13 - DE
SEPTIEMBRE – LUNES –
24ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Juan Crisóstomo
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a Timoteo (2,1-8):
Ante todo
recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias
por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en autoridad,
para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y
dignidad. Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, que quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres,
Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos.
Este es el testimonio dado en el tiempo
oportuno, y de este testimonio –digo la verdad, no miento– yo he sido
constituido heraldo y apóstol, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo
lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, sin ira ni discusiones.
Palabra de Dios
Salmo: 27
R/. Salva, Señor, a tu pueblo
Escucha,
Señor, mi súplica
cuando te pido ayuda
y levanto las manos hacia tu santuario. R/.
El Señor es mi
fuerza y mi escudo,
en él confía mi corazón;
él me socorrió y mi corazón se alegra
y le canta agradecido. R/.
El Señor es la
fuerza de su pueblo,
el apoyo y la salvación de su Mesías.
Salva, Señor, a tu pueblo
y bendícelo porque es tuyo;
apaciéntalo y condúcelo para siempre. R/.
Lectura del santo Evangelio según
san Lucas (7,1-10):
En aquel
tiempo, cuando terminó Jesús de hablar a la gente, entró en Cafarnaúm. Un
centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado, a quien estimaba mucho.
Al oír hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que
fuera a curar a su criado.
Ellos presentándose a Jesús, le rogaban
encarecidamente:
«Merece que se lo concedas porque tiene
afecto a nuestro pueblo y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús se fue con ellos. No estaba lejos
de la casa, cuando el centurión le envió a unos amigos a decirle:
«Señor, no te molestes; no soy yo quién
para que entres bajo mi techo; por eso tampoco me creí digno de venir
personalmente. Dilo de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también
vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes, y le digo a uno:
"ve", y va; al otro: "ven", y viene; y a mi criado:
"haz esto", y lo hace.»
Al oír esto, Jesús se admiró de él, y,
volviéndose a la gente que lo seguía, dijo:
«Os digo que ni en Israel he encontrado
tanta fe.»
Y al volver a casa, los enviados
encontraron al siervo sano.
Palabra del Señor
1. Las religiones y las
culturas separan y dividen a la gente. Con frecuencia, crean serios enfrentamientos
y hasta conflictos morales. En el caso de este relato, no olvidemos que el
centurión era un oficial extranjero (ekatontárches, literalmente
"jefe" o "militar") (F. G. Untergassmair), que seguramente
estaba al servicio de Herodes (F. Bovon).
Es verdad que, por lo que dice Lucas, se
trataba de un buen hombre, que hasta les había construido una sinagoga a los
judíos. Además, se trataba de un hombre humilde, que se preocupaba de la salud
de su criado y ni se consideraba digno de que Jesús viniera a su casa.
2. Para Jesús, lo que importa en la vida es la bondad, la humanidad, que no se fija en las creencias de cada cual, en el rol social que uno tiene u ocupa.
Jesús solo se fija en lo importante, en lo esencial. Y lo esencial no son las creencias o las prácticas que cada uno ha aprendido en su nación o su cultura. Lo esencial es la bondad entrañable que cada cual vive y que moviliza la conducta de cada persona. Por eso, sin duda, Jesús dice que no ha visto en Israel una persona con tanta fe, como la que tiene este militar extranjero, que seguramente era romano.
Queda patente, por eso mismo, que lo
decisivo para Jesús, no es la "creencia religiosa", sino la
"bondad con los enfermos y los que sufren".
3. Esto era tan importante para Jesús, que le causaba admiración (Lc 7, 9 a). Y llegó a decir que la fe del centurión pagano era más grande que la de cualquier israelita (Lc 7, 9 b).
La fe, para los evangelios, es la
confianza, la seguridad, en Jesús. La convicción firme de que Jesús y su
Evangelio es la solución de los problemas que nos agobian.
Dicho de otra manera, lo decisivo (para
Jesús) no es la "fe", sino el "seguimiento" de Jesús, que
iguala nuestra conducta con la suya.
