9 - DE OCTUBRE
– DOMINGO –
28 – SEMANA
DEL T. O. – C
San Luis Bertrán, presbítero dominico
Lectura del segundo libro de
los Reyes (5,14-17):
EN aquellos días,
el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra
de Eliseo, el hombre de Dios, Y su carne volvió a ser como la de un niño
pequeño: quedó limpio de su lepra.
Naamán y toda su comitiva regresaron al
lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él
exclamando:
«Ahora conozco que no hay en toda la tierra
otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo».
Pero Eliseo respondió:
«Vive el Señor ante quien sirvo, que no he
de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él
rehusó.
Naamán dijo entonces:
«Que al menos le den a tu siervo tierra del
país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto
ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».
Palabra de
Dios
Salmo: 97,1.2-3ab.3cd-4
R/. El Señor revela a las naciones su
salvación.
V/. Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
V/. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.
V/. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Lectura de la segunda carta
del apóstol san Pablo a Timoteo (2,8-13):
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre
¡os muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco
hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está
encadenada.
Por eso lo aguanto todo por los elegidos,
para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo
Jesús.
Es palabra digna de crédito:
Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también
reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará.
Si somos infieles, él permanece fiel, porque
no puede negarse a sí mismo.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (17,11-19):
Una vez, yendo
Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar
en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a
lo lejos y a gritos le decían:
«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino,
quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a
Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra,
dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
«¿No han quedado limpios los diez?; los
otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más
que este extranjero?».
Y le dijo:
«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».
Palabra del
Señor
Malos, pero
agradecidos.
Curación de los diez leprosos
Las lecturas de este domingo son fáciles
de entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el
evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos
se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e
israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es
como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano
están enfermos de lepra.
Naamán el sirio
El relato del segundo libro de los Reyes
(5,14-17) es mucho más extenso e interesante de lo que refleja la lectura
litúrgica. Naamán es un personaje importante de la corte del rey de Siria, pero
enfermo de lepra. En su casa trabaja una esclava israelita que le aconseja
visitar al profeta de Samaria, Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera
salir a su encuentro, le ordena bañarse siete veces en el Jordán. Naamán,
enfurecido por el trato y la solución recibidos, decide volverse a Damasco.
Pero sus servidores le convencen de que haga caso al profeta.
Con vistas al tema de este domingo, lo
importante es la actitud de agradecimiento: primero con el profeta, al que
pretende inútilmente hacer un regalo, y luego con Yahvé, el dios de Israel, al
que piensa dar culto el resto de su vida. Pero no olvidemos que Naamán es un
extranjero, una persona de la que muchos judíos piadosos no podrían esperar
nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente agradecido.
Un samaritano anónimo
Si malo era un sirio, peor, en tiempos
de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya
lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el
pasaje de hoy (Lc 17, 11-19).
…..Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a
grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste
era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:
‒ ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
Y
le dijo:
‒ Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
Este relato refleja mejor que el de
Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos de la sociedad, tienen que
mantenerse a distancia, hablan a gritos. Y Jesús los manda a presentarse a los
sacerdotes, porque si no reciben el “certificado médico” de estar curados no
pueden volver a habitar en un pueblo.
Lo importante, de nuevo, es que diez son
curados, y sólo uno, el samaritano, el “malo”, vuelve a dar gracias a Jesús. Y
el episodio termina con las palabras: «tu fe te ha
salvado».
Todos han sido curados, pero sólo uno se
ha salvado. Nueve han mejorado su salud, sólo uno ha mejorado en su cuerpo y en
su espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios.
Examen de conciencia
¿Dónde me sitúo? ¿Entre los “buenos”
poco agradecidos o entre los “malos” agradecidos?
San
Luis Bertrán, presbítero dominico
San Luis Beltrán Nació en Valencia, España, el primero de Enero de 1526;
murió el 9 de octubre de 1581. Sus padres fueron Juan Beltrán y Juana Ángela
Exarch.
