7 - DE AGOSTO
– DOMINGO –
19 – SEMANA
DEL T. O. – C –
SAN CAYETANO
Lectura del libro de la
Sabiduría (18,6-9):
La noche de la
liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con
certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los
enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios,
nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían
sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina: que los fieles
compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas
de los antepasados.
Palabra de
Dios
Salmo: 32,1.12.18-19.20.22
R/. Dichoso el pueblo que el
Señor se escogió como heredad.
V/. Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad. R/.
V/. Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
V/. Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Lectura de la carta a los
Hebreos (11,1-2.8-19):
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y
garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y
salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra
prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la
misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto
y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril,
obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque
consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la
muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena
incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber
recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que
eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están
buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban
a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del
cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su
Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció
a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le
había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder
hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a
Isaac.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (12,32-48):
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque vuestro
Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos
bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se
acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí
estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas
las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor
vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes
el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá,
los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados
ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a
qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque
a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o
por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente
a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración
de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su
señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá
al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus
adentros:
“Mi señor tarda en llegar”, y empieza a
pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el
señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará
con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su
señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos
azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá
menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le
reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
Palabra del
Señor
Cuando menos lo penséis.
El Nuevo Testamento termina con unas
palabras de Jesús en el libro del Apocalipsis: “Sí, vengo pronto”. A las que
responde el autor: “Amén. Ven, Señor Jesús”. Aunque la mayoría de los católicos
no ha leído el Nuevo Testamento de punta a cabo, a muchos les suena la idea de
“la segunda venida de Jesús” o “la vuelta del Señor”, sin que a nadie le quite
el sueño. Esa vuelta no la ven como algo inmediato, ni siquiera a largo plazo.
En este mes de vacaciones (al menos en
Europa), cuando se repiten los consejos de seguridad y vigilancia, también la
liturgia nos invita a vigilar, aunque en cuestiones muy distintas.
A gran parte de los cristianos de
finales del siglo I, cuando Lucas escribe su evangelio, le ocurría lo mismo.
Desde niños, o desde que se convirtieron, les habían anunciado la pronta vuelta
del Señor. Pero pasaron años, décadas, y no volvía. Escritos muy distintos del
Nuevo Testamento recogen el desánimo y el escepticismo que se fue difundiendo
en las comunidades. Hasta el punto de que el autor de la segunda carta a los
Tesalonicenses se siente obligado a negar la inminencia de esa vuelta: «No
perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por profecías o discursos o cartas
fingidamente nuestras, como si el día del Señor fuera inminente» (2 Tes 2,2).
Lucas también está convencido de que el
fin del mundo no es inminente. Antes habrá que extender el evangelio «hasta los
confines de la tierra», como expone en los Hechos de los Apóstoles. Pero
aprovecha la enseñanza de generaciones anteriores para exhortar a la
vigilancia.
A favor de la lectura breve del
evangelio
El sacerdote puede elegir este domingo
entre una lectura breve y otra larga. Dos motivos aconsejan decidirse por la
breve:
1) la lectura larga se divide en tres
partes: la segunda y tercera están relacionadas por el tema de la vigilancia;
pero la primera es el final de una sección sobre la Providencia, que no se lee
completa.
2) la tercera aplica a los apóstoles
(obispos y sacerdotes actuales) lo dicho en la segunda a todos los cristianos.
Lo mejor es centrarse en la lectura breve, que se limita a la segunda parte de
la larga.
Tres señores muy distintos
Si se lee el evangelio de forma rápida
parece hablar de los mismos personajes: unos criados y su señor. Sin embargo,
teniendo en cuenta que los discursos de Jesús los escriben los evangelistas
uniendo frases sueltas pronunciadas por él en distintos momentos, cuando se lee
el texto con atención encontramos tres señores.
Dice así:
Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los
que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y
llame.
Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela;
os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si
llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos
ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no
le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la
hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.
Aunque comienza dirigiéndose a los
criados (que somos nosotros), luego habla de tres clases de señores.
1.
Un señor que vuelve de una boda; los criados tienen que esperarlo y abrirle la
puerta.
2.
Un señor que llega no se sabe de dónde; encuentra a los criados esperándole y,
lleno de alegría, se pone a servirles.
3.
Un señor que no tiene criados, se entera de que esa noche va a venir un ladrón,
y lo espera en vela.