San Juan Crisóstomo
Patrono de
los predicadores – Año 407
Nació en Antioquía, hacia el año 349;
después de recibir una excelente formación, comenzó por dedicarse a la vida
ascética. Más tarde, fue ordenado sacerdote y ejerció, con gran provecho, el
ministerio de la predicación.
En el año 397 fue elegido obispo de Constantinopla, cargo en el que se
comportó como un pastor ejemplar, esforzándose por llevar a cabo una estricta
reforma de las costumbres del clero y de los fieles. La oposición de la corte
imperial y de los envidiosos lo llevó por dos veces al destierro.
Acabado por tantas miserias, murió en Comana, en el Ponto, el día 14 de
septiembre del año 407.
Contribuyó en gran manera, por su palabra y escritos, al enriquecimiento de
la doctrina cristiana, mereciendo el apelativo de Crisóstomo, es decir, «Boca
de oro».
A este santo arzobispo de Constantinopla, la gente le puso el apodo de
"Crisóstomo" que significa: "boca de oro", porque sus
predicaciones eran enormemente apreciadas por sus oyentes. Es el más famoso
orador que ha tenido la Iglesia. Su oratoria no ha sido superada después por
ninguno de los demás predicadores.
Nació en Antioquía
(Siria) en el año 347. Era hijo único de un gran militar y de una mujer
virtuosísima, Antusa, que ha sido declarada santa también.
A los 20 años
Antusa quedó viuda y aunque era hermosa renunció a un segundo matrimonio para
dedicarse por completo a la educación de su hijo Juan.
Desde sus primeros
años el jovencito demostró tener admirables cualidades de orador, y en la
escuela causaba admiración con sus declamaciones y con las intervenciones en
las academias literarias. La mamá lo puso a estudiar bajo la dirección de
Libanio, el mejor orador de Antioquía, y pronto hizo tales progresos, que
preguntado un día Libanio acerca de quién desearía que fuera su sucesor en el
arte de enseñar oratoria, respondió: "Me gustaría que fuera Juan, pero veo
que a él le llama más la atención la vida religiosa, que la oratoria en las
plazas".
Juan deseaba mucho
irse de monje al desierto, pero su madre le rogaba que no la fuera a dejar
sola. Entonces para complacerla se quedó en su hogar, pero convirtiendo su casa
en un monasterio, o sea viviendo allí como si fuera un monje, dedicado al
estudio y la oración y a hacer penitencia.
Cuando su madre
murió se fue de monje al desierto y allá estuvo seis años rezando, haciendo
penitencias y dedicándose a estudiar la S. Biblia. Pero los ayunos tan
prolongados, la falta total de toda comodidad, los mosquitos, y la
impresionante humedad de esos terrenos le dañaron la salud, y el superior de
los monjes le aconsejó que, si quería seguir viviendo y ser útil a la sociedad
tenía que volver a la ciudad, porque la vida de monje en el desierto no era
para una salud como la suya.
El llegar otra vez
a Antioquía fue ordenado de sacerdote y el anciano Obispo Flaviano le pidió que
lo reemplazara en la predicación. Y empezó pronto a deslumbrar con sus
maravillosos sermones. La ciudad de Antioquía tenía unos cien mil cristianos,
los cuales no eran demasiado fervorosos. Juan empezó a predicar cada domingo.
Después cada tres días. Más tarde cada día y luego varias veces al día. Los
templos donde predicaba se llenaban de bote en bote. Frecuentemente sus
sermones duraban dos horas, pero a los oyentes les parecían unos pocos minutos,
por la magia de su oratoria insuperable. La entonación de su voz era
impresionante. Sus temas, siempre tomados de la S. Biblia, el libro que él leía
día por día, y meditaba por muchas horas. Sus sermones están coleccionados en
13 volúmenes. Son impresionantemente bellos.
Era un verdadero
pescador de almas. Empezaba tratando temas elevados y de pronto descendía rápidamente
como un águila hacia las realidades de la vida diaria. Se enfrentaba enardecido
contra los vicios y los abusos. Fustigaba y atacaba implacablemente al pecado.
