6 - DE OCTUBRE
– JUEVES –
27 – SEMANA
DEL T. O. – C
San Bruno de Colonia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (3,1-5):
¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha
embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo
en la cruz! Contestadme a una sola pregunta: ¿recibisteis el Espíritu por
observar la ley o por haber respondido a la fe? ¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis
por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en
vano! Si es que han sido en vano. Vamos a ver: Cuando Dios os concede el
Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis
la ley o porque respondéis a la fe?
Palabra de Dios
Salmo: Lc 1,69-70.71-72.73-75
R/. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha
visitado a su pueblo
Nos ha suscitado una fuerza de salvación
en la casa de
David, su siervo,
según lo
había predicho desde antiguo
por boca de
sus santos profetas. R/.
Es la salvación que nos libra de nuestros
enemigos
y de la mano
de todos los que nos odian;
realizando la
misericordia
que tuvo con
nuestros padres,
recordando su
santa alianza y el juramento
que juró a nuestro
padre Abrahán. R/.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de
la mano de los enemigos,
le sirvamos
con santidad y justicia,
en su
presencia, todos nuestros días. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,5-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los
discípulos:
«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche
para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de
viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No
me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo
levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no
se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad
y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se
le abre. - ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una
piedra? - ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? - ¿O si le pide un
huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo piden?»
Palabra del Señor
1. A
continuación de la oración del "Padre nuestro", Lucas coloca la
enseñanza de Jesús sobre la oración de petición. Al explicar este asunto, Jesús pone como ejemplo la petición que hace un pobre. Tenía que ser
un pobre de solemnidad aquel hombre que no tenía ni un pan para ofrecer al
amigo que llega a horas intempestivas. Con lo cual Jesús está diciendo que la
oración es eficaz cuando lo que se pide es necesario de
verdad. Lógicamente, Jesús no compromete la generosidad del
Padre para algo que no sea enteramente necesario, en cualquier caso. - ¿Qué
puede ser eso?
2. Jesús
promete con seguridad que la oración es indefectible solamente cuando al Padre
le pedimos que nos dé el Espíritu Santo. Solo tenemos garantizado el don del
Espíritu. Pero, como bien sabemos, eso es lo que a mucha gente no le interesa,
ni le preocupa, ni probablemente le viene bien. Porque es claro que
hay personas, que, si tuvieran algo del Espíritu de Dios, no desearían lo que
desean, no buscarían lo que buscan y, en definitiva, no serían como son.
3. En
resumen, lo que Jesús nos enseña es que el Espíritu Santo es lo que tiene que
centrar y orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras
esperanzas. Sobre todo, nuestros deseos. Porque el deseo
es la fuerza que determina nuestras vidas. Cada cual es lo que desea. Por eso,
el último mandamiento del Decálogo no prohíbe una "acción" (matar,
mentir, robar), sino el "deseo" de todo cuanto nos deshumaniza o
de todo cuanto deshumaniza a los demás. Sobre todo, el deseo de los bienes del
prójimo (Ex 20, 17).
Porque ahí y
en eso está la raíz de la violencia (René Girard).
San Bruno de Colonia
San Bruno, presbítero, que, oriundo de
Colonia, en Lotaringia, enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia, pero
deseando llevar vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el
apartado valle de Cartuja, en los Alpes, dando origen a una Orden que conjuga
la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el
papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia,
pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de La Torre, en
Calabria.
Vida de San Bruno de Colonia
Confesor, autor eclesiástico y fundador de la Orden de la Cartuja. Nació en
Colonia hacia el año 1030; murió el 6 de octubre de 1101. Se le representa
habitualmente con una calavera en las manos, un libro y una cruz, o coronado
con siete estrellas; o con un pergamino que porta la divisa O Bonitas. Su
fiesta se celebra el 6 de Octubre. Según la tradición, San Bruno pertenecía a
la familia de Hartenfaust, o Hardebüst, una de las principales familias de la
ciudad, y en recuerdo de este origen diferentes miembros de la familia de
Hartenfaust han recibido de los Cartujos o bien oraciones especiales por los
muertos, como en el caso de Peter Bruno Hartenfaust en 1714, y Louis Alexander
Hartenfaust, barón de Laach, en 1740; o una relación personal con la orden,
como con Louis Bruno de Hardevüst, barón de Laach y burgomaestre de la ciudad
de Bergues-S. Winnoc, en la diócesis de Cambrai, con el que se extinguió la
línea masculina de la familia Hardevüst el 22 de Marzo de 1784.
