22 - DE
SEPTIEMBRE – JUEVES –
25 – SEMANA DEL T. O. – C
San Mauricio de Agauno
y compañeros
Lectura del libro del Eclesiastés (1,2-11):
¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet;
vanidad de vanidades, ¡todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas
que lo fatigan bajo el sol?
Una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre
está quieta. Sale el sol, se pone el sol, jadea por llegar a su puesto y de
allí vuelve a salir. Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el
viento. Todos los ríos caminan al mar, y el mar no se llena; llegados al sitio
adonde caminan, desde allí vuelven a caminar. Todas las cosas cansan y nadie es
capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver ni se hartan los oídos de
oír. Lo que pasó, eso pasará; lo que sucedió, eso sucederá: nada hay nuevo bajo
el sol.
Si de algo se dice: «Mira, esto es nuevo», ya sucedió en otros tiempos
mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos y lo mismo pasará con
los que vengan: no se acordarán de ellos sus sucesores.
Palabra de Dios
Salmo: 89,3-4.5-6.12-13.14.17
R/. Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en
generación
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo:
«Retornad, hijos de Adán.»
Mil años en
tu presencia son un ayer que pasó;
una vela
nocturna. R/.
Los siembras año por año,
como hierba
que se renueva:
que florece y
se renueva por la mañana,
y por la
tarde la siegan y se seca. R/.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que
adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete,
Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión
de tus siervos. R/.
Por la mañana sácianos de tu
misericordia,
y toda
nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a
nosotros la bondad del Señor
y haga
prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,7-9):
En aquel tiempo, el virrey Herodes se
enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan
había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a
la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía:
«A Juan lo mandé decapitar yo.
- ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús.
Palabra del Señor
1. Estamos
acostumbrados a pensar y hablar mal de Herodes el Grande y de su hijo, Herodes
Antipas. Y es verdad que ambos, sobre todo el padre, tuvieron asuntos muy negros y repugnantes en su historia. Pero no es frecuente que
caigamos en la cuenta de que el Herodes, que mandaba en Galilea cuando Jesús
predicaba y curaba enfermos, fue un hombre del que también tenemos que
aprender. Herodes se preguntaba, y preguntaba.
Ahora bien,
el que pregunta es que no sabe y lo reconoce. El que pregunta, además, espera
que otro le enseñe, y quiere que se le enseñe lo que él no alcanza a saber. Todo
esto es importante en este momento.
- ¿Alguien ha
visto una tertulia de políticos que,
ante las cámaras de televisión,
den muestras de no saber y, sobre todo, digan que quieren aprender?
- ¿Por qué
los hombres del poder son tan autosuficientes?
- ¿No se dan
cuenta del ridículo que hacen al presentarse así?
2. El
comportamiento, tan profundamente humano de Jesús, curando males y
aliviando penas, suscita la curiosidad de todos, incluso de un hombre como
Herodes.
Es verdad
que, poco después, este político andaba buscando a Jesús para matarlo (Lc 13,
31). Cuando Jesús se enteró de eso, se limitó a decir: "Id a decirle a ese
zorro: yo, hoy y mañana, seguiré curando y echando demonios” (Lc 13, 32).
Los
"hombres del poder" suelen ser "hombres de la mentira".
3. La
amenaza del poder no desvió a Jesús ni un ápice de su lucha contra el
sufrimiento. Y cuando llegó la hora de la verdad, y Jesús se vio
atado de pies y manos ante el tribunal de Herodes, que le hizo
muchas preguntas, Jesús "no le contestó palabra" (Lc
23, 9).
Lo que le
importaba a Jesús era el dolor de enfermos y
pobres. Para eso nunca necesitó privilegios del poder. Por
eso, ni le asustaron sus amenazas, ni le sedujeron sus promesas. De
esto, tendrían que aprender mucho nuestros obispos. Y todos
los que buscamos o nos recreamos en el favor de los que tienen poder y mando.
