domingo, 26 de septiembre de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 - DE SEPTIEMBRE – MARTES – 26ª – SEMANA DEL T. O. – B – San Lorenzo Ruiz y compañeros

 

28 - DE SEPTIEMBRE – MARTES

– 26ª – SEMANA DEL T. O. – B –

San Lorenzo Ruiz y compañeros

 

Lectura de la profecía de Zacarías (8,20-23):

 

Así dice el Señor de los Ejércitos:

Todavía vendrán pueblos y habitantes de grandes ciudades, y los de una ciudad irán a otra diciendo:

«Vayamos a implorar al Señor, a consultar al Señor de los Ejércitos. – Yo también voy contigo.»

Y vendrán pueblos incontables y numerosas naciones a consultar al Señor de los Ejércitos en Jerusalén y a implorar su protección.

Así dice el Señor de los Ejércitos:

Aquel día diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto, diciendo:

«Queremos ir con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 86,1-3.4-5.6-7

 

R/. Dios está con nosotros

 

Él la ha cimentado sobre el monte santo;

y el Señor prefiere las puertas de Sión

a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! R/.

 

«Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles;

filisteos, tirios y etiópes han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno, por uno todos han nacido en ella;

el Altísimo en persona la ha fundado.» R/.

 

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:

«Éste ha nacido allí.»

Y cantarán mientras danzan:

«Todas mis fuentes están en ti.» R/.

                    

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,51-56):

 

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.

Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:

«Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?»

Él se volvió y les regañó y dijo:

«No sabéis de que espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos.»

Y se marcharon a otra aldea.

 

Palabra del Señor

 

1.  Jesús, camino de Jerusalén, sabía perfectamente que iba a morir pronto.

Y que iba a morir de muerte violenta. Jesús vivía con los pies en el suelo y era consciente de cómo acababan los profetas en Israel.

Pues bien, en una situación tan extremadamente peligrosa, fue el propio Jesús el que tomó la decisión de ir a la capital, Jerusalén, donde estaba el Templo, donde residían los sumos sacerdotes, donde, por tanto, el peligro era máximo. Pero donde también, por eso mismo, él tenía que hacer la denuncia suprema de la corrupción de aquellos dirigentes y de aquel sistema religioso, tal como lo tenían organizado los funcionarios del Templo.

                                                                                                

2.  En este viaje hacia Jerusalén, Jesús tenía que pasar por Samaria. Jesús había mantenido siempre la mejor relación posible con los samaritanos. Así quedó patente en su encuentro con la mujer samaritana (Jn 4), en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), en la curación de los diez leprosos (Lc 17, 11-19). Y, sin embargo, en la aldea que aquí se menciona no quisieron ni verlo, simplemente porque iba a Jerusalén.

Es evidente que las religiones, demasiadas veces, dividen, enfrentan, alejan a las personas. Aquí se ve de forma patente.

 

3.  Los discípulos de Jesús reaccionaron, ante semejante desprecio, intentando responder con la mayor violencia. Con violencia "del cielo".

Ellos, sin duda, creían en un cielo violento, en una religión de venganza, de agresión y muerte.

Pero Jesús pensaba -y piensa- de manera radicalmente opuesta a todo lo

que sea violencia o venganza.  Jesús no tolera eso.

Para Jesús, es inconcebible cualquier forma de enfrentamiento por motivos religiosos. Una religión que produce violencia sea de la forma que sea, es la "anti-religión". Y, por supuesto, el "anticristianismo". Por esto hay que decir con firmeza que el cristianismo, si quiere ser fiel al Evangelio, tiene que asumir una presencia laica. Es el mensaje del Evangelio, presente en el mundo, para humanizar nuestra convivencia y nuestra vida en general.

 

San Lorenzo Ruiz y compañeros

 


 

Padre de familia oriundo de las Islas Filipinas, que, a miembros de la Orden de Predicadores, derramó su sangre en la ciudad japonesa de Nagasaki. mediados del siglo XVII, junto con varios compañeros.

