21 - DE AGOSTO
– DOMINGO –
20 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Pío X papa
Lectura del libro de Isaías (66,18-21):
Esto dice el
Señor:
«Yo, conociendo sus obras y sus
pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver
mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos enviaré
supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco),
Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi
gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones. Y
de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros
hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi
santa montaña de Jerusalén
—dice el Señor—, así como los hijos de Israel traen ofrendas,
en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré sacerdotes y
levitas —dice el Señor—».
Palabra de
Dios
Salmo: 116,1.2
R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio
V/. Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos. R/.
V/. Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(12,5-7.11-13):
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que
os dieron:
«Hijo mío, no rechaces la corrección del
Señor, ni te desanimes por su reprensión;
porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección,
porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el
momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los
ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles,
robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie
cojo, no se retuerce, sino que se cura.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (13,22-30):
En Jesús pasaba
por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha,
pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
Cuando el amo de la casa se levante y cierre
la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo:
Señor, ábrenos; pero él os dirá:
“No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has
enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá:
“No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos
los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de
dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el
reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y
occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos».
Palabra del
Señor
Cuántos, cómo
y quiénes se salvan.
Durante siglos, a los israelitas no les
preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la
muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos,
descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin
pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia
divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso
tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario,
y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y
asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.
Con el tiempo, para salvar la justicia
divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan
el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola
del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este
mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser
torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra,
participa de la felicidad eterna.
Entre los judíos que creen en la
resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del
evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz, los malvados
no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.
Una pregunta absurda: cuántos
Jesús, de camino hacia Jerusalén,
recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:
‒ Señor, ¿serán pocos los que se salven?
Bastantes cristianos actuales habrían
formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen?
Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo
que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta:
¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y
cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o
muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza
que se condena la mayoría o que se salvan todos.
Una enseñanza: cómo
Jesús no entra en el juego. Ni siquiera
responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una
enseñanza general.
Jesús les dijo:
‒ Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos
intentarán entrar y no podrán.
La imagen, tal como la presenta Lucas,
no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las
personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo
ofrece una versión más completa y
clara: “Entrad por la puerta estrecha;
porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son
muchos los que entran por ella.
¡Qué estrecha es
la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan
con ella!” (Mateo 7,13-14).
En cualquier caso,
la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por
la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.
Al joven rico,
angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde:
“No matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu
padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Son los
mandamientos de la segunda tabla del decálogo, los que regulan las relaciones
con el prójimo. Curiosamente (y a muchos judíos les resultaría blasfemo) para
conseguir la vida eterna no es preciso observar el sábado.
En el evangelio de
Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta
Jesús a la hora de salvar y condenar:
“porque tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y
me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis,
estaba encarcelado y acudisteis”.
Vivir esto
equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.
Un final sorprendente y polémico:
quiénes
La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado
una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.
El libro de Isaías contiene estas
palabras dirigidas por Dios a los israelitas:
“En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la
tierra” (Is 60,21).
Basándose en esta promesa, algunos
rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir,
que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos?
También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.
Sin embargo, las palabras que pone Lucas
en boca de Jesús afirman algo muy distinto. Empalmando con la idea de que muchos
intentarán entrar y no podrán, nos sorprende con la siguiente descripción:
Cuando el amo de la casa se levante y
cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor,
ábrenos”. Y él os replicará: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a
decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os replicará: “No sé quiénes sois.
Alejaos de mí, malvados.” Entonces será
el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a
todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y
vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en
el reino de Dios.
El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman
a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con
él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino
junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y
los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos
cardinales, se sentarán a la mesa.
La conversión de los paganos ya había
sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is
66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se
trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos
sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras
recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran
parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos
paganos lo acogían favorablemente. Él es la puerta estrecha, por la que muchos
contemporáneos se han negado a entrar.
Moraleja y matización
Lucas termina con una de esas frases
breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús (de hecho, el evangelio de
Mateo la coloca en otro contexto muy distinto).
Mirad: hay últimos que serán primeros, y
primeros que serán últimos.
En la interpretación de Lucas, los
últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero
los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también
son invitados a él. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de
los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos,
aunque en generalmente sin mucho éxito.
Primera lectura: Isaías 66, 18-21
Así dice el
Señor:
Yo vendré para reunir a las naciones de
toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos
despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac,
Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi
gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todos los países, como ofrenda al
Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en
mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén ‒dice el Señor‒, como los
israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre
ellos escogeré sacerdotes y levitas ‒dice el Señor‒.
El primer párrafo es el que está en
relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis
(a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal),
y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista
es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación
en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).