San Mauricio de Agauno y
compañeros
Santos:
Digna, Emérita, Iraides, vírgenes; Jonás o Ión, presbítero; Exuperio,
Inocencio, Vidal, Mauricio, Cándido, Víctor, Focas el Jardinero, mártires;
Félix III, papa; Séptimo, Santino; Lautón (Laudo, Lo), Enmerano, obispos;
Landelino, eremita; Silvano, confesor; Salaberga, abadesa
San Euquero, muerto a mediados del siglo V, quiso recoger por escrito las
tradiciones orales para «salvar del olvido las acciones de estos mártires». Su
relato está escrito a la distancia de siglo y medio adelante de los hechos
descritos que siempre fueron propuestos con valor de ejemplaridad y por
cristianos que cantan las glorias de sus héroes. Es decir, el relato euqueriano
presenta algunos elementos del género épico, pero es innegable que la verdad
cruda, histórica y real aparece bajo la depuración de los elementos
innecesarios.
¿Qué fue lo que pasó?
Diocleciano ha asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos son
acérrimos enemigos del nombre cristiano y decretaron la más terrible de las
persecuciones.
En las Galias se produce una rebelión y Maximiano acude a sofocarla. Entre
sus tropas se encuentra la legión Tebea procedente de Egipto y compuesta por
cristianos. Su jefe es Mauricio que antes de incorporarse a su destino ha
visitado en Roma al papa Marcelo. En los Alpes suizos, antes de introducirse
por los desfiladeros, Maximiano ordena un sacrificio a los dioses para impetrar
su protección en la campaña emprendida.
Los componentes de la legión Tebea rehúsan sacrificar, se apartan del resto
del ejército y van a acampar a Agauna, entre las montañas y el Ródano, no lejos
del lado oriental del lago Leman.
Maximiano, al conocer el motivo de la deserción, manda diezmar a los
legionarios rebeldes, pasándolos a espada. Los sobrevivientes se reafirman en
su decisión y se animan a sufrir todos los tormentos antes que renegar de la
verdadera religión.
Maximiano, cruel como una fiera enfurecida, manda diezmar una segunda vez la
legión formada por soldados cristianos y doblegarla. Mientras se lleva a cabo
la orden imperial, el resto de los tebanos se exhortan entre sí a perseverar
animados por sus jefes: Mauricio («negro» o «moro»), Cándido («blanco») y
Exuperio («levantado en alto»). Encendidos con tales exhortaciones, los
soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su resolución: que
obedecerán al emperador siempre que su fe no se lo impida, y que, si determina
hacerlos perecer, renunciarán a defenderse, como hicieron sus camaradas, cuya
suerte no temen seguir.
Viendo el emperador su inflexibilidad, da órdenes a su ejército para
eliminar a la legión de Tebea que se deja degollar como mansos corderos. En el
campo corren arroyos de sangre como nunca se vio en las más cruentas batallas.
Víctor («victorioso»), un veterano licenciado de otra legión, pasa por el
lugar mientras los verdugos están celebrando su crueldad. Al informarse de los
hechos se lamenta de no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe. Los
verdugos le sacrifican junto con los demás.
Solo conocemos el nombre de estos cuatro mártires, los otros nombres Dios
los conoce. Según San Euquero, la legión estaba formada por 6.600 soldados.
Ya en el siglo IV se daba culto en la región a los mártires de Tebea. Luego,
la horrenda matanza de militares que se dejó martirizar por su fe en Cristo dio
la vuelta al mundo entre los bautizados. Los que por su oficio tuvieron que
pelear mucho, a lo largo de los siglos se acogieron a San Mauricio y a sus
compañeros en las batallas (el piadoso rey Segismundo, Carlomagno, Carlos
Martel, la Casa de Saboya, las Órdenes de San Lázaro y la del Toisón de Oro, el
mismo Felipe II…). Y hasta el mundo del arte dejó para la posteridad, en los
pinceles del Greco, la gesta de quienes habían aprendido aquello de que es
preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y prefirieron,
consecuentemente, perder la vida a traicionar su fe.
Archimadrid.org
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