17 - DE SEPTIEMBRE – VIERNES –
24ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Roberto Belarmino
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a Timoteo (6,2c-12):
Esto es lo que
tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa distinta, sin
atenerse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que
armoniza con la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la
enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir atendiendo sólo a las
palabras. Esto provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas,
controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la
verdad, que se han creído que la piedad es un medio de lucro.
Es verdad que la piedad es una ganancia,
cuando uno se contenta con poco. Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos
iremos de él. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. En cambio, los que
buscan riquezas caen en tentaciones, trampas y mil afanes absurdos y nocivos,
que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la
raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la
fe y se han acarreado muchos sufrimientos.
Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de
todo esto; practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la
delicadeza.
Combate el buen combate de la fe.
Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble
profesión ante muchos testigos.
Palabra de Dios
Salmo: 48
R/. Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
¿Por qué habré
de temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate? R/.
Es tan caro el
rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa. R/.
No te
preocupes si se enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él. R/.
Aunque en vida
se felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con sus antepasados,
que no verán nunca la luz. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (8,1-3):
En aquel tiempo,
Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el
Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él
había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que
habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes;
Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor
1. No es fácil, para
quienes vivimos en el siglo XXI, comprender la libertad y
el atrevimiento que supone lo que se dice, en este evangelio, sobre las
mujeres que acompañaban a Jesús y sus discípulos.
En aquel tiempo y aquella cultura, tenía
que resultar casi incomprensible ver, por los caminos de Galilea, a un grupo
mixto de hombres y mujeres, todos en bloque, de pueblo en pueblo.
Las leyes y costumbres del judaísmo no
permitían semejante libertad sospechosa o incluso escandalosa. En el Imperio,
la mujer era para vivir dedicada
al marido, a los hijos y a la casa (Robert C. Knapp).
Entre los judíos, todo esto era más estricto.
Según Filón, "mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas,
reuniones de grandes multitudes de hombres, en una palabra: toda la
vida pública…, está hecha para los hombres. A las mujeres les conviene
quedarse en casa y vivir retiradas... Las mujeres están recluidas y no salen
del patio de la casa (De Spec. Leg. III, 169; cf. J. Jeremias).
2. Jesús rompió con
todo esto. Y formó una comunidad mixta, de forma que siempre, que se encontró
en situaciones de conflictividad con las mujeres, se puso de parte de ellas.
Baste recordar los casos de la samaritana (Jn 4), la gran prostituta (Lc 7), la
adúltera (Jn 8), la anulación de la ley que permitía al hombre expulsar a la
mujer de la casa por cualquier causa (Mt 19; Deut 24, 1), el derroche de María
al perfumar a Jesús con lo más caro que se vendía entonces (Jn 12).
Es más, cuando los hombres habían huido
asustados, las mujeres acompañaron a Jesús en el camino del Calvario (Lc 21, 27
ss), ante la cruz y cuando agonizaba, se menciona solo un grupo de mujeres,
allí frente al ajusticiado (Mc 15, 40-41). Y es bien sabido que quienes
tuvieron el privilegio
de ser los primeros que vieron al Resucitado fueron las mujeres (Mt 28, 1
ss; Mc 16, 1-8; Lc 24, 1-13; Jn 20, 11-18).
3. Por todo esto resulta admirable la
libertad de Jesús y su humanidad, que se
pone en evidencia en el trato con las mujeres. Jesús, al proceder así,
defendió
de hecho, la igualdad del hombre y la mujer. Y devolvió a la mujer la
dignidad
que se le había quitado. Una tarea urgente y apremiante para los cristianos
y para la Iglesia en este mundo de tantas desigualdades e injusticias.
Jesús vio claramente que el futuro de la humanidad estará resuelto el día que se hayan superado las diferencias y se haya logrado la igualdad, en dignidad y derechos, de todos los humanos.
San Roberto
Belarmino
(1542-1621)
Roberto significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro: buena fama. Bert: brillar).
Este santo ha sido
uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra los errores
de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de argumentos
convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó al leer uno
de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay cómo
responderle".
San Roberto nació
en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana del Papa
Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia superior a la de
sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria muchas páginas en
latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En las academias y
discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo escuchaban. El rector
del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó escrito: "Es el más
inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de grandes éxitos para el
futuro".
Por ser sobrino de
un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello aspiraba, pero su
santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la vanidad son defectos
sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De pronto, cuando más
deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de repente a la memoria
lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo y la cuenta que todos
vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de religioso, pero en una
comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni cardenal. Y esa
comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo. Fue recibido de jesuita
en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios: él entraba a esa
comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque los reglamentos de
los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el único obispo y
cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de los peores
sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud. En él se
cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los
superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los
débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las
montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de joven
seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía
multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de
palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones
fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían
que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían
inspiradas desde lo alto.
Belarmino era un
verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde Roma para
que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego: "Nunca
en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente bien, como
habla el padre Roberto".
Era el predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma.
Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al
sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se
anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a
las columnas para lograr verlo y escucharlo.
Al principio los
sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos, y de adornos
literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de pronto un día lo
enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación, y él sin
tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación únicamente con
frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de memoria) y el éxito
fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su sencillo sermoncito
bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus sermones literarios.
Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de ahora en adelante
solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia, no buscando
aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después de haber
sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más, fue
llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que los
Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente
superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el
Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de
sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró
ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se llama
controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los protestantes
(evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie de libros
contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el Sumo
Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a los
sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó una
clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus alumnos
a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo titulado así:
"Controversias". En ese libro con admirable sabiduría, pulverizaba lo
que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo. Enseguida
aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los sacerdotes y
catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los argumentos que
necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados que están los
que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a discutir con
un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo de las
Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus famosos
libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de pobre. Son
tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación económica".
Los protestantes,
admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones, decían que eso no
lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un equipo de muchos
sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él únicamente, de su
propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y cardenal y puso como razón para
ello lo siguiente: "Este es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino se
negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía de
Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le
respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le
mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo,
pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido
haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al llegar a las
habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas lujosas que había
en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres, diciendo:
"Las paredes no sufren de frío".
Los superiores
Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual de los
jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En los últimos
años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas al
noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan
humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En la elección del
nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la mitad de los
votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres tenían
muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara de
semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de
morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera entre los
pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su entierro).
Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente) y se
hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los
funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que
estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió el 17 de
septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una escuela
teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo Pontífice
Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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