Segunda lectura: cuando Dios nos mete
por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)
Este breve fragmento de la carta a los
hebreos no tiene nada que ver con el evangelio. Pero es una hermosa exhortación
que lo complementa. En el evangelio se nos anima a «entrar por la puerta
estrecha». Muchas veces es la vida la que se estrecha en torno a nosotros, como
si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la carta enfoca esos momentos
difíciles como una reprensión o corrección del Señor. Pero es la corrección de
un Padre que deseo lo mejor para su hijo, idea que debe consolarnos y
fortalecernos.
José Sarto,
después Pío X, nació en Riese, poblado cerca de Venecia, Italia en 1835 en el
seno de una familia humilde siendo el segundo de diez hijos.
Todavía siendo
niño perdió a su padre por lo que pensó dejar de estudiar para ayudar a su
madre en los gastos de manutención de la familia, sin embargo, ésta se lo
impidió y pudo continuar sus estudios en el seminario gracias a una beca que le
consiguió un sacerdote amigo de la familia.
Una vez ordenado
fue vicepárroco, párroco, canónigo, obispo de Mantua y Cardenal de Venecia,
puestos donde duró en cada uno de ellos nueve años. Bromeando platicaba que
solamente le faltaban nueve años de Papa.
Muchas son las
anécdotas de este santo que reflejan tanto su santidad como su lucha por
superar sus defectos, entre ellas destacan tres:
Siendo Cardenal de
Venecia se encontró con un anciano al que la policía le había quitado el burro
que tenía para trabajar; al enterarse el Cardenal se ofreció a pagar la multa
que le cobraban y a acompañarlo a recoger el burro porque exigían al anciano
que lo respaldara una persona de confianza. Ante la negativa del anciano para
que lo acompañara el Cardenal afirmó que si una obra buena no costaba no
merecía gran recompensa
Cuando era un
sacerdote joven, José Sarto, estando con su hermana se quejó de dolor de muelas
lo que provocó que ella lo criticara y lo tachara de quejoso y flojo
respondiéndole con una bofetada. Sintiéndose avergonzado se disculpó por ser
tan violento, defecto que fue corrigiendo. Asimismo, una vez de visita en el
Colegio de San Juan Bosco fue invitado a almorzar en la pobreza de ese colegio,
donde al salir buscó un mejor lugar para comer, aunque después se volvió más y
más sacrificado.
En 1903 al morir
León XIII fue convocado a Roma para elegir al nuevo Pontífice. En Roma no era
candidato para algunos por no hablar francés y él mismo se consideraba indigno
de tal nombramiento.
Durante la
elección los Cardenales se inclinaron en principio y por mayoría por el
Cardenal Rampolla, sin embargo, el Cardenal de Checoslovaquia anunció que el
Emperador de Austria no aceptaba al Cardenal Rampolla como Papa y tenía el
derecho de veto en la elección papal, por lo que el Cardenal Rampolla retiró su
nombre del nombramiento. Reanudada la votación los Cardenales se inclinaron por
el Cardenal Sarto quien suplicó que no lo eligieran hasta que una noche una
comisión de Cardenales lo visitó para hacerle ver qué no aceptar el
nombramiento era no aceptar la voluntad de Dios. Aceptó pues convencido de que,
si Dios da un cargo, da las gracias necesarias para llevarlo a cabo.
Escogió el nombre
de Pío inspirado en que los Papas que eligieron ese nombre habían sufrido por
defender la religión.
Tres eran sus más
grandes características: La pobreza: fue un Papa pobre que nunca fue servido
más que por dos de sus hermanas para las que tuvo que solicitar una pensión
para que no se quedaran en la miseria a la hora de la muerte de Pío X; la
humildad: Pío X siempre se sintió indigno del cargo de Papa e incluso no
permitía lujos excesivos en sus recámaras y sus hermanas que lo atendían no
gozaban de privilegio alguno en el Vaticano; la bondad: Nunca fue difícil
tratar con Pío X pues siempre estaba de buen genio y dispuesto a mostrarse como
padre bondadosos con quien necesitara de él.
Una vez que fue
elegido Papa decretó que ningún gobernante podía vetar a Cardenal alguno para
Sumo Pontífice.
Dentro de sus
obras destaca el combate contra dos herejías en boga en esa época: Modernismo,
la cual la combatió en un documento llamado Pascendi estableciendo que los
dogmas son inmutables y la Iglesia si tiene autoridad para dar normas de moral;
la otra herejía que combatió fue la del Jansenismo que propagaba que la Primera
Comunión se debía retrasar lo más posible; en contraposición Pío X decretó la
autorización para que los niños pudieran recibir la comunión desde el momento
en que entendía quien está en la Santa Hostia Consagrada. Este decreto le valió
ser llamado el Papa de la Eucaristía.
Fundó el Instituto
Bíblico para perfeccionar las traducciones de la Biblia y nombró una comisión
encargada de ordenar y actualizar el Derecho Canónico. Promovió el estudio del
Catecismo.
Murió el 21 de
agosto de 1914 después de once años de pontificado.
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