11 - DE
SEPTIEMBRE –SÁBADO –
23ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Pafnucio
de Egipto
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a Timoteo (1,15-17):
Podéis
fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo
para salvar a los pecadores, y yo soy el primero. Y por eso se compadeció de
mí: para que, en mí, el primero, mostrara Cristo Jesús toda su paciencia, y
pudiera ser modelo de todos los que creerán en él y tendrán vida eterna.
Al Rey de los siglos,
inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Palabra de
Dios
Salmo: 112,1-2.3-4.5a.6-7
R/. Bendito sea el nombre
del Señor,
ahora y por siempre
Alabad,
siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.
De la
salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos. R/.
¿Quién
como el Señor, Dios nuestro,
que se abaja para mirar al cielo y a la tierra?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de
la basura al pobre. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (6,43-49):
En aquel
tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«No hay árbol sano que
dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su
fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de
los espinos.
El que es bueno, de la
bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad
saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.
¿Por qué me llamáis
"Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?
El que se acerca a mí,
escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se
parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre
roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo
tambalearla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no
pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento;
arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran
ruina.»
Palabra del
Señor
1. Estas palabras de Jesús, tal
como han quedado aquí recogidas por el evangelio de Lucas, tienen una importancia
extraordinaria, y son de una actualidad palpable, para fijar los criterios del comportamiento humano, es decir, los
criterios de la ética. Porque, si algo necesitamos todos los humanos, en este
momento, es precisamente encontrar y aceptar unos principios éticos en los que
todos podamos coincidir.
En un mundo globalizado,
necesitamos con urgencia una
ética también globalizada. Está demostrado que las ideas (políticas,
económicas, filosóficas, religiosas) y las convicciones (sobre todo si se ven
reforzadas por lo absoluto de la religión) son más fuertes que los ejércitos y
sus armamentos.
2. Así las cosas, nos urge
encontrar una ética que supere el criterio del bien y del mal. Porque han sido
los poderosos y los dominadores quienes, en todos los tiempos, han determinado
lo que está bien y lo que está mal.
Lo que ha desembocado en el más insoportable
relativismo y escepticismo (1. Habermas, K. O. Apel) que es apremiante superar
mediante una concepción nueva de la ética, en la que todos podamos coincidir.
Mientras no coincidamos, siquiera
mínimamente, en una ética que marque los comportamientos de todos, estamos
abocados a una violencia creciente, cada día más peligrosa.
3. El criterio ético, que aquí
propone el Evangelio, es muy claro: el comportamiento ético se mide y se enjuicia
por los resultados que produce. No vale tener principios excelsos, normas a las
que nos sometemos, verdades absolutas...
Lo decisivo es ver qué resultados se
siguen de nuestro comportamiento. Para ello, como bien ha indicado R. Rorty, es
determinante fomentar una "educación sentimental", haciendo viable la mayor sensibilidad de
los humanos ante el dolor y el sufrimiento de los demás, por más extraños que
nos sean o
resulten.
Nunca podrán ser "buenos
frutos", para nadie, la humillación, el desprecio, la soledad, la
inseguridad, el miedo, el atropello de los propios derechos y del propio
bienestar.
San Pafnucio de
Egipto
Obispo de Tebaida
Martirologio
Romano:
Conmemoración de san Pafnucio, obispo en Egipto, que fue uno de aquellos
confesores que, en tiempo del emperador Galerio Maximino, habiéndoles sacado el
ojo derecho y desjarretado la pantorrilla izquierda, fueron condenados a las
minas, y después, asistiendo al Concilio de Nicea, luchó denodadamente por la
fe católica contra el arrianismo (s. IV).
Fecha de canonización:
Información
no disponible, la antigüedad de los documentos y de las técnicas usadas para
archivarlos, la acción del clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano,
han impedido que tengamos esta concreta información el día de hoy. Si sabemos
que fue canonizado antes de la creación de la Congregación para la causa de los
Santos, y que su culto fue aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Breve Biografía
Fue
uno de los anacoretas de su época. Vivía de las verduras que daba la tierra,
agua, un poco de sal y poco más. Compartía consigo mismo la soledad del
desierto. La oración y la penitencia eran su principal modo de emplear el
tiempo. A su cueva acudían las gentes a recibir consejo, escuchar lo que
aprendía del Espíritu con sus rezos y a contrastar la vida con el estilo del
Evangelio.
Se
vio obligado a dejar la soledad contra su gusto porque fue nombrado obispo de
Tebaida. Por defender a Cristo sufrió persecución, le amputaron una pierna y le
vaciaron un ojo cuya órbita desocupada, según cuenta la historia, gustaba besar
con respeto y veneración el convertido emperador Constantino.
Estuvo
presente en el Concilio de Nicea, donde se defendió la divinidad de Cristo y se
condenó el arrianismo.
En
esa ocasión, al tratarse otros temas de Iglesia, tuvo el obispo Pafnucio la
ocasión de dar muestras de profunda humanidad. El hombre que venia del más duro
rigor del desierto y podía exhibir en su cuerpo la marca de la persecución se
mostró con un talante más amplio, abierto, moderado y transigente que los
padres que no conocían la dureza de la Tebaida ni los horrores de la amenaza,
ni la vejación.
Numerosos
padres conciliares pretendieron imponer que los obispos, presbíteros y diáconos
casados dejaran a sus esposas para ejercer el ministerio. El obispo curtido en
la dura ascesis anacoreta se opuso a tal determinación haciendo que se fuera
respetuoso con la disciplina de la época: autorizar el ejercicio del Orden
Sacerdotal a los ya casados y no permitir casarse después de la Ordenación.
Fuente: Archidiócesis
de Madrid
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