19 - DE
AGOSTO – VIERNES –
20 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Juan
Eudes
Lectura de la profecía de Ezequiel
(37,1-14):
En aquellos
días, la mano del Señor se posó sobre mi y, con su Espíritu, el Señor me sacó y
me colocó en medio de un valle todo lleno de huesos. Me hizo dar vueltas y
vueltas en torno a ellos: eran innumerables sobre la superficie del valle y
estaban completamente secos.
Me preguntó:
«Hijo de Adán, ¿podrán revivir estos
huesos?»
Yo respondí:
«Señor, tú lo sabes.»
Él me dijo:
«Pronuncia un oráculo sobre estos huesos
y diles: "¡Huesos secos, escuchad la palabra del Señor! Así dice el Señor
a estos huesos: Yo mismo traeré sobre vosotros espíritu, y viviréis. Pondré
sobre vosotros tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre
vosotros piel, os infundiré espíritu, y viviréis. Y sabréis que yo soy el
Señor."»
Y profeticé como me había ordenado y, a
la voz de mi oráculo, hubo un estrépito, y los huesos se juntaron hueso con
hueso. Me fijé en ellos: tenían encima tendones, la carne había crecido, y la
piel los recubría; pero no tenían espíritu.
Entonces me dijo:
«Conjura al espíritu, conjura, hijo de
Adán, y di al espíritu:
"Así lo dice el Señor: De los
cuatro vientos ven, espíritu, y sopla sobre estos muertos para que
vivan."»
Yo profeticé como me había ordenado;
vino sobre ellos el espíritu, y revivieron y se pusieron en pie.
Era una multitud innumerable.
Y me dijo:
«Hijo de Adán, estos huesos son la
entera casa de Israel, que dice:
"Nuestros huesos están secos,
nuestra esperanza ha perecido, estamos destrozados." Por eso, profetiza y
diles:
"Así dice el Señor: Yo mismo abriré
vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os
traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de
vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi
espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor,
lo digo y lo hago."»
Oráculo del Señor.
Palabra de Dios
Salmo: 106,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Dad gracias al Señor, porque es eterna
su misericordia
Que lo
confiesen los redimidos por el Señor,
los que él rescató de la mano del enemigo,
los que reunió de todos los países:
norte y sur, oriente y occidente. R/.
Erraban por un
desierto solitario,
no encontraban el camino de ciudad habitada;
pasaban hambre y sed,
se les iba agotando la vida. R/.
Pero gritaron
al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Los guió por un camino derecho,
para que llegaran a ciudad habitada. R/.
Den gracias al
Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Calmó el ansia de los sedientos,
y a los hambrientos los colmó de bienes. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(22,34-40):
En aquel
tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos,
formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para
ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»
Él le dijo:
«"Amarás al Señor, tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser."
Este mandamiento es el principal y
primero.
El segundo es semejante a él:
"Amarás a tu prójimo como a ti
mismo."
Estos dos mandamientos sostienen la Ley
entera y los profetas.»
Palabra del Señor
1. A propósito de este
evangelio, se suelen plantear tres preguntas, de enorme interés para quienes tienen
creencias religiosas:
1) - ¿Qué hay que entender por
"amor a Dios"?
- ¿Cómo se puede "amar" a alguien al que
no es posible comprender ni ver?
2) - ¿Quién es el
"prójimo" y qué significa "amor" al prójimo?
3) - ¿Qué relación
guardan los dos preceptos supremos de amor a Dios y de amor al prójimo?
- ¿Se trata de dos géneros de
amor o son idénticos? (U. Luz).
Es verdad que mucha gente, aunque sea
gente religiosa, ni se plantea estas preguntas. Porque a muchos,
todo este lenguaje le suena a palabrería clerical, sin relación con la realidad
palpable. Hasta ese punto, la misma religión ha degradado estas cuestiones, tan
fundamentales.
2. A Jesús le preguntaron
solo por el "primer" mandamiento. Pero Jesús respondió
uniendo el primero y el segundo. Lo cual quiere decir, sin duda, que el primero
es inseparable del segundo.
Es decir, no podemos ni entender, ni
practicar, lo que es el "amor a Dios", si lo separamos del "amor
al prójimo".
El mismo evangelio de Mateo pone esto en
evidencia cuando relata el llamado juicio final o juicio de las naciones (Mt
25, 31-46).
Si algo hay claro en ese texto famoso,
es que el principio determinante de nuestra correcta relación con Dios, o sea
de nuestro amor a Dios, no es la relación y el amor que cada cual piensa (o se
imagina) que le tiene a Dios en sí, sino únicamente la relación que cada cual
ha mantenido en su vida con el prójimo.
Lo cual queda más patente cuando se
trata precisamente del prójimo que sufre, del que se ve
más desamparado, del que no puede pagar con nada el servicio
que se le presta.
3. La tesis central del
cristianismo, en este asunto capital, la deja muy clara la primera carta de
Juan: "quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a
Dios, a quien no ve".
El respeto, la estima y la bondad que
derrochamos con los demás, esa es la medida del amor que le tenemos a Dios.
En esto no hay, ni puede haber, engaño.
