17 - DE
SEPTIEMBRE – SÁBADO –
24 – SEMANA DEL T. O. – C
San Roberto Belarmino
Lectura de la primera carta del apóstol
san Pablo a los Corintios (15,35-37.42-49):
Alguno preguntará:
«¿Y cómo resucitan los muertos? - ¿Qué clase de cuerpo traerán?»
¡Necio! Lo que tú siembras no recibe vida si antes no muere. Y, al sembrar,
no siembras lo mismo que va a brotar después, sino un simple grano, de trigo,
por ejemplo, o de otra planta. Igual pasa en la resurrección de los muertos: se
siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable,
resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo
animal, resucita cuerpo espiritual. Si hay cuerpo animal, lo hay también
espiritual.
En efecto, así es como dice la Escritura:
«El primer hombre, Adán, fue un ser animado.» El último Adán, un espíritu
que da vida. No es primero lo espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene
después. El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es
del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el
celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre
terreno, seremos también imagen del hombre celestial.
Palabra de Dios
Salmo: 55,10.11-12.13-14
R/. Caminaré en presencia de Dios a la luz de la vida
Que retrocedan mis enemigos
cuando te
invoco,
y así sabré
que eres mi Dios. R/.
En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor,
cuya promesa alabo,
en Dios
confío y no temo;
¿qué podrá
hacerme un hombre? R/.
Te debo, Dios mío, los votos que hice,
los cumpliré
con acción de gracias;
porque
libraste mi alma de la muerte,
mis pies de
la caída;
para que
camine en presencia de Dios
a la luz de
la vida. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,4-15):
En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús
mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde
del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre
zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en
tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos:
«¿Qué significa esa parábola?»
Él les respondió:
«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a
los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El
sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde
del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la
palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno
pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no
tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la
prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los
afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de
la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la
palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»
Palabra del Señor
1. Para
entender esta parábola, lo primero es tener muy presente que la
"palabra" es "inseparable del que la pronuncia".
Una palabra
es creíble cuando el que la pronuncia merece credibilidad. -
¿Cómo va a tener aceptación y acogida una palabra, un discurso,
que proviene de una persona cuya forma de vivir está en contradicción con
lo que dice?
Una
"palabra" solo puede dar fruto cuando la vida del que la pronuncia es
concorde con lo que dice. Por eso Jesús
insistió tanto en que su autoridad no se basa en sus títulos o su saber, sino
en sus "obras": "Si realizo las obras de mi
Padre, aunque no me creáis a mí, creed en mis obras" (Jn 10, 38).
- ¿Qué
predicador puede decir "si no creéis en lo
que digo, por qué no creéis en mi
forma de vivir?"
Esto vale
para predicadores, para catequistas, para todo el que se ponga a hablar del
Evangelio.
2. No
vendría mal que quien explica la parábola (el hablante) se pare a pensar si el
problema no estará en que "el sembrador no siembra lo que tiene que
sembrar". Porque se trata de sembrar la Palabra.
Ahora bien,
no se siembra la Palabra en cuanto uno se pone a hablar, sino que se siembra la
Palabra únicamente cuando, al hablar, se dan las condiciones de lo que se ha
llamado la "acción comunicativa" (J. Habermas).
Condiciones
básicas:
1) Que lo que
dice el hablante resulte comprensible.
2) Que
el hablante sea fiable; es decir, que tenga credibilidad.
3) Que la
comunicación tenga relación con un contexto normativo vigente, o sea que
se hable de cosas que se aceptan como normas de conducta ahora, no hace mil
años.
4) Que la
intención del hablante sea la que él expresa, por ejemplo, no utilizar la
religión para hablar de otros intereses.
Si no se dan
estas condiciones, el problema no está en la tierra, sino en el sembrador, que
no siembra palabra alguna.
3. Pero
igualmente "el oyente de la palabra" (K. Rahner) tiene que repensar
su vida a partir de lo que dice la parábola: - ¿tienes un corazón
duro? - ¿Un corazón con piedras? - ¿Con espinas? - ¿Cómo acogemos la
palabra del Evangelio? - ¿Qué atención y qué interés concedemos a la palabra
que nos viene de los demás?
Aquí está el
problema.
(1542-1621)
Roberto significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro: buena fama. Bert: brillar).
Belarmino quiere decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin:
armado).
Este santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia
Católica contra los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y
llenos de argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes
protestantes exclamó al leer uno de ellos: "Con escritores como éste,
estamos perdidos. No hay cómo responderle".
San Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era
hermana del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a
ello aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su
mala salud. En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía:
"Ojalá que los superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren
comprender a los débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar
a Roberto a las montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy
defectuosas. Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto
Belarmino atraía multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y
por la facilidad de palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los
oyentes. Sus sermones fueron extraordinariamente populares desde el primer día.
Los oyentes decían que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras
parecían inspiradas desde lo alto.
Belarmino era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior
enviado desde Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina,
escribía luego: "Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan
extraordinariamente bien, como habla el padre Roberto".
Era el predicador preferido por los
universitarios en Lovaina, París y Roma. Profesores y estudiantes se
apretujaban con horas de anticipación junto al sitio donde él iba a predicar.
Los templos se llenaban totalmente cuando se anunciaba que era el Padre
Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a las columnas para lograr verlo
y escucharlo.
Al principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores
famosos, y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero
de pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con
anticipación, y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa
predicación únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se
sabía de memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más
conversiones con su sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido
antes con todos sus sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su
modo de predicar: de ahora en adelante solamente predicará con argumentos
tomados de la S. Biblia, no buscando aparecer como sabio, sino transformar a
los oyentes. Y su éxito fue asombroso.
Después de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias
ciudades más, fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del
colegio mayor que los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo
Pontífice le pidió que escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a
la gente sencilla. Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido
traducido a 55 idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año)
éxito únicamente superado por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego
redactó el Catecismo Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las
manos de sacerdotes y catequistas en todos los países del mundo. Durante su
vida logró ver veinte ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado
una serie de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse.
Entonces el Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de
preparar a los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión.
El fundó una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a
sus alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo
titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría,
pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo.
Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los
sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los
argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados
que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a
discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo
de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus
famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de
pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación
económica".
Los protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas
publicaciones, decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era
obra de un equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo
redactaba él únicamente, de su propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa, lo nombró obispo y
cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: "Este es el sacerdote
más sabio de la actualidad".
Belarmino se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos
de la Compañía de Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la
Iglesia. El Papa le respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese
reglamento, y al fin le mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el
cardenalato. Tuvo que aceptarlo, pero siguió viviendo tan sencillamente y sin
ostentación como lo había venido haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas
lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección
espiritual de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar
entre sus dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera
dejará como petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo:
"Es que fue mi discípulo".
En los últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas
y semanas al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer
tan humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En la elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14
votos, la mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues
estos padres tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para
que lo librara de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se
repartiera entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los
gastos de su entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera
tanta gente) y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció
haciéndole los funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban
convencidos de que estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había
una escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo
Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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