jueves, 29 de septiembre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 - DE OCTUBRE – SÁBADO – 26 – SEMANA DEL T. O. – C Santa Teresita del Niño Jesús

 

 


1 - DE OCTUBRE – SÁBADO –

26 – SEMANA DEL T. O. – C

Santa Teresita del Niño Jesús

 

Lectura del libro de Job (42,1-3.5-6.12-16):

Job respondió al Señor:

«Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.»

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos. Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 118

R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo

Enséñame a gustar y a comprender,

porque me fío de tus mandatos. R/.

Me estuvo bien el sufrir,

así aprendí tus mandamientos. R/.

Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos,

que con razón me hiciste sufrir. R/.

Por tu mandamiento subsisten hasta hoy,

porque todo está a tu servicio. R/.

Yo soy tu siervo: dame inteligencia,

y conoceré tus preceptos. R/.

La explicación de tus palabras ilumina,

da inteligencia a los ignorantes. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,17-24):

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús:

«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»

Él les contestó:

 «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo.

Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»

En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó:

 «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»

Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:

«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»

Palabra del Señor

 

1.  En este evangelio se unen, uno tras otro, dos textos que, al menos a primera vista, no parecen estar directamente relacionados entre sí.

El primero de esos textos, recoge la respuesta que, según Lucas, Jesús dio a los setenta y dos al regresar de su misión.

El segundo (paralelo de Mt 11, 25-27), es la expresión de la experiencia más profunda de Jesús en su relación con el Padre. Pero, si todo esto se piensa más a fondo, se advierte que, precisamente porque Jesús tenía tal y tanta intimidad con el Dios Padre, por eso les dio a los discípulos la respuesta que necesitaban escuchar después de su éxito misional.

 

2.  Los discípulos regresan exultantes de la misión, por el éxito que han tenido y por la constatación de que los demonios se les sometían. La respuesta de Jesús no es congratularse por ellos. Por lo visto, Jesús no se congratulaba por nadie por el hecho de conseguir sometimientos, ni siquiera de demonios. Lo que a Jesús le interesaba no eran los éxitos de sus discípulos, sino la liberación de los que sufrían las enfermedades que entonces se atribuían al demonio. Eso es lo que nos tiene que alegrar. Y eso es ver a Satanás caer como un relámpago.

Nuestros éxitos personales no deben ser el motor de lo que hacemos o dejamos de hacer.

 

3.  La intimidad, y hasta la fusión, de Jesús con el Padre es lo que capacita a Jesús para hablar del Padre como nadie más puede darlo a conocer. Hablar de Dios es siempre problemático.   Dar a conocer a Dios lo es mucho más. Pero lo es, sobre todo, porque de Dios hablamos por lo que de Él sabemos, no por lo que de Él experimentamos.

Seguramente hablamos de Dios sin saber lo que decimos.  O presentamos a un Dios que poco a nada tiene que ver con el Padre.

Porque nuestra experiencia del Padre poco o nada tiene que ver con la experiencia de Jesús: experiencia de intimidad y experiencia de bondad con todos.

 

Santa Teresita del Niño Jesús

 




Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, llegando a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual, demostrando una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia, y terminó su vida a los veinticinco años, el día treinta de septiembre.

Vida de Santa Teresita del Niño Jesús

Santa Teresa del Niño Jesús nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos venerables. Murió en 1897, y en 1925 el Papa Pío XI la canonizó, y la proclamaría después patrona universal de las misiones. La llamó «la estrella de mi pontificado», y definió como «un huracán de gloria» el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta joven carmelita. Proclamada "Doctora de la Iglesia" por el Papa Juan Pablo II el 19 de Octubre de 1997 (Día de las misiones).

«Siempre he deseado, afirmó en su autobiografía Teresa de Lisieux, ser una santa, pero, por desgracia, siempre he constatado, cuando me he parangonado a los santos, que entre ellos y yo hay la misma diferencia que hay entre una montaña, cuya cima se pierde en el cielo, y el grano de arena pisoteado por los pies de los que pasan. En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo. Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección».

Teresa era la última de cinco hermanas - había tenido dos hermanos más, pero ambos habían fallecido - Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres: «No podría explicar lo mucho que amaba a papá, decía Teresa, todo en él me suscitaba admiración».

Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió, y se truncó bruscamente su felicidad de la infancia. Desde entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor. Es educada por sus hermanas, especialmente por la segunda; y por su gran padre, quien supo inculcar una ternura materna y paterna a la vez.

Con él aprendió a amar la naturaleza, a rezar y a amar y socorrer a los pobres. Cuando tenía nueve años, su hermana, que era para ella «su segunda mamá», entró como carmelita en el monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.

Durante su infancia siempre destacó por su gran capacidad para ser «especialmente» consecuente entre las cosas que creía o afirmaba y las decisiones que tomaba en la vida, en cualquier campo. Por ejemplo, si su padre desde lo alto de una escalera le decía: «Apártate, porque si me caigo te aplasto», ella se arrimaba a la escalera porque así, «si mi papá muere no tendré el dolor de verlo morir, sino que moriré con él»; o cuando se preparaba para la confesión, se preguntaba si «debía decir al sacerdote que lo amaba con todo el corazón, puesto que iba a hablar con el Señor, en la persona de él».

Cuando sólo tenía quince años, estaba convencida de su vocación: quería ir al Carmelo. Pero al ser menor de edad no se lo permitían. Entonces decidió peregrinar a Roma y pedírselo allí al Papa. Le rogó que le diera permiso para entrar en el Carmelo; él le dijo: «Entraréis, si Dios lo quiere. Tenía ‹dice Teresa‹ una expresión tan penetrante y convincente que se me grabó en el corazón».

En el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo «el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre».

A los 23 años enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó constantemente con sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en 1927, a san Francisco Javier como patrona de las misiones.

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