martes, 14 de septiembre de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 - DE SEPTIEMBRE – JUEVES – 24ª – SEMANA DEL T. O. – B – SAN CORNELIO, papa y SAN CIPRIANO, obispo

 

 

16 - DE SEPTIEMBRE – JUEVES –

24ª – SEMANA DEL T. O. – B –

SAN CORNELIO, papa y

SAN CIPRIANO, obispo

 

    Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,12-16):

 

Nadie te desprecie por ser joven; sé tú un modelo para los fieles, en el hablar y en la conducta, en el amor, la fe y la honradez.

Mientras llego, preocúpate de la lectura pública, de animar y enseñar. No descuides el don que posees, que se te concedió por indicación de una profecía con la imposición de manos de los presbíteros.

Preocúpate de esas cosas y dedícate a ellas, para que todos vean cómo adelantas. Cuídate tú y cuida la enseñanza; sé constante; si lo haces, te salva ras a ti y a los que te escuchan.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 110,7-8.9.10

 

R/. Grandes son las obras del Señor

 

Justicia y verdad son las obras de sus manos,

todos sus preceptos merecen confianza:

son estables para siempre jamás,

se han de cumplir con verdad y rectitud. R/.

 

Envió la redención a su pueblo,

ratificó para siempre su alianza,

su nombre es sagrado y temible. R/.

 

Primicia de la sabiduría es el temor del Señor,

tienen buen juicio los que lo practican;

la alabanza del Señor dura por siempre. R/.

 

 

    Lectura del santo evangelio según san Lucas (7,36-50):

 

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:

«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»

    Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»

Él respondió:

«Dímelo, maestro.»

Jesús le dijo:

«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»

Simón contestó:

«Supongo que aquel a quien le perdonó más.»

Jesús le dijo:

«Has juzgado rectamente.»

Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:

«¿Ves a esta mujer?

Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo.

Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume.

Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»

Y a ella le dijo:

«Tus pecados están perdonados.»

Los demás convidados empezaron a decir entre sí:

«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»

Pero Jesús dijo a la mujer:

«Tu fe te ha salvado, vete en paz.»

 

Palabra del Señor

                                             

1.  Este relato es de los más provocativos que hay en el Evangelio. Jesús es invitado a un simposio, un banquete.   Hay que saber que el "simposio" era una de las costumbres más determinantes de la sociedad y de la cultura antigua greco-romana.   Baste recordar el Banquete de Jenofonte o el de Platón.

Advirtiendo que Jesús hizo saltar por los aires las tradiciones más intocables de aquella cultura. Al comer y al admitir en los banquetes a pecadores y personas de mala fama, Jesús trastornó el "orden social" más radicalmente que con todos sus sermones y discursos (Dennis E. Smith, J. D. Crossan).

 

2.  En este relato, el hecho fue mucho más provocativo.  Porque el que invitó fue un fariseo (modelo de observante). El invitado fue Jesús (modelo de inobservante: Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5, 21; Jn 10, 33; Mt 27, 63; Lc 23, 2. 14).

Y el personaje central, una mujer, que tenía tan mala fama, que resultaba escandaloso admitirla en aquella casa y dejar que se acercase a aquella mesa.

     Pero el episodio se desarrolla de forma que, al final, fue la mala mujer la que Jesús propone como ejemplo de amor a imitar, mientras que el observante y piadoso anfitrión queda por los suelos, como ejemplo de lo que jamás se debe hacer.

 

3.  Jesús es el hombre de la bondad, la libertad y la sinceridad.  Acepta las manifestaciones de afecto de aquella mujer. Le dice al fariseo, con delicadeza y firmeza, lo que le tiene que decir, delante de todos. No esperó a decírselo en privado. Y, sobre todo, afirmó que   quien se siente justo y ejemplar, ese es el que no tiene capacidad de amor y de bondad.  O sea: en la medida en que uno se considera mejor que los demás, en esa misma medida se incapacita para amar.

Por eso, aquella mujer, que se veía como la peor de todos, es la que tuvo más amor que nadie. Para Jesús, la condición, para ser buena persona, no es la autoestima y confianza en sí mismo, sino la necesidad de cariño de quienes se ven usados, abusados y despreciados.

 

SAN CORNELIO, papa y

SAN CIPRIANO, obispo

 

 

Cornelio fue ordenado obispo de la Iglesia de Roma en el año 251; se opuso al cisma de los novacianos y, con la ayuda de Cipriano, pudo reafirmar su autoridad. Fue desterrado por el emperador Galo, y murió en Civitavecchia en 253. Su cuerpo fue trasladado a Roma y sepultado en el cementerio de Calixto.

Cipriano nació en Cartago hacia el año 210, de familia pagana. Se convirtió a la fe, fue ordenado presbítero y, en el año 249, fue elegido obispo de su ciudad. En tiempos muy difíciles gobernó sabiamente su Iglesia con sus obras y sus escritos. En la persecución de Valeriano, primero fue desterrado y más tarde sufrió el martirio, el día 14 de septiembre del año 258.

 

San Cornelio. Papa. Año 253.

Cornelio significa: "fuerte como un cuerno".

Este Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el año 253.

Su Pontificado se vio amargado por la rebelión de un hereje llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.

El hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e impureza y el adulterio no podían ser perdonados jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró que, si un pecador se arrepiente en verdad y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde África y todos los demás obispos de occidente.

El gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un mártir.

 

San Cipriano. Obispo de Cartago y mártir. Año 258.

San Cipriano. Este fue el Santo más importante del África y el más brillante de los obispos de este continente, antes de que apareciera San Agustín.

 

Había nacido en el año 200 en Cartago (norte de África) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un impresionante ascendiente sobre los demás.

Llegado a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.

Desde su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.

Fue ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad.

 

Él se resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a ser el más importante de todos los obispos que tuvo Cartago.

Un escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor".

En el año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir los libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa religión. El mal es inmenso.

Cipriano, con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos los jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía continuas cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión por nada en la vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando: "Pedimos que Cipriano sea echado a los leones". Pero no lo lograron encontrar para echarlo a las fieras.

Hubo un corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero encontró que algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían apostatado de la religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta relajación y en adelante a todo renegado que quiso volver a la Iglesia le exigió que hiciera antes cierto tiempo de penitencia. Así preparaba a los creyentes para que en las próximas persecuciones no se dejaran dominar por el miedo y no renegaran tan fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta severidad, pero era necesaria para prevenir el peligro de apostatas en la próxima persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes que quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires gloriosos.

El año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir cristianos por centenares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.

El año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución contra los cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes. Dicen así:

El juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. Ud. ¿Qué responde?

Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos.

El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?

Cipriano: Si, lo soy.

El juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.

Cipriano: No lo haré nunca.

El juez: Píenselo bien.

Cipriano: Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.

El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".

Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!

Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.

Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.

El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.

los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.

 

 

 

 

 

 

 

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