lunes, 26 de septiembre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 28 - DE SEPTIEMBRE – MIERCOLES – 26 – SEMANA DEL T. O. – C San Lorenzo Ruiz y compañeros

 


 

28 - DE SEPTIEMBRE – MIERCOLES –

26 – SEMANA DEL T. O. – C

 San Lorenzo Ruiz y compañeros


Lectura del libro de Job (9,1-12.14-16):

Respondió Job a sus amigos:

 «Sé muy bien que es así: que el hombre no es justo frente a Dios. Si Dios se digna pleitear con él, él no podrá rebatirle de mil razones una.

¿Quién, fuerte o sabio, le resiste y queda ileso?

Él desplaza las montañas sin que se advierta y las vuelca con su cólera; estremece la tierra en sus cimientos, y sus columnas retiemblan; manda al sol que no brille y guarda bajo sello las estrellas; él solo despliega los cielos y camina sobre la espalda del mar; creó la Osa y Orión, las Pléyades y las Cámaras del Sur; hace prodigios insondables, maravillas sin cuento. Si cruza junto a mí, no puedo verlo, pasa rozándome, y no lo siento; si coge una presa, ¿quién se la quitará?; ¿quién le reclamará: "Qué estás haciendo"?

Cuánto menos podré yo replicarle o escoger argumentos contra él. Aunque tuviera razón, no recibiría respuesta, tendría que suplicar a mi adversario; aunque lo citara y me respondiera, no creo que me hiciera caso.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 87

R/. Llegue hasta ti mi súplica, Señor

Llegue hasta ti mi súplica, Señor.

Todo el día te estoy invocando,

tendiendo las manos hacia ti.

¿Harás tú maravillas por los muertos?

¿Se alzarán las sombras para darte gracias? R/.

¿Se anuncia en el sepulcro tu misericordia,

o tu fidelidad en el reino de la muerte?

¿Se conocen tus maravillas en la tiniebla,

o tu justicia en el país del olvido? R/.

Pero yo te pido auxilio,

por la mañana irá a tu encuentro mi súplica.

¿Por qué, Señor, me rechazas

y me escondes tu rostro? R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,57-62):

En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno:

«Te seguiré adonde vayas.»

Jesús le respondió:

«Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»

A otro le dijo:

 «Sígueme.»

Él respondió:

«Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»

Le contestó:

«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»

Otro le dijo:

«Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»

Jesús le contestó:

«El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Una vez que Jesús ha tomado la decisión de ir a Jerusalén, lo primero que hace Lucas es dejar bien claro que ser discípulo de Jesús es una cosa extremadamente seria. Porque pone al descubierto que, si se asume el seguimiento de Jesús, pueden entrar en conflicto diversas lealtades (J. A. Fitzmyer), quizá las más serias lealtades de la vida.

 

2.  Se trata concretamente de tres lealtades fundamentales:  

1) Renuncia al estatus: estar dispuesto a perder seguridades, instalaciones y dignidades, para verse, si es preciso, peor que las alimañas del campo.

2) Renuncia a las convicciones religiosas tradicionales: eso es lo que significa la renuncia a enterrar al propio padre, ya que, para los piadosos judíos de entonces, el último servicio a los muertos era considerado como la cima de todas las buenas obras de la Ley (M. Hengel).

3)  Renuncia a ataduras que impiden el servicio incondicional al Reino: es la libertad ante los vínculos de sangre que más condicionaban a la gente en el modelo de familia patriarcal.

 

3. ¿Qué hay detrás de estas exigencias tan radicales?

La radical humanidad de Jesús hecha pasión dominante y determinante en la vida de una persona. No por motivaciones emocionales o afectivas, sino por la comunión en un mismo proyecto: el proyecto del Reino, que es el proyecto por la vida, por la seguridad y dignidad de la vida, por la felicidad de la vida para todos por igual.

Y, sobre todo, el proyecto de vivir de tal manera que nada ni nadie me impida contagiar la bondad que nos hace felices y hace felices a los que conviven con nosotros.

Cuando eso pasa, de ser una "ideología" a ser una "convicción" que genera unos hábitos de vida, he ahí lo que es el seguimiento, que, con Jesús, hace el camino hacia Jerusalén.

