12 - DE SEPTIEMBRE –DOMINGO
– 24ª – SEMANA DEL T. O. – B –
Dulce Nombre de María
Lectura del libro de Isaías (50,5-9a):
El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi
barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por
eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo
que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra
mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque.
Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?
Palabra de Dios
Salmo: 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
R/. Caminaré en presencia del Señor en el
país de la vida.
Amo al Señor, porque escucha mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R/.
Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida.» R/.
El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó. R/.
Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida. R/.
Lectura de la carta del apóstol Santiago
(2,14-18):
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe,
si no tiene obras?
¿Es que esa fe lo podrá salvar?
Supongamos que un hermano o una
hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les
dice:
«Dios os ampare; abrigaos y llenaos
el estómago», y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?
Esto pasa con la fe: si no tiene
obras, por sí sola está muerta.
Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo
tengo obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Marcos (8,27-35):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las
aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus díscípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros,
Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente
decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer
mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas,
ser ejecutado y resucitar a los tres días.»
Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y
se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a
Pedro:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú
piensas como los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus
discípulos, y les dijo:
«El que quiera venirse conmigo, que
se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera
salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio
la salvará.»
Palabra del Señor
Encuesta, examen teórico y ejercicio
práctico
La encuesta
Cesarea de Felipe, junto a las
fuentes del Jordán, es uno de los lugares más hermosos de Israel. El peregrino
actual, que parte generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un
cómodo autobús con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que
hacer el camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo
el nivel del mar (Lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del monte
Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y tiempo para
hablar. En esos momentos de comunicación, Jesús pregunta a los discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Hasta este momento, el evangelio de
Mc ha ido planteando el enigma de quién es Jesús. Un personaje desconcertante,
que enseña con autoridad y tiene poder sobre los espíritus inmundos (1,27),
perdona pecados como si fuera Dios (2,7), escandaliza comiendo con publicanos y
pecadores (2,16) y se considera con derecho a contravenir el sábado (2,27;
3,4). Los fariseos y los herodianos deciden muy pronto que debe morir (3,6),
sus familiares piensan que está mal de la cabeza (3,21), los escribas que está
endemoniado (3,22), y los de Nazaret no creen en él, lo siguen considerando el
carpintero del pueblo (6,1-6). Mientras, los discípulos se preguntan
desconcertados: «¿Quién es este que hasta el viento y el lago le obedecen?»
(4,41). Ahora, cuando llegamos al centro del evangelio de Mc, Jesús aborda la
cuestión capital: ¿quién es él?
En aquel
tiempo salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo, y
en el camino les preguntó:
«¿Quién
dice la gente que soy yo?».
Ellos le
dijeron:
«Unos que
Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas».
Para la
gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida se
trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más
«teológica» y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su
vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de
que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con
hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». En
cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de
los antiguos profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como
en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con
la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no
limitado al estrecho espacio del culto.
Si la
pregunta la hubiera formulado Jesús en nuestros días, la encuesta habría
resultado más variada y desconcertante que entonces: Hijo de Dios, profeta,
marido de la Magdalena, precursor de la dinastía merovingia…
Examen teórico
Él les dijo:
«Y
vosotros, ¿quién decís que soy?».
Pedro tomó
la palabra y dijo:
«Tú eres el
Mesías».
Jesús
quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea
distinta. Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta;
habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la
respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».
¿Qué
significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al
rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él
como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Sin embargo,
la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la
restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado
cualidades cada vez más maravillosas.
Los Salmos
de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C.,
describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los
romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén
de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud, y su dominio se
extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del
Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».
Si
imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para
otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las
autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el
personaje o una auténtica locura.
Lo que piensa
Jesús de sí mismo
Y Jesús les
ordenó que no se lo dijeran a nadie. Desde entonces comenzó a declararles que
el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los
sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día.
Esto lo decía con toda claridad.
