5 - DE SEPTIEMBRE – DOMINGO –
23ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
Beata Madre Teresa de Calcuta
Lectura del libro de Isaías (35,4-7a):
Decid a los
cobardes de corazón:
«Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro
Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará.»
Se despegarán los ojos del ciego, los
oídos del sordo se abrirán saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo
cantar. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa el
páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Palabra de Dios
Salmo: 145,7.8-9a.9bc-10
R/. Alaba, alma mía, al Señor
Que mantiene
su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.
El Señor abre
los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos. R/.
Sustenta al
huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R/.
Lectura de la carta del apóstol Santiago
(2,1-5):
No juntéis la
fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan
dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en
los dedos; el otro es un pobre andrajoso.
Veis al bien vestido y le decís:
«Por favor, siéntate aquí, en el puesto
reservado.»
Al pobre, en cambio:
«Estate ahí de pie o siéntate en el
suelo.»
Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y
juzgáis con criterios malos?
Queridos hermanos, escuchad:
¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres
del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a
los que lo aman?
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio
según san Marcos (7,31-37):
En aquel
tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de
Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además,
apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente a un lado,
le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando
al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», esto es: «Ábrete.»
Y al momento se le abrieron los oídos,
se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no
lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo
proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos.»
Palabra del Señor
¿Es Jesús un mago, o el Mesías?
La dificultad de curar a un sordo
Cuando llegamos al final del capítulo 7
del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un
paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso
ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo
tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto
el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con
su manto para que se produjese la curación.
Ahora, al final del capítulo 7, la curación
de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con
dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo
de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la
hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le
piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos.
Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que
Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.
Conviene advertir cada una de las
acciones que realiza Jesús:
1) toma al sordo de la mano;
2) lo aparta de la gente y se quedan a
solas;
3) le mete los dedos en los oídos;
4) se escupe en sus dedos;
5) toca con la saliva la lengua del enfermo;
6) levanta la vista al cielo;
7) gime;
8) pronuncia una palabra, effatá (se
discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.
Desde el punto de vista de la medicina
de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se
concede un poder curativo. Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua
extraña nos recuerdan al mundo de la magia.
Sin embargo, los espectadores no piensan
que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro
con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que
leemos en la primera lectura:
«Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces
saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará
gritos de júbilo.»
La curación demuestra que con Jesús ha
comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.
La dificultad de curar a un ciego
Si la selección de los textos litúrgicos
hubiera estado bien hecha (¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su
revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido,
de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy:
la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26.
Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que
ocurrió con el sordo.
Jesús:
1) lo toma de la mano;
2) lo saca de la aldea;
3) le unta con saliva los ojos;
4) le aplica las manos;
5) le pregunta si ve algo; el ciego
responde que ve a los hombres como árboles;
6) Jesús aplica de nuevo las manos a los
ojos y se produce la curación total.
Los relatos no coinciden al pie de la
letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen
mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.
La sordera y ceguera de los discípulos
¿Por qué detalla Marcos la dificultad de
curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato
inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los
discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis?
Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).
Ojos que no ven y oídos que no
oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles
curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue
para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él
quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30,
cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.
1ª lectura: Las maravillas de la época
mesiánica (Isaías 35,4-7)
Ha sido elegida por la promesa de
que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de
Jesús. De hecho, el texto del libro de Isaías se centra en la situación de los
judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se
diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una
caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un
desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta
los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma
maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal
de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.
2ª lectura: Un milagro más difícil todavía
(Carta de Santiago 2,1-5)
Aunque sin
relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista,
nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado
por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre
personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos
miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos
el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres.
El nuevo milagro, la nueva época
mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha
elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».
Reflexión final
Tomado por sí solo, en el evangelio de
hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien».
Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice
que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa
mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.
Pero quien desea conocer el mensaje de
Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego.
Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender
a Jesús, pero que siguen caminando con él.
La segunda lectura, en la situación
actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto
sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será
imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia
sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos
cardenalicios.
Beata Madre Teresa de Calcuta
Macedonia, 1910 - Calcuta, 1997
(Agnes
Gonxha Bojaxhiu; Skopje, actual Macedonia,
1910 - Calcuta, 1997) Religiosa albanesa nacionalizada india, premio Nobel de
la Paz en 1979.
Cuando en 1997 falleció la Madre Teresa de Calcuta, la
congregación de las Misioneras de la Caridad contaba ya con más de quinientos
centros en un centenar de países. Pero quizá la orden que fundó, cuyo objetivo
es ayudar a "los más pobres de los pobres", es la parte menor de su
legado; la mayor fue erigirse en un ejemplo inspirador reciente, en la prueba
palpable y viva de cómo la generosidad, la abnegación y la entrega a los demás
también tienen sentido en tiempos modernos.
Nacida en el seno de una familia
católica albanesa, la profunda religiosidad de su madre despertó en Agnes la
vocación de misionera a los doce años. Siendo aún una niña ingresó en la
Congregación Mariana de las Hijas de María, donde inició su actividad de
asistencia a los necesitados. Conmovida por las crónicas de un misionero
cristiano en Bengala, a los dieciocho años abandonó para siempre su ciudad
natal y viajó hasta Dublín para profesar en la Congregación de Nuestra Señora
de Loreto. Como quería ser misionera en la India, embarcó hacia Bengala, donde
cursó estudios de magisterio y eligió el nombre de Teresa para profesar.
