sábado, 1 de octubre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia3 - DE OCTUBRE – LUNES – 27 – SEMANA DEL T. O. – C San Francisco de Borja

 

 


3 - DE OCTUBRE – LUNES –

27 – SEMANA DEL T. O. – C

San Francisco de Borja

 

     Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (1,6-12):

     Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo.

     Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado –seamos nosotros mismos o un ángel del cielo–, ¡sea maldito! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea maldito! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres o la de Dios? ¿Trato de agradar a los hombres?

     Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo. Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.
                              

Palabra de Dios

 

     Salmo: 110,1-2.7-8.9.10c

 

     R/. El Señor recuerda siempre su alianza

 

     Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. 
R/.

     Justicia y verdad son las obras de sus manos,
todos sus preceptos merecen confianza:
son estables para siempre jamás,
se han de cumplir con verdad y rectitud. 
R/.

     Envió la redención a su pueblo,
ratificó para siempre su alianza,
su nombre es sagrado y temible.
La alabanza del Señor dura por siempre. 
R/. 

 

     Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

 

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:

«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»

Él le dijo:

«¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»

Él contestó:

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»

Él le dijo:

«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»

Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:

«¿Y quién es mi prójimo?»

Jesús dijo:

«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó.

Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

"Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta."

¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»

Él contestó:

«El que practicó la misericordia con él.»

Díjole Jesús:

«Anda, haz tú lo mismo.»

 

Palabra del Señor

                                                                                       

1.  Sean cuales sean los matices que se le puedan poner a este relato en su conjunto y tal como ha llegado hasta nosotros, hay un hecho, que es lo que aparece más destacado en la parábola (y en la ocasión en que Jesús la contó), y que, sin embargo, con frecuencia no se suele tener en cuenta.

Por supuesto, como bien sabemos, de esta parábola se desprende una excelente enseñanza sobre el amor al prójimo. Y, además, el prójimo, considerado, no desde el punto de vista del que "está necesitado", sino del que "ayuda al necesitado", que bien puede ser (como ocurre en este caso) el odiado samaritano. Mucho más prójimo que el respetado sacerdote. Esto está claro en la parábola y nadie lo pone en duda.

 

2.  Pero, en este relato, hay algo que es mucho más frecuente y en lo que mucha gente no se fija.

Se trata de que, a fin de cuentas, el hombre bueno y misericordioso resulta ser el "hereje", el despreciable samaritano, que ni iba al Templo, ni pretendía aparecer como un religioso "observante".   

Mientras que los personajes, que Jesús presenta como censurables, son un sacerdote, un levita y hasta un letrado o teólogo de aquel tiempo. El sacerdote y el levita porque fueron insensibles ante el sufrimiento de la víctima.  Y el letrado porque "quiso aparecer como justo".

O sea, el criterio de Jesús es que quienes "dan un rodeo", ante los que se desangran en la vida, son los "hombres de la religión". Y los que quieren "aparecer" como personas ejemplares son curiosamente los entendidos en la ley religiosa, los teólogos de oficio.

 

3.  Si el relato está contado así, esto no quedó redactado de esta forma por casualidad. Esto está intencionadamente puesto en la parábola. Por eso la pregunta, que se plantea, es tan clara como provocativa: 

- ¿qué tiene la religión que, a sus funcionarios, les desarrolla tanto la preocupación por "aparecer como justos" y les atrofia más aún la "sensibilidad y la sintonía ante el sufrimiento" de las víctimas de este mundo?

Hay personas religiosas que son ejemplares. Pero, tal como está este mundo y se ha puesto la vida, "ser ejemplar", en este momento supone y exige ponerse "de parte de" las víctimas. Y, por tanto "en contra de los causantes del sufrimiento de los que luchan, no ya "por el trabajo" o "por la vivienda", sino sobre todo "por la vida", que son más de mil millones de criaturas, en este momento.  Esto supone ponerse entre los rebeldes, los insumisos, los que hablan menos de la caridad y se parten la cara por la justicia.

 

San Francisco de Borja

1510 - 1572

En Roma, san Francisco de Borja, presbítero, que, muerta su mujer, con quien había tenido ocho hijos, ingresó en la Compañía de Jesús y, pese a que abdicó de las dignidades del mundo y recusó las de la Iglesia, fue elegido prepósito general, siendo memorable por su austeridad de vida y oración.

 

Vida de San Francisco de Borja

 

San Francisco Borja nació en Gandía (Valencia) el 28 de octubre de 1510, primogénito de Juan de Borja y entró muy joven al servicio de la corte de España, como paje de la hermana de Carlos V, Catalina. A los veinte años el emperador le dio el título de marqués. Se casó a los 19 años y tuvo ocho hijos. A los 29 años, después de la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender la caducidad de los bienes terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor que pudiese morir” y se dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue elegido virrey de Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las circunstancias, pero sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había dedicado secretamente.

En Barcelona se encontró con San Pedro de Alcántara y con el Beato Pedro Favre de la Compañía de Jesús. Este último encuentro fue decisivo para su vida futura. En 1546, después de la muerte de la esposa Eleonora, hizo la piadosa práctica de los ejercicios espirituales de san Ignacio y el 2 de junio del mismo año emitió los votos de castidad, de obediencia, y el de entrar a la Compañía de Jesús, donde efectivamente ingresó en 1548, y oficialmente en 1550, después de haberse encontrado en Roma a San Ignacio de Loyola y haber renunciado al ducado de Gandía. El 26 de mayo de 1551 celebraba su primera Misa.

Les cerró las puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le abrieron las de las dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente Carlos V lo propuso como cardenal, pero Francisco renunció y para que la renuncia fuera inapelable hizo los votos simples de los profesos de la Compañía de Jesús, uno de los cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier dignidad eclesiástica. A pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más importantes que se le confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido prepósito general en 1566, cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en Roma el 30 de septiembre de 1572.

 

Fue un organizador infatigable (a él se le debe la fundación del primer colegio jesuita en Europa, en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en España), y siempre encontró tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de vida espiritual. Se destacó por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Incluso dos días antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el santuario mariano de Loreto. Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.

 

 

 

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