18 - DE
AGOSTO – JUEVES –
20 – SEMANA
DEL T. O. – C –
Santa Elena de Constantinopla
Lectura de la
profecía de Ezequiel (36,23-28):
Así dice el
Señor:
«Mostraré la santidad de mi nombre
grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de
ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor –oráculo del Señor–, cuando
les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os
reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre
vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e
idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un
espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un
corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis
preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra
que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.»
Palabra de Dios
Salmo 50,12-13.14-15.18-19
R/. Derramaré sobre vosotros un
agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias
Oh Dios, crea
en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la
alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Los
sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,1-14):
En aquel
tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«El reino de los cielos se parece a un
rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los
convidados a la boda, pero no quisieron ir.
Volvió a mandar criados, encargándoles
que les dijeran:
"Tengo preparado el banquete, he
matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda."
Los convidados no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los
criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados:
"La boda está preparada, pero los convidados
no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que
encontréis, convidadlos a la boda."
Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se
llenó de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los
comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
"Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin
vestirte de fiesta?"
El otro no abrió la boca.
Entonces el rey dijo a los camareros:
"Atadlo de pies y manos y arrojadlo
fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes."
Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»
Palabra del Señor
1. Para entender esta
parábola, lo primero que se ha de tener en cuenta es que se trata de la última
de las "parábolas de denuncia" que pronunció Jesús ante los sumos
sacerdotes y senadores (las otras son la de los dos hermanos "Mt
21, 28-311 y la de los viñadores homicidas [Mt 21, 33-46]).
No es, pues, una parábola de
exhortación, sino de confrontación (J. Jeremías). Esto indica que el final de
la parábola, tal como la presenta Mateo, la expulsión del que iba sin traje de
fiesta, eso no lo pudo decir Jesús, es una añadidura redaccional (W. Harnisch,
E. Schweitzer).
2. El sentido, pues, de la
parábola es claro: el Reino de Dios representa el cambio más inconcebible, e
incluso más "insoportable", para el "orden" que los
mortales hemos establecido en esta sociedad. Lo que Dios quiere es
que esta vida sea un gran banquete para todos. Pero, ante todo, para
los excluidos y marginados de esta sociedad, "malos y buenos". Que no
son los excluidos por Dios, ya que Dios (tal como lo presenta Jesús) no excluye
a nadie. Pero la parábola no habla de los excluidos por la religión,
sino de los excluidos por el capitalismo, que es, en este momento, el
sistema satánico, que divide, separa y excluye a los pobres a los trabajadores
y a la sufrida clase media. Y hay que decir todo esto partiendo
de la lectura que se hacía en las culturas antiguas del acto central de
aquellas culturas, que era el "simposio", el banquete
compartido. Porque se tenía entonces la idea fija según la
cual "el acto de comer juntos crea vínculos entre los comensales"..
ya que tales comensales "participan de un mismo acontecimiento", que
es central en la vida (Dennis E. Smith).
3. Pero el banquete que nos
presenta el Evangelio ofrece una característica propia y singular. Se trata de
un banquete en el que no quieren participar los invitados oficiales, los
selectos de la sociedad, los que tienen tierras, fincas, propiedades…
El banquete es "igualdad" en
dignidad y derechos. Los capitalistas bien situados quieren mantener
a toda costa la "desigualdad". De forma que todo el
sistema político, económico, social, educativo, sanitario... todo eso está
pensado para vivir en una sociedad desigual.
Los ricos no soportan la igualdad. Ni la soportan en la "sociedad", ni la aguantan en la "religión". Esto es lo que va más directamente contra el Evangelio.
Viuda, madre del Emperador Constantino -
(† 329)
Nació
Elena en una pobre casita de Deprano, en Nicomedia, bajo los poderes de los
césares de Roma. Era pobre pero muy bella. Su juventud ciertamente que no fue
entre flores y agasajos, ya que se veía obligada a limpiar la casa y a hacer la
comida para sus padres y hermanos.
Elena
era pagana, como paganos eran sus padres, pero adornaban su alma un cúmulo de
virtudes que la predisponían a recibir cuando llegase la hora la gracia del
Evangelio. Ella veía con ojos horripilantes aquellas persecuciones tan
sangrientas contra los pobres cristianos solamente por no pertenecer a la
religión romana. Eran buenos, sencillos, trabajadores, honrados, no se metían
con nadie. "¿Por qué matarles?" -se preguntaba Elena-.
Cuando
ya tenía unos veinte años floridos o poco más, aconteció que pasó cerca de ella
el flamente general Constancio Cloro, que era de familia noble y muy querido
del Emperador Maximino. Se enamoraron y se casaron. Fruto de aquel matrimonio
nacía el 27 de febrero del 274 en Naissus -Dardania-, el futuro y gran general
y Emperador Constantino. Todo iba bien hasta que el 1 de marzo de 293 hubo un
gran cambio en la vida de Elena: Diecleciano y Maximino nombran como Césares de
sus respectivos reinos a Galerio y a Constancio. A éste le obligan que para
ello debe repudiar a Elena y casarse con la hijastra de Maximino. Como el poder
y la arrogancia no tienen límites, esto hace Constancio. La pobre Elena queda
sin amparo ya que hasta su mismo hijo, lo que más amaba en su vida, se lo lleva
su padre para que le siga en las correrías militares.
La
vida de Elena durante este tiempo es de meditación, de vida ejemplar y de obras
de caridad aunque todavía no conoce la religión de Cristo.
El
25 de julio del 306 muere Constancio Cloro. Le acompaña su hijo Constantino.
Eusebio de Cesarea cuenta el milagroso evento: Durante la batalla de Saxa
Rubra, al atardecer, vio Constantino como una especie de "Lábaro", en
el que había pintada una cruz de la que salían rayos de luz y un letrero que
decía: "Con esta señal vencerás". Este portento lo vio todo el
ejército junto con su general. Por la noche en sueños se le aparece a
Constantino el mismo prodigio. Manda hacer este estandarte como se le había
indicado. Da comienzo la batalla. Va a la cabeza el lábaro milagroso y... la
victoria del 28 de octubre del 312 fue un hecho. Sobre el puente Milvio queda
derrotado Majencio y entra como único emperador de Roma Constantino.
Santa
Elena quizá cuando esto sucede ya era cristiana. Ella fue asimilando poco a
poco las sublimidades de la fe cristiana y se abrazó de lleno a ellas y por
ellas luchó con denuedo toda su vida. Su hijo, aunque mucho trabajó por la
extensión de la fe cristiana y a él se debe el célebre Edicto de Milán del 313,
por el que se permitía la religión cristiana, parece que sólo recibió el
bautismo a la hora de la muerte.
A ella,
a Santa Elena, se atribuye también la historia o leyenda de la Invención de la
Santa Cruz. Tanto era el amor que sentía hacia Jesucristo que no podía sufrir
que este instrumento de nuestra salvación permaneciera -todavía después de
cuatro siglos- enterrado y no dignamente venerado por los cristianos. Y a sus
cerca de setenta años se dirigió a Jerusalén para descubrir el paradero de la
Santa Cruz. Y... su fe dio con ella al realizarse por medio de este bendito
Leño el milagro de curar repentinamente a una mujer moribunda.
Realizados
sus deseos volvió a Roma al lado de su hijo y le ayudó a que éste diera su paso
definitivo de hacerse cristiano. Santa Elena pasó santamente sus últimos días
hasta que se durmió en el Señor por el año 329.
Ramillete espiritual:
«Y ya
no estoy en el mundo; más éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo,
a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como
nosotros.»
Jn 17, 11
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