 

San Lorenzo Ruiz y compañeros

 


Después del martirio de 1597, subió al poder el usurpador Daifusama, el cual ofreció relaciones de amistad al gobernador de Filipinas y autorizó la entrada de misioneros en el país. En este clima se establecieron los dominicos en Japón a partir de 1602, aunque el primer dominico había llegado en 1592. Se presentaron con el estandarte del Santo Rosario y entronizaron la devoción a la virgen del Rosario en Koshiki. Su labor fue muy fructífera, muchos ingresaron en la Orden, otros se hicieron terciarios dominicos y cofrades del Santo Rosario.

Se dice que Daifusama, que murió envenedado pidió a su hijo Xogunsama que persiguiera a los cristianos y que se apartara de su políca liberal. Xongusma persiguió a los cristianos entre 1617 y 1630. Muerto Xongusama, le sucedió Toxogunsama, que fue un acérrimo perseguidor del cristianismo entre 1632-1660.

Lorenzo nació en Binondo, Manila; su padre era chino y su madre filipina. Sirvió desde muy joven en el convento de los dominicos de Binondo, donde recibió la formación cristiana. Llegó a ser escribano y llevó una vida de entrega a los demás. Pertenecía a la Cofradía del Santo Rosario. Padre de familia muy piadoso, con tres hijos. Hacia 1636 fue acusado de complicidad en un homicidio y, perseguido por la justicia, buscó refugio en los dominicos. Gracias a la intervención del padre san Antonio González pudo salir indemne.

Acompañó al Japón a una misión dominica mandada por Antonio González, pero una tempestad les obligó a desembarcar en Okinawa, donde fueron todos arrestados y encarcelados. Aquí se robusteció la fe de Lorenzo; no dudó en confesar su fe en el tribunal de Nagasaki: "Quisiera dar mil veces mi vida por él. Jamás seré apostata. Si queréis, podéis matarme. Mi deseo es morir por Dios". Confiado en la intercesión del padre Antonio, sacrificado antes que él, fue rezando, durante el paseo oraciones y jaculatorias y ya en la colina de Nishizaka, sufrió la tortura del agua ingurgitada que soportó con heroica entereza y paciencia, aunque en algún momento titubeó, pero permaneció firme gracias a las palabras de san Antonio González. Sus cenizas fueron arrojadas al mar. Es el primer santo mártir de la iglesia filipina. Todos murieron mártires por los japoneses después de horribles torturas.

Los mártires eran 17 compañeros que forman parte de los "mártires de Nagasaki". Todos pertenecían a la misión dominica española de Japón, en la isla de Kiusiu. Nueve eran japoneses: Francisco Shoyemon, cooperador. Jaime Kyushei Gorobioye Tomonaga, dominico. Miguel Kurobjoye, catequista. Mateo Kohioye del Rosario, cooperador. Magdalena de Uagasaka, terciaria dominica. Marina de Ômura, terciaria. Tomás Hyoji de San Jacinto, dominico. Vicente de la Cruz Schiwozuka, dominico. Lázaro de Kyoto, laico. Cuatro dominicos españoles: Domingo Ibáñez de Erquiza. Lucas del Espíritu Santo. Antonio González. Miguel de Aozaraza. Un francés: Guillermo Courtet. Un italiano: Jordán Ansalone de San Esteban. 

Se da el caso de que todos los dominicos que murieron el Japón durante el breve periodo de 1602-1637, fueron martirizados excepto uno. Fue la desolación causada por la cristiandad del Japón lo que motivó que muchos mártires se ofrecieron voluntarios, a fin de evitar una posible apostasía. Este grupo es variado en etnias, en estados de vida, en situaciones sociales. Hay en él hombres, mujeres, sacerdotes y laicos. Ofrecieron su vida durante la persecución de un shogun que estaba decidido destruir todo vestigio cristiano, durante sus 28 años de mandato fueron sacrificados la mayor parte de los cuatro mil mártires de aquella época de la historia japonesa. En 1639 cerró el Japón a todo influjo comercial de España y Portugal. Sin embargo, su proyectado exterminio del cristianismo no fue total. Quedó un núcleo de cristianos japoneses escondidos en las islas del Sur, que mantuvieron la fe a lo largo de varios siglos hasta la apertura de Japón a Occidente en 1865. Entonces los descendientes de aquellos mártires emergieron como pequeña comunidad cristiana que se había transmitido de padres a hijos.

 

 

 

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