30 - DE
SEPTIEMBRE – JUEVES –
26ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
SAN JERÓNIMO
Lectura del libro de Nehemías
(8,1-4a.5-6.7b-12):
En aquellos
días, todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se abre ante
la Puerta del Agua y pidió a Esdras, el escriba, que trajera el libro de la Ley
de Moisés, que Dios había dado a Israel.
El sacerdote Esdras trajo el libro de la
Ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y todos los que tenían uso
de razón. Era el día primero del mes séptimo. En la plaza de la Puerta del
Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo leyendo el libro a los
hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón.
Toda la gente seguía con atención la
lectura de la Ley. Esdras, el escriba, estaba de pie en el púlpito de madera
que había hecho para esta ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el
pueblo –pues se hallaba en un puesto elevado– y, cuando lo abrió, toda la gente
se puso en pie.
Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y
todo el pueblo, levantando las manos, respondió:
-«Amén, amén.»
Después se inclinaron y adoraron al
Señor, rostro en tierra. Los levitas explicaron la Ley al pueblo, que se
mantenía en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios con claridad y
explicando el sentido, de forma que comprendieron la lectura.
Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote y escriba, y los levitas que
enseñaban al pueblo decían al pueblo entero:
«Hoy es un día consagrado a nuestro
Dios: No hagáis duelo ni lloréis.»
Porque el pueblo entero lloraba al escuchar
las palabras de la Ley.
Y añadieron:
«Andad, comed buenas tajadas, bebed vino
dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro
Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.»
Los levitas acallaban al pueblo,
diciendo:
«Silencio, que es un día santo; no
estéis tristes.»
El pueblo se fue, comió, bebió, envió
porciones y organizó una gran fiesta, porque había comprendido lo que le habían
explicado.
Palabra de Dios
Salmo: 18,8.9.10.11
R/. Los mandatos del Señor son
rectos y alegran el corazón
La ley del
Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye al ignorante. R/.
Los mandatos
del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. R/.
La voluntad
del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R/.
Más preciosos
que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (10,1-12):
En aquel
tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en
dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros
pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega,
ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid
primero: "Paz a esta casa". Y si allí hay gente de paz, descansará
sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa,
comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis
cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: "Está cerca de vosotros el
reino de Dios."
Cuando entréis en un pueblo y no os
reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de vuestro pueblo, que
se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos,
sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo que aquel día será más
llevadero para Sodoma que para ese pueblo.»
Palabra del Señor
1. Se discute si el número original,
de los nuevos enviados que indica Lucas, era setenta y
dos o solamente setenta. En cualquier caso, la utilización del número siete
indica plenitud, totalidad. Es decir, los Doce no tienen, en la comunidad de
Jesús, el monopolio de la verdad evangélica o de los poderes en la Iglesia.
Es probable que Jesús no pensara en que
este ministerio de los setenta y dos no tuviera que perpetuarse en el
movimiento que el mismo Jesús puso en marcha. Pero tampoco se perpetuó el
ministerio de los Doce, ya que, a medida que fueron muriendo, a nadie se le
ocurrió nombrar el sucesor de cada uno. Es problemático que se tuviera
conciencia de este asunto concreto en el caso de Pedro, al menos desde el
primer momento.
2. La misión de anunciar el
Evangelio es para toda la Iglesia. La distinción entre Iglesia docente (la que
enseña) e Iglesia discente (la que aprende) ha sido utilizada para justificar
dos categorías de cristianos, unos activos y otros pasivos. Pero eso no ha
beneficiado a la Iglesia.
Por supuesto, los obispos son en cuanto
sucesores de los apóstoles, algo querido por Dios para su Iglesia. Pero la
fractura en la Iglesia entre clero y fieles ni es de fe, ni debe seguir como se
viene gestionando hasta ahora.
La pasividad de los laicos en la
Iglesia, por una parte, y el excesivo protagonismo del clero, por otra, rompen
la unidad querida por Jesús.
3. Urge repensar la
estructura organizativa de la Iglesia. La crisis del clero, que va en aumento,
puede tener un efecto benéfico para recuperar la Iglesia
que pudo nacer del Evangelio. Eso no será seguramente fruto de un concilio,
por muy genial que fuera ese concilio. Lo que importa de verdad es recuperar la
centralidad del Evangelio en la Iglesia.
SAN JERÓNIMO
Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año
340; estudió en Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al
Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa
Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su traducción latina de la Biblia.
También promovió la vida monástica.
Más tarde, se estableció en Belén, donde trabajó mucho por el bien de la
Iglesia. Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la
sagrada Escritura. Murió en Belén en el año 420.
Jerónimo quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado.
Nomos = nombre).
Dicen que este santo ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y
mejor la S. Biblia.
Nació San Jerónimo en Dalmacia
(Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían buena posición económica, y así
pudieron enviarlo a estudiar a Roma.
En Roma estudió latín bajo la dirección
del más famoso profesor de su tiempo, Donato, el cual hablaba el latín a la
perfección, pero era pagano. Esta instrucción recibida de un hombre muy
instruido pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y
muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de
los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo
de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito,
y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero no dedicaba tiempo a leer
libros religiosos que lo pudieran volver más espiritual.
