23 - DE
SEPTIEMBRE – VIERNES –
25 – SEMANA DEL T. O. – C
San Pío de
Pietrelcina, el Padre Pío
Lectura del libro del Eclesiastés (3,1-11):
Todo tiene su tiempo y sazón, todas las
tareas bajo el sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo
de arrancar; tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de
construir; tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de
bailar; tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de
abrazar, tiempo de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de
guardar, tiempo de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de
callar, tiempo de hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra,
tiempo de paz.
- ¿Qué saca el obrero de sus fatigas?
Observé todas las tareas que Dios encomendó a los hombres para afligirlos:
todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre el mundo para que pensara;
pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios desde el principio hasta el
fin.
Palabra de Dios
Salmo: 143, 1a.2abc.3-4
R/. Bendito el Señor, mi Alcázar
Bendito el Señor, mi Roca,
mi
bienhechor, mi alcázar,
baluarte
donde me pongo a salvo,
mi escudo y
mi refugio. R/.
Señor, ¿qué es el hombre para que te
fijes en él?;
¿qué los
hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es
igual que un soplo;
sus días, una
sombra que pasa. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,18-22):
Una vez que Jesús estaba orando solo, en
presencia de sus discípulos, les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la
vida uno de los antiguos profetas.»
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro tomó la palabra y dijo:
«El Mesías de Dios.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer
día.»
Palabra del Señor
1. En
los tres evangelios sinópticos se dice que cuando Pedro, en nombre de los
discípulos, confesó que Jesús era el Mesías (Mt 16, 16; Mc 8, 29; Lc 9, 20) e incluso el Hijo de Dios (Mt 16, 16), la respuesta de Jesús, después de
aceptar que efectivamente era así (Mt 16, 17), fue una prohibición y un
anuncio.
Jesús les
prohibió terminantemente decir a nadie que él era el Mesías (Mt 16, 20; Mc 8,
30; Lc 21, 22). Y les anunció que le esperaba un final de fracaso, sufrimiento
y muerte (Mt 16, 21; Mc 8, 31; Lc 9, 22).
2. Dos
cosas quedan claras:
1) Jesús no quería popularidad en un país en el que se esperaba la llegada de un Mesías que era deseado como un militar,
guerrero y victorioso (O. Cullmann, V. Taylor, J. Schmid), lo que se refuerza
con el anuncio que Jesús hace a continuación (J. Gnilka).
2) Jesús
asumió conscientemente una forma de vida que le llevó a lo que se anuncia aquí:
el rechazo y la condena muerte de los dirigentes
oficiales de la religión.
3. Estos
hechos han sido leídos, interpretados y vividos de forma que han hecho del
cristianismo, para la mentalidad de mucha gente, una religión que tiene su
centro en el fracaso y no en el éxito, en el sufrimiento y no en la felicidad,
en la muerte y no en la vida, la vida que vivimos en este mundo.
Así, la
humanidad de Jesús, y la humanización del Evangelio, al ser leídas e
interpretadas como divinidad de Cristo, y como divinización del cristiano, han
dado paso y han justificado una teología y una espiritualidad que le dicen a la
gente que, para lograr esa divinización y sus premios eternos, la que hay que
hacer en esta vida es mortificarse, someterse, callar y aguantar con
paciencia. Porque la felicidad no está en esta vida, sino en la
otra.
Ahora bien,
cuando hacemos eso, no se nos pasa por la cabeza que lo que Jesús hizo, y por
lo que se jugó la vida, fue aliviar los sufrimientos de esta vida, dignificar a
los pobres y excluidos de este mundo. Porque en el centro de las preocupaciones
de Jesús siempre estuvo humanizar este mundo y hacer más soportable esta vida. Solo así es posible alcanzar lo que la fe nos dice
que es la eternidad.
San
Pío de Pietrelcina, el Padre Pío
25 de mayo de 1887 - 23 de septiembre de 1968
Nació el 25 de mayo de 1887 en
Pietrelcina, Italia. En 1903 entró en el noviciado de la orden de los Frailes
Menores Capuchinos. El 27 de enero de 1907 hizo la profesión solemne.