Tenemos poca información sobre la infancia y juventud de San Bruno. Nacido
en Colonia, habría estudiado en el colegio de la ciudad, o colegiata de San
Cuniberto. Mientras era aún bastante joven (a pueris) fue a completar su
educación a Reims, atraído por la reputación de la escuela episcopal y de su
director, Heriman. Allí acabó sus estudios clásicos y se perfeccionó en las
ciencias sagradas que en esa época consistían principalmente en el estudio de
las Sagradas Escrituras y de los Padres. Allí se hizo, según el testimonio de
sus contemporáneos, instruido tanto en la ciencia humana como divina.
Completada su educación, San Bruno volvió a Colonia, donde fue provisto de una
canonjía en San Cuniberto, y según la opinión más probable, elevado a la
dignidad sacerdotal. Esto fue hacia el año 1055. En 1056, el obispo Gervais le
llamó a Reims, para ayudar a su antiguo maestro Heriman en la dirección de la
escuela. Este último estaba ya dirigiendo su atención hacia una forma de vida
más perfecta, y cuando al final dejó el mundo para ingresar en la vida
religiosa, en 1057, San Bruno se encontró como director de la escuela
episcopal, o ecólatra, un puesto tan difícil como elevado, pues entonces
incluía la dirección de las escuelas públicas y la supervisión de todos los
establecimientos educativos de la diócesis. Durante casi veinte años, de 1057 a
1075, mantuvo el prestigio que la escuela de Reims había alcanzado bajo sus
antiguos directores, Remi de Auxerre, Hucbald de St. Amand, Gerberto y
últimamente Heriman. De la excelencia de su enseñanza tenemos una prueba en los
títulos funerarios compuestos en su honor, que celebran su elocuencia, sus talentos
poético, filosófico y por encima de todos exegético y teológico; y también en
los méritos de sus discípulos, entre los cuales estaban Eudes de Châtillon,
después Urbano II, Rangier, cardenal y obispo de Reggio, Robert, obispo de
Langres y un gran número de prelados y abades.
En 1075 San Bruno fue nombrado canciller de la iglesia de Reims, y tuvo
entonces que dedicarse especialmente a la administración de la diócesis.
Mientras tanto, el piadoso obispo Gervais, amigo de San Bruno, había sido
sucedido por Manasés de Gournai, que rápidamente se hizo odioso por su impiedad
y violencia. El canciller y otros dos canónigos fueron encargados de llevar al
legado papal, Hugo de Die, las quejas del indignado clero, y en el concilio de
Autun, 1077, obtuvieron la suspensión del indigno prelado. La respuesta de este
último fue arrasar las casas de sus acusadores, confiscar sus bienes, vender
sus beneficios y apelar al Papa. Entonces Bruno se ausentó por un tiempo de
Reims, y fue probablemente a Roma a defender la justicia de su causa. Sólo en
1080 una sentencia clara, confirmada por un alzamiento del pueblo, obligó a
Manasés a retirarse y refugiarse con el emperador Enrique IV. Libre entonces de
elegir otro obispo, el clero estaba a punto de unir sus votos en el canciller.
Él, sin embargo, tenía designios muy diferentes en perspectiva. Según una
tradición conservada en la Orden de la Cartuja, Bruno se persuadió de abandonar
el mundo por la contemplación de un célebre prodigio, popularizado por el
pincel de Lesueur – la triple resurrección del médico parisino, Raymond
Diocres. A esta tradición se opone el silencio de los contemporáneos y de los
primeros biógrafos del santo; el silencio del propio San Bruno en su carta a
Raoul le Vert, preboste de Reims; y la imposibilidad de probar que estuviera
nunca en París. No había necesidad de argumento tan extraordinario para hacerle
dejar el mundo. Algún tiempo antes, cuando estaba en conversación con dos de
sus amigos, Raúl y Fulco, canónigos como él de Reims, se habían inflamado tanto
en el amor de Dios y el deseo de los bienes eternos que habían hecho voto de
abandonar el mundo y abrazar la vida religiosa. Este voto, pronunciado en 1077,
no pudo ponerse en obra hasta 1080, debido a diversas circunstancias.
