4 - DE AGOSTO
– JUEVES –
18 – SEMANA
DEL T. O. – C –
San Juan María Vianney, Cura de Ars
Lectura del libro de Jeremías. 31, 31-34
Llegarán los
días –oráculo del Señor– en que estableceré una nueva Alianza con la casa de
Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres
el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi
Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño–oráculo del Señor–.
Esta es la Alianza que estableceré con
la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley
dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán
mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro:
“Conozcan al Señor”.
Porque todos me conocerán, del más
pequeño al más grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su
iniquidad y no me acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.
Sal 50, 12-15. 18-19
R. ¡Dios mío, crea en mí un corazón puro!
Crea en mí,
Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes
lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la
alegría de tu salvación, que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu
camino a los impíos y los pecadores volverán a ti. R.
Los
sacrificios no te satisfacen; si ofrezco un holocausto, no lo aceptas: mi
sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y
humillado. R.
Lectura del santo evangelio según san
Mateo16, 13-23
En aquel
tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus
discípulos:
"¿Quién dice la gente que es el
Hijo del Hombre?"
Ellos contestaron:
"Unos que Juan Bautista, otros que
Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas".
Él les preguntó:
"Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
"Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
vivo".
Jesús le respondió:
"¡Dichoso tú, Simón, hijo de
Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre
que está en el cielo.
Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del Reino de los
Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates
en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Y les mandó a los discípulos que no
dijesen a nadie que él era el Mesías.
Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus
discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, y tenía que ser ejecutado y resucitar
al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
"¡No lo permita Dios, Señor! Eso no
puede pasarte':
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
"Quítate de mí vista, Satanás, que
me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios'.
Palabra del Señor
1. Este relato, tal
como aquí aparece, se encuentra en los evangelios de Mateo y de
Marcos. Y, en ambos casos, se une la narración de la confesión de
Pedro con el enfrentamiento que tuvo el mismo Pedro con Jesús.
El episodio de la confesión de Pedro,
como se sabe, ha sido ampliamente utilizado, por la teología y por el Derecho
eclesiástico, para argumentar y justificar el poder de Pedro y de sus sucesores
(los papas) en el gobierno de la Iglesia y hasta en el poder político del
papado. Más aún, como dejó escrito Y. Congar, "la propia Roma, y esto a
partir, tal vez, del s. II" montó las cosas de forma que "ella"
(Roma) ve en Mt16, 19 su propia institución. Para Roma, los poderes no pasan de
Pedro a la "ecclesía" (la comunidad de los fieles), sino de Pedro a
la Sede Romana". Lo que, en definitiva -si es que esto fuera cierto-, la
Iglesia tendría su fundamento, no en Jesús, sino en Pedro, en su poder y en su
autoridad".
O sea, una Iglesia de poder que somete,
no una comunidad de misericordia que humaniza.
2. Esta idea es la que
explica cómo y por qué hay ahora obispos y cardenales que no dudan en
enfrentarse al papa Francisco. Porque ven, en este papa, una forma
de gobernar la Iglesia que pone el centro en el Evangelio y en el ejemplo de
vida que nos dejó Jesús.
Mientras que esos obispos y cardenales
(los que sean y quienes sean) pretenden que el centro tiene que estar en la
Curia Vaticana, en los poderes de la Curia y en las decisiones que la Curia
toma.
Aquí está el nudo que urge desatar. Para
que la Iglesia tenga su centro en Jesús y no en ningún poder humano, por muy
religioso y sagrado que sea.
3. De ahí, la importancia del segundo relato: el del enfrentamiento de Jesús con Pedro. Cuando este discípulo, el más importante de todos, se enteró del fracaso y de la muerte, que le esperaba a Jesús, al que él había confesado como Mesías (el Salvador), se enfrentó directamente a semejante fracaso y a una muerte causada por los sumos sacerdotes, por los máximos representantes del "poder religioso".
Ahora bien, a Pedro -y a quien piensa
como pensaba Pedro-, Jesús les dice que son un "escándalo" y los
"increpa" como se rechaza al mismísimo "Satanás".
El Evangelio de Jesús no es poder que
somete, sino solidaridad que sufre con el que sufre, con bondad, misericordia y
amor a todos.
San Juan María Vianney,
Cura de Ars
Nació cerca de Lyon en el año 1786. Tuvo
que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se
le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una
activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó,
y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual.
Estaba dotado de unas cualidades extraordinarias como confesor, lo cual
hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes para escuchar sus santos
consejos.
Murió en el año 1859.
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney,
presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable
al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de
Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de
penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los
arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la
Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo
ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas
(†1859).
Breve Biografía
Uno
de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney,
llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo:
"Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a
los grandes".
Era
un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de
1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió
ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir
a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los
agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los
que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la
hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un
pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban
a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa
que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las
autoridades.
Juan
María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen
obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además, no era
fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en
guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y
llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo
llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar,
se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo
llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás
se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a
alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame,
que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar
se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se
encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al
llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La
ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que
era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar,
y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y
escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí
grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor
el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se
habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.
Trató
de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba
aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no
sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se
fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis,
viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con
la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no
dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento
de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él
tomó Juan María el nombre de Bautista.
El
Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a
Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre
muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba, Pero su conducta era
tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre
Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al
sacerdocio.
Después
de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo
presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a
las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado:
negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su
gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde
sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado
para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio,
que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus
apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr.
Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es
de buena conducta? - Ellos le respondieron: "Es excelente persona. Es un
modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de
sacerdote, pues, aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios
suplirá lo demás".
Y así
el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener
menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el
más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan
Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su
gran amigo y admirador.
Unos
curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de
sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar,
que haga un buen papel?".
Y el
9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba
Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y
algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia
en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están
bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí
estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo
transformará todo.
El
nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes
de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar
fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa
falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo
Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos?
Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para
convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas
papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran
hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se
alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los
bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que
él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí
si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus
feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el
diablo quiere perderlos.
Cuando
el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a
criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga
que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo
noticias malas y buenas.
El
prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre
Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo,
son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los
pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y
tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si,
tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y
empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El
Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le
pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los
primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando,
para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más
horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado,
para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el
Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al
pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo
que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes
conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos
santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San
Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas
le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba
de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación. Lo despertaba con
ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa
que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un
día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de
las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco
los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el
famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos
diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron
a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él
lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido
ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba
de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando
concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que
sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para
ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo
mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que
vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que
nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía
que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante
el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de
anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.
Desde
1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de
Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida
los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había
varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
A las
12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de
la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de
penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis
de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su
devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo
oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se
tomara una taza de leche.
De
ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas
las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que
le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las
doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a
visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que
la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y
le hacían consultas.
De
una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran
muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía
los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la
borrachera y otros vicios.
En
el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de
frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando
como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd
donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía
sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por
la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las
doce de la noche y seguir confesando.
Cuando
llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un
hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En
Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo.
Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco.
Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas
se volvieron mucho mejores.
Siempre
se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A
un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima
pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quién hubiera ofendido al
otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso
poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso
colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un
cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con
admirables milagros.
El
4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
Fue
beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S.
Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Fuente: EWTN.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario