miércoles, 12 de octubre de 2022

Párate un momento: El Evangelio del dia 17 - DE OCTUBRE – LUNES – 29 – SEMANA DEL T. O. – C San Ignacio de Antioquía

 

 


17 - DE OCTUBRE – LUNES –

29 – SEMANA DEL T. O. – C

San Ignacio de Antioquía

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,1-10):

Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios. Antes procedíamos nosotros también así; siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 99,2.3.4.5

R/. El Señor nos hizo y somos suyos

Aclama al Señor, tierra entera,

servid al Señor con alegría,

entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:

que él nos hizo y somos suyos,

su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,

por sus atrios con himnos,

dándole gracias y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,

su misericordia es eterna,

su fidelidad por todas las edades.» R.

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):

 

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»

Él le contestó:

«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»

Y dijo a la gente:

«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»

Y les propuso una parábola:

«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida."

Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Sabemos por el Sermón del Monte (Mt 6, 19 24) y por el Sermón de la Llanura (Lc 6, 20-24; cf. 12, 22-36) que Jesús fue extremadamente crítico con el dinero y con los ricos (Mt 19, 16-24 par).

El dinero divide a los hermanos que, por el reparto de una herencia, llegan a enfrentamientos que rompen las familias y desatan odios que perduran hasta la muerte.  Además, el dinero engaña al que lo tiene en abundancia, como queda claro en esta parábola.

El peligro de este engaño consiste en que el dinero acumulado da una seguridad que en realidad no es tal. Y produce la impresión de que con dinero se resuelven problemas que el dinero no puede resolver.

 

2.  Pero en esta parábola se apunta un problema mucho más grave. El rico de la parábola acumuló riqueza para él y no pensó en nadie más. 

El dinero se puede convertir en capital cuando se pasa de la acumulación del rico a la producción del agricultor, del industrial, del investigador, del profesional o del comerciante.  El problema que hoy se plantea es que el capital mundial está organizado de forma que se ha concentrado en pocos países y, dentro de esos países, en un reducido número de personas en el conjunto de la población mundial.  La consecuencia es que ahora mismo hay cerca de mil millones de personas abocadas a una muerte urgente y espantosa.  Mientras que el capital, no obstante, las crisis económicas que sobrevienen de tiempo en tiempo, se sigue concentrando cada vez más en menos países y en menos personas.

 

3.  Sin duda que la crisis económica, que venimos soportando, nos obligue a replantear la gestión de la economía mundial de otra manera y reorientar el comercio mundial con criterios de mayor y más equitativa participación de todos en la riqueza global. Quizá la aportación mejor que podemos hacer todos en este momento sea precisamente favorecer y potenciar las iniciativas que tendrán que surgir en esa dirección. Por ejemplo, potenciar las economías emergentes de América Latina o de África.

En todo caso, por favor, pensemos que, si es urgente salir aquí de la crisis, más urgente es que dejen de morir cada día setenta mil personas de hambre.

 

San Ignacio de Antioquía

 


Nace entre años 30 al 35 AD, muere C 107AD. San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan. Segundo sucesor de
Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la Iglesia "Católica".

Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma; La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir mártir de Cristo.

Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a varias Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

 

Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor

Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras era llevado al martirio.

Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos».

Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con gran número de cristianos.

Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.

Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras. La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo, por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz, cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».

En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su bendición.

Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.

 

José Calderero @jcalderero

 

 

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