta oriental de la casa del Señor; mientras tanto, la gloria del Dios de
Israel sobresalía por encima de ellos. Eran los seres vivientes que yo había
visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar, y me di cuenta de que
eran querubines. Tenían cuatro rostros y cuatro alas cada uno, y una especie de
brazos humanos debajo de las alas, y su fisonomía era la de los rostros que yo
había contemplado a orillas del río Quebar. Caminaban de frente.
Palabra de Dios
Salmo:
112,1-2.3-4.5-6
R/.
La gloria del Señor se eleva sobre el cielo
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.
De la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los
pueblos,
su gloria sobre el cielo. R/.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar al cielo y a la
tierra? R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (18,15-20):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que
todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace
caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro,
además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos.»
Palabra del Señor
1. Cuando
Jesús dice: "Si tu hermano peca", no se refiere a cualquier clase de
posible pecado, sino que habla del pecado "contra ti" (eís sé). Es
decir, la traducción exacta debe ser: "Si tu hermano te ofende". Se
trata, pues, del enfrentamiento entre los miembros de la comunidad cristiana.
La cuestión, que aquí
plantea el evangelio de Mateo, no se refiere a un concepto de pecado genérico y
abstracto, sino al pecado, tal como de hecho existe, que es el acto que hace
daño a alguien.
Porque a Dios directamente,
nosotros los mortales, no
podemos ofenderlo, como ya dijo Tomás de Aquino (Sum. contra gent. 122).
El pecado es siempre pecado
"contra alguien", contra otro ser humano.
Hacer daño a alguien, sea
como sea, eso es pecar.
2. Si el pecado es
ofender a otro, el perdón del pecado tiene que realizarse mediante la
reconciliación con el otro. Jesús afirma, en este sentido e inmediatamente,
"lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en
la tierra quedará desatado en el cielo".
Aquí ya no se trata, como
en Mt 16, 19, de decisiones doctrinales, sino que se trata del perdón de la
ofensa. Ese perdón se lo conceden los miembros de la comunidad unos a otros.
"Los discípulos, al perdonar o retener, atan al cielo, es decir, a Dios,
no solo ahora sino también en sus sentencias del juicio final" (Ulrich
Luz).
3. La solución, que Jesús
le da al problema del perdón de los pecados, es la más lógica y razonable. No
tiene sentido que un hombre ofenda a su mujer, y luego vaya a pedirle perdón a
un sacerdote. La idea de Jesús es que, quien busca sinceramente el perdón,
tiene que pedirlo a la persona ofendida. Y así, en todo cuanto es pecado, es
decir, en todo cuanto es hacer daño a alguien, ofender a alguien.
Los confesores y sus
confesionarios pueden convertirse en justificantes engañosos de perdones que
nunca se conceden. Pero ocurre que, al pasar por el confesionario, ese
ceremonial crea una falsa conciencia de perdón que, en realidad, no se produce.
Dios no puede perdonar y reconciliar a los que no se han perdonado y
reconciliado.
4. Nunca deberíamos
olvidar que el pecado ha sido utilizado por la Iglesia como un instrumento
directamente relacionado con el miedo (al infierno, a que Dios castigue al
pecador, a posibles desgracias, a verse menospreciado socialmente...).
El "miedo de
Occidente" es uno de los grandes temas que ha estudiado la historia de la
Edad Media (I Delumeau, J. M. Laboa). Pero, por otra parte, el miedo ha
sido, a su vez, el gran instrumento del poder de los "hombres de la
religión". Un poder que se ha ejercido mediante el sacramento de la
penitencia, en el que la confesión de los pecados ha tenido una fuerza de sometimiento
de lo más íntimo de cada creyente al poder sacerdotal.
Sin duda, Jesús no pensó en
semejante cosa. Ni ese poder clerical, ni ese instrumento de sumisión, tienen
fundamento en el Evangelio de Jesús. Son tradiciones que introdujo el tiempo y
los intereses clericales.
Por más que la confesión
haya dado paz a tantas personas y siga ayudando a no poca gente.
Stª. Juana Francisca de Chantal
Santa
Juana Francisca Fremiot nació en Dijon, Francia, el 23 de enero, de 1572, nueve
años después de finalizado el Concilio de Trento. De esta manera, estaba
destinada a ser uno de los grandes santos que el Señor levantó para defender y
renovar a la Iglesia después del caos causado por la división de los
protestantes. Santa Juana fue contemporánea de S. Carlos Borromeo de Italia, de
Sta. Teresa de Ávila y S. Juan de la Cruz de España, de S. Juan Eudes y de sus
compatriotas, el Cardenal de Berulle, el Padre Olier y sus dos renombrados directores
espirituales, San Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. En el mundo
secular, fue contemporánea de Catalina de Medici, del Rey Luis XIII, Richelieu,
Mary Stuart, la Reina Isabel y Shakespeare. Murió en Moulins el 13 de
diciembre, de 1641.
