17 - DE
OCTUBRE – LUNES –
29 – SEMANA
DEL T. O. – C
San Ignacio de
Antioquía
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (2,1-10):
Hubo un tiempo en que estabais muertos
por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo
presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora
actúa en los rebeldes contra Dios. Antes procedíamos nosotros también así;
siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la
imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los
demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por
pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha
sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza
de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis
salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es
un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Somos, pues, obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos
a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.
Palabra de Dios
Salmo: 99,2.3.4.5
R/. El Señor nos hizo y somos suyos
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al
Señor con alegría,
entrad en su
presencia con vítores. R/.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos
hizo y somos suyos,
su pueblo y
ovejas de su rebaño. R/.
Entrad por sus puertas con acción de
gracias,
por sus
atrios con himnos,
dándole
gracias y bendiciendo su nombre. R/.
«El Señor es bueno,
su
misericordia es eterna,
su fidelidad
por todas las edades.» R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):
En aquel tiempo, dijo uno del público a
Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»
Él le contestó:
«Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»
Y dijo a la gente:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado,
su vida no depende de sus bienes.»
Y les propuso una parábola:
«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos:
"¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo:
"Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes,
y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a
mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come,
bebe y date buena vida."
Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que
has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y
no es rico ante Dios.»
Palabra del Señor
1. Sabemos
por el Sermón del Monte (Mt 6, 19 24) y por el Sermón de la Llanura (Lc 6,
20-24; cf. 12, 22-36) que Jesús fue extremadamente crítico con el dinero y con
los ricos (Mt 19, 16-24 par).
El dinero
divide a los hermanos que, por el reparto de una herencia, llegan a
enfrentamientos que rompen las familias y desatan odios que perduran hasta la
muerte. Además, el dinero engaña al que lo tiene en abundancia, como
queda claro en esta parábola.
El peligro de
este engaño consiste en que el dinero acumulado da una seguridad que en
realidad no es tal. Y produce la impresión de que con dinero se resuelven
problemas que el dinero no puede resolver.
2. Pero
en esta parábola se apunta un problema mucho más grave. El rico de la parábola
acumuló riqueza para él y no pensó en nadie más.
El dinero se
puede convertir en capital cuando se pasa de la acumulación del rico a la
producción del agricultor, del industrial, del investigador, del profesional o
del comerciante. El problema que hoy se plantea es que el
capital mundial está organizado de forma que se ha concentrado en pocos
países y, dentro de esos países, en un reducido número de personas en el
conjunto de la población mundial. La consecuencia es que
ahora mismo hay cerca de mil millones de personas
abocadas a una muerte urgente y espantosa. Mientras que el capital,
no obstante, las crisis económicas que sobrevienen de tiempo en tiempo, se sigue concentrando cada vez más en menos países y en menos personas.
3. Sin
duda que la crisis económica, que venimos soportando, nos obligue a replantear
la gestión de la economía mundial de otra manera y reorientar el comercio mundial con criterios de mayor y más equitativa
participación de todos en la riqueza global. Quizá la aportación mejor que podemos hacer todos en este momento sea precisamente favorecer y potenciar las
iniciativas que tendrán que surgir en esa dirección. Por ejemplo, potenciar las
economías emergentes de América Latina o de África.
En todo caso,
por favor, pensemos que, si es urgente salir aquí de la crisis, más urgente es
que dejen de morir cada día setenta mil personas de hambre.
Nace entre años 30 al 35 AD, muere C
107AD. San Ignacio de Antioquía fue discípulo directo de San Pablo y San Juan.
Segundo sucesor de
Pedro en el gobierno de la Iglesia de Antioquía; El primero en llamar a la
Iglesia "Católica".
Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene de
Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; La
jerarquía y la obediencia a los obispos; La presidencia de la iglesia de Roma;
La virginidad de María y el don de la virginidad; El privilegio que es morir
mártir de Cristo.
Condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí
recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador
Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a varias
Iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución
de la Iglesia y de la vida cristiana.
Fue el tercer obispo de Antioquía, lugar donde se empezó a conocer a los
seguidores de Cristo como cristianos. Ignacio fue el primero en llamar a la
Iglesia católica. Fue condenado a morir devorado por los leones. Oraba
intensamente para que los leones le destrozaran por amor a Dios. Durante el
viaje al martirio escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor
Poco se sabe de la vida familiar de Ignacio de Antioquía. Casi todo lo que
hoy se sabe de él proviene de las siete cartas que él mismo escribió mientras
era llevado al martirio.
Se dice que él fue el niño al que Jesucristo llamó para invitar a sus
apóstoles a hacerse como niños: «Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos
y dijo: Os aseguro que si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de
los Cielos».
Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, situada en Siria. La ciudad era
una de las más importantes de toda la cristiandad. Fue allí donde se empezó a
llamar cristianos a los discípulos de Cristo. Fue allí también donde Ignacio se
refirió a la Iglesia como católica, es decir, universal. Antioquía, en orden de
importancia, se situaba solo detrás de Roma y Alejandría. Era una ciudad con
gran número de cristianos.
Antioquia era gobernada bajo las órdenes del emperador Trajano, que si bien
al principio respetó a los cristianos, posteriormente los persiguió por
oponerse a los dioses que él adoraba. Ignacio fue arrestado por negarse a
adorar a dichos dioses y por proclamar la existencia de un solo Dios verdadero.
Fue conducido a Roma para ser martirizado. Durante el viaje escribió sus
famosas siete cartas, que se pueden dividir en dos grupos. Las primeras seis
cartas iban dirigidas a las iglesias de Asia Menor para exhortarlas a mantener
la unidad interna y prevenirlas contra las enseñanzas judaizantes, entro otras.
La séptima carta está dirigida a la Iglesia de Roma. En ella, les pide que no
intercedan por él para salvarle del martirio. Al contrario, les escribió: «Por
favor: no le vayan a pedir a Dios que las fieras no me hagan nada. Esto no
sería para mí un bien sino un mal. Yo quiero ser devorado, molido como trigo,
por los dientes de las fieras para así demostrarle a Cristo Jesús el gran amor
que le tengo. Y si cuando yo llegue allá me lleno de miedo, no me vayan a hacer
caso si digo que ya no quiero morir. Que vengan sobre mí, fuego, cruz,
cuchilladas, fracturas, mordiscos, desgarrones, y que mi cuerpo sea hecho pedazos
con tal de poder demostrarle mi amor al Señor Jesús».
En cada parada de viaje aprovechaba para reunirse con los cristianos de la
zona, que salían junto con su obispo para escuchar a Ignacio y recibir su
bendición.
Al llegar a Roma, fue conducido al Coliseo donde fue echado a la tierra para
ser devorado por las fieras. Las autoridades soltaron dos leones hambrientos
que destrozaron a Ignacio, otorgándole la gloriosa corona del martirio que
tanto ansiaba por amor a Jesucristo. San Ignacio murió en el año 107. Sus
restos fueron trasladados de nuevo a Antioquía.
José Calderero @jcalderero
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