La primera idea de San Bruno al dejar Reims parece haber sido ponerse él y
sus compañeros bajo la dirección de un eminente solitario, San Roberto, que
recientemente (1075) se había establecido en Molesme, en la diócesis de
Langres, junto con un grupo de otros solitarios que iban más tarde (1098) a
constituir la Orden Cisterciense. Pero pronto vio que esta no era su vocación,
y después de una corta estancia en Sèche-Fontaine cerca de Molesme, dejó a dos
de sus compañeros, Pedro y Lamberto, y se dirigió con otros seis a Hugo de
Châteauneuf, obispo de Grenoble, y, según algunos autores, uno de sus
discípulos. El obispo, a quien Dios había mostrado a estos hombres en un sueño,
bajo la imagen de siete estrellas, les condujo e instaló él mismo (1084) en un
lugar agreste de los Alpes del Delfinado llamado Chartreuse, a unas cuatro
leguas de Grenoble, en medio de rocas escarpadas y montañas casi siempre
cubiertas de nieve. Con San Bruno estaban Landuino, los dos Esteban, de Bourg y
de Die, canónigos de San Rufo, y Hugo el Capellán, “todos ellos los hombres más
sabios de su tiempo”, y dos laicos, Andrés y Guerin, que después se
convirtieron en los primeros hermanos legos. Construyeron un pequeño monasterio
donde vivieron en profundo retiro y pobreza, completamente ocupados en la
oración y el estudio, y honrados frecuentemente con las visitas de San Hugo,
que se volvió como uno de ellos. Su modo de vida ha sido recogido por un
contemporáneo, Guibert de Nogent, que les visitó en su soledad. (De Vitâ suâ,
I, ii). Mientras tanto, otro discípulo de San Bruno, Eudes de Châtillon, se
había convertido en Papa con el nombre de Urbano II (1088). Resuelto a
continuar la obra de reforma comenzada por Gregorio VII, y estando obligado a
luchar contra el antipapa, Guiberto de Ravena, y el emperador Enrique IV, buscó
rodearse de aliados devotos y llamó a su antiguo maestro ad Sedis Apostolicae
servitium. Así el solitario se vio obligado a dejar el lugar donde había pasado
más de seis años de retiro, seguido por una parte de su comunidad que no podía
mentalizarse a vivir separada de él (1090). Es difícil indicar el lugar que
ocupó entonces en la corte pontificia, o su influencia en los acontecimientos
contemporáneos, que fue totalmente oculta y confidencial. Alojado en el palacio
del propio Papa y admitido a sus consejos, y encargado, además, con otros
colaboradores, de preparar asuntos para los numerosos concilios de este
periodo, debemos concederle algún crédito por sus resultados. Pero él tuvo
siempre cuidado de mantenerse en segundo plano, y aunque parece haber asistido
al Concilio de Benevento (Marzo de 1091), no encontramos evidencia de que
hubiera estado presente en los concilios de Troja (Marzo de 1093), de Piacenza
(Marzo de 1095) o de Clermont (Noviembre de 1095). Su papel en la historia está
borroso. Todo lo que podemos decir con seguridad es que apoyó con todas sus
fuerzas al Soberano Pontífice en sus esfuerzos para la reforma del clero,
esfuerzos inaugurados en el Concilio de Melfi (1089) y continuados en el de
Benevento.
Poco tiempo después de la llegada de San Bruno, el Papa se había visto
obligado a abandonar Roma ante las fuerzas victoriosas del emperador y el
antipapa. Se retiró con toda su corte al sur de Italia. Durante el viaje, el
antiguo profesor de Reims atrajo la atención del clero de Reggio en Calabria,
que acababa de perder a su arzobispo Arnulfo (1090), y le dieron sus votos. El
Papa y el príncipe normando Roger, Duque de Apulia, aprobaron firmemente la
elección y presionaron a San Bruno a aceptarla. En una coyuntura similar en
Reims había escapado huyendo; esta vez escapó haciendo que fuera elegido uno de
sus antiguos discípulos, Rangier, que afortunadamente estaba cerca en la abadía
benedictina de La Cava, cerca de Salerno. Pero temió que tales intentos se
repitieran; además estaba cansado de la agitada vida que le había sido
impuesta, y la soledad le invitaba siempre. Pidió, por tanto, y después de
mucha dificultad, consiguió el permiso del Papa para volver de nuevo a su vida
solitaria. Su intención era reunirse con sus hermanos en el Delfinado, como
deja claro una carta dirigida a ellos. Pero la voluntad de Urbano II le mantuvo
en Italia, cerca de la corte papal, a la que podía ser llamado en caso de
necesidad. El lugar elegido para su nuevo retiro por San Bruno y algunos
seguidores estaba en la diócesis de Squillace, en la vertiente oriental de la
gran cadena que cruza Calabria de norte a sur, y en un alto valle de tres
millas de largo y dos de ancho, cubierto de vegetación. Los nuevos solitarios
construyeron una pequeña capilla de tablones para sus reuniones piadosas y, en
las profundidades de los bosques, cabañas con techo de barro para sus moradas.