Lo
que une estas tres imágenes tan distintas es la idea de la espera: los criados
esperan a su señor (casos 1 y 2), el señor espera al ladrón (caso
3).
Y todo esto sirve para transmitir la
enseñanza más importante: también nosotros debemos estar vigilantes,
esperando la llegada del Hijo del Hombre.
El problema psicológico del texto
Hablar de vigilancia y de esperar la
venida del Hijo del Hombre mientras la gente se abanica o piensa en lo que va a
hacer cuando termine la misa supone un desafío para el sacerdote.
- ¿Interesa realmente todo eso?
En caso de que interese, - ¿se puede
pedir una actitud continua de vigilancia, con la cintura ceñida y la lámpara
encendida, como dice el evangelio?
Sería muy bueno que la gente se
plantease estas preguntas y respondiese: “No me interesa nada, no
pienso nunca en la vuelta de Jesús, y si me dicen que no se trata de que vaya a
volver pronto, sino de que puedo morirme en cualquier momento y encontrarme con
Él, prefiero no amargarme con la idea de la muerte”.
Esta respuesta sincera tendría una
ventaja: obliga a pensar en lo que representa realmente Jesús en nuestra vida.
- ¿Alguien a quien queremos mucho, pero que no tenemos prisa ninguna por ver, y
cuanto más se retrase el encuentro, mejor?
Amistad curiosa, pero muy frecuente
entre los cristianos.
Vigilar no significa vivir angustiados
A pesar de lo anterior, la mayoría de la
gente vive a diario el mensaje del evangelio de hoy. Está con el cinturón
ceñido y la lámpara encendida. Porque la vigilancia se traduce en el
cumplimiento adecuado de sus obligaciones.
Así queda claro en la continuación del
evangelio (la que puede omitirse). En ella, Pedro le pregunta a Jesús si esa
parábola del señor y los criados la ha contado por ellos o por todos. Y Jesús
le responde con una nueva parábola. Pero ahora no habla solo de un señor y sus
criados, sino que introduce la figura de un administrador que
está al frente de la servidumbre (es clara la referencia a Pedro y a los
responsables de la comunidad cristiana).
Este administrador puede adoptar dos
posturas: cumplir bien su obligación con los subordinados, o aprovechar la
ausencia del señor para maltratar a los criados y criadas y darse la buena
vida. Queda claro que vigilar no consiste en vivir angustiados pensando en la
hora de la muerte sino en cumplir bien la tarea que Dios ha encomendado a cada
uno.
El texto dice así.
El Señor le
respondió:
‒ ¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto
al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?
Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así.
Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles
a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo
de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá,
condenándolo a la pena de los que no son fieles.
El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por
obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de
castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más
se le exigirá.
La primera lectura
La primera lectura, tomada del libro de
la Sabiduría 18, 6-9, ofrece dos posibles puntos de contacto con el evangelio.
Primer punto de contacto: vigilancia
esperando la salvación.
El libro de la Sabiduría piensa en la
noche de la liberación de Egipto
El evangelio, en la salvación que traerá
la segunda venida de Jesús.
En ambos casos se subraya la actitud
vigilante de israelitas y
cristianos.
Segundo punto de contacto: solidaridad
Al momento de salir de Egipto, los
israelitas se comprometen a compartir los bienes: serían solidarios en
los peligros y en los bienes.
En el evangelio, Jesús anima a los
cristianos a ir más lejos: Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos
talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo. (Este
punto de contacto sólo se advierte leyendo el comienzo de la lectura larga).
SAN CAYETANO
Nació en
Vicenza en el año 1480. Estudió derecho en Padua y, después de recibida la
ordenación sacerdotal, instituyó en Roma la Sociedad de Clérigos Regulares o
Teatinos, con el fin de promover el apostolado y la renovación espiritual del
clero. Esta sociedad se propagó luego por el territorio de Venecia y el reino
de Nápoles.
San Cayetano se distinguió por su asiduidad
en la oración y por la práctica de la caridad para con el prójimo. Murió en
Nápoles en el año 1547.
Su
padre, militar, murió defendiendo la ciudad contra un ejército enemigo. El niño
quedó huérfano, al cuidado de su santa madre que se esmeró intensamente por
formarlo muy buen.
