16 - DE
SEPTIEMBRE – VIERNES –
24 – SEMANA DEL T. O. – C
SAN CORNELIO, papa y
SAN CIPRIANO, obispo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(15,12-20):
Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice
alguno de vosotros que lo muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación
carece de sentido y vuestra fe lo mismo.
Además, como testigos de Dios, resultamos unos embusteros, porque en
nuestro testimonio le atribuimos falsamente haber resucitado a Cristo, cosa que
no ha hecho, si es verdad que los muertos no resucitan. Porque, si los muertos
no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra
fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo
se han perdido.
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de
todos.
Palabra de Dios
Salmo: 16,1.6-7.8.15
R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor
Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis
clamores,
presta oído a
mi súplica,
que en mis
labios no hay engaño. R/.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios
mío;
inclina el
oído y escucha mis palabras.
Muestra las
maravillas de tu misericordia,
tú que salvas
de los adversarios
a quien se
refugia a tu derecha. R/.
Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra
de tus alas escóndeme.
Pero yo con
mi apelación vengo a tu presencia,
y al
despertar me saciaré de tu semblante. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8, 1-3
En
aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo
predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades.
María
Magdalena de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes y Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
1. Filón
(judío del s. 1) decía:
“Mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas y reuniones de
grandes multitudes de hombres, en una palabra: toda la vida pública está hecha
para los hombres. A las mujeres les conviene quedarse en casa y vivir
retiradas” (Spec. leg. III, 169) (J. Jeremias).
Esta era la mentalidad de aquel tiempo con respecto a la mujer.
Jesús,
con su conducta, rompió los esquemas culturales y las costumbres de aquel
tiempo en el trato con las mujeres. Porque es un hecho que Jesús tuvo, entre
sus discípulos y acompañantes habituales, no solo hombres, si no también
mujeres. Y, en algunos casos, bastantes mujeres.
Los
relatos de la pasión lo indican claramente (Mc 15, 40-41; Mt 27, 55-56; Lc 23,
49). Y la misma impresión tiene leyendo los relatos de las apariciones del
Resucitado. A quien primero se apareció Jesús fue precisamente a las mujeres. Y
en este evangelio, lo que se destaca es numerosa presencia de “seguidoras” que
tuvo Jesús. Precisamente el deseo de Lucas es de presentar el cristianismo como
una religión “respetable”, que no amenazaba al orden romano (en el que todo el
orden se concentraba en el “paterfamilias”) (R Stein), es la señal más clara de
que estas “discípulas” de Jesús existieron (J. P. Meier).
2. ¿Ejercieron
las mujeres tareas ministeriales en el grupo de Jesús?;
¿las ejercieron los discípulos?
Si
entendemos esas tareas tal y como hoy las entendemos, no es imaginable tal
cosa. En todo caso, en las cartas de Pablo, unos quince o veinte años antes de
la redacción definitiva de los evangelios, ya se habla de mujeres que, en
Iglesia naciente, ejercían ministerios en las comunidades (Elisa Estévez
López). Por tanto, es seguro que Jesús rompió con las normas que marginaban a
la mujer y reducían al aislamiento en casa.
3. Por
todo esto resulta admirable la libertad de Jesús y su humanidad, que se pone en
evidencia en el trato con las mujeres.
Jesús,
al proceder así, defendió de hecho la igualdad del hombre y la mujer. Y
devolvió a la mujer la dignidad que se le había quitado.
Una
tarea urgente y apremiante para los cristianos y para la Iglesia de este mundo
de tantas desigualdades e injusticias.
La
Iglesia no puede seguir defendiendo que más de la mitad de la población mundial
no tiene los mismos derechos que la otra mitad.
SAN CORNELIO, papa y
SAN CIPRIANO, obispo
Cornelio fue ordenado
obispo de la Iglesia de Roma en el año 251; se opuso al cisma de los novacianos
y, con la ayuda de Cipriano, pudo reafirmar su autoridad. Fue desterrado por el
emperador Galo, y murió en Civitavecchia en 253. Su cuerpo fue trasladado a
Roma y sepultado en el cementerio de Calixto.
Cipriano nació en
Cartago hacia el año 210, de familia pagana. Se convirtió a la fe, fue ordenado
presbítero y, en el año 249, fue elegido obispo de su ciudad. En tiempos muy
difíciles gobernó sabiamente su Iglesia con sus obras y sus escritos. En la
persecución de Valeriano, primero fue desterrado y más tarde sufrió el
martirio, el día 14 de septiembre del año 258.
San Cornelio. Papa.
Año 253.
Cornelio significa: "fuerte como un
cuerno".
Este Pontífice fue martirizado en la
persecución del emperador Decio en el año 253.
Su Pontificado se vio amargado por la
rebelión de un hereje llamado Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica
no tenía poder para perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez
hubiera renegado de su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.
El hereje afirmaba también que ciertos
pecados como la fornicación e impureza y el adulterio no podían ser perdonados
jamás. El Papa Cornelio se le opuso y declaró que, si un pecador se arrepiente
en verdad y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede
y debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles. A
San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde África y todos los demás obispos de
occidente.