En contra
de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en
vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: «Hijo del
Hombre», que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de
Adán») y en Daniel.
Lo
importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el
destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser
rechazado por las autoridades políticas, religiosas e
intelectuales, morir y resucitar. En una
concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto
es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y
triunfa a través del sufrimiento y la muerte no es desconocida al pueblo de
Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé
(Isaías 53).
Conflicto entre
Pedro y Jesús
Pedro se lo
llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus
discípulos, riñó a Pedro diciéndole:
«¡Apártate
de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los
hombres».
Igual que
el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero
Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús aparte y lo increpa, sin que
Mc concrete las palabras que dijo.
Jesús
reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia
los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle:
«¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de
Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a
Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el
discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado
con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las
tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su
reacción no es serena, sino llena de violencia.
Ejercicio
práctico
Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
«El
que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por
mí y por el evangelio la salvará.
De repente,
el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras
que Jesús deberían desconcertarnos y provocar un rechazo. ¿Se imagina alguien a
un político diciendo: «El que quiera votarme, que esté dispuesto a perder las
elecciones e ir a la cárcel»? Pero el punto de vista de Jesús no es el de los
políticos. No pretende ganar las elecciones en este mundo, sino en el futuro.
Para Jesús, el mundo futuro es como un hotel de cinco estrellas; el mundo
presente, una chabola asquerosa situada en el entorno más degradado imaginable.
Todos podemos salir de la chabola y alojarnos en el hotel. Pero el camino es
duro, empinado, difícil. Jesús se ofrece a ir delante, y deja en nuestras manos
la decisión: el que se aferre a la chabola, en ella morirá; el que la abandone
y lo siga, tendrá un durísimo camino, pero disfrutará del hotel.
Y tú, ¿quién
dices que es Jesús?
El evangelio
de hoy no puede leerse como simple recuerdo de algo el pasado. La pregunta de
Jesús se sigue dirigiendo a cada uno de nosotros, y debemos pensar
detenidamente la respuesta. No basta recurrir al catecismo («Segunda persona de
la Santísima Trinidad») ni al Credo («Dios de Dios, luz de luz…»). Tiene que
ser una respuesta personal, sentida. En la línea del evangelio de Juan: «El
camino, la verdad y la vida». Pero, sea cual sea la respuesta, es más
importante aún la decisión de seguir a Jesús con todas las consecuencias.
La aceptación
del sufrimiento y la certeza del triunfo (1ª lectura: Isaías 50,5-10)
En la
concepción difundida a finales del siglo XIX por Bernhard Duhm, este fragmento
sería el tercer canto dedicado al Siervo de Yahvé, un personaje misterioso, que
termina salvando a su pueblo mediante el sufrimiento y la muerte. Es lógico que
los cristianos vieran en él a Jesús (el 4º canto, Is 53, lo leemos el Viernes
Santo).
Jesús ha
dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que padecer y ser
despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas: golpes, burlas, insultos,
salivazos, antes de un juicio que se supone injusto. En este breve poema
destacan dos detalles: la acción de Dios y la reacción del
Siervo.
La acción
de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a sufrir («me ha
abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá junto a él: «Mi Señor me
ayudaba», «Tengo cerca a mi abogado», «El Señor me ayuda». Esto supone una gran
novedad, porque en la teología habitual del Antiguo Oriente (y entre muchas
personas de hoy día), el sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En
cambio, el Siervo está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar
en el plan de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él
de estar presente y ayudarle.
Por eso, la
reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no se echa atrás, ofrece
la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta el rostro a bofetadas y
salivazos.
Si Pedro
hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se habría indignado con
las palabras de Jesús, que representan el punto de vista de Dios, mientras que
él se deja llevar por sentimientos puramente humanos. Pero debemos reconocer
que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.
Una polémica
muy antigua: la fe y las obras (2ª lectura: Santiago 2,14-18)
«Genio
y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo. Radical antes de
convertirse, lo siguió siendo en algunas cuestiones después de la conversión. Y
su forma de expresarse se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha con los
cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la ley de Moisés,
como si fuera ella quien nos salva, defiende que la salvación viene por la fe
en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba comportarse dignamente, todo lo
contrario. Pero insiste tanto en la fe y en la libertad del cristiano que sus
adversarios le acusaban de negar la necesidad de las buenas obras.
En esta
polémica se inserta el texto de la carta de Santiago, atacando la postura del
que presume de tener fe, pero no hace nada bueno. El ejemplo que utiliza, la
respuesta egoísta del que presume de tener fe a un hermano que pasa hambre, es
esclarecedor y sigue inquietándonos actualmente.
Si el autor
de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar, habrían estado plenamente de
acuerdo. Pablo podría haberle leído un fragmento de su carta a los Gálatas, en
la que viene a decir lo mismo: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la
libertad, pero no vayáis a tomar la libertad como estímulo del instinto; antes
bien, servíos mutuamente por amor» (Gal 5,13). Nos salva Jesús y la fe en él,
pero esa fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos
instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias,
borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del Espíritu
de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad…,) (Gal
5,19-25).
Dulce Nombre de María
Ha sido Lucas en su evangelio quien nos ha dicho el nombre de la doncella
que va a ser la Madre de Dios: "Y su nombre era María". El nombre de
María, traducido del hebreo "Miriam", significa, Doncella, Señora,
Princesa.
Estrella del Mar, feliz Puerta del cielo, como canta el himno Ave maris
stella. El nombre de María está relacionado con el mar pues las tres letras de
mar guardan semejanza fonética con María. También tiene relación con
"mirra", que proviene de un idioma semita. La mirra es una hierba de
África que produce incienso y perfume.
En el Cantar de los Cantares, el esposo visita a la esposa, que le espera
con las manos humedecidas por la mirra. "Yo vengo a mi jardín, hermana y
novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra". "He mezclado la mirra
con mis aromas. Me levanté para abrir a mi amado: mis manos gotean perfume de
mirra, y mis dedos mirra que fluye por la manilla de la cerradura". Los Magos
regalan mirra a María como ofrenda de adoración. "Y entrando a la casa,
encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron y abriendo
sus cofres, le ofrecieron oro, incienso y mirra". La mirra, como María, es
el símbolo de la unión de los hombres con Dios, que se hace en el seno de
María. Maria es pues, el centro de unión de Dios con los hombres. Los
lingüistas y los biblistas desentrañan las raíces de un nombre tan hermoso como
María, que ya llevaba la hermana de Moisés, y muy común en Israel. Y que para
los filólogos significa hermosa, señora, princesa, excelsa, calificativos todos
bellos y sugerentes.
EL NOMBRE Y LA MISION
En la Historia de la Salvación es Dios quien impone o cambia el nombre a los personajes a quienes destina a una misión importante. A Simón, Jesús le dice: "Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Kefá, Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca edificaré mi Iglesia". María venía al mundo con la misión más alta, ser Madre de Dios, y, sin embargo, no le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que tenía, y cumple todos esos significados, pues como Reina y Señora la llamarán todas las generaciones. María, joven, mujer, virgen, ciudadana de su pueblo, esposa y madre, esclava del Señor. Dulce mujer que recibe a su niño en las condiciones más pobres, pero que con su calor lo envuelve en pañales y lo acuna. María valiente que no teme huir a Egipto para salvar a su hijo. Compañera del camino, firme en interceder ante su hijo cuando ve el apuro de los novios en Caná, mujer fuerte con el corazón traspasado por la espada del dolor de la Cruz de su Hijo y recibiendo en sus brazos su Cuerpo muerto. Sostén de la Iglesia en sus primeros pasos con su maternidad abierta a toda la humanidad. María, humana. María, decidida y generosa. María, fiel y amiga. María fuerte y confiada. María, Inmaculada, Madre, Estrella de la Evangelización.
Jesús Marí Ballester
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