Fue ordenado sacerdote en 1910. Por motivos de salud permaneció con su
familia hasta 1916. En septiembre del mismo año fue enviado al convento de San
Giovanni Rotondo y permaneció allí hasta su muerte. Toda su vida se dedicó a la
dirección espiritual, la confesión y la celebración de la Eucaristía. Fundó en
1956 la «Casa del alivio del sufrimiento».
Estigmatizado, soportó los dolores de sus llagas con admirable serenidad.
Aceptó con profunda humildad y resignación investigaciones y restricciones en
su servicio sacerdotal.
Murió el 23 de septiembre de 1968. Juan Pablo II lo beatificó en 1999 y lo
canonizó el 16 de junio de 2002.
Heredero espiritual de San Francisco de Asís,
el Padre Pío de Pietrelcina ha sido el primer sacerdote en llevar impreso sobre
su cuerpo las señales de la crucifixión. Él ya fue conocido en el mundo como el
"Fraile" estigmatizado. El Padre Pío, al que Dios donó particulares
carismas, se empeñó con todas sus fuerzas por la salvación de las almas. Los
muchos testimonios sobre su gran santidad de Fraile, llegan hasta nuestros
días, acompañados por sentimientos de gratitud. Sus intercesiones
providenciales cerca de Dios fueron para muchos hombres causa de sanación en el
cuerpo y motivo de renacimiento en el Espíritu.
El Padre Pío de Pietrelcina que se llamó
Francesco Forgione, nació en Pietrelcina, en un pequeño pueblo de la provincia
de Benevento, el 25 de mayo de 1887. Nació en
una familia humilde donde el papá Grazio Forgione y la mamá Maria Giuseppa Di
Nunzio ya tenían otros hijos.
Desde la tierna edad Francesco experimentó en
sí el deseo de consagrarse totalmente a Dios y este deseo lo distinguiera de
sus coetáneos. Tal "diversidad" fue observada de sus padres,
parientes y de sus amigos. Mamá Peppa contó - "no cometió nunca ninguna
falta, no hizo caprichos, siempre obedeció a mí y a su padre, cada mañana y
cada tarde iba a la iglesia a visitar a Jesús y a la Virgen. Durante el día no
salió nunca con los compañeros. A veces le dije: "Francì sal un poco a
jugar. Él se negó diciendo: no quiero ir porque ellos blasfeman". Del
diario del Padre Agostino de San Marco in Lamis, quien fuè uno de los directores
espirituales del Padre Pío, se enteró de que el Padre Pío, desde el 1892,
cuando apenas tenía cinco años, ya vivió sus primeras experiencias carismáticas
espirituales. Los Éxtasis y las apariciones fueron tan frecuentes que al niño
le pareció que eran absolutamente normales.
Con el pasar del tiempo, pudo realizarse para
Francesco lo que fue el más grande de sus sueños: consagrar totalmente la vida
a Dios. El 6 de enero de 1903, a los dieciséis años, entró como clérigo en la
orden de los Capuchinos. Fue ordenado sacerdote en la Catedral de
Benevento, el 10 de agosto de 1910. Tuvo así inicio su vida sacerdotal que, a
causa de sus precarias condiciones de salud, se desarrollará primero en muchos
conventos de la provincia de Benevento. Estuvo en varios conventos por motivo
de salud, luego, a partir del 4 de septiembre de 1916 llegó al convento de San
Giovanni Rotondo, sobre el Gargano, dónde se quedó hasta el 23 de septiembre de
1968, día de su sentida muerte.
En este largo período el Padre Pío iniciaba
sus días despertándose por la noche, muy antes del alba, se dedicaba a la
oración con gran fervor aprovechando la soledad y silencio de la
noche. Visitaba diariamente por largas horas a Jesús Sacramentado,
preparándose para la Santa Misa, y de allí siempre sacó las fuerzas necesarias,
para su gran labor para con las almas, al acercarlas a Dios en el Sacramento
Santo de la Confesión, confesaba por largas horas, hasta 14 horas diarias, y
así salvó muchas almas.