El gobierno del perseguidor Decio lo
desterró de Roma y a causa de los sufrimientos y malos tratos que recibió,
murió en el destierro, como un mártir.
San Cipriano. Obispo
de Cartago y mártir. Año 258.
San Cipriano. Este fue el Santo más
importante del África y el más brillante de los obispos de este continente,
antes de que apareciera San Agustín.
Había nacido en el año 200 en Cartago
(norte de África) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador
público. Tenía una inteligencia privilegiada, una gran habilidad para hablar en
público, y una personalidad brillante y simpática que le conseguía un
impresionante ascendiente sobre los demás.
Llegado a la mayoría de edad se convirtió
al cristianismo por el ejemplo y las palabras de un santo sacerdote llamado
Cecilio. Se hizo bautizar y una vez bautizado hizo el juramento de permanecer
siempre casto, y de no contraer matrimonio (celibato se llama a este modo de
vivir). A las gentes les llenó de admiración el tal voto o juramento, porque
esto no se acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde su conversión, descubrió Cipriano
que la S. Biblia contiene tesoros maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó
con toda su brillante inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los
comentarios que los antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada
Escritura. Hizo el sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto
le agradaban antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un
autor que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del
Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro autor.
Fue ordenado sacerdote, y en el año 248
al morir el obispo de Cartago, el pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano
como el más digno para ser el nuevo obispo de la ciudad.
Él se resistía y quería huir o
esconderse, pero al fin se dio cuenta de que era inútil oponerse al querer
popular y aceptó tan importante cargo, diciendo: "Me parece que Dios ha
expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los
sacerdotes". Y llegó a ser el más importante de todos los obispos que tuvo
Cartago.
Un escritor de ese tiempo dejó este
retrato de la bondad y venerabilidad de Cipriano: "Era majestuoso y
venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir
veneración hacia él. Tenía una agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de
manera que los que lo trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o
venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor".
En el año 251 el emperador Decio decreta
una terrible persecución contra los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar
con los obispos y destruir los libros sagrados. Y para que el mal a la religión
sea mayor invita a todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que
quemen incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen
en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida misma,
queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y reniegan de la santa
religión. El mal es inmenso.
Cipriano, con gran prudencia, viendo que
lo que primero buscan es acabar con todos los jefes de la Iglesia, huye y se
esconde, pero desde su escondite envía continuas cartas a los creyentes
invitándolos a no abandonar la religión por nada en la vida. Los paganos
recorren las calles de Cartago gritando: "Pedimos que Cipriano sea echado
a los leones". Pero no lo lograron encontrar para echarlo a las fieras.
Hubo un corto período de paz y Cipriano
volvió a su cargo de obispo. Pero encontró que algunos aceptaban sin más en la
Iglesia a los que habían apostatado de la religión, sin exigirles hacer
penitencia de ninguna clase. Se opuso a esta relajación y en adelante a todo
renegado que quiso volver a la Iglesia le exigió que hiciera antes cierto
tiempo de penitencia. Así preparaba a los creyentes para que en las próximas
persecuciones no se dejaran dominar por el miedo y no renegaran tan fácilmente
de sus creencias. Muchos se oponían a esta severidad, pero era necesaria para prevenir
el peligro de apostatas en la próxima persecución que ya se avecinaba. Y
sucedió que cuando vinieron después las más espantables persecuciones, los
cristianos prefirieron morir antes que quemar incienso a los dioses de los
paganos. Y fueron mártires gloriosos.
El año 252, llega la peste de tifo negro
a Cartago y empiezan a morir cristianos por centenares y quedan miles de
huérfanos. El obispo Cipriano se dedica a repartir ayudas a los que han quedado
en la miseria. Vende todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y
pronuncia unos de los sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia
Católica acerca de la limosna. Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones,
siente uno un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes
se conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron
generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.
El año 257 el emperador Valeriano decretó
una violentísima persecución contra los cristianos. Pena de destierro para todo
creyente que asistiera a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para
cualquier obispo o sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia
religiosa. A Cipriano le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como
donde quiera que vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le
decretan pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los
jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes. Dicen
así:
El juez: El emperador Valeriano ha dado
órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros
dioses. Ud. ¿Qué responde?
Cipriano: Yo soy cristiano y soy obispo.
No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el
cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos.
El 14 de septiembre una gran multitud de
cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó al mártir:
"¿Es usted el responsable de toda esta gente?
Cipriano: Si, lo soy.
El juez: El emperador le ordena que
ofrezca sacrificios a los dioses.
Cipriano: No lo haré nunca.
El juez: Píenselo bien.
Cipriano: Lo que le han ordenado hacer,
hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y
no va a cambiar.
El juez Valerio consultó a sus consejeros
y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las
órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es
responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano:
queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".
Al oír la sentencia, Cipriano exclamó:
¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda la inmensa multitud gritaba:
"Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en
gran tumulto hacia el sitio del martirio.
Al llegar al lugar donde lo iban a matar
Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la
cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre
y llevarla como reliquias.
El santo obispo se vendó él mismo los
ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa
noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el
cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.
A los pocos días murió
de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue
hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero
estuvo hasta su muerte.
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