Porque el Dios de Jesús se identifica con el ser humano (Mt 25, 31-46). De
forma que quien acoge y escucha o rechaza a un ser humano, a quien acoge,
escucha o rechaza es a Dios (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mc 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48;
Jn 13, 20).
Es un hecho central de nuestra fe, que a
los "creyentes" nos cuesta lo indecible aceptar e integrar en nuestra
vida y en nuestra forma de tratar a los demás, como si fuera con Dios mismo con
quien nos relacionamos en los demás.
San Juan
Eudes, presbítero, que durante muchos años se dedicó a la predicación en las
parroquias y después fundó la Congregación de Jesús y María, para la formación
de los sacerdotes en los seminarios, y otra de religiosas de Nuestra Señora de
la Caridad, para fortalecer en la vida cristiana a las mujeres arrepentidas.
Fomentó de una manera especial la
devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, hasta que, en Caen, de
la región de Normandía, en Francia, descansó piadosamente en el Señor.
VIDA
DE SAN JUAN EUDES
Este santo
compuso una frase que se ha hecho famosa entre los creyentes. Dice así:
"Para ofrecer bien una Eucaristía se necesitarían tres eternidades: una
para prepararla, otra para celebrarla y una tercera para dar gracias".
Nació en un
pueblecito de Francia, llamado Ri (en Normandía) en el año 1601. Sus padres no
tenían hijos e hicieron una peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y
Dios les concedió este hijo, y después de él otros cinco.
Ya desde
pequeño demostraba gran piedad, y un día cuando un compañero de la escuela lo
golpeó en una mejilla, él para cumplir el consejo del evangelio, le presentó la
otra mejilla.
Estudio en un
famoso seminario de París, llamado El Oratorio, dirigido por un gran personaje
de su tiempo, el cardenal Berulle, que lo estimaba muchísimo.
Al descubrir
en Juan Eudes una impresionante capacidad para predicar misiones populares, el
Cardenal Berulle lo dedicó apenas ordenado sacerdote, a predicar por los
pueblos y ciudades. Predicó 111 misiones, con notabilísimo éxito. Un escritor
muy popular de su tiempo, Monseñor Camus, afirmaba: "Yo he oído a los
mejores predicadores de Italia y Francia y puedo asegurar que ninguno de ellos
conmueve tanto a las multitudes, como este buen padre Juan Eudes".
Las gentes decían
de él: "En la predicación es un león, y en la confesión un cordero".
San Juan Eudes
se dio cuenta de que para poder enfervorizar al pueblo y llevarlo a la santidad
era necesario proveerlo de muy buenos y santos sacerdotes y que para formarlos
se necesitaban seminarios donde los jóvenes recibieran muy esmerada
preparación. Por eso se propuso fundar seminarios en los cuales los futuros
sacerdotes fueran esmeradamente preparados para su sagrado ministerio. En
Francia, su patria, fundó cinco seminarios que contribuyeron enormemente al
resurgimiento religioso de la nación.
Con los
mejores sacerdotes que lo acompañaban en su apostolado fundó la Congregación de
Jesús y María, o padres Eudistas, comunidad religiosa que ha hecho inmenso bien
en el mundo y se dedica a dirigir seminarios y a la predicación.
En sus
misiones lograba el padre que muchas mujeres se arrepintieran de su vida de
pecado, pero desafortunadamente las ocasiones las volvían a llevar otra vez al
mal. Una vez una sencilla mujer, Magdalena Lamy, que había dado albergue a
varias de esas convertidas, le dijo al santo al final de una misión:
"Usted se vuelve ahora a su vida de oración, y estas pobres mujeres se
volverán a su vida de pecado; es necesario que les consiga casas donde se
puedan refugiar y librarse de quienes quieren destrozar su virtud". El
santo aceptó este consejo y fundó la Comunidad de las Hermanas de Nuestra
Señora del Refugio para encargarse de las jóvenes en peligro. De esta
asociación saldrá mucho después la Comunidad de religiosas del Buen Pastor que
tienen ahora en el mundo 585 casas con 7,700 religiosas, dedicadas a atender a
las jóvenes en peligro y rehabilitar a las que ya han caído.
Este santo
propagó por todo su país dos nuevas devociones que llegaron a ser sumamente
populares: La devoción al Corazón de Jesús y la devoción al Corazón de María. Y
escribió un hermoso libro titulado: "El Admirable Corazón de la Madre de
Dios", para explicar el amor que María ha tenido por Dios y por nosotros.
Él compuso también un oficio litúrgico en honor del corazón de María, y en sus
congregaciones celebraba cada año la fiesta del Inmaculado Corazón.
Otro de sus
Libros se titula: "La devoción al Corazón de Jesús". Por eso el Papa
San Pío X llamaba a San Juan Eudes: "El apóstol de la devoción a los
Sagrados Corazones".
Redactó
también dos libros que han hecho mucho bien a los sacerdotes: "El buen
Confesor", y "El predicador apostólico".
Murió el 19 de
agosto de 1680. Su gran deseo era que de su vida y de su comportamiento se
pudiera repetir siempre lo que decía Jesús: "Mi Padre celestial me ama,
porque yo hago siempre lo que a Él le agrada".
Fue canonizado
en 1925 y su fiesta fue incluida en el calendario de la Iglesia de occidente en
1928.
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