Una leyenda dice que San Bruno mientras estaba en oración fue descubierto por
los sabuesos de Roger, Gran Conde de Sicilia y Calabria y tío del Duque de
Apulia, que estaba cazando entonces en la vecindad, y que así aprendió a
conocerlo y venerarlo; pero el Conde no tenía necesidad de esperar esa ocasión
para conocerle, pues fue probablemente por invitación suya que los nuevos
solitarios se establecieron en sus dominios. Ese mismo año (1091) les visitó,
les hizo cesión de las tierras que ocupaban, y una estrecha amistad se creó
entre ellos. Más de una vez San Bruno fue a Mileto a tomar parte de las
alegrías y las penas de la noble familia, para visitar al Conde cuando enfermó
(1098 y 1101), y para bautizar a su hijo, Roger, el futuro Rey de Sicilia. Pero
más a menudo fue Roger quien fue al desierto a visitar a sus amigos, y cuando,
por su generosidad, se construyó el monasterio de San Esteban, en 1095, cerca
de la ermita de Santa María, se erigió anexa a él una pequeña casa de campo en
la que le gustaba pasar el tiempo que le dejaba libre el gobierno de su Estado.
Mientras tanto los amigos de San Bruno murieron uno tras otro: Urbano II en
1099; Landuino, el prior de la Gran Cartuja, su primer compañero, en 1100; el
Conde Roger en 1101. Su propio tiempo se acercaba. Antes de su muerte reunió
por última vez a sus hermanos a su alrededor e hizo en su presencia profesión
de la Fe Católica, cuyos términos se han conservado. Afirma con especial
énfasis su fe en el misterio de la Santísima Trinidad, y en la presencia real
de Nuestro Salvador en la Sagrada Eucaristía – una protesta contra las dos
herejías que habían perturbado ese siglo, el triteísmo de Roscelin, y la
empanación de Berengario. Tras su muerte, los Cartujos de Calabria, siguiendo
una costumbre frecuente de la Edad Media por medio de la cual el mundo
cristiano se asociaba a la muerte de sus santos, despacharon a un “portador de
rollo”, un criado del convento cargado con un largo rollo de pergamino, colgado
de su cuello, que viajó por Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. Se detuvo
en las principales iglesias y comunidades para anunciar la muerte, y a cambio,
las iglesias, comunidades o capítulos inscribían en su rollo, en prosa o verso,
la expresión de sus sentimientos, con promesas de oraciones. Muchos de estos
rollos se han conservado, pero pocos son tan extensos o tan llenos de alabanzas
como el de San Bruno. Mil setenta y ocho testigos, de los que la mayoría había
conocido al fallecido, celebraban la extensión de su conocimiento y lo
fructífero de su instrucción. Los que le eran extraños estaban sobre todo impresionados
por su conocimiento y talentos. Pero sus discípulos alababan sus tres
principales virtudes – su gran espíritu de oración, una extrema mortificación y
una filial devoción a la Santísima Virgen. Las dos iglesias construidas por él
en el desierto estaban dedicadas a la Santísima Virgen: Nuestra Señora de
Casalibus en el Delfinado, Nuestra Señora della Torre en Calabria, y, fieles a
su inspiración, los Estatutos Cartujos proclaman a la Madre de Dios como la
primera y principal patrona de todas las casas de la orden, cualquiera que sea
su patrón particular.
