10 - DE
SEPTIEMBRE – SÁBADO –
23 – SEMANA DEL T. O. – C
San Nicolás de
Tolentino
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(10,14-22):
Amigos míos, no tengáis que ver con la
idolatría. Os hablo como a gente sensata, formaos vuestro juicio sobre lo que
digo. El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan
es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan.
Considerad a Israel según la carne: los que comen de las víctimas se unen
al altar. ¿Qué quiero decir? ¿Que las víctimas son algo o que los ídolos son
algo? No, sino que los gentiles ofrecen sus sacrificios a los demonios, no a
Dios, y no quiero que os unáis a los demonios. No podéis beber de los dos
cálices, del del Señor y del de los demonios. No podéis participar de las dos
mesas, de la del Señor y de la de los demonios. ¿Vamos a provocar al Señor? ¿Es
que somos más fuertes que él?
Palabra de Dios
Salmo: 115,12-13.17-18
R/. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien
que me ha hecho?
Alzaré la
copa de la salvación,
invocando su
nombre. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu
nombre, Señor.
Cumpliré al
Señor mis votos
en presencia
de todo el pueblo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,43-49):
En aquel tiempo, decía Jesús a sus
discípulos:
«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano.
Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas,
ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el
que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo
habla la boca.
¿Por qué me llamáis "Señor, Señor" y no hacéis lo que digo?
El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a
decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y
puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra
aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa
sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se
derrumbó desplomándose.»
Palabra del Señor
1. Estas palabras de Jesús, tal como han quedado aquí recogidas por el evangelio de Lucas, tienen una importancia extraordinaria, y son de una actualidad palpable, para fijar los criterios del comportamiento humano, es decir, los criterios de la ética. Porque, si algo necesitamos todos los humanos, en este momento, es precisamente encontrar y aceptar unos principios éticos en los que todos podamos coincidir.
En un mundo globalizado, necesitamos con urgencia una ética
también globalizada. Está demostrado que las ideas (políticas, económicas,
filosóficas, religiosas) y las convicciones (sobre todo si se ven reforzadas
por lo absoluto de la religión) son más fuertes que los ejércitos y sus
armamentos.
2. Así las cosas, nos urge encontrar una ética que supere el criterio
del bien y del mal. Porque han sido los poderosos y los dominadores quienes, en
todos los tiempos, han determinado lo que está bien y lo que está mal.
Lo que ha desembocado en el más insoportable relativismo y escepticismo (1. Habermas, K. O. Apel) que es apremiante superar mediante una concepción nueva de la ética, en la que todos podamos coincidir.
Mientras no coincidamos, siquiera mínimamente, en una ética que marque
los comportamientos de todos, estamos abocados a una violencia creciente, cada
día más peligrosa.
3. El criterio ético, que aquí propone el Evangelio, es muy claro: el
comportamiento ético se mide y se enjuicia por los resultados que produce. No
vale tener principios excelsos, normas a las que nos sometemos, verdades
absolutas...
Lo decisivo es ver qué resultados se siguen de nuestro comportamiento. Para
ello, como bien ha indicado R. Rorty, es determinante fomentar una "educación
sentimental", haciendo viable la mayor sensibilidad de los humanos ante el
dolor y el sufrimiento de los demás, por más extraños que nos sean o resulten.
Nunca podrán ser "buenos frutos", para nadie, la humillación, el
desprecio, la soledad, la inseguridad, el miedo, el atropello de los propios
derechos y del propio bienestar.
San Nicolás de Tolentino
Año 1305
Obra santa y piadosa es orar por los difuntos,
para que descansen de sus penas (2 Macab.)
El nombre Nicolás significa: "Victorioso con el pueblo" (Nico =
victorioso. Laos = pueblo).
El sobrenombre Tolentino le vino de la ciudad italiana donde trabajó y
murió.
Sus papás después de muchos años de matrimonio no tenían hijos, y para
conseguir del cielo la gracia de que les llegara algún heredero, hicieron una
peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari. Al año siguiente nació este
niño y en agradecimiento al santo que les había conseguido el regalo del cielo,
le pusieron por nombre Nicolás.
Ya desde muy pequeño le gustaba alejarse del pueblo e irse a una cueva a
orar. Cuando ya era joven, un día entró a un templo y allí estaba predicado un
famoso fraile agustino, el Padre Reginaldo, el cual repetía aquellas palabras
de San Juan: "No amen demasiado el mundo ni las cosas del mundo. Todo lo
que es del mundo pasará". Estas palabras lo conmovieron y se propuso
hacerse religioso. Pidió ser admitido como agustino, y bajo la dirección del
Padre Reginaldo hizo su noviciado en esa comunidad.
