27 - DE
SEPTIEMBRE – LUNES –
26ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Vicente Paúl
Lectura de la profecía de Zacarías
(8,1-8):
En aquellos
días, vino la palabra del Señor de los ejércitos:
«Así dice el Señor de los ejércitos:
Siento gran celo por Sión, gran cólera
en favor de ella.
Así dice el Señor:
Volveré a Sión y habitaré en medio de
Jerusalén. Jerusalén se llamará Ciudad Fiel, y el monte del Señor de los
ejércitos, Monte Santo.
Así dice el Señor de los ejércitos:
De nuevo se sentarán en las calles de
Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones.
Las calles de Jerusalén se llenarán de
muchachos y muchachas que jugarán en la calle.
Así dice el Señor de los ejércitos:
Si el resto del pueblo lo encuentra
imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos? –oráculo del Señor de
los ejércitos–.
Así dice el Señor de los ejércitos:
Yo libertaré a mi pueblo del país de
oriente y del país de occidente, y los traeré para que habiten en medio de
Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios con verdad y con justicia.»
Palabra de Dios
Salmo: 101,16-18.19-21.29.22-23
R/. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en
su gloria
Los gentiles
temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones. R/.
Quede esto
escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte. R/.
Los hijos de
tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia,
para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (9,46-50):
En aquel
tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.
Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió
de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo:
«El que acoge a este niño en mi nombre
me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado.
El más pequeño de vosotros es el más
importante.»
Juan tomó la palabra y dijo:
«Maestro, hemos visto a uno que echaba
demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido
impedir.»
Jesús le respondió:
«No se lo impidáis; el que no está
contra vosotros está a favor vuestro.»
Palabra del Señor
1. Si nos atenemos al evangelio
de Lucas, impresiona el contraste entre el anuncio de la Pasión, que Jesús les
hace a los discípulos, y la discusión que los discípulos tienen sobre el tema
de la importancia de cada uno de ellos.
Estos dos relatos comparados entre sí
dan la impresión de que los apóstoles de Jesús no se enteraron ni palabra del
proyecto de Jesús, de lo que representa el Evangelio y del fin que le esperaba
a Jesús. Y es que Jesús hablaba de sufrimiento y fracaso.
Los apóstoles hablaban de importancia y
superioridad. Allí empezó la contradicción en que vive la Iglesia.
2. La afirmación
central de este relato está en la identificación que establece Jesús entre el
niño, él mismo y el Padre del cielo: "El que acoge a este niño..., me
acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado", que es el
Padre. Se afirma, pues, una identificación entre Dios, Jesús y el
niño. Esta misma idea se repite mediante los verbos
"acoger", "escuchar", "rechazar" (Mt 10, 40; Mc
9, 37; Mt 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48; Jn 13, 20).
Se trata, pues, de un criterio central
en los cuatro evangelios y que se expresa de formas variadas. Pero
es siempre con el mismo pensamiento de fondo. El mismo Dios, que está en su
Trascendencia, se identifica con la realidad de Jesús, que está en la
Inmanencia humana. Y, bajando aún más, está también en cualquier ser
humano.
3. Esto último, que es
lo más llamativo y significante, lo afirma Jesús recurriendo a la presencia de
un niño.
En las culturas antiguas, el niño, como
el esclavo, eran los seres humanos sin derechos, lo más bajo e insignificante
en
la escala social.
- ¿Qué tenía un niño, en aquellas
condiciones?
Solamente su humanidad. Era
un ser humano, lo mínimamente humano, lo que es común a todos los
humanos. Bueno, pues ahí, en eso y en ese ser humano está presente Jesús.
Y está presente y viviente Dios
mismo.
4. ¿Qué nos viene a
decir esto?
Algo que no acabamos de integrar en
nuestras vidas como creyentes, como personas religiosas que han integrado en
sus vidas la religiosidad de Jesús.
Se trata de esto: el Trascendente se nos
ha revelado, se nos comunica o lo encontramos en lo
Inmanente. Porque no podemos encontrarlo de otra manera, ni por otro
camino.
Lo Trascendente es lo que nos
trasciende, lo que no está a nuestro alcance. De Dios, por tanto,
solo podemos saber lo que aprendemos en Jesús. Y lo que de Él aprendemos en un
niño, en cualquier niño, en todo ser humano desvalido, en el que ya solo queda
eso, su humanidad.
Por eso, el cristianismo es una
"religión laica". Y una "religión ética". Una religión que
es religión "a su manera". Como lo fue Jesús, un hombre profundamente
religioso, que buscó y encontró al Padre en cada ser humano al que amó, al que
se entregó y por el que dio su misma vida.
San Vicente Paúl
1580 – 1660.
Después de los pobres, la atención de
Vicente se dirigió hacia los condenados a galeras, que estaban sometidos al
señor de Gondi como general de las galeras de Francia. Antes de ser conducidos
a bordo de las galeras o cuando la enfermedad los obligaba a desembarcar, los
condenados eran apiñados en húmedos calabozos con grilletes en los tobillos, y
su única comida era pan negro y agua; y estaban cubiertos de llagas y
sabandijas. Su estado moral era más espantoso aún que su sufrimiento físico.
Vicente deseaba aliviar ambos. Asistido por un sacerdote, comenzó a visitar a
los condenados a galeras de París, a los que hablaba empleando palabras dulces,
prestándoles cualquier servicio, por muy repulsivo que fuera. De este modo se
ganó sus corazones, convirtió a muchos de ellos y logró que varias personas que
venían a visitarlos intercedieran por ellos. Vicente compró una casa y
estableció en ella un hospital. Poco después Luis XIII lo nombró capellán real
de las galeras, título que Vicente aprovechó para visitar las galeras de
Marsella, donde los condenados eran tan desdichados como en París; los colmó de
sus cuidados, además de planear construir un hospital para ellos, pero esto no
pudo hacerlo hasta diez años más tarde. Mientras tanto, fundó, en la galera de
Burdeos, como en las de Marsella, una misión, que fue coronada por el éxito
(1625).
Sociedad de la Misión
El bien llevado a cabo por estas misiones
llevó a Vicente, con el impulso de la señora de Gondi, a fundar su instituto
religioso de sacerdotes dedicado a la evangelización del pueblo: la Sociedad de
la Misión.
Por experiencia, San Vicente había
aprendido que el bien que hacían las misiones no podía durar a menos que
hubiera sacerdotes que se ocuparan de ello, pero en esa época había pocos en
Francia. Desde el Concilio de Trento los obispos habían estado esforzándose por
fundar seminarios para su formación, pero estos seminarios encontraron muchos
obstáculos, el mayor de los cuales eran las guerras de religión. De los veinte
fundados, en 1625 no sobrevivían ni diez. La asamblea general del clero francés
expresó el deseo de que los candidatos a las Sagradas Órdenes fueran admitidos
solamente después de unos días de recogimiento y retiro. A petición del obispo
de Beauvais, Potierdes Gesvres, Vicente emprendió en Beauvais (septiembre de
1628) el primero de estos retiros. Según su plan, comprendían conferencias
ascéticas e instrucciones acerca del conocimiento de lo más indispensable para
los sacerdotes. Su principal servicio fue que dieron lugar a lo que
posteriormente se llamaron seminarios. Al principio sólo duraban diez días,
pero ampliándolos gradualmente a 15 ó 20 días, luego a uno, dos o tres meses
antes de cada orden, los obispos consiguieron prolongar el periodo de estancia
a dos o tres años entre la filosofía y el acceso al sacerdocio. Existían unos
seminarios llamados de ordenandos, luego seminarios mayores, cuando se fundaron
los seminarios menores. Nadie hizo más que Vicente en lo que atañe a esta doble
creación. Ya en 1635 había establecido un seminario en el Collège des
Bons-Enfants. Ayudado por Richelieu, que le dio mil coronas, sólo admitió a
eclesiásticos que estudiaran teología (seminario mayor), fundando paralelamente
un seminario menor llamado de San Carlos para sacerdotes que estudiaran
humanidades (1642). Había enviado a algunos de sus sacerdotes al obispo de
Annecy (1641) para dirigir su seminario, y colaboró con los obispos para fundar
otros en sus diócesis facilitándoles sacerdotes para dirigirlos. Así, a su
muerte había aceptado la dirección de once seminarios. Antes de la Revolución
su congregación dirigía en Francia cincuenta y tres seminarios mayores y nueve
menores, esto es, un tercio de todos los de Francia.
La conferencia eclesiástica completó la
labor de los seminarios. Desde 1633 San Vicente celebró una cada martes en
Saint-Lazare, en la que se reunían todos los sacerdotes deseosos de
conferenciar en común sobre las virtudes y las funciones de su estado.
Participaron, entre otros, Bossuet y Tronson. Con las conferencias, San Vicente
instituyó en St.-Lazare retiros abiertos para laicos y sacerdotes. Se estima
que en los veinte últimos años de la vida de San Vicente asistían con regularidad
más de ochocientas personas al año, más de 20.000 en total. Estos retiros
contribuían en gran medida a infundir un espíritu cristiano en el pueblo, pero
imponían gravosos sacrificios a la casa de St.-Lazare. Nada se exigía a los
participantes; cuando se trataba del bienestar de las almas, Vicente no
reparaba en gastos. Ante las quejas de sus compañeros, que deseaban dificultar
la admisión a los retiros, un día consintió en ello. Al atardecer nunca había
habido tantos admitidos; cuando un fraile le informó azorado de que no cabían
más, Vicente le respondió: “Bueno, dadles mi habitación”.
Obras de caridad
Vicente de Paúl había establecido las
Hijas de la Caridad casi al mismo tiempo que los ejercicios para ordenandos. Al
principio se pretendía que éstas ayudaran a las conferencias de caridad. Cuando
estas conferencias se establecieron en París (1629), las damas que se unieron a
ellas estaban ansiosas por dar limosnas y visitar a los pobres, pero a menudo
no sabían cómo ocuparse de ellos y enviaban a sus criados en su lugar para que
hicieran lo que fuera necesario. Vicente concibió la idea de reclutar a jóvenes
piadosas para este servicio. Al principio fueron distribuidas individualmente
por las diversas parroquias en que estaban establecidas las conferencias y
visitaban a los pobres con estas damas de las conferencias o, cuando era
necesario, se ocupaban de ellas en su ausencia. En el reclutamiento, la
formación y la dirección de estas servidoras de los pobres, Vicente encontró
estimable ayuda en la señorita Legras. Cuando su número aumentó, las agrupó en
una comunidad bajo su dirección, pronunciando él una conferencia semanal
apropiada a su condición. (Para más detalles, véase Hermanas de la Caridad.)
Junto a las Hijas de la Caridad, Vicente de Paúl obtuvo para los pobres los
servicios de las Damas de la Caridad, a petición del arzobispo de París. Agrupó
(1634) bajo este nombre a algunas mujeres piadosas que estaban decididas a
atender a los pobres enfermos que entraran en el Hôtel-Dieu hasta un número de
20 mil ó 25 mil por año; también visitan las cárceles. Entre ellas había hasta
200 damas del más alto rango. Tras haber redactado su regla, San Vicente apoyó
y estimuló su caritativo celo. Gracias a ellas, fue capaz de recoger las
enormes sumas que distribuían en socorro de todos los desgraciados. Entre las
obras que podía llevar a cabo gracias a esa colaboración, una de las más
importantes era el auxilio a los pródigos, que en esta época eran
deliberadamente deformados por personas sin escrúpulos para poder explotar la
piedad de la gente. Otros eran recogidos en un asilo municipal llamado “La
couche”, donde a menudo eran maltratados o se les dejaba morir de hambre. Las
Damas de la Caridad empezaron por adquirir un grupo de doce niños, que fueron
instalados en una casa especial confiada a las Hijas de la Caridad y cuatro
enfermeras. Así, años más tarde, el número de niños alcanzó la cantidad de 4
mil; su mantenimiento costaba 30 mil libras, que ascendió a 40 mil con el
incremento en el número de niños.
Con la ayuda de un generoso desconocido,
que puso a su disposición la suma de 10 mil libras, Vicente fundó el Hospicio
del Nombre de Jesús, donde cuarenta ancianos y ancianas hallaron un refugio y
trabajo adecuado para ellos. En la actualidad se llama Hospital de los
Incurables. La misma beneficencia se extendió a todos los pobres de París, pero
la creación del Hospital General fue una idea de las Damas de la Caridad, en
particular de la duquesa de Aiguillon. Vicente hizo suya la idea y contribuyó
como nadie a la realización de una de las mayores obras de caridad del siglo
XVII; la acogida de 40 mil pobres en un asilo donde encontrarían un trabajo
útil. En respuesta a la petición de San Vicente, las contribuciones llegaron a
raudales. El Rey cedió los terrenos de la Salpétrière para la construcción del
hospital, con un capital de 50 mil libras y una dotación de 3 mil. El cardenal
Mazarino envió 100 mil libras; el presidente de Lamoignon, 20 mil coronas; y la
señora de Bullion, 60 mil libras. San Vicente encargó la tarea a las Hijas de
la Caridad y las apoyó con todo su poder.
La caridad de San Vicente no se limitaba a
París, sino que llegaba a todas las provincias desoladas por la miseria.
Durante el periodo francés de la guerra de los Treinta Años, Lorena,
Trois-Évêchés, el Franco Condado y Champaña padecieron durante casi un cuarto
de siglo todos los horrores y los azotes de la guerra. Vicente solicitó a las
Damas de la Caridad su ayuda urgente; se estima que con sus reiteradas
peticiones consiguió 12 mil libras. Cuando se acabó el dinero, volvió a recoger
limosnas, que enviaba sin tardanza a los distritos más afectados. Cuando las
contribuciones empezaron a disminuir, Vicente decidió imprimir y divulgar las
cuentas que le enviaban de esos distritos desolados; esto tuvo mucho éxito,
llegando a publicar un periódico llamado “Le magasin charitable”. Vicente lo
aprovechó para fundar en las provincias arruinadas los “potages économiques”,
una tradición que permanece en nuestras modernas cocinas económicas. Él mismo
compiló cuidadosamente las instrucciones relativas al modo de preparación de
estos “potages” y la cantidad de grasa, mantequilla, verduras y pan que se
debían emplear. Apoyó la fundación de congregaciones que se encargaban de
enterrar a los muertos y de eliminar la suciedad, permanente causa de
enfermedades. Frecuentemente las dirigían misioneros y Hermanas de la Caridad.
Al mismo tiempo, con el propósito de apartarlas de la brutalidad de los
soldados, llevó a París a 200 jóvenes, que alojó en varios conventos, y
numerosos niños, que acogió en St.-Lazare. Incluso fundó una organización
especial para auxilio de los nobles de Lorena que habían buscado refugio en
París. Tras la paz general, dirigió su preocupación y sus limosnas a los
católicos irlandeses e ingleses que habían sido expulsados de su país.
Todas estas actividades habían hecho
famoso a Vicente de Paúl en París e incluso en la Corte. Richelieu a veces lo
recibía y escuchaba favorablemente sus peticiones; lo ayudó en sus primeras
fundaciones de seminarios y estableció una casa para sus misioneros en el
pueblo de Richelieu. En su lecho de muerte Luis XIII deseaba ser asistido por
él: “Oh, señor Vicente”, decía, “si recupero la salud, no nombraré a ningún
obispo que no haya pasado tres años con vos”. Su viuda, Ana de Austria, nombró
a Vicente miembro del Consejo de Conciencia, encargado de las propuestas de
beneficios. Estos honores no alteraron la modestia y la sencillez de Vicente.
Sólo iba a la Corte por necesidad, vistiendo un sencillo atuendo. No empleaba
su influencia más que para el bienestar de los pobres y en interés de la
Iglesia. Bajo Mazarino, cuando París se levantó en la época de la Fronda (1649)
contra la regente Ana de Austria, que fue obligada a retirarse a
St.-Germain-en-Laye, Vicente afrontó todos los riesgos implorando clemencia
para ella en nombre del pueblo de París y osó aconsejarle el sacrificio del
cardenal ministro para evitar los males que la guerra amenazaba con llevar al
pueblo. También reconvino al mismo Mazarino. Su consejo no fue escuchado. San
Vicente redobló entonces sus esfuerzos para aliviar los males de la guerra en
París. Su beneficencia socorría diariamente a 15 mil ó 16 mil refugiados; sólo
en la parroquia de San Pablo las Hermanas de la Caridad ofrecían sopa
diariamente a 500 pobres, aparte de cuidar a 60 u 80 enfermos. En aquel tiempo,
Vicente, sin preocuparse por los peligros que corría, multiplicó cartas y
visitas a la Corte de St. Denis para conseguir paz y clemencia; incluso
escribió una carta al Papa pidiéndole que interviniera e interpusiera su
mediación para acelerar la paz entre las dos partes.
El jansenismo también manifestó su apego a
la fe y el uso de sus influencias en su defensa. Cuando Duvergier de Hauranne,
más tarde abad de St. Cyran, llegó a París (aproximadamente en 1621), Vicente
de Paúl mostró algún interés en él por ser compatriota y sacerdote como él y por
percibir en él sabiduría y piedad. Pero, cuando se informó mejor acerca de los
fundamentos de sus ideas sobre la gracia, lejos de ser engañado por ellas, se
esforzó por apartarlo del camino del error. Cuando el “Augustinus” de Jansenio
y “Comunión Frecuente” de Arnauld revelaron las auténticas ideas y opiniones de
la secta, Vicente se dispuso a combatir; persuadió al obispo de Lavaur, Abra de
Raconis, para que escribiera contra ellas. En el Consejo de Conciencia se opuso
a la admisión a beneficios de cualquiera que las compartiera, y se unió al
canciller y al nuncio en la busca de medios para resistir su progreso. A
iniciativa suya algunos obispos de St. Lazare decidieron informar al Papa de
estos errores. San Vicente persuadió a ochenta y cinco obispos para que
solicitaran la condena de las cinco famosas proposiciones, y convenció a Ana de
Austria para que escribiera al Papa para acelerar su decisión. Cuando las cinco
proposiciones hubieron sido condenadas por Inocencio X (1655) y Alejandro VII
(1656), Vicente procuró que todos aceptaran esta sentencia. Su celo por la Fe,
empero, no le hizo olvidar su caridad, lo cual demostró con St. Cyran, a quien
Richelieu había encarcelado (1638); se dice que asistió a su funeral. Una vez
Inocencio X hubo anunciado su decisión, fue a los solitarios de Port-Royal para
felicitarlos por su intención, previamente manifestada, de someterse por
completo. Además, rogó a los predicadores conocidos por su celo antijansenista
que evitaran en sus sermones todo aquello que pudiera amargar a sus
adversarios. Las órdenes religiosas también se beneficiaron de la gran
influencia de Vicente. No sólo ejerció mucho tiempo la dirección de las
Hermanas de la Visitación, fundadas por Francisco de Sales, sino que también
recibió en París a las Religiosas del Santísimo Sacramento, apoyó la existencia
de las Hijas de la Cruz (cuyo objetivo era educar a muchachas campesinas) y
animó la reforma de los benedictinos, los cistercienses, los antonianos, los
agustinos, los premonstratenses y la Congregación de Grandmont. El cardenal de
La Rochefoucault, a quien se había encomendado la reforma de las órdenes
religiosas de Francia, nombró a Vicente su mano derecha y le obligó a
permanecer en el Consejo de Conciencia.
El celo y la caridad de Vicente atravesaron
las fronteras de Francia. Ya en 1638 encargó a sus sacerdotes que predicaran a
los pastores de la Campania, que ofrecieran en Roma y Génova los ejercicios
para ordenandos y que establecieran misiones en Saboya y Piamonte. Envió otras
a Irlanda, Escocia, las Hébridas, Polonia y Madagascar (1648-60). De todas las
obras llevadas a cabo en el extranjero, quizá ninguna le interesó tanto como la
de los pobres esclavos de Berbería, cuya suerte compartió una vez. Había entre
25 mil y 30 mil de estos desgraciados repartidos sobre todo entre Túnez, Argel
y Bizerta. Cristianos en su mayor parte, habían sido apartados de sus familias
por los corsarios turcos. Eran tratados como auténticas bestias de cargas,
condenados a terribles trabajos, sin ningún cuidado físico o espiritual.
Vicente no dejó nada por hacer para enviarles ayuda, y, ya en 1645, les envió
un sacerdote y un fraile, que fueron seguidos por otros. Vicente incluso había
hecho que uno de ellos fuera investido con la dignidad de cónsul para que
pudiera trabajar más eficazmente para los esclavos. Les envió frecuentes
misiones y les aseguró los servicios de la religión. Al mismo tiempo actuaron
como agentes con sus familias y fueron capaces de liberar a algunos de ellos. A
la muerte de San Vicente, estos misioneros habían rescatado a 1.200 esclavos,
habiendo gastado 1.200.000 libras en los esclavos de Berbería, por no mencionar
las ofensas y persecuciones de todo tipo que ellos mismos padecieron por parte
de los turcos. Esta vida exterior, tan fructífera en obras, tenía su origen en
un profundo espíritu religioso y en una vida interior de maravillosa
intensidad. Era particularmente fiel a las obligaciones de su estado,
obedeciendo con atención las sugerencias de fe y piedad y consagrándose con
devoción a la oración, la meditación y los ejercicios religiosos y ascéticos.
De mente práctica y prudente, no dejó nada al azar; su desconfianza en sí mismo
sólo era igualada por su confianza en la Providencia. Cuando fundó la Sociedad
de la Misión y las Hermanas de la Caridad, se abstuvo de darles instrucciones
fijas por adelantado; sólo tras varios intentos y una larga experiencia decidió
en los últimos años de su vida darles reglas definitivas. Su celo por las almas
no conocía límite; todas las ocasiones eran para él oportunidades para ponerlo
en práctica. Cuando murió, los pobres de París perdieron a su mejor amigo y la
humanidad, un benefactor sin par en tiempos modernos.
Cuarenta años después (1705), el Superior
General de los lazaristas solicitó la iniciación del proceso de canonización.
Muchos obispos, entre ellos Bossuet, Fénelon, Fléchier y el Cardenal de
Noailles, apoyaron la petición. El 13 de agosto de 1729 fue beatificado por
Benedicto XIII, y canonizado por Clemente XII el 16 de junio de 1737. En 1885
León XIII lo nombró patrón de las Hermanas de la Caridad. En el curso de su
larga y ajetreada vida, Vicente de Paúl escribió un gran número de cartas,
estimadas en no menos de 30 mil. Tras su muerte se comenzó la tarea de
recopilarlas, y en el siglo XVIII se habían reunido 7 mil; muchas se han
perdido desde entonces. Las que se han conservado se publicaron con errores
bajo el título de “Lettres et conférences de St. Vincent de Paul” (supplément,
Paris, 1888); “Lettres inédites de saint Vincent de Paul” (coste in “Revue de
Gascogne”, 1909, 1911); “Lettres choisies de saint Vincent de Paul"
(Paris, 1911); el total de cartas publicadas es de unas 3.200. También se han
recogido y publicado sus “Conférences aux missionaires" (Paris, 1882) y
“Conférences aux Filles de la Charité” (Paris, 1882).
ANTOINE DEGERT
(Fuente: enciclopedia católica)
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