Su
madre murió cuando tenía tan solo dieciocho meses de vida. Su padre, hombre
distinguido, de recia personalidad y una gran fe, se convirtió así en la mayor
influencia de su niñez. A los veintiún años se casó con el Barón Christophe de
Rabutin-Chantal, de quien tuvo seis hijos. Dos de ellos murieron en la temprana
niñez. Un varón y tres niñas sobrevivieron. Tras siete años de matrimonio
ideal, su esposo murió en un accidente de cacería. Ella educó a sus hijos
cristianamente.
En
el otoño de 1602, el suegro de Juana la forzó a vivir en su castillo de
Monthelon, amenazándola con desheredar a sus hijos si se rehusaba. Ella pasó
unos siete años bajo su errática y dominante custodia, aguantando malos tratos
y humillaciones. En 1604, en una visita a su padre, conoció a San Francisco de
Sales. Con esto comenzó un nuevo capítulo en su vida.
Bajo
la brillante dirección espiritual de San Francisco de Sales, nuestra Santa
creció en sabiduría espiritual y auténtica santidad. Trabajando juntos,
fundaron la Orden de la Visitación de Annecy en 1610. Su plan al principio fue
el de establecer un instituto religioso muy práctico algo similar al de las
Hijas de la Caridad, de S. V. de Paúl. No obstante, bajo el consejo enérgico e
incluso imperativo del Cardenal de Marquemont de Lyons, los santos se vieron
obligados a renunciar al cuidado de los enfermos, de los pobres y de los presos
y otros apostolados para establecer una vida de claustro riguroso. El título
oficial de la Orden fue la Visitación de Santa María.
Sabemos
que cuando la Santa, bajo la guía espiritual de S. Francisco de Sales, tomó la
decisión de dedicarse por completo a Dios y a la vida religiosa, repartió sus
joyas valiosas y sus pertenencias entre sus allegados y seres queridos con
abandono amoroso. De allí en adelante, estos preciosos regalos se conocieron
como "las Joyas de nuestra Santa." Gracias a Dios que ella dejó para
la posteridad joyas aún más preciosas de sabiduría espiritual y edificación
religiosa.
A diferencia
de Sta. Teresa de Ávila y de otros santos, Juana no escribió sus exhortaciones,
conferencias e instrucciones, sino que fueron anotadas y entregadas a la
posteridad gracias a muchas monjas fieles y admiradoras de su Orden.
Uno
de los factores providenciales en la vida de Sta. Juana fue el hecho de que su
vida espiritual fuera dirigida por dos de los más grandes santos todas las
épocas, S. Francisco de Sales y S. Vicente de Paúl. Todos los escritos de la
Santa revelan la inspiración del Espíritu Santo y de estos grandiosos hombres.
Ellos, a su vez, deben haberla guiado a los escritos de otros grandes santos,
ya que vemos que ella les indicaba a sus Maestras de Novicias que se aseguraran
de que los escritos de Sta. Teresa de Ávila se leyeran y estudiaran en los
Noviciados de la Orden.
Santa
Juana fue una auténtica contemplativa. Al igual que Sta. Brígida de Suecia y
otros místicos, era una persona muy activa, llena de múltiples proyectos para
la gloria de Dios y la santificación de las almas. Estableció no menos de
ochenta y seis casas de la Orden. Se estima que escribió no menos de once mil
cartas, que son verdaderas gemas de profunda espiritualidad. Más de dos mil de
éstas se conservan todavía. La fundación de tantas casas en tan pocos años, la
forzó a viajar mucho, cuando los viajes eran un verdadero trabajo.
Sta.
Juana le escribió muchas cartas a S. Francisco de Sales, en búsqueda de guía
espiritual. Desafortunadamente, después de la muerte de S. Francisco la mayoría
de las cartas le fueron devueltas a Sta. Juana por uno de los miembros de la
familia de Sales. Como era de esperarse, ella las destruyó, a causa de su
naturaleza personal sagrada. De este modo, el mundo quedó privado de lo que
pudo haber sido una de las mejores colecciones de escritos espirituales de esta
naturaleza.
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