Ya religioso lo enviaron a hacer sus estudios de teología y en el seminario
lo encargaron de repartir limosna a los pobres en la puerta del convento. Y era
tan exagerado en repartir que fue acusado ante sus superiores. Pero antes de
que le llegara la orden de destitución de ese oficio, sucedió que impuso sus
manos sobre la cabeza de un niño que estaba gravemente enfermo diciéndole:
"Dios te sanará", y el niño quedó instantáneamente curado. Desde
entonces los superiores empezaron a pesar de que sería de este joven religioso
en el futuro.
Ordenado de sacerdote en el año 1270, se hizo famoso porque colocó sus manos
sobre la cabeza de una mujer ciega y le dijo las mismas palabras que había
dicho al niño, y la mujer recobró la vista inmediatamente.
Fue a visitar un convento de su comunidad y le pareció muy hermoso y muy
confortable y dispuso pedir que lo dejaran allí, pero al llegar a la capilla
oyó una voz que le decía: "A Tolentino, a Tolentino, allí
perseverarás". Comunicó esta noticia a sus superiores, y a esa ciudad lo
mandaron.
Al llegar a Tolentino se dio cuenta de que la ciudad estaba arruinada
moralmente por una especie de guerra civil entre dos partidos políticos, lo
güelfos y los gibelinos, que se odiaban a muerte. Y se propuso dedicarse a
predicar como recomienda San Pablo. Oportuna e inoportunamente". Y a los
que no iban al templo, les predicaba en las calles.
A Nicolás no le interesaba nada aparecer como sabio ni como gran
orador, ni atraerse los aplausos de los oyentes. Lo que le interesaba era
entusiasmarlos por Dios y obtener que cesara las rivalidades y que reinara la
paz. El Arzobispo San Antonino, al oírlo exclamó: "Este sacerdote habla
como quien trae mensajes del cielo. Predica con dulzura y amabilidad, pero los
oyentes estallan en lágrimas al oírle. Sus palabras penetran en el corazón y parecen
quedar escritas en el cerebro del que escucha. Sus oyentes suspiran emocionados
y se arrepienten de su mala ida pasada".
Los que no deseaban dejar su antigua vida de pecado hacían todo lo posible
por no escuchar a este predicador que les traía remordimientos de conciencia.
Uno de esos señores se propuso irse a la puerta del templo con un grupo de
sus amigos a boicotearle con sus gritos y desórdenes un sermón al Padre
Nicolás. Este siguió predicando como si nada especial estuviera sucediendo. Y
de un momento a otro el jefe del desorden hizo una señal a sus seguidores y
entró con ellos al templo y empezó a rezar llorando, de rodillas, muy
arrepentido. Dios le había cambiado el corazón. La conversión de este antiguo
escandaloso produjo una gran impresión en la ciudad, y pronto ya San Nicolás
empezó a tener que pasar horas y horas en el confesionario, absolviendo a los
que se arrepentían al escuchar sus sermones.
Nuestro santo recorría los barrios más pobres de la ciudad consolando a los
afligidos, llevando los sacramentos a los moribundos, tratando de convertir a
los pecadores, y llevando la paz a los hogares desunidos.
En las indagatorias para su beatificación, una mujer declaró bajo juramento
que su esposo la golpeaba brutalmente, pero que desde que empezó a oír al Padre
Nicolás, cambió totalmente y nunca la volvió a tratar mal. Y otros testigos
confirmaron tres milagros obrados por el santo, el cual cuando conseguía una
curación maravillosa les decía: "No digan nada a nadie". "Den
gracias a Dios, y no a mí. Yo no soy más que un poco de tierra. Un pobre
pecador".
Murió el 10 de septiembre de 1305, y cuarenta años después de su muerte fue
encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión le quitaron los brazos y de la
herida salió bastante sangre. De esos brazos, conservados en relicarios, ha
salido periódicamente mucha sangre. Esto ha hecho más popular a nuestro santo.
San Nicolás de Tolentino vio en un sueño que un gran número de almas del
purgatorio le suplicaban que ofreciera oraciones y misas por ellas. Desde
entonces se dedicó a ofrecer muchas santas misas por el descanso de las
benditas almas. Quizás a nosotros nos quieran pedir también ese mismo favor las
almas de los difuntos.
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