13 - DE
OCTUBRE – JUEVES –
28 – SEMANA
DEL T. O. – C
San Eduardo III el
confesor
Comienzo de la carta del
apóstol san Pablo a los Efesios (1,1-10):
Pablo,
apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, a los santos y fieles en Cristo
Jesús, que residen en Éfeso. Os deseo la gracia y la paz de Dios, nuestro
Padre, y del Señor Jesucristo.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la
persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e
irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado
en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la
gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados.
El tesoro de su
gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a
conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado
realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra.
Palabra
de Dios
Salmo:
97,1.2-3ab.3cd-4.5-6
R/. El Señor da a conocer su
victoria
Cantad
al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor
da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia
y su fidelidad en favor de la casa de Israel. R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclamad al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Tañed la
cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (11,47-54):
En aquel
tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, que edificáis
mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois
testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los
mataron, y vosotros les edificáis sepulcros.
Por algo dijo la sabiduría de Dios:
"Les enviaré profetas y apóstoles;
a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le
pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del
mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar
y el santuario.
Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a
esta generación.
¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que
os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, ¡que no habéis entrado y
habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y
fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas
capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.
Palabra de Señor
1. El modo o forma de
comportamiento, que Jesús denuncia en este evangelio, por desgracia está más
generalizado de lo que imaginamos. Porque no es propio solamente de los
actuales escribas y fariseos. Es decir, de los actuales profesionales de la
religión. Es la conducta que suelen tener casi todos los integristas
intransigentes, en lo que se refiere a la observancia de la religión.
Por eso, lo primero que este texto de Lucas pone en boca de Jesús es el comportamiento tan contradictorio que los profesionales de la religión suelen tener contra los "profetas", tanto los antiguos como los actuales.
Tal comportamiento se resume en lo
siguiente: cuando los profetas resultan molestos para la institución religiosa,
se les persigue, se les expulsa, se les difama, se les desautoriza y, si es
preciso, se les mata.
Pero, luego, cuando a la institución religiosa le conviene, se pone al profeta en un pedestal, se le canoniza, se le presenta como modelo y ejemplo.
2. Por eso no es de extrañar
que en la Iglesia se hagan cosas muy parecidas. Cosas que no son sino la
prolongación en la historia del conflicto entre sacerdotes y profetas, tal como
sucedió en Israel.
Durante el s. XX, la misma Curia
Vaticana persiguió a teólogos tan reconocidos como De Lubac o Congar a los que
luego elevó al rango de cardenales.
Estas conductas vaticanas han colaborado poderosamente al empobrecimiento de la teología católica, sobre todo, en Europa y especialmente en el ámbito de la dogmática.
Hoy, en los seminarios y centros de estudios eclesiásticos, se ha creado un clima de miedo, no siempre reconocido, pero sumamente eficaz para bloquear la creatividad teológica y la mejor difusión del Evangelio.
3. Y no es de menos
actualidad la acusación que Jesús les hace a los juristas: "os habéis
quedado con la llave del saber". El control creciente y abrumador que la
jerarquía eclesiástica ejerce sobre el saber de las cosas de Dios, de Jesús,
del Evangelio... "cierra el paso a los que intentan entrar". Y es que
la "gente sencilla" sintoniza con el Evangelio mucho mejor que los
"sabios y entendidos" (Mt 11, 25 par).
En tiempos pasados, cuando la sociedad
se mantenía impregnada de religiosidad, la Iglesia podía subsistir. En este
momento, y más de ahora en adelante, la Iglesia se va quedando reducida a un
gueto, una especie de secta, cada vez más marginal, más desplazada y con menos
capacidad de influjo en la sociedad, sobre todo en las sociedades avanzadas de
los países industrializados.
No nos queda más solución que el retorno
al Evangelio.
Presentar como excusa para nuestra vida mediocre aquello de que los tiempos
no son buenos o que las circunstancias presentan su cara adversa y así no es
posible buscar y conseguir la santidad hoy y ahora, no deja de ser un recurso
vulgar tras el cual se esconde la pereza para vivir las virtudes cristianas o
la falta de confianza en Dios que lleva al desaliento.
De hecho, ni los tiempos en sus usos y costumbres, ni las circunstancias
personales facilitaban lo más mínimo la fidelidad cristiana de Eduardo. Nace en
Inglaterra en el año 1004, casi con el siglo XI, cuando las incursiones navales
de los piratas daneses o escandinavos son causa de numerosos atropellos
sangrientos y de represalias aún más crueles. El pueblo sufre desde hace tiempo
violencia; está en vilo soportando la ignorancia y pobreza. Los palacios de los
nobles están preñados de envidia, ambición y deseos de poder; en el lujo de sus
banquetes se sirve la traición.
El mismo Papado en lo externo es en este tiempo más un signo de miseria que
un motivo de emulación. Con las basílicas en ruinas, en la elección del
Pontífice intervienen los intereses políticos y militares a los que se paga a
su tiempo la cuota de dependencia. Hace falta una reforma que por más evidente
no llega. Incluso el cisma de Oriente está a punto de producirse y
lastimosamente se consuma. Nunca faltó la ayuda del Espíritu Santo a su Iglesia
indefectible, pero hacía falta fe teologal para aceptar el Primado, sí, una fe
a prueba de cismas y antipapas.
Con diez años tiene que huir Eduardo de Inglaterra, pasando el Canal, a la
Bretaña o Normandía donde vivirá con sus tíos —hermanos de su madre— los Duques
de Bretaña, en la región por aquel entonces más civilizada de Europa. Allí, al
tiempo que crece en su destierro, va recibiendo noticias de la ocupación,
saqueo y tiranía del rey Swein de Dinamarca. También de la muerte de su padre,
el rey Etelberto, y de su hermano Edmundo que era el príncipe heredero. ¡Claro
que su madre Emma llora estos sucesos! Pero un buen día lo abandona, partiendo
misteriosamente; se ha marchado para hacerse la esposa de Knut, el nuevo
usurpador danés. Tiene Eduardo 15 años y sigue escuchando los consejos de los
monjes en Normandía; ya es un regio doncel exilado que se inclina en la oración
al buen Dios. A la muerte de Knut, los ingleses le proponen la corona de
Inglaterra, pero cuando está a punto de disfrutar del cariño de sus súbditos,
le traiciona su madre que quiere el trono para el hijo nacido de Knut; él no
quiere un reino ganado con sangre y regresa a Normandía. Los leales súbditos
piden una vez más su vuelta y la de su hermano Alfredo; pero es una trampa,
Alfredo es asesinado.
Llega a ser rey a los cuarenta años, después de una larga, fecunda y sufrida
existencia. Es la hora del heroísmo. No alimenta odio. Está lleno de nobleza y
generosidad. Contrae matrimonio con Edith, hija del pernicioso, intrigante y
hábil duque de Kent. Relega al olvido el pasado, perdona y no castiga. Se
dedica a gobernar. A su madre la recluye en un monasterio. Se entrega a buscar
el bien de sus súbditos. De Normandía importa arte y cultura. Como su vida es
austera, la Corona se enriquece y pueden limitarse los impuestos. Su dinero es
el erario de los pobres. Dotó a iglesias y monasterios de los que Westminster
es emblema.
Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona
"de San Eduardo". Fue patrón de Inglaterra hasta ser sustituido por
San Jorge.
(Fuente: archimadrid.es)
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