Tronaba terrible su fuerte voz contra los que malgastaban su dinero en lujos e
inutilidades, mientras los pobres tiritaban de frío y agonizaban de hambre.
El pueblo le
escuchaba emocionado y de pronto estallaba en calurosos aplausos, o en
estrepitoso llanto el cual se volvía colectivo e incontenible. Los frutos de
conversión eran visibles.
El emperador Teodosio decretó nuevos impuestos. El pueblo de Antioquía se
disgustó y por ello armó una revuelta y en el colmo de la trifulca derribaron
las estatuas del emperador y de su esposa y las arrastraron por las calles. La
reacción del gobernante fue terrible. Envió su ejército a dominar la ciudad y
con la orden de tomar una venganza espantosa. Entre la gente cundió la alarma y
a todos los invadió el terror. El Obispo se fue a Constantinopla, la capital, a
implorar el perdón del airado emperador y las multitudes llenaron los templos
implorando la ayuda de Dios.
Y fue
entonces cuando Juan Crisóstomo aprovechó la ocasión para pronunciar ante aquel
populacho sus famosísimos "Discursos de las estatuas" que conmovieron
enormemente a sus miles de oyentes logrando conversiones. Esos 21 discursos
fueron quizás los mejores de toda su vida y lo hicieron famoso en los países de
los alrededores. Su fama llegó hasta la capital del imperio. Y el fervor y la
conversión a que hizo llegar a sus fieles cristianos, obtuvieron que las
oraciones fueran escuchadas por Dios y que el emperador desistiera del castigo
a la ciudad.
En el año 398,
habiendo muerto el arzobispo de Constantinopla, le pareció al emperador que el
mejor candidato para ese puesto era Juan Crisóstomo, pero el santo se sentía
totalmente indigno y respondía que había muchos que eran más dignos que él para
tan alto cargo. Sin embargo, el emperador Arcadio envió a uno de sus ministros
con la orden terminante de llevar a Juan a Constantinopla aunque fuera a la
fuerza. Así que el enviado oficial invitó al santo a que lo acompañara a las
afueras de la ciudad de Antioquía a visitar las tumbas de los mártires, y
entonces dio la orden a los oficiales del ejército de que lo llevaran a
Constantinopla con la mayor rapidez posible, y en el mayor secreto porque si en
Antioquía sabían que les iban a quitar a su predicador se iba a formar un
tumulto inmenso. Y así fue como tuvo que aceptar ser arzobispo.
Apenas posesionado
de su altísimo cargo lo primero que hizo fue mandar quitar de su palacio todos
los lujos. Con las cortinas tan elegantes fabricaron vestidos para cubrir a los
pobres que se morían de frío. Cambió los muebles de lujo por muebles
ordinarios, y con la venta de los otros ayudó a muchos pobres que pasaban
terribles necesidades. El mismo vestía muy sencillamente y comía tan pobremente
como un monje del desierto. Y lo mismo fue exigiendo a sus sacerdotes y monjes:
ser pobres en el vestir, en el comer, y en el mobiliario, y así dar buen
ejemplo y con lo que se ahorraba en todo esto ayudar a los necesitados.
Pronto, en sus
elocuentes sermones empezó a atacar fuertemente el lujo de las gentes en el
vestir y en sus mobiliarios y fue obteniendo que con lo que muchos gastaban
antes en vestidos costosísimos y en muebles ostentosos, lo empezaran a emplear
en ayudar a la gente pobre. El mismo daba ejemplo en esto, y la gente se
conmovía ante sus palabras y su modo tan pobre y mortificado de vivir.