En una carta que escribió a Santa Eustoquia, San Jerónimo le cuenta el
diálogo aterrador que sostuvo en un sueño o visión. Sintió que se presentaba
ante el trono de Jesucristo para ser juzgado, Nuestro Señor le preguntaba:
"¿A qué religión pertenece? Él le respondió: "Soy cristiano –
católico", y Jesús le dijo: "No es verdad". Que borren su nombre
de la lista de los cristianos católicos. No es cristiano sino pagano, porque
sus lecturas son todas paganas. Tiene tiempo para leer a Virgilio, Cicerón y
Homero, pero no encuentra tiempo para leer las Sagradas Escrituras". Se
despertó llorando, y en adelante su tiempo será siempre para leer y meditar
libros sagrados, y exclamará emocionado: "Nunca más me volveré a
trasnochar por leer libros paganos". A veces dan ganas de que a ciertos
católicos les sucediera una aparición como la que tuvo Jerónimo, para ver si
dejan de dedicar tanto tiempo a lecturas paganas e inútiles (revistas, novelas)
y dedican unos minutos más a leer el libro que los va a salvar, la Sagrada
Biblia.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados
(especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal
genio y su gran orgullo). Pero allá, aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba
noches sin dormir, no consiguió la paz. Se dio cuenta de que su temperamento no
era para vivir en la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que sufrió en
el desierto (y esta experiencia puede servirnos de consuelo a nosotros cuando
nos vengan horas de violentos ataques de los enemigos del alma). San Francisco
de Sales recomendaba leer esta página de nuestro santo porque es bellísima y
provechosa: Dice así: "En el desierto salvaje y árido, quemado por un sol
tan despiadado y abrasador que asusta hasta a los que han vivido allá toda la
vida, mi imaginación hacía que me pareciera estar en medio de las fiestas
mundanas de Roma. En aquel destierro al que por temor al infierno yo me condené
voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y las bestias salvajes,
muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma contemplando a las
bailarinas. Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar, y sin embargo los malos
deseos me atormentaban noche y día. Mi alimentación era miserable y desabrida,
y cualquier alimento cocinado me habría parecido un manjar exquisito, y no
obstante las tentaciones de la carne me seguían atormentando. Tenía el cuerpo
frío por tanto aguantar hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me
pegaba a los huesos, pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas
veces estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer, y aunque todo esto
hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar. Hasta que al fin, sintiéndome
impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando ante Jesús
crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le supliqué que tuviera
compasión de mí, y ayudándome el Señor con su poder y misericordia, pude
resultar vencedor de tan espantosos ataques de los enemigos del alma. Y yo me
pregunto: si esto sucedió a uno que estaba totalmente dedicado a la oración y a
la penitencia, ¿qué no les sucederá a quienes viven dedicados a comer, beber,
bailar y darle a su carne todos los gustos sensuales que pide?".
Vuelto a la ciudad, sucedió que los obispos de Italia tenían una gran
reunión o Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San
Ambrosio. Pero este se enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y
allí se dieron cuenta de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el
latín, el griego y varios idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta y
literato, lo nombró entonces como su secretario, encargado de redactar las
cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un oficio
importantísimo: hacer la traducción de la S. Biblia.
Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas.
Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma
toda la S. Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción
hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica
durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada por
traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y
otras.
Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus altos cargos en
Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social
le trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras ricas tenían tres
manos: la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y que a las familias
adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas como terneras, y
sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás brillantes y mantecosos,
como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de corregir, lo cual
le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V cuando vio un cuadro
donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con una piedra, exclamó:
"¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien arrepentido, porque si no
hubiera sido por esos golpes y por ese arrepentimiento, ¡la Iglesia nunca te
habría declarado santo, porque eras muy duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el
modo fuerte que él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que
antes habían sido fiesteras y vanidosas y que ahora por sus consejos se volvían
penitentes y dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se
fue a la Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de
Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus
predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a
seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en
aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para
atender a los peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el
sitio donde nació Jesús.
Allí, haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y días y
semanas y años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando escritos
llenos de sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
Con tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar las
verdades de nuestra santa religión. Muchas veces se extralimitaba en sus
ataques a los enemigos de la verdadera fe, pero después se arrepentía
humildemente.
La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un
hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por
eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer
entender y amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente VIII decía que el
Espíritu Santo le dio a este gran sabio unas luces muy especiales para poder
comprender mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35 años en el país donde
Jesús y los grandes personajes de la S. Biblia vivieron, enseñaron y murieron,
le dio mayores luces para poder explicar mejor las palabras del Libro Santo.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de
la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño
Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?".
Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que
dispongas de todo como mejor te parezca". El Niño Jesús añadió: "¿Y
ya no me regalas nada más?". Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por
Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a
estudiar las Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te
daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme
todo por Ti". El Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados
para perdonártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y
exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!". Y
se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es
un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas
cometidas.
El 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por
tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y Jerónimo parecía
más una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para ir a recibir el
premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más de la mitad los había
dedicado a la santidad.
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