Apenas hechos los votos pasó a
Calcuta, la ciudad con la que habría de identificar su vida y su vocación de
entrega a los más necesitados. Durante casi veinte años ejerció como maestra en
la St. Mary's High School de Calcuta. Sin embargo, la profunda impresión que le
causó la miseria que observaba en las calles de la ciudad la movió a solicitar
a Pío XII la licencia para abandonar la orden y entregarse por completo a la
causa de los menesterosos. Enérgica y decidida en sus propósitos, Santa Teresa
de Calcuta pronunció por entonces el que sería el principio fundamental de su
mensaje y de su acción: "Quiero llevar el amor de Dios a los pobres más
pobres; quiero demostrarles que Dios ama el mundo y que les ama a ellos".
En 1947, como culminación de aquella
dilatada lucha liderada por Gandhi, la India alcanzó la independencia. Un año
después, Teresa de Calcuta obtuvo la autorización de Roma para dedicarse al
apostolado en favor de los pobres. Mientras estudiaba enfermería con las
Hermanas Misioneras Médicas de Patna, Teresa de Calcuta abrió su primer centro
de acogida de niños. En 1950, año en que adoptó también la nacionalidad india,
fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad, cuyo pleno
reconocimiento encontraría numerosos obstáculos antes de que Pablo VI lo
hiciera efectivo en 1965.
Al tiempo que su congregación, cuyas
integrantes debían sumar a los votos tradicionales el de dedicarse totalmente a
los necesitados, abría centros en diversas ciudades del mundo, ella atendía a
miles de desheredados y moribundos sin importarle si profesaban el cristianismo
u otra religión: "Para nosotras no tiene la menor importancia la fe que
profesan las personas a las que prestamos asistencia. Nuestro criterio de ayuda
no son las creencias, sino la necesidad. Jamás permitimos que alguien se aleje
de nosotras sin sentirse mejor y más feliz, pues hay en el mundo otra pobreza
peor que la material: el desprecio que los marginados reciben de la sociedad,
que es la más insoportable de las pobrezas."
En concordancia con estas palabras,
Santa Teresa de Calcuta convirtió en el premio de una rifa un coche
descapotable que le dio el papa Pablo VI durante su visita a la India en 1964
(regalo a su vez de la comunidad católica) y destinó los fondos recaudados a la
creación de una leprosería en Bengala; posteriormente convencería al papa Juan
Pablo II de abrir un albergue para indigentes en el mismo Vaticano.
El enorme prestigio moral que la Madre
Teresa de Calcuta supo acreditar con su labor en favor de "los pobres más
pobres" llevó a la Santa Sede a designarla representante ante la
Conferencia Mundial de las Naciones Unidas celebrada en México en 1975 con
ocasión del Año Internacional de la Mujer, donde formuló su ideario basado en
la acción por encima de las organizaciones. Cuatro años más tarde, santificada
no sólo por aquellos a quienes ayudaba sino también por gobiernos,
instituciones internacionales y poderosos personajes, recibió el premio Nobel
de la Paz.
Teresa de Calcuta: "El
trabajo que hacemos no tiene nada de heroico. Cualquiera que tenga la gracia de
Dios puede hacerlo."
Consciente del respeto que inspiraba,
el papa Juan Pablo II la designó en 1982 para mediar en el conflicto del
Líbano, si bien su intervención se vio dificultada por la complejidad de los
intereses políticos y geoestratégicos del área. Desde posiciones que algunos
sectores de opinión consideraron excesivamente conservadoras, participó
vivamente en el debate sobre las cuestiones más cruciales de su tiempo, a las
que no fue nunca ajena. Así, en mayo de 1983, durante el Primer Encuentro
Internacional de Defensa de la Vida, defendió con vehemencia la doctrina de la
Iglesia, conceptiva, antiabortista y contraria al divorcio.
En 1986 recibió la visita de Juan
Pablo II en la Nirmal Hidray o Casa del Corazón Puro, fundada por ella y más
conocida en Calcuta como la Casa del Moribundo. En el curso de los años
siguientes, aunque mantuvo su mismo dinamismo en la lucha para paliar el dolor
ajeno, su salud comenzó a declinar y su corazón a debilitarse. En 1989 fue
intervenida quirúrgicamente para implantarle un marcapasos, y en 1993, tras ser
objeto de otras intervenciones, contrajo la malaria en Nueva Delhi, enfermedad
que se complicó con sus dolencias cardíacas y pulmonares.
Finalmente, tras superar varias
crisis, cedió su puesto de superiora a sor Nirmala, una hindú convertida al
cristianismo. Pocos días después de celebrar sus 87 años ingresó en la unidad
de cuidados intensivos del asilo de Woodlands, en Calcuta, donde falleció.
Miles de personas de todo el mundo se congregaron en la India para despedir a
la Santa de las Cloacas. Seis años después de su muerte, en octubre de 2003, y
coincidiendo con la celebración del 25º aniversario del pontificado de Juan
Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta fue beatificada en una multitudinaria misa
a la que acudieron fieles de todas partes del mundo. A finales de 2015, el
Vaticano aprobó su canonización; el 4 de septiembre de 2016, ante más de cien
mil fieles congregados en la plaza de San Pedro, el papa Francisco ofició la
ceremonia que elevaba a los altares a Santa Teresa de Calcuta, cuya festividad
(5 de septiembre), incorporada al santoral católico, se celebró por primera vez
al día siguiente.
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