2 - DE NOVIEMBRE
– MIERCOLES – 31 – SEMANA DEL T. O. – C
Conmemoración de los fieles difuntos
Lectura del libro de las Lamentaciones (3,17-26):
Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo
de la dicha; me digo:
«Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.» Fíjate en mi
aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar
en ello y estoy abatido.
Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la
misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se
renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad!
El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los
que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del
Señor.
Palabra de Dios
Salmo: 129,1-2.3-4.5-6.7-8
R/. Desde lo hondo a ti grito, Señor
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor,
escucha mi voz;
estén tus
oídos atentos
a la voz de
mi súplica. R/.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá
resistir?
Pero de ti
procede el perdón
y así
infundes respeto. R/.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su
palabra;
mi alma
aguarda al Señor,
más que el
centinela la aurora. R/.
Aguarde Israel al Señor,
como el
centinela la aurora;
porque del
Señor viene la misericordia,
la redención
copiosa. R/.
Y él redimirá a Israel
de todos sus
delitos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la
casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que
voy a prepararos sitio?
Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que
donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le
dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le
responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por
mí.»
Palabra del Señor
1.- Ayer
celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Peor
hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el
recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han
sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia
personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y
discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros
mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos.
2.- Es
una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que
nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa
relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en
nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su
foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia.
3.- Es
una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de
nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte
de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces
experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida
de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su
amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades
de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos.
4.- Es
una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no
termina en estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en
Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien
cómo, pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de
que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que
Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo
el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un
sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué
manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud.
5.- Por
eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su
recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando
escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor
no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la
mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres
queridos.
Conmemoración de los
fieles difuntos
La Iglesia, tras celebrar la dicha de los
bienaventurados en el cielo, se dirige al Señor en favor de los que nos han
precedido con el signo de la fe y de todos los difuntos desde el principio del
mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de todo pecado, puedan
gozar de la felicidad eterna.
Esta fiesta responde a una larga tradición de fe en la Iglesia: orar por
aquellos fieles que han acabado su vida terrena y que se encuentran aún en
estado de purificación en el Purgatorio. El Catecismo de la Iglesia Católica
nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no
perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de
purificación, para obtener la completa hermosura de su alma. La Iglesia llama
"Purgatorio" a esa purificación; y para hablar de que será como un
fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: "La
obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las
obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego". (1Cor. 3, 14).
La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º de
los Macabeos en el Antiguo Testamento dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer
sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados"
(2Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, la Iglesia desde los primeros
siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos. Al respecto, San
Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán
perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí
son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las
faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso
ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso". Estos actos
de piedad son constantemente alentados por la Iglesia.
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