En aquellos
tiempos había una ley de la Iglesia que ordenaba que cuando una persona se
sentía injustamente perseguida podía refugiarse en el templo principal de la
ciudad y que allí no podían ir las autoridades a apresarle. Y sucedió que una
pobre viuda se sintió injustamente perseguida por la emperatriz Eudoxia y por
su primer ministro y se refugió en el templo del Arzobispo. Las autoridades
quisieron ir allí a apresarla, pero San Juan Crisóstomo se opuso y no lo
permitió. Esto disgustó mucho a la emperatriz. Y unos meses más tarde Eudoxia
peleó con su primer ministro y se propuso echarlo a la cárcel. Él corrió a
refugiarse en el templo del arzobispo y aunque la policía de la emperatriz
quiso llevarlo preso, San Juan Crisóstomo no lo permitió. El ministro que antes
había querido llevarse prisionera a una pobre mujer y no pudo, porque el
arzobispo la defendía, ahora se vio él mismo defendido por el propio santo.
Eudoxia ardía de rabia por todo esto y juraba vengarse, pero el gran predicador
gritaba en sus sermones: "¿Cómo puede pretender una persona que Dios le
perdone sus maldades si ella no quiere perdonar a los que le han
ofendido?"
Eudoxia se unió
con un terrible enemigo que tenía Crisóstomo, y era Teófilo de Alejandría. Este
reunió un grupo de los que odiaban al santo y entre todos lo acusaron de un
montón de cosas. Por ej. Que había gastado los bienes de la Iglesia en repartir
ayudas a los pobres. Que prefería comer solo en vez de ir a los banquetes. Que
a los sacerdotes que no se portaban debidamente los amenazaba con el grave
peligro que tenían de condenarse, y que había dicho que la emperatriz, por las
maldades que cometía, se parecía a la pérfida reina Jetzabel que quiso matar al
profeta Elías, etc., etc.
Al oír estas
acusaciones, el emperador, atizado por su esposa Eudoxia, decretó que Juan
quedaba condenado al destierro. Al saber tal noticia, un inmenso gentío se
reunió en la catedral, y Juan Crisóstomo renunció uno de sus más hermosos
sermones. Decía: "¿Qué me destierran? ¿A qué sitio me podrán enviar que no
esté mi Dios allí cuidando de mí? ¿Qué me quitan mis bienes? ¿Qué me pueden
quitar si ya los he repartido todos? ¿Qué me matarán? Así me vuelvo más
semejante a mi Maestro Jesús, y como El, daré mi vida por mis ovejas..."
Ocultamente fue
enviado al destierro, pero sobrevino un terremoto en Constantinopla y llenos de
terror los gobernantes le rogaron que volviera otra vez a la ciudad, y un
inmenso gentío salió a recibirlo en medio de grandes aclamaciones.
Eudoxia, Teófilo y
los demás enemigos no se dieron por vencidos. Inventaron nuevas acusaciones
contra Juan, y aunque el Papa de Roma y muchos obispos más lo defendían, le
enviaron desterrado al Mar Negro. El anciano arzobispo fue tratado brutalmente
por algunos de los militares que lo llevaban prisionero, los cuales le hacían
caminar kilómetros y kilómetros cada día, con un sol ardiente, lo cual lo
debilitó muchísimo. El trece de septiembre, después de caminar diez kilómetros
bajo un sol abrasador, se sintió muy agotado. Se durmió y vio en sueños que San
Basilisco, un famoso obispo muerto hacía algunos años, se le aparecía y le
decía: "Animo, Juan, mañana estaremos juntos". Se hizo aplicarlos
últimos sacramentos; se revistió de los ornamentos de arzobispo y al día
siguiente diciendo estas palabras: "Sea dada gloria a Dios por todo",
quedó muerto. Era el 14 de septiembre del año 404.
Eudoxia murió unos
días antes que él, en medio de terribles dolores.
Al año siguiente
el cadáver del santo fue llevado solemnemente a Constantinopla y todo el
pueblo, precedido por las más altas autoridades, salió a recibirlo cantando y
rezando.
El Papa San Pío X
nombró a San Juan Crisóstomo como Patrono de todos los predicadores católicos
del mundo.
Que Dios nos siga
enviando muchos predicadores como él.
¿Si Dios está con
nosotros, quién podrá contra nosotros? (San Pablo Rom.8).
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