Uno de los acontecimientos que señaló
intensamente la vida del Padre Pío fue lo que se averiguó la mañana del 20 de
septiembre de 1918, cuando, rogando delante del Crucifijo del coro de la vieja
iglesia pequeña, el Padre Pío tuvo el maravilloso regalo de los estigmas. Los
estigmas o las heridas fueron visibles y quedaron abiertas, frescas y
sangrantes, por medio siglo. Este fenómeno extraordinario volvió a llamar,
sobre el Padre Pío la atención de los médicos, de los estudiosos, de los
periodistas, pero sobre todo de la gente común que, en el curso de muchas
décadas fueron a San Giovanni Rotondo para encontrar al santo fraile.
En una carta al Padre Benedetto, del 22 de
octubre de 1918, el Padre Pío cuenta su "crucifixión": “¿Qué cosa os
puedo decir a los que me han preguntado cómo es que ha ocurrido mi crucifixión?
¡Mi Dios que confusión y que humillación yo tengo el deber de manifestar lo que
Tú has obrado en esta tu mezquina criatura!
Fue la mañana del 20 del pasado mes
(septiembre) en coro, después de la celebración de la Santa Misa, cuando fui
sorprendido por el descanso en el espíritu, parecido a un dulce sueño. Todos
los sentidos interiores y exteriores, además de las mismas facultades del alma,
se encontraron en una quietud indescriptible. En todo esto hubo un total
silencio alrededor de mí y dentro de mí; sentí enseguida una gran paz y un
abandono en la completa privación de todo y una disposición en la misma rutina.
Todo esto ocurrió en un instante. Y mientras
esto se desarrolló; yo vi delante de mí un misterioso personaje parecido a
aquél visto en la tarde del 5 de agosto. Éste era diferente del primero, porque
tenía las manos, los pies y el costado que emanaban sangre. La visión me
aterrorizaba; lo que sentí en aquel instante en mí; no sabría decirlo. Me sentí
morir y habría muerto, si Dios no hubiera intervenido a sustentar mi corazón,
el que me lo sentí saltar del pecho.
La vista del personaje desapareció, y me
percaté de que mis manos, pies y costado fueron horadados y chorreaban sangre.
Imagináis el suplicio que experimenté entonces y que voy experimentando
continuamente casi todos los días. La herida del corazón asiduamente sangra,
comienza el jueves por la tarde hasta al sábado. Mi padre, yo muero de dolor
por el suplicio y por la confusión que yo experimento en lo más íntimo del
alma. Temo morir desangrado, si Dios no escucha los gemidos de mi pobre
corazón, y tenga piedad para retirar de mí esta situación…”
Por años, de cada parte del mundo, los fieles
fueron a este sacerdote estigmatizado, para conseguir su potente intercesión
cerca de Dios. Cincuenta años experimentados en la oración, en la humildad, en
el sufrimiento y en el sacrificio, dónde para actuar su amor, el Padre Pío
realizó dos iniciativas en dos direcciones: un vertical hacia Dios, con la
fundación de los "Grupos de ruego", hoy llamados “grupos de oración”
y la otra horizontal hacia los hermanos, con la construcción de un moderno
hospital: "Casa Alivio del Sufrimiento."
En septiembre los 1968 millares de devotos e
hijos espirituales del Padre Pío se reunieron en un congreso en San Giovanni
Rotondo para conmemorar juntos el 50° aniversario de los estigmas aparecidos en
el Padre Pío y para celebrar el cuarto congreso internacional de los Grupos de
Oración. Nadie habría imaginado que a las 2.30 de la madrugada del 23 de septiembre de 1968, sería el doloroso final de
la vida terrena del Padre Pío de Pietrelcina. De este maravilloso fraile,
escogido por Dios para derramar su Divina Misericordia de una manera tan
especial.
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