 

Después del martirio de 1597, subió al poder el usurpador Daifusama, el cual ofreció relaciones de amistad al gobernador de Filipinas y autorizó la entrada de misioneros en el país. En este clima se establecieron los dominicos en Japón a partir de 1602, aunque el primer dominico había llegado en 1592. Se presentaron con el estandarte del Santo Rosario y entronizaron la devoción a la virgen del Rosario en Koshiki. Su labor fue muy fructífera, muchos ingresaron en la Orden, otros se hicieron terciarios dominicos y cofrades del Santo Rosario.

Se dice que Daifusama, que murió envenedado pidió a su hijo Xogunsama que persiguiera a los cristianos y que se apartara de su políca liberal. Xongusma persiguió a los cristianos entre 1617 y 1630. Muerto Xongusama, le sucedió Toxogunsama, que fue un acérrimo perseguidor del cristianismo entre 1632-1660.

Lorenzo nació en Binondo, Manila; su padre era chino y su madre filipina. Sirvió desde muy joven en el convento de los dominicos de Binondo, donde recibió la formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de entrega a los demás. Pertenecía a la Cofradía del Santo Rosario. Padre de familia muy piadoso, con tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugio en los dominicos. Gracias a la intervención del padre san Antonio González pudo salir indemne.

Acompañó al Japón a una misión dominica mandada por Antonio González, pero una tempestad les obligó a desembarcar en Okinawa, donde fueron todos arrestados y encarcelados. Aquí se robusteció la fe de Lorenzo; no dudó en confesar su fe en el tribunal de Nagasaki: "Quisiera dar mil veces mi vida por él. Jamás seré apostata. Si queréis, podéis matarme. Mi deseo es morir por Dios". Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, fue rezando, durante el paseo oraciones y jaculatorias y ya en la colina de Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica entereza y paciencia, aunque en algún momento titubeó, pero permaneció firme gracias a las palabras de san Antonio González. Sus cenizas fueron arrojadas al mar. Es el primer santo mártir de la iglesia filipina. Todos murieron mártires por los japoneses después de horribles torturas.

Los mártires eran 17 compañeros que forman parte de los "mártires de Nagasaki". Todos pertenecían a la misión dominica española de Japón, en la isla de Kiusiu. Nueve eran japoneses: Francisco Shoyemon, cooperador. Jaime Kyushei Gorobioye Tomonaga, dominico. Miguel Kurobjoye, catequista. Mateo Kohioye del Rosario, cooperador. Magdalena de Uagasaka, terciaria dominica. Marina de Ômura, terciaria. Tomás Hyoji de San Jacinto, dominico. Vicente de la Cruz Schiwozuka, dominico. Lázaro de Kyoto, laico. Cuatro dominicos españoles: Domingo Ibáñez de Erquiza. Lucas del Espíritu Santo. Antonio González. Miguel de Aozaraza. Un francés: Guillermo Courtet. Un italiano: Jordán Ansalone de San Esteban. 

Se da el caso de que todos los dominicos que murieron el Japón durante el breve periodo de 1602-1637, fueron martirizados excepto uno. Fue la desolación causada por la cristiandad del Japón lo que motivó que muchos mártires se ofrecieron voluntarios, a fin de evitar una posible apostasía. Este grupo es variado en etnias, en estados de vida, en situaciones sociales. Hay en él hombres, mujeres, sacerdotes y laicos. Ofrecieron su vida durante la persecución de un shogun que estaba decidido destruir todo vestigio cristiano, durante sus 28 años de mandato fueron sacrificados la mayor parte de los cuatro mil mártires de aquella época de la historia japonesa. En 1639 cerró el Japón a todo influjo comercial de España y Portugal. Sin embargo, su proyectado exterminio del cristianismo no fue total. Quedó un núcleo de cristianos japoneses escondidos en las islas del Sur, que mantuvieron la fe a lo largo de varios siglos hasta la apertura de Japón a Occidente en 1865. Entonces los descendientes de aquellos mártires emergieron como pequeña comunidad cristiana que se había transmitido de padres a hijos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario