22 - DE SEPTIEMBRE – MIERCOLES
– 25ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
SanMauricio de Agauno y compañeros
Lectura del libro de Esdras
(9,5-9):
Yo, Esdras, al
llegar la hora de la oblación de la tarde, acabé mi penitencia y, con el
vestido y el manto rasgados, me arrodillé y alcé las manos al Señor, mi Dios,
diciendo:
«Dios mío, de pura vergüenza no me
atrevo a levantar el rostro hacia ti, porque nuestros delitos sobrepasan
nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo.
Desde los tiempos de nuestros padres
hasta hoy hemos sido reos de grandes culpas y, por nuestros delitos, nosotros
con nuestros reyes sacerdotes hemos sido entregados a reyes extranjeros, a la
espada, al destierro, al saqueo y a la ignominia, que es la situación actual.
Pero ahora el Señor, nuestro Dios, nos ha concedido un momento de gracia,
dejándonos un resto y una estaca en su lugar santo, dando luz a nuestros ojos y
concediéndonos respiro en nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero
nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los
reyes de Persia, nos dio respiro para levantar el templo de nuestro Dios y
restaurar sus ruinas y nos dio una tapia en Judá y Jerusalén.»
Palabra de Dios
Salmo: Tb 13,2.3-4.6
R/. Bendito sea Dios, que vive
eternamente
Él azota y se
compadece,
hunde hasta el abismo y saca de él,
y no hay quien escape de su mano. R/.
Dadle gracias,
israelitas, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes:
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro padre por todos los siglos. R/.
Veréis lo que
hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena,
bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos. R/.
Yo le doy
gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza
y su poder a un pueblo pecador. R/.
Convertíos,
pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizás os mostrará benevolencia
y tendrá compasión. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (9,1-6):
En aquel
tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de
demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de
Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles:
«No llevéis nada para el camino: ni
bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto.
Quedaos en la casa donde entréis, hasta
que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel
pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»
Ellos se pusieron en camino y fueron de
aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando en todas partes.
Palabra del Señor
1. Tocamos aquí un tema
fundamental para la eclesiología. Como es bien sabido, la teología católica
enseña que la Iglesia es apostólica. Es una de las notas que especifican a la Iglesia. En este sentido, los doce apóstoles son
fundamentales, no solo para entender el Evangelio, sino también para
comprender lo que es, y cómo debe ser, la Iglesia. Por eso los cristianos
creemos que la Iglesia conserva, a través de los tiempos,
la identidad de sus principios tal como los recibió de
los apóstoles (Y. Congar).
La Iglesia llegó a tomar conciencia de
este principio básico después de mucho tiempo. Fue a finales del
siglo II (año 180) cuando Hegesipo habló por primera vez de la sucesión del
obispo de Roma.
Desde entonces, se empezó a
hablar de los obispos como sucesores de los apóstoles (J. A. Estrada). Así
nació la teología de la apostolicidad de la Iglesia.
2. Esta nota (teológica) de
la apostolicidad de la Iglesia no consiste solamente en la fidelidad a la
"doctrina" que enseñaron los apóstoles de Jesús.
Además de eso es tan, o más, fundamental la fidelidad a la forma de vida
que nos dejaron los apóstoles, según las enseñanzas del Evangelio. Y, como bien
explica el texto de Lucas, Jesús les dejó dicho a sus apóstoles que "no
llevaran nada para el camino, ni pan, ni dinero". Jesús, por tanto,
pensaba que es constitutivo de la apostolicidad, no solo enseñar lo que él
dijo, sino igualmente ir por la vida poniendo en práctica
lo que él dispuso sobre el dinero, los bienes, las posesiones y el poder.
3. Con frecuencia, los
sucesores de los apóstoles —los obispos— dan la impresión de que ponen más
empeño en conservar intacta la "doctrina" de Jesús que su "forma de vida". De ahí, la diferencia que la gente nota
entre Jesús y la Iglesia, entre el Evangelio y la Jerarquía. Sin duda alguna,
la clave de este problema radica en que la teología de la Iglesia le ha
concedido más importancia a la "fe" (doctrina) que al
"seguimiento" (forma de vida).
Pues bien, así las cosas, la tarea de
los cristianos no es pretender fundar una Iglesia distinta o paralela. La
Iglesia quedó instituida, de una vez para siempre. Y siempre será
limitada, imperfecta, distante del Evangelio.
De ahí la doble exigencia:
1) Luchar contra la
deformación de la Iglesia.
2) Mantenerse fiel en ella.
Será inevitable que esa lucha y esa
fidelidad lleven consigo conflictos y renuncias increíbles. Pero no olvidemos
nunca que Jesús no abandonó su religión, sino que, dentro de ella, se enfrentó
(hasta la muerte) a lo que en aquella religión vio como incoherente y
contradictorio. Es duro. Pero eso es "seguir" a Jesús, es decir el
camino que nos trazó Jesús.
San Mauricio de Agauno y compañeros
Santos:
Digna, Emérita, Iraides, vírgenes; Jonás o Ión, presbítero; Exuperio,
Inocencio, Vidal, Mauricio, Cándido, Víctor, Focas el Jardinero, mártires;
Félix III, papa; Séptimo, Santino; Lautón (Laudo, Lo), Enmerano, obispos;
Landelino, eremita; Silvano, confesor; Salaberga, abadesa
San Euquero,
muerto a mediados del siglo V, quiso recoger por escrito las tradiciones orales
para «salvar del olvido las acciones de estos mártires». Su relato está escrito
a la distancia de siglo y medio adelante de los hechos descritos que siempre
fueron propuestos con valor de ejemplaridad y por cristianos que cantan las
glorias de sus héroes. Es decir, el relato euqueriano presenta algunos
elementos del género épico, pero es innegable que la verdad cruda, histórica y
real aparece bajo la depuración de los elementos innecesarios.
¿Qué
fue lo que pasó?
Diocleciano ha
asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos son acérrimos enemigos del
nombre cristiano y decretaron la más terrible de las persecuciones.
En las Galias se
produce una rebelión y Maximiano acude a sofocarla. Entre sus tropas se
encuentra la legión Tebea procedente de Egipto y compuesta por cristianos. Su
jefe es Mauricio que antes de incorporarse a su destino ha visitado en Roma al
papa Marcelo. En los Alpes suizos, antes de introducirse por los desfiladeros,
Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar su protección en la
campaña emprendida.
Los componentes de
la legión Tebea rehúsan sacrificar, se apartan del resto del ejército y van a
acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no lejos del lado oriental
del lago Leman.
Maximiano, al
conocer el motivo de la deserción, manda diezmar a los legionarios rebeldes,
pasándolos a espada. Los sobrevivientes se reafirman en su decisión y se animan
a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la verdadera religión.
Maximiano, cruel
como una fiera enfurecida, manda diezmar una segunda vez la legión formada por
soldados cristianos y doblegarla. Mientras se lleva a cabo la orden imperial,
el resto de los tebanos se exhortan entre sí a perseverar animados por sus
jefes: Mauricio («negro» o «moro»), Cándido («blanco») y Exuperio («levantado
en alto»). Encendidos con tales exhortaciones, los soldados envían una
delegación a Maximiano para exponerle su resolución: que obedecerán al
emperador siempre que su fe no se lo impida, y que, si determina hacerlos
perecer, renunciarán a defenderse, como hicieron sus camaradas, cuya suerte no
temen seguir.
Viendo el
emperador su inflexibilidad, da órdenes a su ejército para eliminar a la legión
de Tebea que se deja degollar como mansos corderos. En el campo corren arroyos
de sangre como nunca se vio en las más cruentas batallas.
Víctor
(«victorioso»), un veterano licenciado de otra legión, pasa por el lugar
mientras los verdugos están celebrando su crueldad. Al informarse de los hechos
se lamenta de no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe. Los verdugos
le sacrifican junto con los demás.
Solo conocemos el
nombre de estos cuatro mártires, los otros nombres Dios los conoce. Según San
Euquero, la legión estaba formada por 6.600 soldados.
Ya en el siglo IV
se daba culto en la región a los mártires de Tebea. Luego, la horrenda matanza
de militares que se dejó martirizar por su fe en Cristo dio la vuelta al mundo
entre los bautizados. Los que por su oficio tuvieron que pelear mucho, a lo
largo de los siglos se acogieron a San Mauricio y a sus compañeros en las
batallas (el piadoso rey Segismundo, Carlomagno, Carlos Martel, la Casa de
Saboya, las Órdenes de San Lázaro y la del Toisón de Oro, el mismo Felipe II…).
Y hasta el mundo del arte dejó para la posteridad, en los pinceles del Greco,
la gesta de quienes habían aprendido aquello de que es preciso obedecer a Dios
antes que a los hombres y prefirieron, consecuentemente, perder la vida a
traicionar su fe.
Archimadrid.org
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