A través de su padre
se relacionó con el ilustre San Vicente Ferrer, el gran taumaturgo de la Orden
Dominica.
Fue un santo español
del orden de los dominicos, canonizado por el papa Clemente X en 1691.
Infancia y juventud.
Nació en Valencia el 1 de enero de 1576, en una casa junto a la iglesia de
San Esteban, en la que fue bautizado a los pocos días, y en la misma pila
bautismal en la que lo fue San Vicente Ferrer (5 de abril y segundo Lunes de
Pascua), pariente suyo por parte de madre. Cuando pequeño y lloraba, solo tenía
consuelo cuando le llevaban a las iglesias y veía las imágenes y sobre todo a
Nuestra Señora. A los 15 años eligió por confesor a Fray Ambrosio de Jesús, un
religioso mínimo, que le encaminó en la oración, la penitencia sin descuidar el
estudio. Sobre esta edad recibió la primera comunión. A los 16 años se escapó
de su casa para peregrinar a Santiago, pero su familia le alcanzó en Bunyol,
obligándole a regresar. Su padre le permitió ser clérigo, y Luis se dedicó a
servir en el Hospital de la Ciudad, sirviendo a los pobres día y noche. Para
poder comulgar frecuentemente ideó la estratagema de ir a diferentes iglesias y
así comulgar sin llamar la atención por la frecuencia. Pero su confesor le
regañó por actuar con doblez y no lo hizo más.
Religioso dominico.
A los 17 años determinó tomar el hábito dominico, pero sus padres se
opusieron por su débil salud. Entristeció el joven que, de vez en cuando, se
escondía en una capilla del claustro para ver a los religiosos, oír sus cantos
y en ocasiones escuchar las pláticas del maestro de novicios. Finalmente,
viendo sus padres la melancolía de Luis, le dieron su bendición para ser
fraile. Tomó el hábito el 26 de agosto de 1544, pero aun así tuvo que defender
su vocación dominica ante su padre, que le quería pasar a la Orden Jerónima,
mucho menos austera. Luego ocurrió que el demonio tentó a un seglar prominente
que soltó un chismorreo acerca de Luis, por lo que el prior determinó quitarle
el hábito y mandarlo a su casa, pero Luis clamó al cielo y el mentiroso se
desdijo y Luis pudo profesar el 27 de agosto de 1545.
Fue ejemplar religioso, muy penitente, austerísimo aún en el trato y las
conversaciones, pues jamás dijo alguna palabra para provocar risa o gracia. Se
disciplinaba siempre que le permitían, y tanto que la sangre salpicaba las
paredes, y llevaba varios cilicios. Siempre llevaba los ojos bajos, las manos
recogidas y el pensamiento puesto en Dios, quiso dejar el estudio y ser solo un
Hermano Lego porque decía que el estudio le distraía de la contemplación, pero
no se lo permitieron y con los años confesó que eso era tentación del demonio.
E hizo bien, porque fue un docto religioso, muy versado en la Escritura y la
doctrina de Santo Tomás de Aquino Fue ordenado presbítero en 1547 por Santo
Tomás de Villanueva y fue destinado al convento de Santa Cruz de Lombay. Allí
tuvo una revelación de que su padre moría, y partió a Valencia antes que
llegara el mensajero con la noticia y ayudó a bien morir a su padre. Sufrió purgatorio
muy doloroso, según supo Luis por gracia de Dios, viendo los tormentos que
padecía: era arrojado de una torre, le molían los huesos, le apuñalaban, etc.,
así durante ocho años durante los cuales el santo ofreció la misa, se
disciplinó duramente hasta que le vio subir a la gloria.
Maestro de novicios.