San Bruno fue enterrado en el pequeño cementerio de la ermita de Santa
María, y muchos milagros se obraron en su tumba. Nunca ha sido canonizado
formalmente. Su culto, autorizado para la Orden Cartuja por León X en 1514, se
extendió a toda la Iglesia por Gregorio XV, el 17 de Febrero de 1623, como
fiesta semi-doble, y elevada a la clase de doble por Clemente X el 14 de Marzo
de 1674. San Bruno es el santo popular de Calabria; todos los años una gran multitud
acude a la Cartuja de San Esteban, el lunes y martes de Pentecostés, en que sus
reliquias son llevadas en procesión a la ermita de Santa María, donde vivió, y
la gente visita los lugares santificados por su presencia. Una cantidad inmensa
de medallas se acuña en su honor y se distribuye entre la muchedumbre, y se
bendicen los pequeños hábitos cartujos, que tantos niños de la vecindad llevan.
Se le invoca especialmente, y con éxito, para la liberación de los posesos.
Como escritor y fundador de una orden, San Bruno ocupa un puesto importante
en la historia del Siglo XI. Compuso comentarios sobre los Salmos y las
Epístolas de San Pablo, los primeros escritos probablemente durante su época de
profesor en Reims, los segundos durante su estancia en la Gran Cartuja si
podemos creer a un viejo manuscrito visto por Mabillon-- "Explicit
glosarius Brunonis heremitae super Epistolas B. Pauli".
Dos cartas suyas aún se conservan, también su profesión de fe, y una corta
elegía de desprecio del mundo que muestra que cultivó la poesía. Los
“Comentarios” nos descubren a un hombre ilustrado; sabe un poco de hebreo y
griego y lo usa para explicar, o si es necesario, para rectificar la Vulgata;
está familiarizado con los Padres, especialmente San Agustín y San Ambrosio, sus
favoritos. “Su estilo”, dice Dom Rivet, “es conciso, claro, nervioso y simple,
y su latín tan bueno como podría esperarse de ese siglo: sería difícil
encontrar una composición de esta clase más sólida y más luminosa, más concisa
y más clara”. Sus escritos se han publicado varias veces: en París, 1509-24;
Colonia, 1611-40; Migne, Patrología Latina, CLII, CLIII, Montreuil-sur-Mer,
1891. La edición de París de 1524 y las de Colonia incluyen también algunos
sermones y homilías que pueden ser más justamente atribuidos a San Bruno,
obispo de Segni. El Prefacio de la Santísima Virgen le ha sido también
erróneamente atribuido; es muy anterior, aunque puede haber contribuido a
introducirlo en la liturgia. Lo distintivo de San Bruno como fundador de una
orden fue que introdujo en la vida religiosa la forma mixta, o unión de los
modos eremítico y cenobita del monasticismo, un estado intermedio entre la
regla de la Camáldula y la de San Benito. No escribió regla, pero dejó tras sí
dos instituciones que tenían poca relación una con la otra – la del Delfinado y
la de Calabria. La fundación de Calabria, en cierto modo parecida a la de la
Camáldula, comprendía dos clases de religiosos: ermitaños, que tenían la
dirección de la orden, y cenobitas que no se sentían llamados a la vida
solitaria; sólo duró un siglo, no erigió más que cinco casas, y finalmente, en
1191, se unió con la Orden Cisterciense. La fundación de Grenoble, más similar
a la regla de San Benito, comprendía sólo una clase de religiosos, sujetos a
una disciplina uniforme, y la mayor parte de cuya vida se pasaba en soledad,
sin la completa exclusión, sin embargo, de la vida conventual. Esta vida se
extendió por toda Europa, contó con 250 monasterios, y pese a muchas pruebas
continua hasta ahora.
La gran figura de San Bruno ha sido representada a menudo por los artistas y
ha inspirado más de una obra maestra: en escultura, por ejemplo, la gran
estatua de Houdon, en Santa María de los Ángeles en Roma, “que hablaría si su
regla no le obligara al silencio”; en pintura, el bello retrato de Zurbarán, en
el Museo de Sevilla, que representa a Urbano II y San Bruno en conversación; la
Aparición de la Santísima Virgen a San Bruno, de Guercino, en Bolonia; y por
encima de todas las veintidós pinturas que forman la galería de San Bruno en el
Museo del Louvre, “una obra maestra de Le Sueur y de la escuela francesa”.
(Fuente:
Enciclopedia Católica en aciprensa.com)
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