Estudió
en la Universidad de Padua donde obtuvo dos doctorados y allí sobresalía por su
presencia venerable y por su bondad exquisita que le ganaba muchas amistades.
Se
fue después a Roma, y en esa ciudad capital llegó a ser secretario privado del
Papa Julio II, y notario de la Santa Sede.
A los
33 años fue ordenado sacerdote. El respeto que tenía por la Santa Misa era tan
grande, que entre su ordenación sacerdotal y su primera misa pasaron tres
meses, tiempo que dedicó a prepararse lo mejor posible a la santa celebración.
En
Roma se inscribió en una asociación llamada "Del Amor Divino", cuyos
socios se esmeraban por llevar una vida lo más fervorosa posible y por
dedicarse a ayudar a los pobres y a los enfermos.
Viendo
que el estado de relajación de los católicos era sumamente grande y escandaloso,
se propuso fundar una comunidad de sacerdotes que se dedicaran a llevar una
vida lo más santa posible y a enfervorizar a los fieles. Y fundó los Padres
Teatinos (nombre que les viene a Teati, la ciudad de la cual era obispo el
superior de la comunidad, Msr. Caraffa, que después llegó a ser el Papa Pablo
IV).
San
Cayetano le escribía a un amigo: "Me siento sano del cuerpo, pero enfermo
del alma, al ver cómo Cristo espera la conversión de todos, y son tan poquitos
los que se mueven a convertirse". Y este era el más grande anhelo de su
vida: que las gentes empezaran a llevar una vida más de acuerdo con el santo
Evangelio.
Y donde
quiera que estuvo trabajó por conseguirlo.
En
ese tiempo estalló la revolución de Lutero que fundó a los evangélicos y se
declaró en guerra contra la Iglesia de Roma. Muchos querían seguir su ejemplo,
atacando y criticando a los jefes de la santa Iglesia Católica, pero San
Cayetano les decía: "Lo primero que hay que hacer para reformar a la
Iglesia es reformarse uno a sí mismo".
San
Cayetano era de familia muy rica y se desprendió de todos sus bienes y los
repartió entre los pobres. En una carta escribió la razón que tuvo para ello:
"Veo a mi Cristo pobre, ¿y yo me atreveré a seguir viviendo como
rico?" Veo a mi Cristo humillado y despreciado, ¿y seguiré deseando que me
rindan honores? Oh, que ganas siento de llorar al ver que las gentes no sienten
deseos de imitar al Redentor Crucificado".
En
Nápoles un señor rico quiere regalarle unas fincas para que viva de la renta,
junto con sus compañeros, diciéndole que allí la gente no es tan generosa como
en otras ciudades. El santo rechaza la oferta y le dice: "Dios es el mismo
aquí y en todas partes, y Él nunca nos ha desamparado, si siquiera por un
minuto".
Fundó
asociaciones llamadas "Montes de piedad" (Montepíos) que se dedicaban
a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses.
Sentía
un inmenso amor por Nuestro Señor, y lo adoraba especialmente en la Sagrada
Hostia en la Eucaristía y recordando la santa infancia de Jesús. Su imagen
preferida era la del Divino Niño Jesús.
La
gente lo llamaba: "El padrecito que es muy sabio, pero a la vez muy
santo".
Los
ratos libres los dedicaba, donde quiera que estuviera, a atender a los enfermos
en los hospitales, especialmente a los más abandonados y repugnantes.
Un
día en su casa de religioso no había nada para comer porque todos habían
repartido sus bienes entre los pobres. San Cayetano se fue al altar y dando
unos golpecitos en la puerta del Sagrario donde estaban las Santas Hostias, le dijo
con toda confianza: "Jesús amado, te recuerdo que no tenemos hoy nada para
comer". Al poco rato llegaron unas mulas trayendo muy buena cantidad de
provisiones, y los arrieros no quisieron decir de dónde las enviaban.
En
su última enfermedad el médico aconsejó que lo acostaran sobre un colchón de
lana y el santo exclamó: "Mi Salvador murió sobre una tosca cruz. Por
favor permítame a mí que soy un pobre pecador, morir sobre unas tablas". Y
así murió el 7 de agosto del año 1547, en Nápoles, a la edad de 67 años,
desgastado de tanto trabajar por conseguir la santificación de las almas.
En
seguida empezaron a conseguirse milagros por su intercesión y el Sumo Pontífice
lo declaró santo en 1671.
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