En 1549, con 23 años fue nombrado Maestro de novicios, oficio que ejerció
con gran ejemplo para sus religiosos, aunque conocida es su severidad y
aspereza para con los nuevos religiosos. Pero si les disciplinaba, luego lo
hacía él el doble. Conocido es que, aunque les animaba a perseverar, al mismo
tiempo les quitaba el hábito a la primera que no mostraban juicio u observancia
religiosa. Siempre que echaba a uno preguntaba a los demás quien quería volver
al mundo. Con solo mirarlos, atinaba si tenían devoción o la fingían, y les
echaba. No soportaba a los mentirosos, los holgazanes o los escrupulosos, a
todos les echaba. Quería novicios y religiosos santos y sabios, por lo que
insistía en la claridad de mente, la inteligencia y la perseverancia en el
estudio para ser un buen hijo de Santo Domingo; eso para los que serían
presbíteros, a la par que a los novicios que iban para Legos, les daba algún
libro piadoso o las Constituciones de la Orden, diciendo que con eso les
bastaba, para preservarles su sencillez y simpleza. Quiso estudiar en el
célebre convento salmantino de San Esteban de los dominicos, para tener título
universitario, pero su prior, Fray Micón le hizo desestimar aquello como algo
no necesario para formar novicios. Insistió, pero un fraile de la Orden le dijo
no era la voluntad de Dios, sino que se complacía en que formase a los
novicios.
En 1557 se destacó como predicador y auxilio de los pobres durante una
epidemia en Valencia. Se prodigó socorriendo, enterrando difuntos, repartiendo
pan y limosnas, predicando y celebrando devociones y haciendo penitencia
pública. En su mismo convento murieron 22 frailes, entre ellos el prior, Fray
Miguel de Santo Domingo, que no se había reservado en los actos de caridad.
Dios le reveló a Luis que había entrado en el cielo por su gran caridad. A una
mujer cuyo hijo le pidió el demonio en forma de fraile para "hacerle
santo", Luis le contó la verdad: era un diablo que le quería arrebatar a
su hijo. En 1560, terminada la peste, atracó en Valencia una flota de moros
para tratar el rescate de los cautivos cristianos que poseían. San Luis dijo a
sus novicios: "¿Cómo se puede sufrir que los enemigos de Jesucristo se
paseen por esta ciudad, y se gloríen de pasar entre cristianos? A nosotros
toca, hermanos, terminar este negocio. Arrodillémonos todos y vueltos hacía la
mar digamos con devoción contra los moros el salmo que compuso el santo rey
David contra los enemigos del pueblo de Dios". Y una vez que se hizo el
cambio, y los moros emprendieron viaje una tormenta los echó a fondo.
Ese mismo año al parecer recibe una carta de la Madre Santa Teresa de Jesús
en la que, la santa le consulta su intención de fundar un convento más austero
y sencillo, donde servir a Dios. Y digo “al parecer”, porque dicha carta no se
conserva, pero sí que se conoce la respuesta que habría dirigido a la Santa:
"Madre Teresa, recibí vuestra carta, y porque el negocio sobre que pedís
mi parecer es tan en servicio del Señor, he querido primero encomendárselo en
mis pobres oraciones y sacrificios, y esto ha sido la causa de haber tardado en
responderos. Ahora os digo en nombre del mismo Señor, que os animéis para tan
grande empresa, que Él os ayudará y favorecerá: y de su parte os certifico que
no pasarán cincuenta años que vuestra Religión no sea una de las más ilustres
en la Iglesia de Dios". Personalmente tengo dudas sobre su autenticidad,
sobre todo porque en 1560, la Santa Madre no pensaba ni por asomo ni reformar
la Orden del Carmen, ni mucho menos fundar una Orden nueva.
Apóstol de Indias.
Pasaron por Valencia dos frailes, misioneros en Indias, y contaron a los
religiosos la falta que hacían apóstoles de Cristo en Nueva Granada (la actual
Colombia y Venezuela) y Luis enseguida supo que Dios le quería para ello,
aunque fuera para morir comido por los infieles, como muchos creían que pasaba.
El deseo de salvar almas creció en él con gran ímpetu, y el primer Sábado de
Cuaresma de 1562 salió de Valencia con otros religiosos rumbo al Nuevo Mundo. Llegaron
el 28 de septiembre del mismo año y apenas desembarcar, un indio corrió hacia
él para que bautizase a su hijo que se moría y quería que se salvase. Habitó en
el convento de San José que los dominicos habían fundado en Cartagena de Indias
y desde allí misionó en Cipacoa, Sierra de Santa Marta, Tubara, Tuneara,
Tenerife, Mompoix y Pelvato. Predicaba constantemente y tuvo Dios de lenguas,
pues los indios le entendían en su propia lengua, obrando muchas conversiones.
A pesar del clima, los trabajos, el hambre…, nunca abandonó sus penitencias,
ayunos y horas de contemplación. Amansaba a las fieras que se cruzaba en la
selva solo con hacer la señal de la cruz. Famosas fueron sus predicaciones de
Cuaresma y Semana Santa en Cartagena, donde convertía, reconciliaba y
denunciaba a los que maltrataban a los indios.
En Tubara convirtió a los indios y desterró a un demonio que les asustaba
para que no se adhirieran a Cristo. Un indio polígamo que reprendió le lanzó
una saeta, que cayó a los pies del santo como detenida por un escudo invisible.
A otro que había sido sacerdote de los dioses, le libró del demonio y le ayudó
a bien morir luego que la Virgen del Rosario le advirtiera del peligro al que
estaba sometido el indio. Los indios, testigos de su éxtasis, le veneraban en
vida y escuchaban hasta sus más sencillas palabras como si vinieran del cielo.
Y es que a su ejemplo sumaba los portentos: atraer o alejar la lluvia, cruzar
rezando el rosario él y sus compañeros el río Cinoga, que estaba crecido y
salir ilesos. Se le vio predicando y a su lado asistiéndole aparecían San
Ambrosio (4 y 5 de abril, muerte y entierro; 7 de diciembre, consagración
episcopal) y Santo Tomás de Aquino. Otro día mientras se disciplinaba abrazó un
árbol y al separarse dejó impresa la huella de una cruz, que convirtió a
muchos. Por la conversión de los indios ofrecía la penitencia de quitarse la
camisa por las noches, dejando que le picaran los mosquitos, a los que decía:
"Hermanos mosquitos, ya habéis comido suficiente, dejad sitio a vuestros
compañeros".
También tuvo enemigos, como aquel indio que le dio a beber un veneno y que
el santo lo tragó sin sucederle nada, salvo que al cabo de cinco días vomitó
algunas culebras pequeñas. También, por su protección a los indios, un español
apuntó su arcabuz para dispararle y el cañón de este se transformó en un
crucifijo. Y a su iconografía han pasado estos milagros.
De nuevo España.
Su pelea con los encomenderos y su defensa por los indios (en ocasiones se
los sacaban de la iglesia para que fueran a trabajar) melló su firmeza y en
1569 regresó a España. Volvió a Valencia como un fraile más y de allí le
destinaron en 1570 al convento de San Onofre como prior. En 1575 regresó a
Valencia como prior, continuando dando ejemplo a los religiosos. En una ocasión,
se fue a la celda que había sido de San Vicente Ferrer y ante su imagen se
desahogó: "Padre San Vicente, me me han hecho prior de esta casa, habiendo
en ella personas muy dignas. Yo renuncio el Priorato en vuestras manos. Sed vos
el prior, mandad y regid a vuestro modo, que yo seré subprior y gobernaré según
vuestras órdenes". Y quiso besar las plantas del santo, cuando la imagen
de San Vicente se animó y doblándose, le abrazó.
Fue amigo del franciscano Beato Nicolás Factor, el cual durante un éxtasis
en público exclamó: "Yo no soy santo, pero Fray Luis Bertrán sí". Y
aquí que ocurrió que, a los pocos días, cuando Luis predicaba en la catedral de
Valencia enseñó a los fieles que no todos los arrobamientos eran divinos,
algunos entendieron que hablaba mal de Nicolás, juzgándole por falso místico.
Ambos amigos pusieron rápidamente fin al malentendido. Se cuenta que el 29 de
septiembre de 1579, al salir de maitines se le aparecieron los Santos Padres
San Francisco y Santo Domingo, que le bendijeron y le consolaron en sus
pesares, enfermedades y tentaciones del demonio. Porque mucho le atacó el
maligno, apareciéndosele en forma de perro que le impedía llegarse al agua
bendita a persignarse.
En 1581 los achaques se le arreciaron, perdió visión, agudeza, oído,
teniendo que suspender algunas predicaciones que ya tenía concertadas. A
finales de verano tuvo que guardar cama, y le administraron el viático, estando
presente el arzobispo de Valencia, San Juan de Ribera. Profesó su fe católica,
pidió el auxilio de la Virgen del Rosario y sus santos dominicos y
franciscanos. Comulgó con ardor y luego tuvo una leve mejoría. Gustaba de las
visitas de los demás religiosos, a los que pedía perdón y besaba las manos, a
la par que impedía besaran las suyas, huyendo de reverencia alguna. Un
religioso que pretendió tomarle las manos, le quitó las sábanas y vio que tenía
bajo la espalda un ladrillo. Le preguntó que era aquello, estando tan mal de
salud. "Hermano mío, ya se acerca la jornada y es menester mucho para ir al
cielo. Mas, mire que le conjuro que no de parte de esto a persona del
mundo", fue la respuesta.
San Juan de Ribera le llevó consigo a Godella, donde tenía una casa de
descanso, y allí le servía de su mano, le complacía y entretenía. Volvió a
Valencia cuando agravó y fue hospitalizado en el Hospital de los Clérigos, y
luego a su convento, al ser previsible su muerte. El 6 de octubre reveló que
moriría en cuatro días. El día 9 un franciscano que no alcanzó a conocerle, le
vio por revelación siendo protegido por Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino y
San Pedro Mártir. A las 10 de la mañana del 9 de octubre dijo al arzobispo:
"Despídame, que ya me muero", pidió a los religiosos rezasen por él
las típicas oraciones de la Orden por sus difuntos y expiró suavemente, al tiempo
que se vio una luz sobrenatural sobre él, y un olor suavísimo emanó de su
cuerpo. 9 de octubre de 1581. Varios días duraron los funerales, durante los
cuales el pueblo acudió en masa para venerarle y llevarse, como no, reliquias
de su hábito o tocar objetos a su cuerpo. Llegó la histeria a tanto que, al ir
a enterrarle, fue necesario apartar con antorchas a la multitud que le
arrancaba el hábito. Y aun así algunos prefirieron les quemaran las manos,
quedando el cuerpo casi desnudo. Esa noche cuatro religiosos bajaron a la
cripta y le vistieron decentemente, hallándole flexible y emanando un leve
resplandor.
En 1582 se exhumó el cuerpo y fue hallado incorrupto, fue sepultado de nuevo
y junto a él se pusieron los huesos de sus padres, enterrados en la iglesia de
San Juan del Mercado. En esta ocasión Felipe II se procuró un escapulario hecho
con el escapulario del santo fraile, para protección de su hijo mayor. En 1585
se inició el proceso de canonización, impulsado por el arzobispo Ribera. El
papa Pablo V le beatificó el 19 de julio de 1608, y el 18 de noviembre del
mismo año la Ciudad de Valencia le nombró patrono de esta. Alejandro VII le
nombró santo patrono del Nuevo Reino de Granada. Clemente X le canonizó el 12
de abril de 1671. Su cuerpo fue profanado y desapareció durante la persecución
religiosa en España luego de 1936, aunque algunas reliquias se conservan en la
catedral valenciana.
En Cuba se le considera protector de los niños, especialmente contra
"el mal de ojos", siendo costumbre que su oración sea puesta bajo las
sábanas de los infantes.
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